lunes, 28 de octubre de 2013
LOU REED (1942-2013): RED SHIRLEY (2010)
Red Shirley es el único documental dirigido y musicado por Lou Reed. Está dedicado a su prima Shirley Novick, una activista judía y asistente social, defensora de los derechos de los negros a principiosde los años sesenta. Había emigrado de Polonía a los Estados Unidos en 1930, y murió una año después de la filmación, a los ciento dos años de edad.
Dedica sus comentarios a la ciudad polaca de Brestovitz, arrasada por el ejército alemán.
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La arquitectura, según Aristóteles
Arquitectura es un término que procede del griego antiguo. fue, al parecer, empleado por vez primera por Demócrito, en el s. V aC, y Platón lo solía utilizar.
Es Aristóteles, sin embargo, el que le dio un uso más recurrente. Le cambió el significado, empero, o le enriqueció. No solo lo empleó en sentido literal y habitual -arquitectura: el arte de dirigir a albañiles, el arte del maestro de obras-, sino metafóricamente. Lo arquitectónico calificaba una acción o una ciencia (un conocimiento, un método) que tenía un fin último, sin someterse ni servir a ningún otro método. El uso de dicho método desembocaba en un "producto", en una consecuencia finales.
Para Aristóteles, el arte o la ciencia por excelencia era el arte política. Ésta consistía en el justo gobierno de los seres humanos. Los seres humanos se distinguían de las bestias, los bárbaros y los dioses, porque vivían en una comunidad: en una ciudad (una "polis"). La ciudad hacía al ser humano. Reglas de convivencia eran necesarias. Perseguían en bien colectivo e individual, supeditando éste, o el de unos pocos, al bien común. No comentaremos, por ahora, que la ciudad podía albergar a seres humanos que no eran ciudadanos: los esclavos, los niños, los extranjeros y las mujeres, eran solo parcialmente ciudadanos. Sin embargo, no eran bárbaros ni bestias.
La política era una ciencia cuya finalidad era instaurar y regular el orden comunitario (urbano, "político"). Regulaba las acciones humanas de modo que no turbaran dicho orden. Esta ciencia, política, podía recurrir a otras ciencias subalternas, la retórica, por ejemplo, necesaria para comunicar adecuadamente las reglas de convivencia, tal como destaca Aristóteles, tanto en la Ética a Nicómaco, cuanto en la Política, dos textos, quizá excesivamente morosos, pero esenciales para entender la concepción de la vida urbana -es decir, ética- en la Grecia antigua.
La arquitectura era, así, el arte de componer y articular diversas ciencias, artes o métodos, poniéndolos al servicio de una ciencia superior, con la finalidad de obtener un fin: la instauración y la defensa de unas normas justas en una comunidad urbana.
Aristóteles consideraba que la arquitectura era o es un arte de encaje que establece una relación necesaria entre una acción y su consecuencia, un beneficio colectivo. La arquitectura construye o trama las reglas que regulan la vida en común.
Toda vez que la arquitectura o "lo arquitectónico" nombra un hacer regulado con vistas a un fin, que exige sabiduría, un carpintero o un armero que fabricaba cascos podían ser arquitectos, según cuenta Aristóteles en la Física. Este uso sorprendente del término arquitectura revela que para Aristóteles lo arquitectónico se se limita a la proyectación y la construcción, sino a la ideación. Lo que el carpintero y el político tienen en común, que les permite ser calificados de arquitectos, no es el tipo de saberes y de obrar, ni la materia sobre la que obran, sino el obrar con vistas a un fin. la existencia de un plan, estuviera pensado o dibujado. El arte, la técnica o el método solo se subordinan a ningún otro proceder. Hacer arquitectura consiste en planificar, es decir operar según reglas con vistas a un resultado consecuencia del obrar, previsto y anunciado por éste. Por tanto, un arquitecto es quien logra establecer el orden, en la materia o en comunidades: ordenar el mundo y los humanos.
"En todas las artes y las artes (tais epistemais tais technais) el fin es el bien; por tanto, el mayor y más excelente será el de la suprema entre todas, y ésta es la disciplina política (politike dynamis); y el bien político es la justicia, que consiste en lo conveniente para la comunidad" (Aristóteles, Política, III, 12)
El uso metafórico de la arquitectura provendría de la contemplación del trabajo del maestro de obras; pero, al mismo tiempo, la lenta elevación del arquitecto, despegándose del artesano, y la comparación entre las divinidades supremas que edifican y ordenan el cosmos, y los arquitectos, podrían, a su vez, derivar de la comparación entre edificar y educar o regular establecida por Aristóteles.
