lunes, 29 de octubre de 2018

A la búsqueda del tiempo perdido

“L'avenir est l'ombre projetée en avant de notre passé” 

(M. Proust: À l'ombre des jeunes filles en fleurs)


“El porvenir es la sombra que nuestro pasado proyecta hacia adelante”

(M. Proust: A la sombra de las muchachas en flor)

domingo, 28 de octubre de 2018

Arte y arqueología

La arqueología es el arte de contar historias coherentes, dotadas de un significado, a partir de fragmentos sueltos e inconexos. Esta actividad es particularmente perceptible en el Próximo Oriente, donde los restos arqueológicos son tan escasos como fragmentados, desplazados y están tan degradados. Son también difícilmente reconocibles, ya que el material de construcción -y artístico- más habitual, el adobe, se desagrega fácilmente y se confunde con la tierra que sepulta los restos.
Sin embargo, por escasos que aquéllos sean, son restos de construcciones, destruidas por causas diversas, destruidas y reconstruidas, ampliadas, acortadas y modificadas incesantemente a lo largo de milenios, que deben ser visualizadas, buscando la lógica que explique su existencia y sus sucesivas apariciones y desapariciones.
La palabra "arte" en la expresión inicial no es gratuita. La arqueología es un arte porque, al igual que la estética, da valor a lo que encuentra. Un simple ladrillo puede cambiar una historia, o la historia. Un ladrillo que no encaja en una historia que da cuenta -que cuenta- de la complejidad no de las construcciones, que siguen los mismos patrones que regulan la construcción de edificios en todas las culturas y las épocas (los mesopotámicos, al igual que nosotros -como nosotros deberíamos hacer-, construían espacios en los que se trataba de vivir bien, en armonía con el entorno visible e invisible -dioses y antepasados-), sino de la interpretación de las mismas. Construcciones sobre construcciones, unas desaparecidas sin dejar rastros, otras de las que quedan unas pocas trazas, algún ladrillo, algunos cambios en el color y la textura de la tierra, indicios de estructuras desvanecidas, la o las historias de la vida en Mesopotamia deben reconstruirse a partir de mínimas evidencias, o incluso a partir de deducciones o suposiciones. La arqueología debe hacer visible lo invisible, como cualquier técnica artística.
Pero lo que más acerca la arqueología al arte es el cuidado concedido al fragmento. Los yacimientos -en cualquier cultura y de cualquier época antigua- están cubiertos de fragmentos de piedra, vítreos y sobre todo cerámicos: vasijas, útiles y, en el caso de Mesopotamia al menos, de ladrillos (en Grecia y en Roma también se hallan restos de tejas, por ejemplo, imperceptibles en el Próximo Oriente). Los fragmentos constructivos o utilitarios son fragmentos de historia. Cuentan historias fragmentadas, historias de construcciones desaparecidas, de vidas desaparecidas, violentamente o no, que deben ser reconstruidas o al menos imaginadas, para tratar de aprender sobre nuestras propias vidas. La arqueología es el arte de entender lo que hacemos y pensamos, lo que vivimos, a partir de modelos del pasado, que debemos hallar y estudiar.
La arqueología concede el máximo valor a un simple fragmento. Es un testimonio preciso. Una muestra trabajada por un ser humano, apreciado, usado y gastado por un ser humano. Su forma, incluso moldeada, guarda, a veces de manera bien visible, las marcas del contacto físico, del roce, del desgaste causado por el uso, por la mano. Los restos son símbolos dotados de sentido, un sentido que debemos desvelar. Restos que, casi siempre, no hablan por sí solos, sin en armonía con otros restos disgregados, si bien, en ocasiones, un resto, súbitamente, echa luz sobre una historia hasta entonces incomprensible o inimaginable. El arqueólogo mira, sopesa, palpa, dibuja, interroga el fragmento -sin violentarlo: su testimonio es demasiado valioso, y su condición, frágil, casi evanescente: se dan casos en que las piezas desenterradas se desintegran y escapan, reducidas a polvo, entre los dedos, una metáfora turbadora de la historia que se nos escapa-. El fragmento tiene historias que contar. Pero la lengua que habla es desconocida. Solo con el tiempo, quizá, se logre entender, sobre todo cuando se consigue que fragmentos, aparentemente inconexos, dialoguen. La arqueología es el arte de dar voz a lo que yace callado, el arte de estar a la escucha de lo que un fragmento tiene a bien contar. En pocas otras ocasiones, restos, que a menudo desecharíamos como entes sin sentido, inservibles, que solo merecen ser rechazados al basurero de la historia, son tratados con más atención para que puedan, a veces, contar su historia: historias de vidas maltrechas, rotas, por la historia.  El arqueólogo concede voz al pasado para que el presente, que siempre chilla, empiece a ser comprensible y asumible.

