martes, 31 de julio de 2018

La Escocesa (Centro de Creación -¿en peligro?)













































Fotos: Tocho, Barcelona, Julio de 2018

La Escocesa es una antigua fábrica textil, fundada a mediados del siglo XIX, abandonada en el barrio de Sant Martí, cabe el de Poble Nou, convertida, gracias a la decidida intervención de algunos artistas, en un centro de creación privado a finales del siglo XX que, tras un intento de una operación inmobiliaria de lujo, fue adquirida por el ayuntamiento, y espera una renovación que quizá no llegue nunca antes de su derribo, dadas las malas condiciones estructurales de algunas naves -pisos de madera y escaleras tambaleantes, puertas y ventanas tapiadas, grietas, etc.-, por las que campean gatos y palomas.
Conserva una colección de grafitis de diversos artistas y estancias habilitadas en estudios para artistas y arquitectos -así como espacios expositivos para instalaciones-, y constituye un espléndido espacio tranquilo -vacío, sucio y majestuoso-, en medio de un barrio entregado a las nuevas tecnologías, que posiblemente desaparezca,

Muchas gracias a los arquitectos Saray Bosch por la visita comentada y Aureli Santos quien luchó, desde la administración, por la catalogación y preservación de esos edificios y del entorno.

Creación y destrucción en el arte





Cuenta la leyenda que el gran pintor griego Apeles, considerado en su tiempo como el mejor de la historia, irritado por no haber logrado retratar de manera convincente, pese a todos sus esfuerzos,  a un caballo encabritado, tiró con furia una esponja embebida de pigmentos contra el cuadro. La esponja vino a dar contra la boca del caballo y, como por arte de magia, dejó una mancha que reproducía a la perfección la espuma que el caballo escupía y que había tratado en vano de reproducir. La imagen mancillada se convertía de pronto en un retrato fiel de la realidad. El gesto destructor y el azar habían remendado los errores del pintor. La imagen era perfecta.

Dos mil quinientos años más tarde, en 1953, el pintor Robert Rauschenberg pidió al también artista, que admiraba, Wilhem de Kooning, si le entregaba un dibujo a lápiz que pudiera borrar. La obra iba a consistir en un dibujo ajeno, de un artista reconocido, borrado cuidadosamente, hasta evocar los palimpsestos, esto es, los pergaminos escritos antiguos que los monjes medievales adquirían y rascaban hasta hacer desaparecer la escritura previa y poder reutilizarlos como soportes, en una época en que el pergamino era muy costoso y difícil de obtener. El rascado, sin embargo, era imperfecto o incompleto, por lo que, debajo del texto medieval, aun se trasluce apenas rastros de escrituras precedentes, que convierten a los palimpsestos en remedos de yacimientos arqueológicos en los que las trazas de construcciones sucesivas se superponen en un mismo terreno. La obra de Rauschenberg, que él mismo encuadró en un marco de oro y titulo Dibujo Borrado de De Kooning, y que, de algún modo, seguía la senda de Duchamp, a princupios del siglo XX, pintando bigotes a una postal de la Mona Lisa de Leonardo de Vinci, fue percibida tanto como un gesto de iconoclastia -que significa destrucción intencionada de iconos o imágenes- cuanto de admiración y devoción hacia la obra de De Kooning -según sostenía Rauschenberg-, convertida en una imagen invisible, inalcanzable, ideal. La destrucción de la obra le evitaba caer en las contingencias del tiempo. Solo se destruye lo que se ama.

¿Qué se destruye cuando se destruye intencionadamente una obra de arte? Incluso cuando el mármol se pulveriza para convertirlo en cal (usado como material de construcción, de una nueva construcción), y un metal -oro, plata, bronce- se funde para obtener material para una nueva forma, la materia no se destruye. Tan solo entra a formar parte de una nueva obra -salvo si los fragmentos son abandonados y la erosión del tiempo los disuelve y los vuelve indistinguibles (aunque no nos aniquila). Lo que se destruye es la forma (shape, en inglés). Pero los fragmentos materiales, incluso informes, tienen una forma (form); una forma (shape) no deseada o pensada por un artista, ciertamente, aunque, en cualquier momento, un artista puede escoger dichos fragmentos y presentarlos como una nueva obra de arte (dotada de shape y de form, diríamos que de forma trabajada o pensada). Si nos fijamos bien, la mayoría de las obras antiguas están fragmentadas, lo que no impide que sean apreciadas como creaciones humanas. Del mismo modo, un gran número de pinturas clásicas han sido recortadas o ampliadas a lo largo de los siglos, sin que estas mutilaciones y alteraciones invaliden su condición de obra de arte ni disminuyan su atractivo.

Crear es destruir. El escultor trabaja con un martillo. Ataca un bloque de mármol. Lo desbasta. Lo va reduciendo. El suelo queda cubierto de cascotes, parecidos a los que rodean a una escultura cuando es atacaba con un objeto punzante. El pintor utiliza espátula, esponja, el dibujante una goma de borrar. El propio lápiz deja una huella a veces indeleble. El grabador, un punzón que hiere el metal o el linóleo. Una plancha utilizada para grabar es una plancha rasgada. El acto creador que requiere un trabajo manual desgaja, rompe, discrimina, segrega. Lo que se obtiene es a costa de una forma material fuertemente alterada -incluso en el caso de una obra consistente en un elemento material sobre el que no se ha incidido: este elemento ha sido separado del medio en el que se insertaba. Ha perdido sus referencias.

