martes, 2 de marzo de 2021

Aperturas (Grafitis de los calabozos del Castillo de Montjuic de Barcelona)

 












Agradecemos al arquitecto Roger Badia, del Servicio de Patrimonio del Ayuntamiento de Barcelona, el envío de estas fotografías que ha tomado y la autorización de divulgarlas. 


Entre principios del siglo XIX y 1940, prisioneros en los calabozos del Castillo de Montjuic (s. XVIII) de Barcelona dibujaron a carboncillo, en las paredes de sus celdas, toda clase de imágenes que mostraban lo que sólo veían con la imaginación: desde retratos hasta escenas íntimas. 

Hallados en 2015, y desde entonces consolidados y restaurados, son una muestra emocionante de la capacidad humana de trascender las paredes físicas y mentales.

Inevitablemente recuerdan antros prehistóricos pero también espacios blancos de creación 

Las celdas pueden visitarse en grupos guiados.


https://www.barcelona.cat/grafitscastellmontjuic/es/# 

https://ajuntament.barcelona.cat/castelldemontjuic/es/activitats/noticies/grafitis-de-los-calabozos





lunes, 1 de marzo de 2021

HASSAN FATHY (1899-1989): DE BUENAS INTENCIONES ESTÁ EMPEDRADO EL INFIERNO....








El verbo latino manere (permanecer, estar, habitar) ha dado lugar al francés maison (casa) y al español mansión. Una salto cualitativo, una brecha, un "oximorón" que la arquitectura de Hassan Fathy padeció. 

No tuvo que ser fácil, en los años 50, cuando el mundo devastado por la Segunda Guerra Mundial, se reconstruía a toda prisa con desmesurados bloques de hormigón idénticos, emplazados en una trama geométrica uniforme y desmedida, o barrios enteros de casas neo-rurales, en la periferia de Londres, extendidas hasta el horizonte -la necesidad de vivienda era acuciante-, abogar por una construcción de formas tradicionales con técnicas artesanales y materiales tomados del lugar, a fin de evitar recurrir a un hormigón económico mal utilizado, que permitiera que los habitantes pudieran construirse  su propia vivienda, y los equipamientos públicos necesarios para una comunidad.

Pero éste fue la propuesta práctica y teórica -la monografía esencial: La arquitectura para los pobres, de 1969-que el arquitecto egipcio Hasan Fathy propuso y defendió, sin éxito, ya que los habitantes del lado oeste de Luxor, acostumbrados en morar al aire libre, entre las ruinas faraónicas de Tebas -que se decidió proteger para el turismo-, no pudieron adaptarse a viviendas, bien construidas, y bien intencionadas, pero cuya planta y cuyo volumen les recordaba la intrincada estructura de las tumbas faraónicas de las que querían huir.

Hassan Fathy, decepcionado, acabó por trabajar para el descomunal despacho del arquitecto griego Doxiadis, con una plantilla de quinientos arquitectos, que llevaba a cabo proyectos por todo el Próximo Oriente -hasta en España a principios de los años 70-, gracias a la ayuda de la Fundación Ford y del Plan Marshall. Fathy fue el autor de las diversas tipologías de casas que Doxiadis propuso y construyó en Iraq en los años 50, y que hoy, maltrechas u olvidadas, constituyen la pesadilla de Saddar City, el barrio más denso, abandonado y peligroso de Bagdad.

El éxito de Fathy llegó irónicamente con los proyectos de lujosas mansiones en Hollywood. Su última obra, un palacete en Mallorca para una millonaria fundación privada, es un testimonio de que las mejores intenciones no siempre llevan a buen puerto, o toman caminos torcidos. 

Y, sin embargo, Fathy es uno de los mejores arquitectos del siglo XX, porque trató de construir para cubrir las necesidades humanas de protección y cobijo, poniéndose al servicio de los habitantes sin grandes gestos.

Casa Árabe ha inaugurado una muestra dedicada a este arquitecto en Madrid.

domingo, 28 de febrero de 2021

El profesor chiflado

 Los locos hablan solos. Cuando vemos, por la calle, a una persona que habla sola, ensimismada o a voz de grito, gesticulando, pensamos, de inmediato, que está de atar. Los locos -o quienes consideramos están locos- hablan sin preocuparse de que les escuchen o les respondan.  Hablan por hablar, de manera continua. Vomitan una serie de palabras, inconexas o no, un débito sin principio ni final. No se sabe de qué hablan ni se les acaba de entender. Cuando pasamos junto a ellos, los miramos irónicamente -o con pena- y nos apartamos. los que hablan solos están solos, e intuimos que nadie tienen que contar pese a la borrachera de palabras.

Los profesores, hoy, hablamos solos. Sentados ante una pantalla, le hablamos sin parar, como un borracho a una farola o un desdichado a una pared. Hablamos sin esperar respuesta, sin saber si alguien escucha. Las manos mariposean en el vacío; sonreímos o ponemos caras serias sin que parezca que nadie nos observa, y hablamos y hablamos, sin cesar, durante horas, el tiempo de una clase.

