miércoles, 16 de septiembre de 2015
JOAN MIRÓ (1893-1983) Y LA ARQUITECTURA (LA CASA DEL POETA)
Buceando en los dibujos tardíos de Joan Miró para una ponencia sobre la fascinación del artista por el arte sumerio, se encuentran estos dos apuntes sugerentes. Más allá del tópico tema de la casa del poeta, las casas que muestran revelan una concepción ensoñadora del hábitat humano.
Se trata de apuntes de una casa con torreón coronado por una típica luna de Miró -preocupado porque no parezca "demasiado musulmán", anota- , de los años sesenta, y de una segunda morada que se inclina como un olivo retorcido, ante el soplo de la inspiración del poeta a quién está dedicada, o que se hincha para alcanzar una estrella, dibujada un año y medio antes de morir. La casa parece una metáfora del artista.
Los dibujos perteneces a la Fundación Miró de Palma de Mallorca.
martes, 15 de septiembre de 2015
ORSON WELLES (1915-1985): CHARTRES (FRAGMENTO DEL DOCUMENTAL F...FOR FAKE -F....DE FRAUDE-, 1974)
Fragmento seleccionado por el arquitecto y profesor de Teoría Albert Imperial y proyectado, como tema de reflexión sobre lo que es el arte y su función, en el primer día de clase de la asignatura de Teoría II en la UPC-ETSAB.
Maquetas de arquitectura de la antigüedad
Una maqueta arquitectónica es una imagen a escala, naturalista o no, de un edificio o una ciudad, existente, desaparecido, o por construir o reconstruir.
La maqueta guarda un estrecho parecido con la "realidad". Los rasgos principales del modelo de la que es imagen están contenidos en la maqueta.
La maqueta es una forma ideal (una idea en el sentido griego antiguo: una forma no mediatizada por la materia). Refleja la imagen mental del arquitecto (salvo por la presencia de la material, por leve que ésta sea: papel, hilos, etc.). La construcción desvirtúa la forma que la maqueta posee.
La maqueta forma parte de un proyecto. Ayuda al arquitecto a articular los espacios, a "dar forma" al conjunto, a "materializar" o exteriorizar su "idea". Junto con los planos y la memoria descriptiva muestra cómo era o será una construcción.
La maqueta cabe en la mano. Es transportable. Permite al arquitecto tomar las medidas de un conjunto, manipular o mantener bien cogida la obra. Éste le pertenece, o forma parte de él. Es un bien preciado; señala al portador como el afortunado poseedor de una casa. Una maqueta es el signo de la relación entre un arquitecto y su creación. La maqueta anuncia lo que vendrá.
Las maquetas han formado parte siempre del proyecto arquitectónico. En la Grecia antigua, incluso, el proyecto comprendía solo maquetas y un texto explicativo (una memoria) dado que templos y palacios respondían siempre, con apenas variaciones (que sí se dibujaban), a modelos canónicos conocidos y aceptados.
La maqueta guarda un estrecho parecido con la "realidad". Los rasgos principales del modelo de la que es imagen están contenidos en la maqueta.
La maqueta es una forma ideal (una idea en el sentido griego antiguo: una forma no mediatizada por la materia). Refleja la imagen mental del arquitecto (salvo por la presencia de la material, por leve que ésta sea: papel, hilos, etc.). La construcción desvirtúa la forma que la maqueta posee.
La maqueta forma parte de un proyecto. Ayuda al arquitecto a articular los espacios, a "dar forma" al conjunto, a "materializar" o exteriorizar su "idea". Junto con los planos y la memoria descriptiva muestra cómo era o será una construcción.
La maqueta cabe en la mano. Es transportable. Permite al arquitecto tomar las medidas de un conjunto, manipular o mantener bien cogida la obra. Éste le pertenece, o forma parte de él. Es un bien preciado; señala al portador como el afortunado poseedor de una casa. Una maqueta es el signo de la relación entre un arquitecto y su creación. La maqueta anuncia lo que vendrá.
