martes, 11 de diciembre de 2012

En la ciudad de los tiempos lejanos (2012): Antes del diluvio. Mesopotamia 3500-2100 aC (animación y cuento)






La exposición Antes del diluvio. Mesopotamia 3500-2100 aC (Caixaforum, Barcelona & Madrid, diciembre 2012-mayo 2013) se abre con un dibujo animado, de diez minutos de duración, que cuenta el origen del mundo según los principales mitos mesopotámicos.
Los dibujos han sido realizados por Juan Foraster, de siete años de edad.
El texto y una selección de las imágenes se incluyen en el siguiente enlace legal:

http://issuu.com/ggili/docs/ciudadtiemposlejanos

Los créditos de esta animación son:


En la ciudad de los tiempos remotos (2011-2012), 9´50´´

 Producción: Fundació “la Caixa”

Idea, composición y fondos: Victoria Garriga (AV62 Arquitectos)
Animación & diseño gráfico: Luis Álvarez (El Portero Delantero)
Figuras: Juan Foraster
Texto: Pedro Azara
Traducción (catalán): Meritxell Armengol
Correcciones del texto: Albert Imperial

Locución: Helena Miquel
Ingeniero de sonido: Jordi Colomé (Infusiones Musicales)

Música: Jorge Rovira (grabado en Chicago)
Músicos: Jorge Rovira (sintetizadores, piano, percusión), Asia Jiménez (violines)
Canto: Eric Rovira
Ingeniero de sonido: Eric Rovira

Agradecimientos: Marcel Borràs, Caixaforum (Barcelona), Mónica Gili, Dolors Magallón, Ignacio Tatay 





lunes, 10 de diciembre de 2012

El origen de la comunidad en Mesopotamia

Quienquiera que haya asistido a -o tan solo escuchado- un debate entre tertulianos sabe que  no bien uno pronuncia una palabra, el resto le interrumpe al momento vehementemente: "hago..."; "¡tú que vas a hacer.... no sabes nada....", y así pasa la hora. Nadie parece escuchar. Más que un Belén, un quirigay.