Dotar de cualidades morales la acción elevadora no es nueva. Ya en Mesopotamia, un objeto recto, como un bastón de mando, simbolizaba la rectitud de las decisiones del rey cuando empuñaba la vara, así como la rectitud innata del monarca en tanto que formador y educador (buen pastor) de una comunidad.
Pero fue, posiblemente Aristóteles, quien equiparó la labor del arquitecto con la del político (no cabe escribir "buen político", pues un político que merecía este nombre persiguía el bien común).
Todo político era un arquitecto: ordenaba el espacio e instauraba leyes con las que se regulaba la vida en la ciudad. Una vida que no resultaba de la suma de vidas individuales, sino una vida distinta, propia de una comunidad, que aceptaba dejar de lado necesidades o deseos particulares en beneficio de los de todos.
Es Aristóteles, sin embargo, el que le dio un uso más recurrente. Le cambió el significado, empero, o le enriqueció. No solo lo empleó en sentido literal y habitual -arquitectura: el arte de dirigir a albañiles, el arte del maestro de obras-, sino metafóricamente. Lo arquitectónico calificaba una acción o una ciencia (un conocimiento, un método) que tenía un fin último, sin someterse ni servir a ningún otro método. El uso de dicho método desembocaba en un "producto", en una consecuencia finales.
Para Aristóteles, el arte o la ciencia por excelencia era el arte política. Ésta consistía en el justo gobierno de los seres humanos. Los seres humanos se distinguían de las bestias, los bárbaros y los dioses, porque vivían en una comunidad: en una ciudad (una "polis"). La ciudad hacía al ser humano. Reglas de convivencia eran necesarias. Perseguían en bien colectivo e individual, supeditando éste, o el de unos pocos, al bien común. No comentaremos, por ahora, que la ciudad podía albergar a seres humanos que no eran ciudadanos: los esclavos, los niños, los extranjeros y las mujeres, eran solo parcialmente ciudadanos. Sin embargo, no eran bárbaros ni bestias.
La política era una ciencia cuya finalidad era instaurar y regular el orden comunitario (urbano, "político"). Regulaba las acciones humanas de modo que no turbaran dicho orden. Esta ciencia, política, podía recurrir a otras ciencias subalternas, la retórica, por ejemplo, necesaria para comunicar adecuadamente las reglas de convivencia, tal como destaca Aristóteles, tanto en la Ética a Nicómaco, cuanto en la Política, dos textos, quizá excesivamente morosos, pero esenciales para entender la concepción de la vida urbana -es decir, ética- en la Grecia antigua.
La arquitectura era, así, el arte de componer y articular diversas ciencias, artes o métodos, poniéndolos al servicio de una ciencia superior, con la finalidad de obtener un fin: la instauración y la defensa de unas normas justas en una comunidad urbana.
Aristóteles consideraba que la arquitectura era o es un arte de encaje que establece una relación necesaria entre una acción y su consecuencia, un beneficio colectivo. La arquitectura construye o trama las reglas que regulan la vida en común.
Toda vez que la arquitectura o "lo arquitectónico" nombra un hacer regulado con vistas a un fin, que exige sabiduría, un carpintero o un armero que fabricaba cascos podían ser arquitectos, según cuenta Aristóteles en la Física. Este uso sorprendente del término arquitectura revela que para Aristóteles lo arquitectónico se se limita a la proyectación y la construcción, sino a la ideación. Lo que el carpintero y el político tienen en común, que les permite ser calificados de arquitectos, no es el tipo de saberes y de obrar, ni la materia sobre la que obran, sino el obrar con vistas a un fin. la existencia de un plan, estuviera pensado o dibujado. El arte, la técnica o el método solo se subordinan a ningún otro proceder. Hacer arquitectura consiste en planificar, es decir operar según reglas con vistas a un resultado consecuencia del obrar, previsto y anunciado por éste. Por tanto, un arquitecto es quien logra establecer el orden, en la materia o en comunidades: ordenar el mundo y los humanos.