Las maquetas han formado parte siempre del proyecto arquitectónico. En la Grecia antigua, incluso, el proyecto comprendía solo maquetas y un texto explicativo (una memoria) dado que templos y palacios respondían siempre, con apenas variaciones (que sí se dibujaban), a modelos canónicos conocidos y aceptados.
Las maquetas, en la antigüedad, no eran solo útiles profesionales, sino que eran también, o ante todo, objetos simbólicos. Dotaban de sentido a los entes y los seres a los que acompañaban.
La relación entre el arquitecto, la maqueta y su obra es tan estrecha que la maqueta se convirtió, desde la Edad Media, en uno de los atributos más reconocibles (junto con el compás y la escuadra) del arquitecto o proyectista.
La patrona de los arquitectos, Santa Bárbara, se representaba -y se reconocía- por la maqueta de la torre que había mandado construir que sostenía. Del mismo modo, los fundadores de edificios y ciudades se retrataban con la maqueta de la obra a su lado o portándola. Era la manera literal de mostrar que la obra dependía del fundador, al mismo tiempo que la maqueta designaba a aquél como un fundador (un héroe, un santo o un poderoso).
Las diosas protectoras de las ciudades, en Roma, Grecia e incluso en Mesopotamia (Anatolia, Elam) también se reconocían por el atributo de una maqueta de la ciudad sobre la que velaban. Portaban una corona que representaba el sistema defensivo de la ciudad. Diosas hititas (es posible que incluso sumerias, según cuentan textos), la diosa greco-oriental Cibeles, y las diosas greco-latinas Tiqué y Fortuna así se mostraban.
Algunas reinas asirias también portaban coronas en forma de torres y murallas. La ciudad en la que mandaban era su posesión más valiosa.
Costosas coronas de oro a modo de maquetas también eran ocasionalmente llevadas por mujeres pudientes en Israel en los primeros siglos de nuestra era, pese al rechazo que dicha actitud suscitaba en algunos teólogos. La ciudad que la corona evocaba era la Jerusalén celestial que brillaba con todo su esplendor. La corona arquitectónica era, también en este caso, un atributo que realzaba a quien la llevaba, ya que la designaba como digna de acceder a la ciudad en los cielos: se trataba de un signo de pureza.
La manipulación, real y metafórica, de la arquitectura a través de la maqueta, es una propiedad o un significado que la maqueta poseía en la antigüedad. Así, los asirios escenificaban ritualmente la entrega de una ciudad asediada gracias a la imagen del rey de la ciudad rendida entregando, doblando la rodilla y la cerviz, la ciudad al vencedor. Esa entrega se simbolizaba a través de la cesión de una maqueta de pequeño tamaño que solía representar la muralla y las torres de defensa, vistas en alzado, como se descubre en relieves imperiales neo-asirios, por ejemplo, de la sala del trono del palacio de Dur-Sharrukin (Khorsabab) -hoy en el Museo del Louvre-. Del mismo modo, desde Augusto al menos, cuenta el novelista romano Suetonio, los romanos solían recompensar ocasionalmente a los soldados -incluso "de a pie- particularmente aguerridos que habían tomado una ciudad o habían participado decisivamente en la toma con una corona, incluso de oro, que muestra la muralla de la ciudad vencida.
En todos esos casos, las maquetas arquitectónicas remiten tanto al edificio o la ciudad representados -o sustituidos- como hacia el portador que se convierte en el responsable de la obra -ya sea porque la ha encargado o porque la ha proyectado y construido-. La maqueta lo exalta -como en el caso de las diosas, las reinas y las nobles que se relacionan con aquélla- o lo reduce -cuando se ve obligado a desprenderse de ella. El creador no es nada sin su obra. Es la obra la que hace al creador. La maqueta no es (solo) un objeto sino un objeto, capaz de convertir a un humano en un creador, y a una divinidad en una suma deidad, cuya exaltación reside, precisamente, en la maqueta (y la realidad a la que aludo o sustituye) que porta. El creador es el servidor (el portador) de la misma.
La relación entre el arquitecto, la maqueta y su obra es tan estrecha que la maqueta se convirtió, desde la Edad Media, en uno de los atributos más reconocibles (junto con el compás y la escuadra) del arquitecto o proyectista.