Pero nos observan. Hablamos y nos movemos ante una cámara. Como un gran ojo, como un Gran Hermano, la cámara registra inmisericordemente lo que hacemos y hacemos. Cualquier palabra, todos los movimientos quedan recogidos y guardados (en una nube que un día nos cubrirá). Las dudas, los errores, los atropellos, las inseguridades son recogidas y almacenadas sin que nada podemos hacer; porque lo único que se espera de nosotros es que posemos, actuemos ante un ojo que no parpadea.

En una clase (hoy añadiríamos que normal) hablamos, pero percibimos o intuimos cómo lo que decimos es recibido. Lo que contamos despierta una reacción, por mínima que sea. La energía que gastamos nos es devuelta. Una clase es un intercambio; alguien levanta la mana, pregunta, comenta o corrige; y la clase se construye, como en un duelo. Damos lo que recibimos.

En una clase virtual, ni siquiera percibimos los bostezos. No se oyen susurros, no se ven caras, solo una pantalla que absorbe las palabras sin que nada ofrezca a cambio. La pantalla es como un sumidero. Engulle cualquier cosa que contamos, y nada refleja. Impasible, es como si oyera llover. 

Mas el ojo cruel de la cámara no se pierde ni una. Cualquier palabra que decimos podrá ser utilizada en contra nuestra. Y la reacción es fría y sin piedad. La máquina no olvida. Todo lo que decimos, todo lo que somos, está en ella, nuestros logros y nuestros tropiezos. Hasta enloquecer ante el silencio y el desprecio que la pantalla manifiesta -o nos lleva a creer.


(Para Victoria G.)   

sábado, 27 de febrero de 2021

Por los suelos




 

(Lo nuevo y lo viejo: los recortes, los retales claros u oscuros para alargar las piezas oscuras o claras son un prodigio de inventiva y delicadeza)

Fotos: Tocho

En los años setenta y ochenta, se puso de moda sustituir los antiguos pavimentos hidráulicos algo gastados, de principios de siglo, que cubrían y animaban los suelos de los viejos pisos del Ensanche de Barcelona, por piezas de gres brillante con una superficie que imitaba la piel de naranja y la celulitis , cuando la reforma “integral” de los pisos. Era moderno.

La fundación Joan Miró de Barcelona fue proyectada por el arquitecto José Luis Sert en los años 70. El edificio, en lo alto de un boscoso acantilado, como una acrópolis blanca, se estructuraba alrededor de un patio. 

Las paredes eran rugosas y blancas. El suelo, de piezas cerámicas macizas artesanales.

La fundación sufrió una ampliación que resultó como un aumento de pecho. Se ganaba volumen pero equilibrio se desmoronó. El suelo se cubrió con piezas de gres. 

Por fin, y salvo en contados espacios, siguiendo la traducción renovadora de pisos en Barcelona, todo el suelo se ha cambiado. El resultado salta a la vista. De un enlosado terroso, grueso, de terracota -cada pieza hecha a mano-, se ha pasado a un modelo de gres, casi brillante, que recuerda una piel de leopardo. 

Los cuadros ya no son necesarios en las paredes. La vista solo se dirige hacia abajo.

Antes de salir corriendo....



LUKASZ WOJCIECHOWSKI (1978): SOLEIL MÉCANIQUE (SOL MECÁNICO, 2021) & VILLE NOUVELLE (CIUDAD NUEVA, 2020)

 



















El arquitecto y profesor de arquitectura polaco Wojciechowski debe de ser el primer ilustrador de libros que trabaja con el programa gráfico de arquitectos AutoCAD.

Su segunda novela gráfica, ambientada en Alemania en los años 30, cuenta la ambición de un joven arquitecto racionalista, admirador de Mies van der Rohe y de la Bauhaus, que abomina del estilo neoclásico que el ascendente partido nazi propugna, pero que, a medida que recibe encargos del nuevo régimen,  poco a poco va cambiando de estilo y de objetivos hasta soñar con una inmensa cúpula para dirigentes nazis de la que el arquitecto de Hitler, Albert Speer, no hubiera adjurado.

Esta novela sucede a Ciudad Nueva, de hace apenas un año, que también documenta una evolución: la que unos jóvenes arquitectos, en la postguerra europea, en los años 40 y 50, que proyectan una ciudad nueva a partir de las ruinas de la guerra, pero que deben de ir dejando de lado la preocupación por cuidar el pasado como acicate del futuro, en favor de una ciudad sin raíces, y sin alma, en la que hasta los arquitectos, demasiado marcados por los recuerdos, acaban sustituidos por máquinas. Una ciudad de la que Le Corbusier, en los años 30, no hubiera renegado. 


viernes, 26 de febrero de 2021

JEAN-FRANÇOIS LAGUIONIE (1939): LA TABLEAU (EL CUADRO, 2011)


Sobre este (sorprendente) cineasta de animación francés, véase, por ejemplo, este enlace.  