"En todas las artes y las artes (tais epistemais tais technais) el fin es el bien; por tanto, el mayor y más excelente será el de la suprema entre todas, y ésta es la disciplina política (politike dynamis); y el bien político es la justicia, que consiste en lo conveniente para la comunidad" (Aristóteles, Política, III, 12)
El uso metafórico de la arquitectura provendría de la contemplación del trabajo del maestro de obras; pero, al mismo tiempo, la lenta elevación del arquitecto, despegándose del artesano, y la comparación entre las divinidades supremas que edifican y ordenan el cosmos, y los arquitectos, podrían, a su vez, derivar de la comparación entre edificar y educar o regular establecida por Aristóteles.
Dotar de cualidades morales la acción elevadora no es nueva. Ya en Mesopotamia, un objeto recto, como un bastón de mando, simbolizaba la rectitud de las decisiones del rey cuando empuñaba la vara, así como la rectitud innata del monarca en tanto que formador y educador (buen pastor) de una comunidad.
Pero fue, posiblemente Aristóteles, quien equiparó la labor del arquitecto con la del político (no cabe escribir "buen político", pues un político que merecía este nombre persiguía el bien común).
Todo político era un arquitecto: ordenaba el espacio e instauraba leyes con las que se regulaba la vida en la ciudad. Una vida que no resultaba de la suma de vidas individuales, sino una vida distinta, propia de una comunidad, que aceptaba dejar de lado necesidades o deseos particulares en beneficio de los de todos.
sábado, 26 de octubre de 2013
孙原 (SUN YUAN, 1972) & 彭禹 (PENG YU, 1974): OLD PERSONS HOME (EL HOGAR DE LOS ANCIANOS, 2007) & TEENAGER TEENAGER (2011-2013)
SUN YUAN & PENG YU from Mingyue Zhou on Vimeo.
Esculturas hiperrealistas de tamaño natural, que representan a líderes mundiales decrépitos, incapaces e incapacitados, hundidos en sillas de ruedas que, como auto choques automáticos, avanzan y retroceden sin rumbo, embistiéndose y dándose contra las paredes.
El público trata de cruzar la sala evitando ser atropellado
Véase la página web de estos artistas chinos
Véase también: http://www.saatchigallery.com/artists/artpages/yu_yuan_oldman_video_1.htm
Su última instalación: 少年 少年 (Teenager Teenager, 2011-2013), niños gateando penosamente, cubiertos por cajas de cartón, en la que orificios rectangulares apenas les permiten ver el exterior, moviéndose en un salón, en cuyos sillones y sofás Chester de piel se sientan, quietos, tiesos adultos -estatuas realistas de silicona-, con la cabeza metida en grandes bloques de piedra, vagamente antropomórficos.
En otras versiones, adolescentes, vestidos de futbolistas, juegan a la pelota entre las esculturas, sin hacerles caso.
JAMES HOLDEN (1979): INTER CITY 125 (2013)
El título se refiere a un tren interurbano que avanza lentamente entre barrios y bloques.
Véase la página web de este compositor e intérprete de música electrónica.
viernes, 25 de octubre de 2013
PEDRO SERRAZINA (1968): ESTÓRIA DO GATO E DA LUA (HISTORIA DEL GATO Y LA LUNA, 1995)
El portugués estudió arquitectura.
Ésta es su primera animación, multipremiada.
Obra maestra.
Antoni Gaudí (1852-1926) en el Jardín de las Hespérides(1883-1887)
¿Cómo podría el anhelante dios-padre Zeus, pese a su omnipotencia, vencer la resistencia de Alcmena, una simple y casta humana, siempre fiel a su esposo Anfitrión, príncipe de Tirinto? En cuanto Anfitrión partió a la guerra, Zeus, se metamorfoseado en aquél, simuló un regreso precipitado, y se unió durante tres días y tres noches a Alcmena, embarazándola de Heracles. Ésta volvió a quedar encinta cuando el “verdadero” Anfitrión regresó, superada la extrañeza de su esposa ante este segundo regreso y su lógica falta de pasión. De este modo, Heracles pudo contar con un padre humano. Alcmena tuvo así gemelos, uno hijo de un dios, y el otro enteramente humano.
La diosa Hera, sin embargo, no podía tolerar la presencia de
Heracles, hijo ilegítimo de Zeus. Una noche, mandó a dos serpientes
descomunales a la cuna de los pequeños. Pero mientras su hermano humano se puso
a llorar, aterrado, el hijo de Zeus redujo a los monstruos con las manos. Su
destino estaba sellado.