La patrona de los arquitectos, Santa Bárbara, se representaba -y se reconocía- por la maqueta de la torre que había mandado construir que sostenía. Del mismo modo, los fundadores de edificios y ciudades se retrataban con la maqueta de la obra a su lado o portándola. Era la manera literal de mostrar que la obra dependía del fundador, al mismo tiempo que la maqueta designaba a aquél como un fundador (un héroe, un santo o un poderoso).
Las diosas protectoras de las ciudades, en Roma, Grecia e incluso en Mesopotamia (Anatolia, Elam) también se reconocían por el atributo de una maqueta de la ciudad sobre la que velaban. Portaban una corona que representaba el sistema defensivo de la ciudad. Diosas hititas (es posible que incluso sumerias, según cuentan textos), la diosa greco-oriental Cibeles, y las diosas greco-latinas Tiqué y Fortuna así se mostraban.
Algunas reinas asirias también portaban coronas en forma de torres y murallas. La ciudad en la que mandaban era su posesión más valiosa.
Costosas coronas de oro a modo de maquetas también eran ocasionalmente llevadas por mujeres pudientes en Israel en los primeros siglos de nuestra era, pese al rechazo que dicha actitud suscitaba en algunos teólogos. La ciudad que la corona evocaba era la Jerusalén celestial que brillaba con todo su esplendor. La corona arquitectónica era, también en este caso, un atributo que realzaba a quien la llevaba, ya que la designaba como digna de acceder a la ciudad en los cielos: se trataba de un signo de pureza.
La manipulación, real y metafórica, de la arquitectura a través de la maqueta, es una propiedad o un significado que la maqueta poseía en la antigüedad. Así, los asirios escenificaban ritualmente la entrega de una ciudad asediada gracias a la imagen del rey de la ciudad rendida entregando, doblando la rodilla y la cerviz, la ciudad al vencedor. Esa entrega se simbolizaba a través de la cesión de una maqueta de pequeño tamaño que solía representar la muralla y las torres de defensa, vistas en alzado, como se descubre en relieves imperiales neo-asirios, por ejemplo, de la sala del trono del palacio de Dur-Sharrukin (Khorsabab) -hoy en el Museo del Louvre-. Del mismo modo, desde Augusto al menos, cuenta el novelista romano Suetonio, los romanos solían recompensar ocasionalmente a los soldados -incluso "de a pie- particularmente aguerridos que habían tomado una ciudad o habían participado decisivamente en la toma con una corona, incluso de oro, que muestra la muralla de la ciudad vencida.
En todos esos casos, las maquetas arquitectónicas remiten tanto al edificio o la ciudad representados -o sustituidos- como hacia el portador que se convierte en el responsable de la obra -ya sea porque la ha encargado o porque la ha proyectado y construido-. La maqueta lo exalta -como en el caso de las diosas, las reinas y las nobles que se relacionan con aquélla- o lo reduce -cuando se ve obligado a desprenderse de ella. El creador no es nada sin su obra. Es la obra la que hace al creador. La maqueta no es (solo) un objeto sino un objeto, capaz de convertir a un humano en un creador, y a una divinidad en una suma deidad, cuya exaltación reside, precisamente, en la maqueta (y la realidad a la que aludo o sustituye) que porta. El creador es el servidor (el portador) de la misma.
lunes, 14 de septiembre de 2015
La protección del hogar: boles de incantación (boles mágicos) mesopotámicos
Las reservas de los museos de arqueología de las colecciones del Próximo oriente antiguo suelen poseer unos objetos curiosos y fascinantes. Se trata de vasijas cerámicas, siempre del mismo tamaño y misma forma, interiormente recubiertas por un texto continuo acompañado, en ocasiones de dibujos.
Estos boles se modelaron "industrialmente" en los primeros siglos de la edad cristiana. Se suelen datar entre los siglos IV y VI-VIII dC (El museo del Louvre de París data uno, sin embargo, de principios del siglo III dC). Se produjeron en Mesopotamia, principalmente, -en la ciudad sumeria de Nippur, sobre todo- y suelen adscribirse al arte mesopotámico tardío.
