Un texto, la llamada Lista Real Sumeria, agita, desde hace más de veinte años, la interpretación de la historia del Próximo Oriente Antiguo.
Se trata de un escrito, del que se conocen varias copias en tablillas y en un prisma de arcilla, inicialmente compuesto, se supone, a principios del segundo milenio, que sostiene que las principales formas con las que el hombre se ha relacionado con el mundo, y lo ha ordenado -la realeza, el urbanismo, las leyes- descendieron del cielo antes del diluvio, y que los primeros reyes antediluvianos vivieron tanto como Matusalén.
La realeza no descendió sobre todas las ciudades sumerias al mismo tiempo, sino que el poder fue pasando de ciudad en ciudad, después de que cada una lo retuviera durante el tiempo de unas linajes reales más o menos numerosos.
Si los reyes post-diluvianos son en su mayoría históricos, la lista de los monarcas de los inicios alterna figuras que sin duda existieron, con otras legendarias o míticas, como Gilgamesh (rey de Uruk), Dumuzi (amante de Inana, la diosa del deseo y la destrucción, funciones que en Grecia asumiría Afrodita), o Adapa, que ascendió a los cielos a lomos de un águila en pos de la inmortalidad.
Los historiadores tomaron al pie de la letra los dato brindados por este texto, excluyendo los que se referían a los primeros monarcas que vivieron treinta y seis mil años (aunque la base no era decimal sino sexagesimal, y no es seguro que la cifra midiera los años transcurridos). Pero, la ausencia de reyes históricos significativos, de monarcas cuya existencia estaba documentada arqueológicamente, la ausencia de ciudades importantes, y las cifras que pueden variar según las copias, ha hecho dudar sobre la veracidad de la información. ¿Se trata entonces de un texto histórico, o de historias, de fabulas? ¿Cómo juzgar el escrito: como un documento o una obra de arte? ¿Cuál es su grado de fiabilidad?
Algunos historiadores sostienen desde hace años que todo histórico es una construcción, que tiene que ser evaluado en sí mismo y no en relación a lo que acontece en el exterior. Su coherencia es interna, y no depende de la coincidencia de lo que cuenta con los datos obtenidos a partir de otras fuentes.
Este texto ha sido considerado como un documento histórico porque incluye un gran número de nombres de reyes históricos, tan importantes como Sargón I, Ur-Nammu, Shulgi, etc. La Cartuja de Parma, de Stendhal, se refiere una y otra vez a Napoleón, a la batalla de Waterloo, a la ciudad de Parma, etc., pero a nadie se le ocurriría leer la novela como si fuera un texto de una agencia de noticias. La Cartuja de Parma informa sobre sí misma, sobre su potente estructura, sobre su capacidad de suscitar un universo lógico y coherente; también informa sobre el arte de Stendhal; sobre el arte de la novela a principios del s. XIX, cuando el género novelesco se estaba definiendo; y, quizá, sobre la "sociedad" europea tras las guerras napoleónicas. Pero principalmente, se trata de un espejo en el que la propia novela se mira; y sus personajes son fascinantes no porque tengan el nombre de figuras históricas (o incluso las retraten), sino porque tienen vida propia dentro del relato.
Toda historia es una fábula; una "history" es una "story": un texto construido. La historia no es una simple sucesión de datos (¿"simple"? y ¿qué datos? ¿qué son los datos? literalmente, "hechos" -lo que se ha hecho-; pero no es el hecho lo que cuenta, ni lo que hay que contar, sino lo que llevó a que se produjera un hecho: el proceso, es decir, una historia, un relato, es que lo que se tiene que escribir, no "sobre" lo que se tiene que escribir): una "simple sucesión de datos" implica la existencia de un sujeto que "los" engarza, que selecciona hechos, los convierte en datos y los emplaza en un discurso. "La" historia es una narración. Y se narra para contar algo.
¿Qué quería decir el "autor" de la Lista Real Sumeria? No pretendía, sin duda, establecer una cronología: la lista de los reyes de todas las ciudades en las que se hablaba sumerio. Pretendía, quizá, mostrar que la dinastía que reinaba cuando el texto fue redactado, sucedía a dinastías gloriosas. Para eso, era necesario que compusiera un texto que pudiera ser leído o interpretado como una incantación: una sucesión hipnótica de nombres y cifras.
La Lista Real Sumeria es más un texto religioso, un himno, que una crónica. La fe, la piedad, o la capacidad laudatoria o aduladora del escritor es lo que le movió a componer esta larguísimo "poema". Su lugar está en la historia de la literatura. Se tiene que comparar con el Poerma de Gilgamesh o... la Cartuja de Parma, y valorar en relación con esas y otras obras literarias.
Mas, ¿no ocurre lo mismo con cualquier texto "histórico"?
La historia, y la arqueología, son disciplinas o artes que producen espejos en los que nos miramos. Creemos que hacemos la historia de mesopotamia, pero componemos relatos que solo tienen sentido porque constituyen telas, tejidos, textos, en los que nos miramos. Hablamos o estudiamos el pasado para hablar del presente. El pasado es mudo. Solo habla cuando le hacemos decir lo que queremos que diga, cuando le dotamos de vida. La historia es nuestra historia: cuenta nuestra innata capacidad fabuladora. No sabemos ni sabremos nunca cómo eran los mesopotámicos sino que solo podemos saber cómo imaginamos que eran, y quizá or qué.
La Lista Real Sumeria es válida ni nos hace soñar, si logra que los personajes que enumera cobren vida: vida que adquieren solo en el texto. ¿Vivieron? No lo sabemos, ni importa, ya que lo que cuenta es que vivan a cada vez que leemos el texto.
A propósito de este texto, y de la "historia" de sus interpretaciones, Marc Marín (UPC, Barcelona), añade: "La historia se escribe, y se describe, como se describe una imagen o una obra de arte. El historiador es un crítico".
Y, podríamos añadir: mientras la historia no sea una obra de arte (un todo organizado), no tiene "sentido" -sentido que brota no de lo que cuenta sino de cómo lo cuenta. Cuántas "historias" nos parecen falsas porque están "mal" narradas. El historiador solo puede ser un artista si quiere que el pasado -que construye- reviva (o viva por vez primera).
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