“Cuanto de horrible
crea la tierra enemiga, cuanto el ponto o el aire produce de terrible, de
espantoso, de pernicioso, de atroz, de fierro, ha sido quebrantado y dominado.
Hércules se sobrepone a las desgracias y se engrandece con ellas (…). Por donde
el sol vuelva a traer el día y por donde se lo lleva (…) se da honra a su
indómito valor y por todo el orbe va de boca en boca como un dios.
Monstruos me faltan
(habla Hera, la madrastra de Hércules que lo persigue con el odio) y menos trabajo le supone a Hércules cumplir
lo que le mando que a mí mandárselo: con alegría recibe mis órdenes (…). Armado
viene con el león y con la hidra” (Séneca: Hércules furioso)
Según un oráculo divino, un descendiente del héroe Perseo –vencedor
de la Medusa Gorgona-, reinaría en Micenas y Tirinto. Éste tenía que ser
Heracles. Pero la diosa madre Hera abominaba al héroe, fruto de una nueva
infidelidad de su esposo, el dios padre Zeus. Hera logró atrasar el
alumbramiento de Heracles en favor de su primo, el débil Euristeo –quien, según
una versión, fue amante de Heracles-. Heracles tuvo que ponerse a las órdenes
de su primo durante doce años. Éste le mandó tareas imposibles –con las que
Heracles tenía que expiar el asesinato de sus hijos en un rapto de locura,
creyendo, en verdad, que mataba a los hijos de Eristeo: constituyen los
conocidos doce trabajos de Heracles.
El primero consistió en enfrentarse a un león monstruoso,
devorador de seres humanos, hermano de la esfinge. Dotado de una piel
indestructible, aterrorizaba a la región de Nemea, cerca de Tirinto. Fue
vencido por Heracles cuando éste, mediante un ardid, lo acorraló en una cueva y
se enfrentó a manos limpias hasta desgarrarlo. La piel, con la que Heracles se
revistió, se convertiría en una armadura invencible, así como en su emblema,
junto con la maza de madera de olivo que talló para enfrentarse a la bestia.
Heracles era un semi-dios, hijo de una divinidad (Zeus), y
de una mortal. Asumía, pues, una doble condición (humana y divina), lo que le
convirtió en un modelo, caracterizado por virtudes y vicios. Fue un mortal
inmortalizado tras las doce pruebas: ascendió a los cielos, gracias a su padre
Zeus.
La presente estatuilla reproduce el célebre bronce del
escultor helenístico Lisipo (s. IV aC), artista predilecto de Alejandro Magno
–la exposición incluye una réplica romana de otra célebre escultura suya: Eros tensando el arc). Heracles aparece
bajo su condición más humana, cansado tras los doce trabajos, apoyado, la
cabeza gacha, sobre su mazo de la que cuelga la piel del León de Nemea.
Los héroes civilizadores y fundadores de ciudades, griegos y
de otras culturas, solían tener una vida (desgraciada) similar. Venían al mundo
precedidos por oráculos agoreros. No solían ser bienvenidos. Eran seres tan
excepcionales que solían tener un hermano gemelo -signo de su carácter
multiforme-, habían superado una prueba inicial, la llamada “exposición” -la peor de las condenas, consistente en el
abandono en un paraje salvaje como un bosque, a fin que murieran, porque su
presencia podía causar desgracias o cambios radicales-, eran capaces de actos
ante los que los humanos retrocedían horrorizados –tales como parricidios o
infanticidios-, lo que se explicaba por su educación inhumana a menudo gracias a animales), y tenían que
expiar sus crímenes devolviendo la vida que habían robado bajo la forma de
una nueva ciudad en la que la vida
pudiera reemprender a salvo. La fundación de la ciudad culminaba un largo
proceso iniciático que debutaba con un viaje al santuario de Delfos a fin de
lograr el perdón del dios Apolo, e implicaba un errático e incierto viaje por
mar, y la lucha a muerte con toda clase de monstruos que ponían a prueba el
valor del héroe.