Si la lengua sumeria no solo se escribía sino que se hablaba -lo que algunos asiriólogos ponen en duda- y si se hablaba tal como se escribía, ¿cómo debían desarrollarse las discusiones entre sumero-parlantes?: "plato comida boca abundante comedor grande luz....": a la escucha de esta sarta de sustantivos era difícil reaccionar; se podía esperar una buena noticia, ciertamente, lo que podía levantar el ánimo y predisponer el oyente en favor de quien la hablaba; pero no era sino -como en alemán- hasta la pronunciación del verbo que el sentido de la frase se desplegaba claramente: "echaré": "te echaré a la cara un plato de comida a plena luz en el comedor".... "imbécil": expresión que solo se deducía prestando mucha atención a cómo se enunciaba el verbo.
En efecto, la estructura gramatical de la lengua sumeria, al menos escrita,  amontona todos los sustantivos al principio, y echa el verbo al final de la frase. Es cierto que dada la inexistencia de subordinadas y que las palabras sumerias fueran monosilábicas, las frases no debían de ser muy largas, por lo que el sentido de lo que se decía debía de captarse con cierta prontitud. Mas existían muchas palabras compuestas (de palabras monisilábicas engarzadas unas junto a otras), cada sustantivo, por otra parte se completaba con sufijos que determinaban el caso -la función de la palabra en una frase, por ejemplo, el sufijo ak que permitía saber que la palabra a las que iba adosada hacía las veces de complemento de objeto (sufijo equivalente al genitivo latino)-, y, por otra parte, lo que se llama la cadena verbal, siempre al término de la frase incluía no solo el verbo, sino un gran número de prefijos y sufijos que servían para recordar qué funciones cumplían las palabras precedentes en la frase (y, así, se recordaba al oyente que la frase, por ejemplo, había incluido un sujeto, un complemento de objeto, un complemento de lugar, de tiempo, un adjetivo, etc.), sino que aportaban matices fundamentales: así se sabía si el que hablaba lo hacía afirmativa, dubitativa o negativamente, si hablaba en nombre propio o de un colectivo, amén de un sinfín de matices que ni se captan -son intraducibles pues responden a un imaginario que ya no existe-  ni se entienden hoy en día.
Por tanto, un oyente no podía interrumpir de inmediato al que hablaba sino que tenía que escuchar atentamente, sobre todo el final de la frase, para saber qué se le decía y qué se le quería decir: con qué intención. La réplica, el diálogo, requería la paciente escucha de todas las palabras de la otra persona. El diálogo era necesariamente pausado. Los atropellos verbales eran imposibles.
¿Fue esta estructura una construcción intencionada para favorecer el diálogo? O ¿el diálogo sosegado fue una consecuencia involuntaria de una estructura gramatical compleja que, casualmente o no, iba en favor de una mejor comprensión de lo que se decía?
Lo cierto es que el diálogo pausado era, no solo posible, sino inevitable. La escucha, la comprensión, la aceptación del otro, era, pues, ineludible. No se podía sino estar muy atento a las últimas palabras de los tertulianos.
Es posible, que esta peculiar estructura de las frases hubiera ido en favor de la creación de comunidades, quizá dispuestas pero solo obligadas a escuchar lo que cada miembro decía -lo que no implicaba la aceptación de lo que se comunicaba, pero sí su recepción completa
La primera ciudad de la historia, Uruk, hace unos siete mil años, fue regida, quizá por una o dos asambleas: de ancianos y de jóvenes, y no por una solo persona escogida o impuesta (un príncipe, un rey, un tirano o un sacerdote, como ocurrirá a partir de la primera mitad del tercer milenio, cuando la lengua acadio empezó a cobrar protagonismo en detrimento del sumerio. En estas asambleas, la discusión era inevitable; la capacidad de diálogo y de escucha, imprescindibles, si se quería un buen gobierno que solventara los inevitables problemas de convivencia que debieron de surgir cuando decenas de personas se pusieron a vivir juntas o en grupos apenas separados por callejuelas y angostos canales. La capacidad de estar atento era más que nunca necesaria. Las comunidades hubieran estallado sin un férreo gobierno capaz de prestar atención a todas las voces, sin la violencia de un estamento militar aún inexistente, o de una casta sacerdotal aún balbuceante (los dioses aún no tenían la "personalidad" que cobraron, sin duda, a partir de mediados del cuarto milenio).
La gramática fue la estructura que, quizá, cohesionó a la sociedad: las reglas eran, ante todo, reglas que determinaban cómo se hablaba. Nunca el Verbo tuvo tanta importancia. El Verbo fue, verdaderamente creador: Un verbo enunciado en su justo lugar.

domingo, 9 de diciembre de 2012

ANTES DEL DILUVIO. MESOPOTAMIA 3500-2100 aC: Marc Marín, Eric Rusiñol & Pedro Azara: Los yacimientos de Ur y Uruk, y su restitución virtual (2011-2012)



 La exposición Antes del diluvio. Mesopotamia 3500-2100 aC (Caixaforum, Barcelona, diciembre de 2012-febrero de 2013) incluye filmaciones adicionales y restituciones que se pueden descargar en la exposición gracias a un programa de Realidad Aumentada (Sumer AR) que se obtiene gratuitamente a través de teléfonos "inteligentes".
 Este material gráfico se ofrece también en esta entrada.
Consta de tres vídeos que completan la restitución de la ciudad de Ur que la exposición muestra a través de una maqueta, 3-Ds y animaciones, así como dos breves filmaciones en el Giparu de Uruk. Éste consiste en un templo subterráneo dedicado a una divinidad femenina de las aguas, la fertilidad y las cañas, bien conservado. Este templo no era visible, sino que fue construido para ser enterrado en el cuarto o el tercer milenios aC, lo que permitió edificar un segundo templo dedicado a la misma divinidad, en el que tenía lugar el ritual fijado. Esta segunda edificación pudo llevarse a cabo sin sobresaltos puesto que el terreno sobre el que se elevaba ya no era virgen sino que ya acogía las trazas de una construcción anterior -no importaba que este templo anterior hubiera sido edificado para ser enterrado: el ritual exigía que se edificara siempre en un terreno en el que los dioses ya hubieran autorizado a construir. De este modo se evitaba ocupar nuevas tierras, robándolas a las potencias sobrenaturales.

