viernes, 10 de abril de 2020

El depósito de las estatuas perdidas



Montaje y edición: Kerman Arranz, 2019














Fotos: Tocho, 2019


El ayuntamiento de Barcelona dispone de un gran almacén municipal en la parte alta de la ciudad. Construido en los años noventa, consta de dos grandes naves alargadas paralelas, subterráneas, pautadas por pilares de hormigón. Se accede a través de una rampa, muy ancha, situada en uno de los extremos. El descenso, dando una amplia vuelta, entre dos muros de hormigón, suscita extrañeza e inquietud.
Tras una altísima puerta metálica que se descorre pesadamente entre temblores de tumba, se descubren las dos naves. Una se utiliza como almacén de camiones de basura que no cesan, entre bramidos que retumban, de entrar y salir; la nave paralela, separada por puertas correderas metálicas, almacena bienes retirados de la vía pública: bancos, farolas, papeleras, rejas, pilones, mástiles y estatuas.

La retirada -casi siempre sin vuelta de hoja- obedece a diversas causas: reforma de un espacio público que exige el desplazamiento del mobiliario que, a menudo, no tiene cabida en la nueva plaza o avenida, daños irreparables provocados por la contaminación y las inclemencias, cambios en los gustos y necesidades, y daños causados por la acción humana.

Éstos se concentran en las estatuas naturalistas. Estatuas (de escultores como Gargallo, Claró, Marés, etc.) intencionadamente dañadas, casi siempre del mismo modo, afectando unas mismas partes: el rostro. Figuras mutiladas, decapitadas con una sierra, cuyas cabezas, a veces, aún están unidas al cuerpo por una armadura interior pese al degollamiento, o cabezas que yacen a un lado.

Algunas estatuas, como el descomunal monumento a los caídos de José Clará -dos jóvenes desnudos, uno caído en los brazos de su compañero de armas-, expuesto ante el Palacio de Pedralbes hasta el 2001, fueron restauradas varias veces tras sufrir daños y atentados, y ya no pudieron volver a la luz pública; otras, excesivamente laceradas ya no cabe restaurarlas, o es inútil intentar su restauración.

Se hallan encerradas en el depósito, unas contra otras, envueltas, desde hace un año, en un sudario de plástico transparente, como ofrendas en una tumba egipcia o china, erguidas y dañadas, sin cabeza, ojos o manos. Mucho más altas que los humanos, dominan a quien se aventura a entrar en su última morada. Miran intensamente, pese a las mutilaciones, a quien las contempla, bajo una lívida luz, mientras el fragor de los camiones resuena en la nave vecina.
No se sale indemne de este encuentro.   


Agradecimientos a Aureli Santos, Director d'Arquitectura Urbana i Patrimoni de l'Ajuntament de Barcelona,  y a Carmen Hosta, del  Departament de Patrimoni Arquitectònic Històric Artístic del Ayuntamiento de Barcelona, por haber permitido reiteradas veces acceder a este lugar que no está abierto al público.

No hay comentarios:

Publicar un comentario