lunes, 13 de abril de 2020

JOHANN PACHELBEL (1653-1706): HEXACHORDUM APOLLINIS (1699)



En honor de Apolo, el dios griego de la arquitectura...

sobre este organista alemán barroco, hoy un tanto olvidado, véase, por ejemplo, este enlace

La compasión (según Virgilio)

Los héroes griegos y troyanos se mataban sin piedad. Pese a las súplicas del vencido, la espada cercenaba cabezas o se hundía en el pecho hasta que la punta del filo despuntaba entre los omoplatos. Homero, sin embargo, sí se apiadaba del mortal sino de los guerreros en la Ilíada. Trascribía lo que las Musas le dictaban; las historias que le contaban le encogían el ánimo.
Mas Homero sabía que los héroes, pese a no ser humanos -sino semidioses- no eran inhumanos. No mataban por placer, ni siquiera voluntariamente. Eran marionetas en manos de los dioses que ora los apoyaban, les insuflaban ánimos y los cegaban para que arremetieran como fieras sedientas de sangre, ora los abandonaban a su suerte. La guerra de Troya estaba al mando de los dioses, unos a favor de los aqueos (griegos), otros de los troyanos. Los dioses participaban incluso en las batallas. Patroclo, escudero, amigo y amante de Aquiles murió tres un disparo por la espalda de Apolo. Tan solo hizo falta que un troyano lo rematara. Los mismos dioses quedaban, en ocasiones, heridos, como Afrodita -pero los dioses eran inmortales- heridas causadas, en verdad, por otra divinidad que manejaba a su antojo a un héroe.
La guerra de Troya fue un asunto entre dioses que se dirimió en un tablero por medio de peones que eran griegos y troyanos. La misma guerre fue ideada por la diosa Temis -la diosa del orden cósmico- para eliminar el desordenada aumento de los ruidosos humanos.

Los héroes griegos y troyanos, ya en tierras itálicas, sí se compadecían de la suerte de sus víctimas;  Eneas, y no solo Virgilio en la Eneida. La historia se repetía. Los protagonistas de esta nueva guerra eran los supervivientes de la guerra de Troya, junto con los descendientes de héroes fallecidos o miembros del mismo linaje que los combatientes de Troya. Las situaciones se miraban en lo que había ocurrido a la orilla de la playa de Ilión. La violencia, la locura sanguinaria no se quedaban en zaga. Las descripciones de las heridas que Virgilio describía eran tan gráficas, hacían el mismo daño a la vista que las que los héroes se habían infligido ante Troya y que Homero había cantado.
Sin embargo, inesperadamente -o quizá no lo fuera-, Eneas se puso a gemir. Acababa de hundir su poderosa espada en un joven, Lauso, cuya vida se escapaba al tiempo que su rostro empalidecía:

"Pues clava su fuerte espada
Eneas y al joven atraviesa y la oculta del todo,
y pasó la hoja el escudo, arma ligera de un valiente,
y la túnica que su madre había bordado con blando oro,
y la sangre llenó sus pliegues; entonces la vida por las auras
se retiró afligida a los Manes y dejó su cuerpo.
Mas cuando vio la mirada y el rostro del que moría,
el rostro asombrosamente pálido, el hijo de Anquises
gimió con grave compasión y le tendió su diestra
y a su mente acudió la imagen piadosa de su padre.
«¿Qué te dará ahora, pobre muchacho, por tus hazañas,
qué darte puede el piadoso Eneas adecuado a tan gran alma?

Quédate con tus armas, de las que te alegrabas, y te envío
a los Manes y a la ceniza de tus padres, si eso te preocupa.
Con esto aliviarás, infeliz, tu muerte desgraciada:
caes por la diestra del gran Eneas.» Llama al punto
a los vacilantes compañeros y alza del suelo a Lauso,
manchados de sangre sus bien peinados cabellos." 
(Virgilio: Eneida, 10, 815-831)

Eneas se compadece de Lauso y le tiende la mano. Lo levanta, ahorrándole la humillación de caer muerto, aunque esté moribundo. En cuanto descubre el rostro demacrado del joven, Eneas se acuerda que él también fue hijo, y siente el dolor que su padre habría sentido si él hubiera muerto. Eneas es capaz de colocarse en el lugar de Lauso, así como de su padre. Comparte el dolor.