Quintacolumnista



Montjuich, Barcelona, diciembre de 2012

The XX: Shelter (Cobijo, Abrigo, 2009)

The Tallest Man in the World (Kristian Matsson) (1983): Wind and Walls (Viento y muros, 2012)

sábado, 8 de diciembre de 2012

ANTES DEL DILUVIO. MESOPOTAMIA 3500-2100 aC (Caixaforum, Barcelona, diciembre de 2012-febrero de 20123): criterios expositivos

Las exposiciones de arqueología, dedicadas a culturas antiguas, suelen ser magníficas. Exponen, como si fueran joyas -a menudo lo son-, piezas preciosas o de materiales preciosos. La luz, el contraste entre luces y sombras, y la presentación aislada en vitrinas individuales, contribuyen a la fascinación que estas piezas ejercen, dando una imagen casi mágica del trabajo artesano, y del imaginario de esas culturas, que a veces se compara, algo despreciativamente, con los de hoy en día. Son piezas que revelan una concepción de la vida y del cosmos distinta de la nuestra. En la mayoría de los casos el deslumbramiento es lógico: obras egipcias, mayas, griegas, hindúes parecen venir de otro mundo, un mundo irremediablemente perdido. La fascinación se dobla con la nostalgia. Qué las piezas sean valiosas acrecienta el deslumbramiento. El misterio que emana, por otra parte, es consecuencia del desconocimiento -o del conocimiento, necesariamente parcial- de las culturas antiguas, su ideario y las condiciones que estuvieron en el origen de la creación de las piezas.
Toda vez que los arqueólogos, antes de la Segunda Mundial solían buscar con más ahínco objetos en buen estado de materiales nobles, una exposición de obras arqueológicas puede contar con cierta seguridad con objetos de oro, plata y piedras preciosas, o que revelan una prodigiosa habilidad manual: la lucha por la obtención de tesoros deslumbrantes, entre arqueólogos en Egipto y en Mesopotamia, en los años veinte (que se concretó en la lucha por aparecer en los medios entre Carter y Woolley, el primero por el descubrimiento de la tumba de Tutankhamon, y el segundo por el de las Tumbas Reales de Ur, en la segunda mitad de los años veinte)  era feroz, puesto que los fondos necesarios para financiar las expediciones dependían de la cantidad y calidad de las piezas halladas que nutrían los fondo de los grandes museos europeos y norteamericanos. El gusto por los tesoros no ha cesado, y nuevos hallazgos en Macedonia o en Perú confirmar que el oro no ha perdido su poder de fascinación.

Antes del diluvio. Mesopotamia 3500-2100 aC es una exposición que no rehuye la exhibición de piezas de materiales valiosos, ni de obras que parecen al mismo tiempo cercanas y enigmáticas. En parte esta situación es inevitable. Cualquier representación antropomórfica más o menos naturalista acerca la estatuilla al espectador que cree reconocer la obra y reconocerse en ella, pero la mirada de las estatuas, y su ensimismamiento, o su indiferencia, choca, como si rehuyeran el contacto, o no lo tuvieran en cuenta; como si no lo necesitaran, lo que provoca sorpresa y desazón. Son próximas, puesto que representan a seres que podríamos conocer o reconocer; pero se niegan a cruzar la mirada con nosotros, como si no nos vieran o no quisieran vernos, lo que nos desestabiliza: pone en cuestión nuestra propia entidad y entereza.

