Algunos hechos recientes en la política española, considerados punibles, nos llevan a corroborar el significado que tiene, desde la Edad moderna, la palabra de origen latino especulación, que hoy nombra una acción que aposta por un futuro conformado a nuestro gusto, tras el manejo o la manipulación de ciertos datos y de acciones llevadas a cabo bajo mano. La especulación tiene que ver con el interés personal, la incertidumbre y lo que aún no existe.
Especualar significa tambien cavilar sin fundamento, jugando con datos posibles pero inexistentes. Se trata de un anglicismo, aceptado por la Real Academia de la Lengua que, como algunos lingüistas han comentado, equivale al verbo español conjeturar, que viene también del latín conietura, y que significa, entre otros, interpretar sueños, una actividad de incierta o imposible comprobación, toda vez que el material que se estudia es evanescente, no tiene consistencia.
Especular, en latín, está relacionado con dos sustantivos: specula y speculum. Ambos tienen que que "ver" con la vista, la activan o permiten. Specula significa vigia, punto de vigia. Este lugar, siempre en lo alto, ofrece una panomámica sobre lo que se extiende a los pies de la torre de vigia. Permite tener una vista completa, observar y detectar lo que no es visible desde la tierra. Tradicionalmente, los dioses lo ven y lo saben todo porque observan desde las alturas. Sin embargo esta posición privilegiada no lleva necesariamente a una acción ética, ya que también invita al espionaje, es decir a la vista sin ser visto, a la vista sin que parezca que se mire. El espionaje se practica a escondidas sin que lo espiado sea consciente de que es observado y que sus acciones serán casi sirmpre juzgadas negativamente.
Speculum, mientras, significa espejo, un útil que los adivinos, los sacerdotes, los augures, en Roma y en Etruria, utilizaban para predecir el futuro: el espejo era un arma que revelaba la verdad. La madrastra de Cenicienta bien lo sabía.
Especular , en latín, denota una "mirada" negativa o cuanto menos dudosa, sobre el hecho de juzgar a partir de datos "visibles", captados por la vista. El espejo era un arma peligrosa puesto que mostraba lo que no se podía saber -lo que los dioses habían decidido sobre nosotros, lo que nos aguardaba-, y que solo podía ser manejado con cuidado por especialistas con la adquiecencia de los poderes sobrenaturales.
Sin embargo, especular, en latín, traducía el verbo griego teorizar. La teoría era un ejercicio basado en la vista, en la atención prestada a las cosas observadas, para tratar de desentrañar sus misterios. La teoría no estaba lastrada por connotación negativa alguna. No era un ejercicio solo aptos para augures, ni vano, dudoso o peligroso.
La tan distinta valoración del juicio visual entre Grecia y Roma reside posiblemente en dos hechos: la teoría se practicaba sin el recurso de ningún instrumento, pero evitaba la incertidumbre o el engaño que acompaña la actividad de los sentidos, fácilmente influenciables, porque, en la teoría griega de la vista, las imágenes no eran captadas por el ojo sino que eran emitidas por las cosas observadas y el ojo las acogía tal como venían. No se miraba las cosas sino que, podríamos decir, las cosas nos miraban. Las cosas se "sabían" observadas y emitían unas imágenes, que respetaban la forma de aquéllas, sus propiedades o cualidades, lo que "eran" en suma, en dirección al ojo del observador. Eran imágenes cargadas de "datos" ciertos, que no llevaban a engaño.
Podríamos pensar que fue Platón -o Sócrates- quien puso en duda la bondad de las imágenes aunque no cuestionara el mecanismo de la visión. Éste seguía basado en la recepción de imágenes emitidas por las cosas observadas, pero consideraba que el ojo no era un órgano fiable que pudiera recibir correctamente y descifrar estas imágenes. El ojo se dejaba "impresionar" fácilmente y no tenía la capacidad de discernir qué imágenes eran significativas. Las imágenes no eran engañosas; era el ojo un órgano crédulo, que no filtraba el cúmulo de imágenes que le llegaban y se "confundía", se alteraba y se equivocaba sobre las imágenes a las que hubiera tenido que ser receptivo, en detrimento de otras. Pero esta condena de la incapacidad del ojo para recibir adecuadamente las imágenes no condenaba la teoría, el juicio a través de la contemplación. Lo único que significaba era que la visión era un procedimiento adecuado para conocer los secretos o verdades del mundo si se practicaba, no con los ojos físicos, sino anímicos. El alma era la que estaba dotada de la facultad de recibir las emanaciones de lo que merecía ser contemplado y estudiado: las ideas o formas (necesariamente inmateriales). Los ojos del alma eran lo que permitía teorizar adecuadamente, pensar o reflexionar, prescindiendo de lo que los ojos físicos captaban.
El aprecio tan distinto de la especulación latina y la teoría griega no viene solo por el órgano que debe ser activado, el ojo de la cara o del alma, sino también por las consideraciones negativas que recibían las imágenes espejeadas.
La razón no residía solo en que el espejo era un útil, casi un emblema femenino -en comparación con la espada masculina- sino en la deficiencia de las imágenes en el espejo. Los espejos, en la antiguedad, eran de bronce o de plata pulidos. Las imágenes, necesariamente, eran borrosas, sus contornos, inciertos, por lo que era a veces difícil de saber de qué eran imágenes.
El espejo tal como lo conocemos -una superficie plateada recubierta de vidrio- es un invento renacentista. Espejo spequeños. sin embargo, pues no se sabía aún cómo fabricar grandes vanos acristalados. El espejo, sin embargo, sí ofrecía una imagen nítida. Seguramente, como ya se ha comentado, no es casual qu el Renacimiento, en Occidente, haya sido la época del retrato y del autorretrato, centrado en la cara o el busto. Por vez primera los pintores se podían estudiar y podían reproducir su fisionomía. A menudo los retratados parecen asomarse a una ventana. Las ventanas del siglo XV fueron las primeras que tuvieron superficies acristaladas de cierto tamaño, un vidrio ya transparente, sin burbujas y con un grosor uniforme.
El espejo de cuerpo entero se logró en el siglo XVII, cuando, y no debe de ser casual, empezaron a pintarse retratos y autoretratos no solo de cuerpo entero sino en amplias estancias o en medio de amplios paisajes. Al mismo tiempo, los grandes espejos se utilizaron para multiplicar los espacios, confundiendo espacios reales e irreales en un juego de espejos.
El pasmo, la incredulidad, la sospecha que los espejos despiertan, su caracter "manipulador" de la realidad, su capacidad por confundir e "ilusionar" deriva precisamente de su capacidad por competir, multiplicar y alterar la realidad, algo que el espejo en la antiguedad no podía lograr -aunque ya se intuía su capacidad por diluir o maltratar la realidad, por alterar las formas, un peligro latente.
Hoy, los espejos han sido suplidos por las imágenes digitales, cuya presencia los medios electrónicos han multiplicado hasta el punto que algunas personas consideran que la realidad amenazada en la antigüedad y zaherida, rota a partir del Renacimiento, ha sido sustituida enteramente por las imágenes en pantalla: un cristal o espejo que emite imágenes.
Es lógico que la especulación que empezó siendo una actividad gracias a la cual se trataba de conocer el mundo, se haya convertido en un peligroso juego de prestidigitación que alza o derriba la realidad, en el que muchos nos hemos visto enredos.
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