Fotos: Tocho, calle Balmes, entre Travesera de Gracia y Plaza Molina, parte alta de Barcelona, febrero de 2021, en menos de un quilómetro de largo
Roma fue devastada por Alarico, jefe de los Hunos, en 410, el primer saque en casi ochocientos años (Roma fue devastada por los Galos en 386 aC).
A partir de entonces, y con el Imperio de Occidente a la cabeza del cual se sucedían sin cesar emperadores incapaces o enfrentados a la tarea de gobernar un territorio menguante y hecho jirones, parte del cual ya estaba en manos bárbaras (aunque admiradores del mundo Romano), Roma no cesó de sufrir vandalismos: fue tomada y saqueada por Genserico, rey de los Vándalos, en 456; por Ricimero, un patricio romano de origen vándalo, que ponía y deponía emperadores en Occidente, en 471; por Vitiges, rey de los ostrogodos, en 537 -quíén destruyó los acueductos que aportaban el agua a la ciudad-, y por Totila, rey de los Ostrogodos, sucesor de Vitiges después de que éste fuera hecho prisionero por Belisario -general del emperador bizantino (u Romano Oriental), Justiniano I, cuando la toma de la capital ostrogoda, Rávena-, en 546.
Agustín escribió (La devastación de Roma, II 3):
"3.La devastación de Roma. Nos han anunciado cosas horrendas. Exterminios, incendios, saqueos, asesinatos, torturas de los hombres. Ciertamente que hemos oído muchos relatos escalofriantes; hemos gemido sobre todas las desgracias; con frecuencia hemos derramado lágrimas, sin apenas tener consuelo. Sí, no lo desmiento, no niego que hemos oído enormes males, que se han cometido atrocidades en la gran Roma."
De urbis excidio, o el Sermón sobre la caída de Roma, fue escrito por Agustín poco después de la toma y el saqueo de Roma por Alarico.
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