Una situación parecida -pero sin el alcance moral que embarga la compasión de Eneas- se produjo en la guerra de Troya. Aquiles y Pentesilea, la reina de las Amazonas, que habían acudido en ayuda de Troya -Troya solo recibía  ayuda de pueblos asilvestrados como las Amazonas-, se enfrentaron en un duelo a muerte. En el momento en que Aquiles hundía su espada en el pecho de Pentesilea y ésta caída de espaldas, levantando el rostro, Aquiles cruzó su mirada con los ojos enturbiados de la reina, y quedó prendido, demasiado tarde. Por un momento, se lamentó del desenlace fatal. Hubiera dado su vida para que la vida de la reina no se extinguiera. Pero su inesperada y humana reacción estaba causada por el dolor punzante que sentía, por cómo la muerte de la reina le afectaba. Eneas, en cambio, gemía por el dolor que sentiría el padre de Lauso, el mismo que había sentido Anquises, el padre de Eneas, si éste hubiera fallecido.

La escena que Virgilio describe es, sin duda, una de las más patética de la historia de la literatura, y es un ejemplo de comportamiento ético y estético: la pasión, el dolor compartidos.  



domingo, 12 de abril de 2020

El simulacro (según Virgilio)

Eneas se juega a vida o muerte la posibilidad de volver a levantar Troya en Italia; se juega sus últimas cartas, después de haber huido de Cartago, causando el suicidio por desengaño de la reina Dido con la que convivió. Ya no tiene a donde ir más. Ha llegado a su destino o a su final.

Ha logrado pactar con el rey Latino la obtención de un espacio propio, con el que mantendrá relaciones de buena convivencia, al haber aceptado entrar a forma parte de la familia del rey Latino, esposándose con Lavinia, hija del rey (cumpliendo así una profecía que auguraba que Lavinia se uniría -que debería unirse- a un rey foráneo).

Mas, Lavinia ya estaba prometida a  Turno, rey de los Rútulos.
La guerra era inevitable. Y sangrienta.

Una sucesión de horrísonas batallas, bajo la mirada indecisa de Júpiter, entre su hija predilecta, Venus, que apoya a su hijo Eneas, y su santa esposa Juno, favorable a Turno, concluye majestuosamente las aventuras de Eneas que Virgilio narra, un príncipe troyano que logró salir con vida de la aniquilación de Troya y partió dónde hallar una tierra prometida. 

Cuando parece que Eneas está a punto de vencer a Turno, por última vez, Juno logra salvar al rey, apartándolo de la contienda, y modelando con humo un doble de Turno, con el que proseguirá el enfrentamiento con Eneas, antes de disolverse.

Así es como Virgilio describe maravillosamente el simulacro de Eneas compuesto por la diosa Juno (Virgilio: Eneida, 10, 635-642):


"tum dea nube caua tenuem sine uiribus umbram

in faciem Aeneae (uisu mirabile monstrum)
Dardaniis ornat telis, clipeumque iubasque
diuini adsimulat capitis, dat inania uerba,
dat sine mente sonum gressusque effingit euntis, 
morte obita qualis fama est uolitare figuras
aut quae sopitos deludunt somnia sensus."

“Allí con hueca niebla forma la diosa un tenue fantasma inconsistente a imagen del mismo Eneas -maravilla a la vista el prodigio-, lo reviste de las armas del dárdano [Eneas], simula el escudo y las plumas del airón en la cabeza del hijo de la diosa [Eneas es hijo de Venus] y le dota de palabras vacías, sonidos sin sentido, y remeda sus pasos al andar, igual que esos espectros que se dice revuelan cuando se ha ido la muerte o como las visiones que engañan los sentidos entre sueños. El fantasma gozoso ....”