Ésta fue precisamente la vida de Heracles. Fruto de una
violación, perseguido por los celos de su madrastra (Hera), tuvo un hermano (mortal)
gemelo, una condición doble (humana y divina, aunque, pese a su ocasional
carácter violento, o a cause de éste, se puso siempre del lado de los hombres
con los que se identificaba), sufrió la exposición cuando su madre humana,
temiendo a Hera, lo abandonó en una pradera (de la que la diosa Atenea lo
rescató), fue educado por el centauro Quirón (mitad humano, mitad animal),
cometió crímenes, se enfrentó a monstruos, ascendió al encuentro de Apolo en
Delfos quien le condenó a duras tareas para expiar sus crímenes que le llevaron
a viajes sin fin por el Mediterráneo durante los cuales fundó un gran número de
ciudades, desde Roma (según algunas leyendas) hasta Barcelona, cuanto atracó a
los pies de Montjuich (según se contaba en la Edad Media). Heracles (Hércules
en Roma, equiparado al dios fenicio Melqar ( que significa El Rey de la Ciudad),
y uno de los modelos de la iconografía de Cristo) fue quien convirtió las
costas y las islas mediterráneas en tierras habitables, sedes de ciudades
consideradas como espacios en los que la vida pudo refugiarse y desarrollarse.
Según un oráculo divino, un descendiente del héroe Perseo
–vencedor de la Medusa Gorgona-, reinaría en Micenas y Tirinto. Éste iba a ser
Heracles. Pero la diosa madre Hera abominaba al héroe, fruto de una infidelidad
–una más- de su esposo, el dios padre Zeus. Logró atrasar el alumbramiento de Heracles
en favor de su primo, el débil Euristeo –y, según una versión, amante suyo-.
Heracles tuvo que ponerse a las órdenes de su primo durante doce años, quien le
mandó tareas imposibles –con las que Heracles tenía, además, que expiar el
asesinato de sus hijos en un rapto de locura, creyendo, en verdad, que mataba a
los hijos de Eristeo: los conocidos doce trabajos de Heracles.
El primero, enfrentarse a un león monstruoso, devorador de
seres humanos, hermano de la esfinge. Dotado de una piel indestructible,
aterrorizaba a la región de Nemea, cerca de Tirinto. Fue vencido por Heracles
cuando éste, mediante un ardid, lo acorraló en una cueva y se enfrentó a manos
limpias hasta desgarrarlo. La piel, con la que Heracles se revistió, se
convertiría en una armadura invencible, así como en su emblema, junto con la
maza de madera que talló para enfrentarse a la bestia.
Heracles fue víctima de las disensiones matrimoniales entre
los dioses supremos Zeus, su padre, y Hera, su madrastra, que se vengaba de su hijastro
enloqueciéndolo a menudo, llevándole a cometer crímenes horrísonos
(infanticidios, sobre todo), que tenía luego que expiar poniendo su vida en
peligro. Las pruebas por las que pasó le convertirían en una figura casi
crística: pruebas físicas que simbolizaron, a finales de la antigüedad, pruebas
morales, con las que se ponía a prueba la entereza o la templanza anímica, y
ganó un lugar en el cielo.
Heracles fue educado en el manejo del arco por el rey de
Lidia Éurito, quien, a su vez, recibió el arma infalible del dios Apolo. El rey
convocó un concurso entre arqueros
prometiendo la mano de su hija Ónfale al vencedor. Pero, los hijos de
Éurito, temiendo que, en un habitual ataque de locura, Heracles, sin duda ganador
del concurso, matara a hijos que tuviera con Ónfale, rechazaron el matrimonio,
salvo Ífito, fascinado por el héroe. Pero fue precisamente éste la victima de
la ciega locura del héroe. Tuvo entonces que convertirse en el esclavo de su
esposa Ónfale, a fin de lograr el perdón por el involuntario crimen cometido.
Mientras estuvo al servicio de Ónfale, no cesó de llevar a cabo nuevas tareas
purificadoras del espacio habitado.
Grecia fue una tierra de monstruos. Equidna, mitad víbora,
mitad humana, hija de la Tierra y el Infierno (Tártaro), fue quizá la más
célebre, madre de casi todos las bestias infernales, como el Can Cerbero, la
Quimera, el dragón que velaba el Vellocino de oro con el que Jasón se enfrentó,
el León de Nemea, y la Hidra: con casi todos Heracles luchó, pese a que, cuenta
una leyenda, fuera amante de la sibilina Equidna.