La imagen muda

 Los estudiantes van accediendo a la clase telemática. En la pantalla del ordenador del profesor imágenes encuadradas de cada estudiante se van componiendo como en un mosaico. Muchos acuden a la llamada. Han apagado el micrófono de sus ordenadores, pero algunas cámaras están aún encendidas. Tras un tiempo prudente de espera -las conexiones pueden no ser inmediatas-, la clase empieza: el profesor habla ante, a su pantalla. Algunos estudiantes apagan entonces la cámara de sus ordenadores. De inmediato se metamorfosean en un círculo de color con la letra inicial de su apellido en mayúscula, escrita con una delgada tipografía de palo, en el centro. En algunos casos, una foto fija, a color o en blanco y negro, habitualmente una imagen del estudiante, se inscribe en en círculo como en un tondo renacentista.  

El profesor tiene cierta dificultad en concentrarse. Está todo el rato embebido por lo que ve en su pantalla. No puede desviar la mirada. La imagen le atrapa. Observa, fascinado y preocupado, las filmaciones de los estudiantes que mantienen, quizá sin darse cuenta, la cámara del ordenador encendida, pero no el micrófono. Los ve tomar un café matutino pero sobre todo, se fija en que ríen, y mueven los labios, con unos movimientos sincopados -las cámaras de los ordenadores no siempre captan variaciones imperceptibles-, sin que ningún sonido dé sentido a lo que hacen y dicen. ¿Están acaso "chateando", mirando imágenes que no son las de la clase que se imparte en directo? ¿Hablan con personas fuera de pantalla? ¿Se burlan de lo que está contando el profesor, o de cómo éste está explicando? Quizá comentan divertidos el entorno en el que el profesor se encuentra. La concentración del docente decae. No es capaz de dar sentido a la imagen riente que observa. Ésta no debería importarle. Pero descubre que unos labios que se mueven, al tiempo que esbozan una sonrisa o manifiestan una risa franca, sin que se entienda qué enuncian y, por tanto, porqué lo dicen, se convierten en una imagen siniestra -y obsesiva. La imagen es naturalista. La cámara reproduce la imagen del estudiante. Su entorno, apenas entrevisto, también es "real". La cámara capta y transmite los rasgos y los movimientos. Pero no los sonidos, si el micrófono no está encendido. Y la imagen naturalista, comprensible, interpretable (al menos supuestamente) en el caso de una retransmisión en directo, produciendo la impresión o la ilusión que el observador está en el lugar mismo que la cámara documenta, se convierte en un jeroglífico inquietante. Reconoce todo lo que ve en la imagen -el rostro, las manos, la ropa, algún complemento, un fondo intuido- pero no logra darle o hallarle sentido. Éste se resiste o, algo peor, evoca un significado que convierte la imagen en una amenaza o una sátira. La inseguridad que invade al profesor es "culpa suya". Denota, no que el alumno se ríe de él, sino su propio temor -a ser ridículo, a hacer el ridículo, a ser juzgado y caricaturizado. Y descubre que la imagen naturalista o "realista", la imagen que reproduce y transmite todo lo que enfoca se convierte en un enigma, y en una imagen que desazona, en cuanto un solo elemento, un detalle, es eliminado. La imagen de una persona que habla pero a la que no se le oye deviene una imagen casi repulsiva. No sólo porque se diría que ha perdido la voz, sino que pronuncia palabras impronunciables, que no se pueden ni se deben escuchar, como si fueran una maldición de la que es mejor no tener noticia alguna. 

Alumnos que hablan en clase molestan y, ante todo, desconciertan. Profesores expulsan a estudiantes, a veces sin contemplaciones, que hablan entre sí. Recuerdo, sin embargo, la sorpresa que (me) causó la expulsión de estudiantes que, en la última fila, muy lejos de la tarima, conversaban. El profesor no podía oírlos. Por tanto no le temían que molestar, y la expulsión parecía injustificada e injustificable. Hoy entiendo qué ocurrió. Fueron mandados al pasillo precisamente porque se les veía, pero no se les escuchaba conversar. Constituían una imagen lejana que se convertía en el foco de interés, el centro de atención, justo enfrente del profesor (que solo desviando la mirada o volviéndose hacia la pizarra hubiera podido seguir sabiendo, pensando lo que decía) del que era imposible alejarse. La clase no se podía impartir con tranquilidad y lógica. 

Una imagen fílmica sin sonido, en una relación "virtual", puede socavar la confianza que uno tiene o no tiene, y convertir la impartición de una clase en un ejercicio angustioso. El no saber qué piensa la persona detrás de la pantalla, impide pensar. Pues se habla a una persona que rehúsa que se la escuche. Da miedo. 

Un año de miedos aún nos espera.