El verbo latino manere (permanecer, estar, habitar) ha dado lugar al francés maison (casa) y al español mansión. Una salto cualitativo, una brecha, un "oximorón" que la arquitectura de Hassan Fathy padeció.
No tuvo que ser fácil, en los años 50, cuando el mundo devastado por la Segunda Guerra Mundial, se reconstruía a toda prisa con desmesurados bloques de hormigón idénticos, emplazados en una trama geométrica uniforme y desmedida, o barrios enteros de casas neo-rurales, en la periferia de Londres, extendidas hasta el horizonte -la necesidad de vivienda era acuciante-, abogar por una construcción de formas tradicionales con técnicas artesanales y materiales tomados del lugar, a fin de evitar recurrir a un hormigón económico mal utilizado, que permitiera que los habitantes pudieran construirse su propia vivienda, y los equipamientos públicos necesarios para una comunidad.
Pero éste fue la propuesta práctica y teórica -la monografía esencial: La arquitectura para los pobres, de 1969-que el arquitecto egipcio Hasan Fathy propuso y defendió, sin éxito, ya que los habitantes del lado oeste de Luxor, acostumbrados en morar al aire libre, entre las ruinas faraónicas de Tebas -que se decidió proteger para el turismo-, no pudieron adaptarse a viviendas, bien construidas, y bien intencionadas, pero cuya planta y cuyo volumen les recordaba la intrincada estructura de las tumbas faraónicas de las que querían huir.
Hassan Fathy, decepcionado, acabó por trabajar para el descomunal despacho del arquitecto griego Doxiadis, con una plantilla de quinientos arquitectos, que llevaba a cabo proyectos por todo el Próximo Oriente -hasta en España a principios de los años 70-, gracias a la ayuda de la Fundación Ford y del Plan Marshall. Fathy fue el autor de las diversas tipologías de casas que Doxiadis propuso y construyó en Iraq en los años 50, y que hoy, maltrechas u olvidadas, constituyen la pesadilla de Saddar City, el barrio más denso, abandonado y peligroso de Bagdad.
El éxito de Fathy llegó irónicamente con los proyectos de lujosas mansiones en Hollywood. Su última obra, un palacete en Mallorca para una millonaria fundación privada, es un testimonio de que las mejores intenciones no siempre llevan a buen puerto, o toman caminos torcidos.
Y, sin embargo, Fathy es uno de los mejores arquitectos del siglo XX, porque trató de construir para cubrir las necesidades humanas de protección y cobijo, poniéndose al servicio de los habitantes sin grandes gestos.
Casa Árabe ha inaugurado una muestra dedicada a este arquitecto en Madrid.