viernes, 26 de octubre de 2018

Cristo y Apolo en Constantinopla (Estambul)


Foto: Tocho, Octubre de 2018

No lejos de un acceso al Gran Bazar de Estambul se alza, sobre un altísimo podio, una columna descomunal de porfirio.
Este columna formaba parte del templo de Apolo en Roma. Constantino la llevó a Constantinopla para celebrar la reciente fundación de la ciudad a partir de una ciudad muy modesta, Bizancio. Mandó erigir sobre la columna una estatua dorada de Apolo adorando al sol procedente de un templo en Heliópolis en Frigia, cuya cabeza fue sustituida por una del emperador, dotada de rayos solares representados por clavos, los que clavaron a Cristo en la Cruz.

La sustitución es sorprendente si aceptamos que Constantino fuese el primer emperador cristiano que, por tanto, aceptase la existencia de un único dios -en verdad, Constantino también se consideraba una divinidad, mas no aceptaba otra que no fuera Cristo.
Es también interesante porque testimonio de la equiparación entre Apolo y Helios -el Sol- en la tardo antigüedad, y la relación que se estable por aquellos años entre el Sol y el emperador. Hasta entonces, el culto solar había jugado un papel menor en Roma. Sin embargo, creció y se extendió con el Cristianismo. El emperador Juliano, a finales del siglo IV, en un intento de volver a los cultos paganos, quiso imponer el culto al Sol.

Otro dato de interés lo aporta una leyenda que sostiene que en la base de la columna se hallaban reliquias paganas, como la sagrada estatua de Palas Atenea, el Paladio, que protegía a Troya y fue llevada a Roma por Eneas -convirtiendo así a Roma en la nueva Troya- y cristianas: desde el hacha con la que Noé (que era carpintero como lo fue José, el padre humano de Cristo) talló las planchas de madera con las que construyó el Arca, y la piedra que Moisés golpeó para obtener agua en el desierto, hasta una parte del ajuar de la tumba de Cristo emplazada en Jerusalén: fragmentos de la santa cruz así como de las cruces de los dos ladrones crucificados a la diestra y la siniestra de Cristo. Objetos litúrgicos como la crismera que contenía el crisma o el santo óleo con el que Maria Magdalena unció el cuerpo de Cristo fallecido. Se trataba de reliquias relacionadas con la historia mítica de Constantinopla y que asociaban esta ciudad con los elementos que determinaron la vida y la resurrección de Cristo con el que Constantino se equiparaba.

Esta leyenda no es gratuita ni absurda. Es un nuevo testimonio de la relación entre Apolo y Cristo en el tardo imperio romano, cuando la figura del dios Apolo no solo determinó la iconografía de Cristo como un joven de hermoso cuerpo sino que permitió entender mejor la función taumaturga -sanadora, redentora- de Cristo, toda vez que Apolo, amén de ser el padre de Esculapio, el dios de la medicina, asumió las funciones de su hijo y, en particular, velaba sobre las aguas purificadoras que lavaban los males físicos, signos siempre de males y maldiciones espirituales.