Cada palabra merece un comentario. 


En castellano: remedo, fantasma, maravilla, prodigio, vanidad, espectro, sinsentido, engaño, visión...


En latín: 

umbra: sombra, apariencia, con un deje fúnebre: la sombra de los muertos 
pero monstrum: un monstruo es algo digno de ser mostrado, insólito, inconcebible, fantástico; no es de este mundo.
adsimulare: reproducir, simular (disimulando lo que es, en este caso una "cortina de humo", una réplica o doble hecha de nube, evanescente e insustancial)

inanis: vacío, nada; para Cicerón, inane corpus era un cadáver; para Ovidio, inanis umbra era una imago (que más que imagen significa tanto retrato como imagen de un muerto, lógico si se piensa que los retratos romanos casi siempre eran efigies de difuntos, realizadas tras la muerte y que sólo tenían "sentido" si el modelo ya no vivía, sustituido por su imago).
effingere: representar, de ex-fingere: fingere significa modelar (lo que estará delante o fuera de nosotros), pero también falsear. De fingere, figura
deludere: engañar, abusar (e la confianza, de la credulidad), también eludir (escabullirse, ser inaprehensible)

Cada palabra constituye una progresión en la falsedad y la ilusión, y en las consecuencias de la presencia de esta representación, que bordea con el sueño (la falta de conciencia, la inconsciencia) y la muerte.


La muerte, el sueño, la niebla son ámbitos que se conjugan para engendrar a esta imagen o a este doble que habla pero que no dice nada.


La imagen no tiene un territorio propio sino que flota o fluctúa entre el sueño y la vigilia, la vida y la muerte, lo material y lo inmaterial (lo inconsecuente), engañando y fascinando.

BRUCE BAILLIE (1931-2020): CASTRO STREET (1966)



Sobre este cineasta norteamericano experimental, sobre todo en los años sesenta del siglo pasado, fundador de la filmoteca de San Francisco, recientemente fallecido, véase, por ejemplo, este enlace.

La calle Castro es una arteria industrial en Richmond (California).

sábado, 11 de abril de 2020

MATT TYRNAUER (¿1964?): JEAN NOUVEL, REFLECTIONS (2016)



Sobre este documentalista norteamericano (autor de un reciente documental sobre la "mítica" discoteca Studio 54, en Nueva York, en los años setenta, véase, por ejemplo, este enlace

El ajo pascual

Estamos en Semana Santa.
Ayer, Viernes Santo (sanctus en latín, significa secreto, prohibido, motivo de sanción si no se respeta el edicto sobrenatural, si se viola), día de la muerte del hijo de Dios. Hoy, Sábado, también Santo, día de luto y de silencio. Ni siquiera pueden sonar el agudo lamento de las trompetas. La divinidad, en el sepulcro.

Escenas de dolor por la condena y ejecución del Mesías.
Ambiente fúnebre.
Frugalidad en la comida -la ingesta de carne está prohibida-, la música, la danza, los espectáculos vetados, los contactos proscritos.
Todo el mundo debe de recogerse y lamentarse postrado.

La Semana Santa, que cierra el invierno, se asemeja a las fiestas de las Tesmoforias, en la Grecia antigua, que acontecían en el mismo periodo del año. Éstas recordaban la muerte de la joven diosa Perséfone, raptada por Hades, el dios de los infiernos, y llevada a su palacio subterráneo, y la desesperación de su madre Démeter, la diosa de los cereales, por la desaparición de su hija. -Finalmente, Zeus, el dios padre, permitiría ascender por un tiempo del palacio de Hades (hermano de Zeus), cuando la Primavera, provocando el júbilo de su madre, el día de su Resurrección.
Estas fiestas tenían como finalidad volver a ordenar el mundo. La themis -de ahí Tesmoforias-, que era la ley divina que regulaba el universo, socavaba por los desajustes del invierno, volvería a recomponer la tierra.