Un violento y draconiano Tifón, enfrentado a muerte con
Zeus, fue el padre de la Hidra. Era una serpiente descomunal que poseía cien
cabezas humanas que se reproducían cuando eran cortadas. Heracles tuvo que
prender fuego a los bosques de alrededor para acorralar a la Hidra y cauterizar
los cuellos sangrantes a fin de evitar el repuntar de las testas sesgadas. Mojó
sus flechas, desde entonces mortíferas, en la sangre ponzoñosa de la Hidra.
Heracles mató al centauro Quirón con esas flechas, puesto
que éste trató de raptar y violar a su esposa Deyanira. Años más tarde,
Deyanira, perdido el amor de Heracles, y creyendo de buena fe que el Centauro
le había entregado un filtro amoroso cuando en verdad le dio el veneno de la
Hidra, tendió una bebida al distante Heracles en la que había disuelto unas gotas de la pócima. Heracles fue presa del delirio;
abrasándose, ciego de dolor, asesinó a sus hijos, antes de ascender a los
cielos (gozando de la apoteosis), tras una terrible agonía, por intercesión de
su padre Zeus.
Hubo un tiempo en que Zeus amó a la diosa Hera, que era al mismo tiempo su hermana y su tercera esposa. El día del enlace, Gea, la tierra, regaló a Hera unas manzanas de oro. Eran tan deslumbrantes, que Hera las colgó en un árbol de su jardín en los confines del mundo, ya sea en África, ya sea en las antípodas, en el norteño País de los Hiperbóreos, allí donde moraba el dios Atlas que sostenía el mundo sobre sus espaldas. Mas las hijas de Atlas solían asolar el jardín de la diosa, por lo que Hera confió la guardia de las manzanas doradas a un dragón, parecido a la Hidra, dotado de cien cabezas inmortales. Las Hespérides, tres muchachas lucientes como estrellas, también velaban al atardecer.
Heracles emprendía una nueva prueba. El jardín de las Hespérides estaba situado acaso en África, acaso por las costa mediterránea occidental, por donde se pone el sol, cerca de las Columnas de Hércules (Gibraltar), donde el dios Atlas sostenía el mundo sobre sus espalda –y, por un momento, el mismo Heracles, mientras Atlas descansó-. En camino, mataría al ladrón y criminal Cicno.
Las ninfas de las aguas eran seres ancestrales que tenían un conocimiento casi absoluto de lo que la tierra atesoraba. Fue a éstas a quiénes Heracles inquirió por el buen camino. Las ninfas le respondieron que el único ser que le podría indicar dónde se hallaba el mítico jardín era Tritón, una divinidad marina de los principios de los tiempos, tan antigua que aún tenía un cuerpo serpentino o, más bien, que aun no tenía una forma definida, por lo que podía adoptar cualquier forma. Eso es lo que hizo cuando Heracles trató de reducirlo a fin de pedirle que le orientase. Cambiaba de forma constantemente, escurriéndose, hasta agotar todas las formas, entre los brazos de Heracles.
Las manzanas de oro eran el botín que Euristeo, sabedor que nadie podía volver con vida del encuentro con el dragón, encargó traer a su primo Heracles. La primera dificultad fue hallar el camino. Heracles recorrió el orbe en todas las direcciones, liberando incluso al encadenado Prometeo en el monte Cáucaso, hasta saber dónde el Sol, que lo guió en su barca, se ponía cuando el cielo se teñía de oro. Vencido -la leyenda no quiso contar cómo-, el dragón se convirtió en la constelación de la Serpiente.
Una vez llevadas las manzanas aúreas a Eristeo, éste, asustado quizá, las devolvió a Heracles quien las entregó a Atenea. La diosa volvió a colgarlas en el perdido Jardín de las Hespérides al que, desde entonces, los humanos tratan, en vano, de llegar.
El temible toro de Creta, que escupía fuego por el hocico,
con el que Heracles se enfrentó en uno de sus doce trabajos, era, se contaba, el
mismo en el que Zeus se metamorfoseó para raptar a la princesa fenicia Europa
(o era el toro con el que Zeus se llevó a la joven hasta unirse a ella en
Creta, dando nacimiento a Minos, el mítico rey). Otros, por el contrario, sostenían que se trataba del toro con el que
la reina cretense Parsifae, esposa de Minos, dio cumplida satisfacciones a sus
deseos bestiales suscitados por el dios Poseidón para avergonzar y deshonrar al
rey Minos, puesto que éste se había negado a sacrificar el toro más hermoso de
su rebaño al dios, pese a que la isla de Creta estaba bajo la protección de
Poseidón. Una vez derrotado, Heracles,
subido a lomos del toro, lo trajo a Grecia por mar.