Arte político

El descubrimiento, hace unos pocos años, de una extensa construcción de hace unos seis mil años, interpretada como un "palacio", en Arslantepe (Turquía), que sugiere ya diferencias sociales a finales del neolítico y su plasmación espacial, revela un uso particular de las imágenes (del arte figurativo). El acceso a la "sala del trono" se efectuaba por un estrecho y largo corredor con muros de adobe. Las paredes laterales del mismo estaban cubiertas por imágenes de seres "endemoniados", figuras que, posiblemente, tuvieran como fin amedrentar a los visitantes, según la estudiosa Marcella Frangipane. Entre el "túnel del terror" y el descenso a los infiernos, este pasadizo debía de encoger el ánimo. La salida a la sala del trono constituiría una liberación que impelería a los visitantes a entregarse al jefe de la comunidad, a la "autoridad". Las figuras pintadas con trazos discontinuos, entrevistas a la luz de las antorchas, debían parecer animadas, agresivas, rozando a los apresurados y temerosos visitantes. Figuras protectoras, sin duda, que manifestaban también el poder del jefe  y de su clan, capaz de disponer de un espacio y de ornamentos tan complejos, pero figuras que también encogían el ánimo de quienes se aventuraban por el pasillo, predisponiéndolos a inclinarse ante la presencia del gobernante.




Las imágenes abren mundos, sin duda. Los frescos que cubren las bóvedas de la nave central de las iglesias barrocas, muestran la organización y la perfección de la corte celestial; frescos, pinturas y esculturas aleccionan sobre determinados valores morales que deben ser respetados, educan a quienes las contemplan, proponiéndoles modelos de comportamiento; las imágenes protegen mágicamente, pero también influyen en el ánimo. Predisponen a quienes las contemplan a asumir ciertas creencias, y aceptar valores y dictámenes. Las imágenes, por tanto, organizan comunidades, mostrándoles ejemplos de cómo ser y estar, formando gestos y mentalidades. Componen un mundo mediano, entre lo alto y lo bajo, entre quienes gobiernan y quienes son gobernados de madera que éstos acepten las modelos y los valores inculcados, visualizando los peligros y castigos que caen si no se aceptan los modelos que el arte y los rituales escenifican. La polis, esto es, el conjunto de los ciudadanos, necesita de ejemplos sobre lo que se tiene que hacer y creer, y de avisos en los daños en que se incurre si aquéllos no son seguidos. El arte es una manera -quizá sea la manera más efectiva, a través de la fascinación y el temor, la piedad y el terror aristotélicos- de formar tanto individuos como colectividades.