La exposición, sin embargo, quiere mostrar, o contar algo más o algo distinto. Quiere contar el propio proceso de descubrimiento de las obras. Se trata de una exposición en el que las reflexiones sobre el hecho de exponer piezas antiguas forma parte de la exposición. La exposición expone obras, y se expone ella misma: expone cómo ha sido organizada, cómo se ha llegado a ellas, así como reflexiona sobre el estatuto de las obras en tanto que obras de arte. No las da por hechas. No da por sentado que lo que se expone ha sido siempre lo mismo, ha tenido siempre la misma condición, sino que muestra que nuestra participación, nuestra selección y reflexión participa de su creación. Dicho de otro modo, no se exponen obras de arte, sino que la exposición convierte lo que expone en obras de arte.
Lo que se muestra eran fetiches, amuletos, obras religiosas o mágicas destinadas a la contemplación no humana. No fueron encargadas, concebidas, modeladas, manufacturadas para ser gozadas por ojos humanos -para el goce de la vista o los sentidos en general-, ni para ser tan solo contempladas. Fueron producidas para entrar en contacto con potencias sobrenaturales, para servirlas. Su finalidad no era estética sino funcional, y la función a la que atendían no era humana sino sobrehumana. Eran útiles al servicio de potencias invisibles. Ero no las convierte en obras más valiosas o misteriosas -que no las comprendamos enteramente, que no podamos, inevitablemente, verlas con los ojos de sus productores no las convierte en piezas sobrenaturales; su misterio, el enigma que plantean es consecuencia de la falla cultural entre estas culturas antiguas y nosotros; nunca podremos ponernos en el lugar de quienes las encargaron y ejecutaron-, sino en obras en parte incomprensibles, pues responden a unos parámetros y unas necesidades que son, hoy, incomprensibles o inconcebibles.
Las obras expuestas no eran, pues, obras de arte creadas para el placer sensible, para gustar, complacer, reducir, instruir; somos nosotros, cuando las aislamos y las exponemos, los que las convertimos en obras cuya función, cuya razón de ser, consiste en ser exhibidas, y ser contempladas. Del mismo modo que un cuadro, una película, una instalación, una estatua o una fotografía existe ante todo para ser juzgada sensiblemente, para dar gusto y dar qué pensar, para establecer un diálogo con el espectador, las obras de arqueología alcanzan este estatuto gracias a nuestra manera de concebirlas, tratarlas y exponerlas. En sí, no eran obras de arte. ¿Qué eran? No lo sabemos ni lo sabremos. Fetiches, amuletos, posiblemente. Ningún texto antigua se refiere a ellas, o apenas. Las pocas menciones parecen indicar que se consideraban entes tan vivientes como los humanos, es decir entes que deberían ser protegidos, y de los que uno debería protegerse, precisamente porque no existían solo para ser libradas a la contemplación distanciada o desinteresada, sino para incidir activamente, como cualquier ser vivo dotado de poder, en la vida. Eran poderosos artefactos -al servicio del poder, real o sobrenatural-.

El descubrimiento de las piezas participa pues de su conversión. Se buscaron como si fueran obras maestras existentes solo para el disfrute sensorial, para deslumbrar a los visitantes de los museos y a los coleccionistas. Pero ésta no era su función.
Por tanto, exponer cómo se ha llegado a las piezas, y cómo se las ha dotado de un sentido o función artístico, contar el proceso, el viaje, físico -hasta Mesopotamia- e intelectual o mental, necesario para llegar hasta las obras en tanto que obras -para obrar el prodigio, casi religioso, de cambiar la condición de una pieza, de un útil al servicio de una ideología (útil para seres considerados sobrehumanos: reyes, almas y dioses), a una obra de arte ofrecida a la vista de todos, para el solaz de la vista o los sentidos en general, para hacer pensar también (pero no para incitar a la acción, ya que las obras de arte detienen el movimiento y exigen, para ser apreciadas, que se suspenda la actividad diaria, que se abandone por un tiempo la satisfacción o la preocupaciones mundanas, prácticas)-, exponer el encuentro con las obras, encuentro que nos cambia y las cambia, decimos, es también, o sobre todo, la intención o el objetivo que la exposición persigue.  
La exposición de las obras quiere fascinar (las quiere exponer de modo fascinante, para que fascinen), pero cuenta principalmente la fascinación que empujó a su desvelamiento. La muestra dice mucha más sobre nosotros que sobre las piezas; dice el poder de las piezas capaces de llegar a un viaje en el tiempo y el espacio, capaces de hacernos creer que son algo más que objetos materiales manufacturados. La exposición, en fin, cuenta nuestro deseo, nunca satisfecho, de ser ilusionado -y lo ilusorio de este deseo.