El mito de Heracles en el Jardín de las Hespérides es un relato fundacional. cuenta cómo el héroe griego -o Mediterráneo- recorrió las costas de este a oeste, hasta donde el sol se hunde cada noche, desvelándolas y civilizándolas.
El poeta catalán Jacint Verdaguer recreó la leyenda en su largo poema épico la Atlántida, a finales del siglo XIX Se trataba de un encargo del conde Güell, mecenas del arquitecto Antoni Gaudí. Verdaguer dedicó la obra al suegro del conde de Güell, Antonio López, infausto naviero que hizo fortuna con el tráfico de esclavos. El poema fue concluido en una finca del conde Güell.
"Lo cimeral del arbre per abastar, s' hi atança,
quan llest descaragòlas lleig drach d' ulls flamejants,
y en roda la gran cua brandant com una llança,
tantost ab gorja y urpes li copça abdues mans.
Ell, sortejantlo, aixafa d' un colp de peu sa testa,
y 'l monstre deixa caure ses ales y son vol;
sanchnós verí espurneja les flors, y sa feresta
mirada va apagantse com llum d' un sech gresol.
Morint, al tronch del arbre se nua y caragola,
á cada revifalla fentlo cruixir d' arrel;
quant veuhen les Hespèrides que fil á fil s'escola,
llur crit de verge s' alça planyívol fins al cel" (Jacint Verdaguer: L´Atlántida, canto II)
quan llest descaragòlas lleig drach d' ulls flamejants,
y en roda la gran cua brandant com una llança,
tantost ab gorja y urpes li copça abdues mans.
Ell, sortejantlo, aixafa d' un colp de peu sa testa,
y 'l monstre deixa caure ses ales y son vol;
sanchnós verí espurneja les flors, y sa feresta
mirada va apagantse com llum d' un sech gresol.
Morint, al tronch del arbre se nua y caragola,
á cada revifalla fentlo cruixir d' arrel;
quant veuhen les Hespèrides que fil á fil s'escola,
llur crit de verge s' alça planyívol fins al cel" (Jacint Verdaguer: L´Atlántida, canto II)
El conde Güell encargó a Gaudí construir pabellones de entrada a su finca, la finca anteriormente citada -gran parte de la cual fue posteriormente ofrecida para que se construyera un palacio real, con motivo de una visita de Alfonso XIII, del que Barcelona carecía-. Gaudí proyectó una entrada monumental delimitada por dos pabellones. Una verja de hierro la cerraría. Sobre ésta, se desplegaría un dragón gigantesco de hierro, las fauces bien abiertas, que defendería un jardín interior, plantado de manzanos y naranjos, cabe una fuente, en cuyas aguas olmos, álamos y sauces se mirarían, donde jugarían ninfas -la fuente se encuentra, hoy, no en el recinto de las caballerizas Güell, sino en medio del parque colindante del palacio de Pedralbes-.
La composición del cuerpo alado del dragón se dispuso de tal modo que reproducía las posiciones y formas respectivas de las constelaciones de la Osa Mayor, la Osa Menor y el Dragón.
En la Grecia antigua, la constelación de la Osa Mayor era vista, no como una osa, sino como un manzano en cuya copa brillaban tres estrellas refulgentes como manzanas deslumbrantes; la Osa Menor acogía a siete hermanas, las Hespérides. en el centro, la constelación del Dragón, las defendía.
La diosa Hera se sintió humillada. No solo los frutos de oro -manzanas o naranjas- habían sido mancillados, sino que las ninfas, las Hespérides, no habían cumplido con el cometido: impedir que nadie se aproximara al tesoro de la diosa madre. Por eso, Hera, furiosa, metamorfoseó a las Hespérides en olmos, álamos y sauces, para que pasaran la vida con la testa inclinada, avergonzadas, sin poder alzar las ramas hacia el sol.
Véase: http://sac.csic.es/astrosecundaria/es/astronomia_en_la_ciudad/drac_porta_gaudi.pdf
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