sábado, 26 de septiembre de 2015
ARISTOTELIS MARAGKOS (1985): INTO THE GARDEN OF GLASS AND STEEL (2011)
Into the Garden of Glass and Steel from Aristotelis Maragkos on Vimeo.
Sobre este cineasta y autor de cortometrajes de animación griego, y sobre el documental presentado, reiteradamente premiado en diversos festivales, véase la página web.
Maragkos escribe a propósito del documental:
Synopsis
Canary Wharf is a modern architecture experiment, a city within the city of London. It has its own unique rhythm, style and architecture. It almost seems it was inspired by the writings of modern science fiction authors. this documentary attempts to grab the essence of Canary Wharf and its meaning to its occupants through the words of J.G Ballard.
About the Film
Imagine a future world. Imagine a world where technology has taken over society and mankind now makes all the choices based on instincts. Imagine a derelict world of the future. Where would these people live? How would the cityscape look like? J.G. Ballard suggests it wouldn’t be far away from what we can see now in contemporary London. Canary Wharf, is an example of what J.G. Ballard was trying to state through his novels. The documentary through the observational analysis of the architectural structures of Canary Wharf attempts to discover how they affect our lives and how they are also affected by our dystopian thoughts of the future.
What is Dystopia and where it is located.
Analyzing the people, their habits and the social structures the film attempt to get a glimpse of the future. The aim of the film is to locate the characteristics that form dystopias and see why humanity is always that interested not only on creating menacing versions of the future but also why we choose to design them and live in them. Why in a way we love to hate our dystopian realities.
La destrucción de los monumentos
El monumento se alza en medio de la ciudad. tiene veintidós metros de alto, y es visible desde todos los rincones. Tiene un perfil recto, y responde as un estilo híbrido, entre clásico y faraónico. Ha perdurado hasta hoy, si bien se le han eliminado imágenes e inscripciones. Está a punto de ser derribado porque representa la victoria del mal sobre el bien. Es un signo de inmoralidad. Deberá, sin duda, ser minado.
¿Estamos en Palmira? No, en Palma.
El monumento de tardío estilo art deco. Se levantó para honrar la memoria de muertos. Como todos los monumentos (memento, en latín, significa acordarse).
Los primeros cristianos, y los primeros musulmanes trataron de derribar las pirámides egipcias: monumentos funerarios, de dudoso atractivo, levantados para exaltar a un solo hombre, a costa de miles de trabajadores. Gracias a que no lo lograron, mil quinientos años más tarde, a partir del ejemplo de las pirámides, Hegel pudo escribir el primer tratado de teoría del arte en el que enunció cómo se podría valorar la obra de arte, libre de criterios morales y políticos. Ha fracasado, como se ve. El arte no existe. El arte por el arte es un sueño. El deseo de poder es demasiado fuerte.
Deberíamos derribar las catedrales. Son el signo de la imposición de un credo. En Barcelona, con las ruinas del templo, podríamos reconstruir la mezquita que allí se alzó, para hacerla saltar por los aires y reemplazarla por el templo de Augusto que, sin duda, pisotea, algún santuario íbero. Y asi borraremos la historia.
Arquitectos iraquis -que sufrieron la dictadura de Saddan Hussein y hoy son víctima del ISIL- sostienen que el delirante palacio que Hussein mandó erigirse en el centro de las ruinas de Babilonia, sobre un tell, dominando el yacimiento, debe ser restaurado -ha sido expoliado (comprensiblemente)- y preservado, porque ya forma parte de la historia de Babilonia, para bien o para mal. La historia no se entendería sin este horror. Manifiesta cómo Babilonia fue percibida y utilizada, qué valor se le otorgó. Babilonia no se limita a la puerta de Ishtar y las murallas -construidas tras el derribo de centenares de edificios, sobre las ruinas de innumerables Babilonias que se sucedieron durante mil quinientos años-, sino que el palacio despreciado -en verdad, no más vulgar que la ostentosa y chillona puerta de Ishtar, levantada solo para impresionar a las masas y exibir el poder del último emperador en el que ya nadie creía- explica qué fue y qué es, qué significa Babilonia.
El monumento en Palma puede derribarse. Por razones estéticas, sin embargo. Pero el gusto cambia, y mediocridades como el templo de Bel en Palmira son hoy admiradas y defendidas, porque hombres del pasado no pudieron -o no quisieron- borrarlo, por impotencia, prudencia o gusto ("bueno" o "malo", según el juicio estético de cada uno).
Con lo que el tiempo ya destruye...
¿Estamos en Palmira? No, en Palma.