(Recordemos que la Pascua cristiana deriva de la Pascua judía si bien no celebra lo mismo, aunque utilice la misma palabra para designar dicha fiesta. Pascua, en hebreo, significa.... pasar (de largo). La Pascua judía (véase Éxodo, 12) es, según Yahvé, el inicio del año nuevo, renovado por la salida de Egipto. Yahvé ordenó que todas las casas hebreas se hicieran con un cordero (pascual) para sacrificarlo en esta fecha y embadurnaran con su sangre el umbral de sus casas. Cuando la peste con la que Yavhé iba a causar una masacre en las casas egipcias, ésta pasaría de largo al ver la señal.)

A fin de acentuar la soledad propia del enlutado periodo en la Grecia clásica, particularmente en Atenas,, y evitar cualquier contacto íntimo, las mujeres -solo las mujeres casadas podían participar en dichas ceremonias, excluyendo varones, esclavas, y hetairas y concubinas-, mascaban ajo durante todo el desarrollo de las Tesmoforias.

Así que ya sabemos...

viernes, 10 de abril de 2020

El depósito de las estatuas perdidas



Montaje y edición: Kerman Arranz, 2019














Fotos: Tocho, 2019


El ayuntamiento de Barcelona dispone de un gran almacén municipal en la parte alta de la ciudad. Construido en los años noventa, consta de dos grandes naves alargadas paralelas, subterráneas, pautadas por pilares de hormigón. Se accede a través de una rampa, muy ancha, situada en uno de los extremos. El descenso, dando una amplia vuelta, entre dos muros de hormigón, suscita extrañeza e inquietud.
Tras una altísima puerta metálica que se descorre pesadamente entre temblores de tumba, se descubren las dos naves. Una se utiliza como almacén de camiones de basura que no cesan, entre bramidos que retumban, de entrar y salir; la nave paralela, separada por puertas correderas metálicas, almacena bienes retirados de la vía pública: bancos, farolas, papeleras, rejas, pilones, mástiles y estatuas.

La retirada -casi siempre sin vuelta de hoja- obedece a diversas causas: reforma de un espacio público que exige el desplazamiento del mobiliario que, a menudo, no tiene cabida en la nueva plaza o avenida, daños irreparables provocados por la contaminación y las inclemencias, cambios en los gustos y necesidades, y daños causados por la acción humana.

Éstos se concentran en las estatuas naturalistas. Estatuas (de escultores como Gargallo, Claró, Marés, etc.) intencionadamente dañadas, casi siempre del mismo modo, afectando unas mismas partes: el rostro. Figuras mutiladas, decapitadas con una sierra, cuyas cabezas, a veces, aún están unidas al cuerpo por una armadura interior pese al degollamiento, o cabezas que yacen a un lado.

Algunas estatuas, como el descomunal monumento a los caídos de José Clará -dos jóvenes desnudos, uno caído en los brazos de su compañero de armas-, expuesto ante el Palacio de Pedralbes hasta el 2001, fueron restauradas varias veces tras sufrir daños y atentados, y ya no pudieron volver a la luz pública; otras, excesivamente laceradas ya no cabe restaurarlas, o es inútil intentar su restauración.

Se hallan encerradas en el depósito, unas contra otras, envueltas, desde hace un año, en un sudario de plástico transparente, como ofrendas en una tumba egipcia o china, erguidas y dañadas, sin cabeza, ojos o manos. Mucho más altas que los humanos, dominan a quien se aventura a entrar en su última morada. Miran intensamente, pese a las mutilaciones, a quien las contempla, bajo una lívida luz, mientras el fragor de los camiones resuena en la nave vecina.
No se sale indemne de este encuentro.   


Agradecimientos a Aureli Santos, Director d'Arquitectura Urbana i Patrimoni de l'Ajuntament de Barcelona,  y a Carmen Hosta, del  Departament de Patrimoni Arquitectònic Històric Artístic del Ayuntamiento de Barcelona, por haber permitido reiteradas veces acceder a este lugar que no está abierto al público.