La destrucción no se opone a la creación. Da lugar a una nueva creación. Los fragmentos, de pronto, adquieren una presencia de la que carecían cuando formaban parte de un conjunto. Se individualizan. Se convierten en seres preciados y preciosos. Su unidad, su "lógica" se manifiesta. No aparecen como entes mutilados, sino "reducidos" a lo esencial. El todo, todo lo que son, está  en este diminuto fragmento recuperado. La destrucción multiplica la creación. Da lugar a nuevos entes, fruto de la pasión, la pulsión -la creación y la destrucción son actos pasionales- que devuelve a la vida a obras que quizá la hubieran perdido, no la hubieran tenido nunca o hubieran pasado indiferentes. El fragmento hace soñar. Un fragmento, una obra rota, exuda una vitalidad, una fuerza, y ejerce una fascinación, infunde un respeto que una obra "completa" quizá nunca hubiera despertado. Un fragmento es un recordatorio de la fragilidad de la vida. Un fragmento es humano. Evoca una vida que resiste, una vida tenaz y admirable. La destrucción despierta la obra -y manifiesta que es mortal. La destrucción es el fruto, quizá desesperado, de volver a dotar de sentido obras que lo habían perdido.       

lunes, 30 de julio de 2018

THE WAVE PICTURES : THE LITTLE WINDOW (LA VENTANITA, 2018)




Sobre este grupo inglés, véase su página web

GRUFF RHYS (1970): DRONES IN THE CITY (2018)





https://gruffrhys.bandcamp.com/track/drones-in-the-city

Escucha legal.

Sobre este cantante galaico-inglés, véase su página web

Valeria (ciudad romana)




Foro:



Aljibes subterráneos en el foro:



Ninfeo monumental:




Área de viviendas colgantes (y muralla):























Fotos: Tocho, Valeria, julio de 2018

La ciudad romana de Valeria, a una veintena de quilómetros al sur de Cuenca, es la prueba, si hiciera falta, de que el urbanismo romano no seguía una rígida planificación -centrada en un foro situado en el cruce de dos ejes principales-, sino que se adaptaba perfectamente y sin complejos a la orografía del lugar.
Valeria es una ciudad republicana fundada en el siglo I aC, sobre un poblado celtíbero. Controlaba la vía hacia Cartago Nova (Cartagena). Situada sobre un promontorio en pendiente, aislado por dos profundos tajos u hoces, por el que circulan dos ríos, Valeria consta de un gran foro, apoyado sobre un criptopórtico, bien planificado, unos aljibes monumentales subterráneos, perfectamente conservados, que alimentaban el mayor ninfeo del mundo romano (una fuente pública que era al mismo tiempo un santuario a las diosas de las aguas, las Ninfas, de más de cien metros de largo), una termas situadas al pie de la ciudad, a decenas de metros de ésta, recientemente halladas, decoradas con mosaicos de vidrio, cristal de roca, oro y mármol, y de barrios residenciales construidos, gracias a andamios de varios pisos, sobre los acantilados -como en un poblado íbero-. Las galerías de las casas, de madera, colgaban del vacío gracias a vigas de manera hincadas en la pared vertical de piedra del acantilado. 

El yacimiento consta de un centro interpretativo, pero podría sufrir de una restauración o restitución, torpe y excesiva (por ahora), de una parte del ninfeo.

domingo, 29 de julio de 2018

GEORGES PEREC (1936-1982): UN HOMME QUI DORT (UN HOMBRE QUE DUERME, 1974)



La película, escrita y dirigida por el novelista y ensayista francés Georges Pérec, está basada en su novela homónima publicada en 1967

(ARQUITECTURA Y EROTISMO). SÉBASTIEN LAUDENBACH (1973): VIBRATO (2017)



La viuda del arquitecto francés Charles Garnier, autor del edificio de la ópera de París, a mediados del siglo XIX, se recoge ante la tumba de su esposo. No está triste. Recuerda el inmenso edificio que se concibió y se construyó como un templo del placer (musical, sensorial, táctil), una gran nave (y, en efecto, el edificio se asienta sobre una gran bolsa de agua que evita que el edificio sea víctima de posibles temblores de tierra, y de la vibración de las calles circundantes), en la que las estatuas de ninfas desnudadas, los sillones de terciopelo carmesí ceñidos por tallas doradas, las logias almohadilladas, tapizadas por gruesas moquetas que ahogaban los gemidos, el roce electrizante de las telas satinadas, los flecos que enredaban, y las voluptuosas formas abombadas recordasen o suscitasen el placer carnal -que las escaleras y las pesadas cortinas disimulaban al mismo tiempo, aislando a los amantes- que la gran bóveda que cubre la sala, evocando el séptimo cielo, amplificaba al mismo tiempo que cubría.

Sobre este cortometraje de animación, un encargo de la propia Òpera de París, véase el enlace siguiente