Fueron judíos los que los realizaron. Existía una importante comunidad en lo que hoy es Iraq, por ejemplo en la ciudad de Babilonia.
La inscripción, en negro, consiste en un texto continuo dispuesto en espiral que recorre y recubre enteramente el interior de la vasija. El texto está escrito en arameo (lengua y tipo de escritura). Suele consistir en una fórmula mágica apoyada a veces con el dibujo de rostros o figuras antropomórficas. Representan espíritus o demonios.
El texto dibuja un laberinto. Las vasijas se depositaban en las esquinas de los hogares, a menudo directamente sobre el suelo. En principio se colocaban boca abajo. Su finalidad consistía en enredar a los malos espíritus que quedaban presos en la trama enrevesada del texto y en el propio cuenco. De este modo, no podían dañar los hogares y sus ocupantes.
Los textos a veces no tienen sentido. Las letras no son tales, las palabras no se pueden leer, los texto no significan nada. El texto ficticio, sin embargo, dibuja una serpiente enroscada, capaz de atrapar y paralizar a los espíritus, realidad que se refuerza con la imagen de los mismos atrapados entre los arabescos de la formula mágica, real o ficticia.
Los llamados boles incantatorios ("incantation bowls") constituyen la última manifestación del arte mesopotámico, así como de las creencias politeístas del Próximo oriente antiguo antes de las invasiones árabes. Son propias de la religión hebrea y algunos cristiana, pero también reflejan creencias, sobre todo mágicas, en los últimos dioses y espíritus de los panteones mesopotámicos.
Existen muy pocos boles incantatorios en colecciones españolas. El Museo bíblico de la abadía de Montserrat, cerca de Barcelona, posee varios, rotos, adquiridos a principios del siglo XX en la parte oriental del Imperio Otomano (lo que hoy es Iraq).
Dos boles, del Museo del Louvre, y del Museo bíblico antes citado se expondrán seguramente en la muestra sobre cerámica y arquitectura que el Museo del Diseño de Barcelona prepara para de aquí a un año.
sábado, 12 de septiembre de 2015
LEON BRIDGES (1989): COMING HOME (2015)
Sobre este joven cantante de gospel del sur de los Estados Unidos, véase la página web de su primer disco
viernes, 11 de septiembre de 2015
CARL GROSSBERG (1894-1940): LA CIUDAD Y LA MÁQUINA (NUEVA OBJETIVIDAD ALEMANA, AÑOS VEINTE)
Estas pinturas y estos dibujos no son obra de un desconocido pintos norteamericano de los años treinta, sino del arquitecto y pintor alemán Carl Grossberg, seguramente menos conocido fuera de Alemania, o caído en el olvido, y que la excelente y documentada exposición -clausurada hace diez días- sobre la Nueva Objetividad Alemana, en el Museo Correr de Venecia, organizada por el Museo de Arte Moderno de Los Ángeles (LACMA) y el propio museo veneciano, ha devuelto el prestigio.
Formado en la Bauhaus con el pintor de temas urbanos Lyonel Feininger, Grossberg destacó hasta la llegada de los nazis al poder, por sus minuciosas representaciones de máquinas y espacios fabriles, a menudo por encargo, y por sus vistas urbanas que, lejos de cantar las excelencias de la edad de la máquina, parecen volver la mirada hacia el pasado, cuando los pueblos al pie de una iglesia románica salpicaban el paisaje, si bien la ausencia de vida, de seres humanos que caracteriza estas ciudades muertas, denota que Grossberg era consciente que sus ciudades y pueblos eran un sueño, o eran ciudades ideales, irrealizables o inalcanzables. Como expresaba después de no poder emigrar a los Estados Unidos, los nuevos tiempos maquinistas que cantó inicialmente, se habían convertido en sombríos presagios. Pequeños animales exóticos o nocturnos salvajes (un loro, un mono, un murciélago), sin relación con las impolutas máquinas geométricas o "abstractas", similares a los que se destacan en los cuadros de caprichos flamencos del siglo XVI, introducen una inquietante nota que turba la excesiva perfección maquinal.
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