El monumento de tardío estilo art deco. Se levantó para honrar la memoria de muertos. Como todos los monumentos (memento, en latín, significa acordarse).
Los primeros cristianos, y los primeros musulmanes trataron de derribar las pirámides egipcias: monumentos funerarios, de dudoso atractivo, levantados para exaltar a un solo hombre, a costa de miles de trabajadores. Gracias a que no lo lograron, mil quinientos años más tarde, a partir del ejemplo de las pirámides, Hegel pudo escribir el primer tratado de teoría del arte en el que enunció cómo se podría valorar la obra de arte, libre de criterios morales y políticos. Ha fracasado, como se ve. El arte no existe. El arte por el arte es un sueño. El deseo de poder es demasiado fuerte.
Deberíamos derribar las catedrales. Son el signo de la imposición de un credo. En Barcelona, con las ruinas del templo, podríamos reconstruir la mezquita que allí se alzó, para hacerla saltar por los aires y reemplazarla por el templo de Augusto que, sin duda, pisotea, algún santuario íbero. Y asi borraremos la historia.
Arquitectos iraquis -que sufrieron la dictadura de Saddan Hussein y hoy son víctima del ISIL- sostienen que el delirante palacio que Hussein mandó erigirse en el centro de las ruinas de Babilonia, sobre un tell, dominando el yacimiento, debe ser restaurado -ha sido expoliado (comprensiblemente)- y preservado, porque ya forma parte de la historia de Babilonia, para bien o para mal. La historia no se entendería sin este horror. Manifiesta cómo Babilonia fue percibida y utilizada, qué valor se le otorgó. Babilonia no se limita a la puerta de Ishtar y las murallas -construidas tras el derribo de centenares de edificios, sobre las ruinas de innumerables Babilonias que se sucedieron durante mil quinientos años-, sino que el palacio despreciado -en verdad, no más vulgar que la ostentosa y chillona puerta de Ishtar, levantada solo para impresionar a las masas y exibir el poder del último emperador en el que ya nadie creía- explica qué fue y qué es, qué significa Babilonia.
El monumento en Palma puede derribarse. Por razones estéticas, sin embargo. Pero el gusto cambia, y mediocridades como el templo de Bel en Palmira son hoy admiradas y defendidas, porque hombres del pasado no pudieron -o no quisieron- borrarlo, por impotencia, prudencia o gusto ("bueno" o "malo", según el juicio estético de cada uno).
Con lo que el tiempo ya destruye...
viernes, 25 de septiembre de 2015
Cibeles y las ciudades
La preparación de una breve monografía, de próxima publicación, sobre la diosa Cibeles, que formará parte de una trilogía cuyos otros volúmenes estarán dedicados a Neptuno y a Mercurio, ha llevado a volver a estudiar esta diosa.
Se trata aquí del borrador de una parte dedicada a Cibeles, protectora de las ciudades, un tema ya tratado, más brevemente, en varias entradas en este blog:
Se trata aquí del borrador de una parte dedicada a Cibeles, protectora de las ciudades, un tema ya tratado, más brevemente, en varias entradas en este blog:
Construcciones divinas (malignas o benignas) o heroicas, o descendidas
del cielo, las ciudades, al igual que cada uno de los edificios singulares
representativos (templos, tumbas y palacios), han sido consideradas, en la
mayoría de las culturas, invenciones sobrenaturales que debían ser protegidas.
No pertenecían propiamente a los hombres sino que, hubieran seres humanos
participado o no en su construcción, se trataba de posesiones celestiales en
las que los mortales eran autorizados por los dioses a instalarse en ellas, a
cambio de cuidarlas y de atender las moradas (santuarios, jardines) y a las
necesidades divinas. Durante mucho tiempo, hasta finales del segundo milenio en
Mesopotamia, las ciudades pudieron fundarse y construirse solo con el permiso
del cielo. Además de templos y monumentos dedicados a diversas deidades, las
ciudades poseían siempre un santuario principal dedicado a la divinidad fundadora
y protectora de la urbe, a la que, en ocasiones prestaba incluso su nombre.
Así, la capital del imperio asirio, Aššur, poseía la misma denominación que el
padre de los dioses en Asiria. Cada
ciudad poseía una divinidad o un héroe protector: Atenea en Atenas, Apolo en
Delfos, Hércules en Roma. No existía ninguna divinidad relacionada con el
espacio urbano común para todas las ciudades antes de Alejandro. A su muerte,
sin embargo, la protección que la diosa de Antioquía concedía a esta ciudad fue
pronto extendida a todas las ciudades, especialmente a las numerosas urbes que
Alejandro fundó durante sus conquistas que se extendieron por el este hasta la
India y Egipto por el Sur, bautizadas todas ellas Alejandropolis.