Agradecimientos a la Dra. Maria Grazia Masetti por esta comunicación

miércoles, 24 de octubre de 2018

El distinto legado de los imperios asirio y romano

El imperio asirio, que llegó, en su momento de máxima extensión, en la primera mitad del primer milenio aC,a ocupar toda Mesopotamia, Anatolia y Egipto -no parece, en cambio,  que Grecia, que tanto atrajo al imperio persa, llamara la atención de los asirios-, tuvo dos grandes periodos, en el segundo y en el primer milenio aC.
El imperio asirio desapareció para siempre a mediados del primer milenio aC, en manos de Babilonia. No dejó ningún rastro que no fueran trazas arquitectónicas difícilmente visibles. Su visión del mundo no dejó huella alguna. Sus creencias y su forma de vivir súbitamente se desmoronaron sin haber influido en otras culturas.
Se ha comparado, a menudo, el imperio asirio con el romano. Aunque la extensión de ambos imperios y el afán de dominios fueran o pareciera que fueran parecidos, asiria y Roma son incomparables.
Los asirios dominaron el mundo por razones comerciales. Banqueros y comerciantes necesitaban vastos territorios para transacciones económicas. Conquistaban mercados, no territorios o pueblos. Pero nunca quisieron "asirianizar" el mundo.
Los asirios no impusieron sus dioses ni un culto imperial, su lengua (el asirio, una variante del acadio, una lengua semita), sus creencias ni sus mitos. El imperio era un tejido de reinos vagamente relacionados con Asur, la capital. Por el contrario, Roma dispuso que todas las ciudades tuvieran templos, construidos en el foro -el centro urbano comercial, administrativo y político-  dedicados a la triada capitolina (es decir, a los dioses principales de la ciudad de Roma, asentados en el monte Capitolio: Júpiter Óptimo, Juno, Minerva), así como santuarios dedicados al culto imperial; impusieron el latín como lengua oficial y de cultura, determinaron que el mito fundacional de la capital imperial se extendiera a todas las nuevas ciudades -todas fueron fundadas como Roma, por Rómulo y Remo-, extendieron la noción de ciudadanía a todos los sujetos -sujetos de y por el emperador- y legislaron la vida por medio del derecho romano. Después de mil setecientos años de la desaparición del imperio romano, aún nos organizamos gracias a dicho derecho, aún somos romanos.
Los romanos entendieron que el sometimiento de los pueblos se ejerce no mediante el dominio militar o comercial sino cultural o ideológico. Desde pequeños, los niños fueron educados en los valores y creencias romanos, fueron modelados por costumbres, por maneras de expresarse propiamente romanos.
Hoy esta práctica de conformación de una visión del mundo se sigue practicando en escuelas infantiles de algunos países tanto para determinar la vida en común como el enfrentamiento de y entre los ciudadanos.
Éste es el verdadero legado romano y el "error" asirio. El ser humano debe de ser educado, marcado y constreñido desde el nacimiento para seguir sendas y creencias determinadas. La libertad de culto y de creencias, en cambio, no deja trazas perdurables. "Somos" lo que nos dicen o nos imponen que seamos -sin que seamos conscientes de este marcaje.


Desde cerca de Mosul. Agradecimientos a la dra. María Grazia Masetti por sus explicaciones.

martes, 23 de octubre de 2018

Los criterios del arqueólogo

No es cierto, como pensaba, que los arqueólogos, al contrario que los arquitectos, no tengan en cuenta la tercera dimensión. No ven los restos o las trazas arqueológicos, que no se levantan del suelo, solo en planta. Dos dimensiones, sin embargo, son espaciales -los ejes de las marcas en el suelo o el subsuelo (los cimientos de las construcciones, como ocurre en Mesopotamia)-, mientras que la tercera es temporal: marca la sucesión de niveles de asentamiento a lo largo de los siglos o los milenios.

Observación de la arquitecta y arqueóloga Elisa Vegué.

El agua en Mesopotamia

Aunque Mesopotamia significa, en griego, Tierra entre dos Ríos, hoy se sabe que los ríos Tigris y Eúfrates jugaban un papel mucho menor al pensado en las comunicaciones. Contrariamente a lo que ocurría en el valle del Nilo, que se podía navegar en ambas direcciones, gracias a corrientes regulares, y a vientos que soplaban en dirección contraria, los cursos del los ríos que atravesaban Mesopotamia eran demasiado erráticos, el del Eúfrates sobre todo, y los márgenes muy inestables, para que el transporte pudiera efectuarse por vía fluvial.
Las vías terrestres eran decisivas, como las que pasaban por la capital imperial neo-asiria de Kilizu (llamada Tueh  a mitad del segundo milenio) -donde excavamos-, en un cruce entre dos grandes vías de comunicación norte-sur y este-oeste -de centro Asia al desierto siro-arabígo, convirtiéndola en la urbe más importante de toda la Mesopotamia del norte en los segundo y primer milenios.

Agradezco a la doctora Maria-Grazia Masetti-Rouault (École Practique des Hautes Études, París) esta observación.