martes, 1 de diciembre de 2009

Terror homérico


Ya contamos con cierto detalle las atrocidades cometidas en el campo de batalla, entre la costa donde las naves estaban atracadas y la playa que acogía todo el campamento aqueo (griego), y las murallas de la ciudad de Troya situada en la colina de Ilión, descritas por Homero en la Ilíada.


Sin embargo, lo verdaderamente terrorífico no son las macabras ejecuciones sino, curiosamente (o no, ya que la risa a menudo es terrible), una escena al parecer (terroríficamente) cómica: las carcajadas al viento de Zeus, que retumban como el trueno con el que remueve el cielo y la tierra, las sonrisas de conmiseración de Hera, su esposa, y la alegría tavernaria que reina en el Olimpo a la vista de un enfrentamiento que, de súbito, estalla entre los dioses enfrentados en dos bandos entre quienes están a favor de los troyanos (Apolo, por ejemplo) y de quienes, como Atenea, apoyan a los aqueos. Zeus, displicentemente, se pone de un lado o de otro en favor de cómo evoluciona la contienda, es decir la masacre sistemática:


"Una reñida y espantosa pelea se suscitó entonces entre los demás dioses: divididos en dos bandos, vinieron a las manos con fuerte estrépito; bramó la vasta tierra, y el gran cielo resonó como una trompeta. Oyólo Zeus sentado en el Olimpo, y con el corazón alegre reía al ver que los dioses iban a embestirse".


Zeus ría, como "rióse Atenea" tras derribar a Ares, ciego de rabia (Homero, La Ilíada, canto 22)


Los dioses no pueden matarse. Son inmortales. Solo pueden engañarse, tumbarse incluso, pero la caída es siempre provisional. Hasta llegan a herirse con la espada, y muerden el polvo, justo antes de levantarse de nuevo y sellar las paces. Saben que el enfrentramiento es inútil y que Zeus es superior a todos, aunque tampoco éste pueda acabar con el resto de la corte celestial.


El enfrentamiento que se produce parece verdadero. Pero es ficción. Los dioses, por un momento, se comportan como humanos. La hilaridad de Zeus va en aumento. Comportarse como un ser humano -seres que los dioses manejan como a títeres- implica hacer ver que se combate, como los humanos, hasta la muerte. Y este hecho es cómico. Muestra que los humanos son incapaces de contenerse y que no pueden resistirse a los tejemanejes del cielo.

El comportamiento violento, es decir, humano, de los dioses recuerda al de la reina francesa Maria Antonieta, miles de años más tarde, jugando a ser pastora por las verdes praderas versallescas. Puro teatro. Un divertimento. Los niños también se distraen aplastando hormigas y suscitando crueles peleas entre ellas (Los Padres de la Iglesia discutieron, hasta la muerte, si Jesucristo jugó a ser un humano, y por tanto hizo ver que moría en la cruz, o asumió hasta el fin la condición de los mortales: el dios cristiano no jugaba. Por eso murió torturado).


Lo más terrible es la reacción de Zeus, que explica la historia de la humanidad: los mortales que se matan componen escenas que divierten hasta la extenuación a las potencias celestiales.


Esta aguda observación homérica es terrorífica. Nos hemos matado, matamos y nos mataremos todos, como si fuéramos luciérnagas, para el sumo deleite del inmisericorde cielo -creyéndonos, empero, dioses-, cegados.

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