La diosa de Antioquía se llamaba Tiqué. Se trataba de un
concepto divinizado y no tanto una verdadera diosa de compleja personalidad. El
nombre significa suerte, fortuna. Fortuna fue el nombre que se le dio a esta
diosa en Roma. Se trataba de una antigua divinidad, hija del Océano, de la que
dependía la buena y la mala suerte que, imprevisiblemente recaían en los
humanos y las comunidades. Se asociaba con Némesis, la diosa implacable que
otorgaba las justas retribuciones, castigos o parabienes, por las acciones
llevadas a cabo.
Tiqué o Fortuna se representaba como una mujer joven,
vestida con una larga túnica, sentada sobre el pico de una montaña, a cuyos
pies discurría un río: hitos naturales propios de Antioquía. La diosa portaba
espigas en una mano, signo de la abundancia que la suerte dispensaba y que la
presencia de la diosa garantizaba si agradecía las ofrendas recibidas, y estaba
coronada. La corona tenía la forma de una muralla con torres de defensa.
Reproducían a escala, como si de una maqueta se tratara, el sistema defensivo
de Antioquía. La Fortuna de cada ciudad, desde entonces, se personalizaría con
la imitación fidedigna de las murallas de la ciudad a la que la diosa
representaba y defendía. Representaciones femeninas coronadas con murallas
urbanas ya existían anteriormente en Mesopotamia, tanto en Anatolia (norte del
Próximo Oriente antiguo) cuanto en Ugarit y en Palestina (en el este de
Mesopotamia) y en Elam (al este de la tierra entre los dos ríos, o
Mesopotamia), es decir en diversos territorios alejados entre sí. Mujeres
nobles de Israel portaban en ocasiones coronas de oro que representaban a la
ciudad de Jerusalén, concebidas como ornamentos y como amuletos. En
general, las figuras mesopotámicas representadas
portando representaciones simbólicas de una ciudad eran diosas y reinas. Las
coronas debían designar las ciudades bajo la protección o el mandato de diosas
o reinas: ciudades propias o conquistadas. La corona establecía y significaba
el lazo entre la divinidad y la ciudad. La diosa –se trataba siempre de una
divinidad femenina- estaba obligada a defender la ciudad, y ésta tenía que
rendirle culto so pena de perder la protección sin la cual la ciudad no podía
sobrevivir. La corona sustituía a la ciudad. No solo la representaba sino que la
“encarnaba”. En ausencia de la corona, la ciudad perdía su entidad, no solo
porque quedaba a merced de los enemigos y los cataclismos, sino porque no podía
ser identificada o reconocida como una ciudad. La diosa portaba siempre a la
ciudad. La protección que brindaba está siempre garantizada –si el culto se
mantenía.
El atributo principal de Tiqué o Fortuna –la corona en forma
de muralla urbana- también era portado por Cibeles. Se trata posiblemente de un
atributo adscrito tardíamente a esta diosa, por
influencia de la iconografía, también helenística, de Tiqué. La corona
amurallada servía para identificar a Cibeles como una diosa relacionada con la
ciudad. Si la diosa controlaba el mundo salvaje, si estaba identificada con
éste, puede sorprender este cambio de
registro. Pero recordemos que la protección eficaz de una urbe se conseguía si
se aplacaban las fuerzas que asechaban desde el exterior, por lo que las
divinidades que podían velar sobre las ciudades eran las que tenían a las
fieras, los monstruos y los salvajes a sus pies. Cibeles cumplía con esta
condición: diosa arisca capaz de brindar su protección a un símbolo de la
civilización como era –o es acaso aun- la ciudad. Cibeles era una diosa-madre, asociada a las
fuerzas primigenias de la naturaleza. Las ciudades tenían que tenerlas en
cuenta. Una mala relación con el entorno, con los dioses celestiales (hijos de
la diosa-madre) y con las potencias del infra-mundo (también asociadas a la
diosa de los inicios), conllevaba la destrucción de la ciudad. Po este motivo,
los ciudadanos tenían que honrar a Cibeles y cuidarse de ella. La convirtieron,
entonces, en la diosa principal de cualquier ciudad, equiparada con la Suerte
divinizada de las urbes (la diosa Tiqué o Fortuna). La fortuna de la ciudad, simbolizada por
monedas estampilladas con la testa coronada de la diosa, comunes en muchas
urbes, estaba en sus manos. El poder de Cibeles era incluso superior al de
Tiqué, pues Cibeles controlaba todas las fuerzas vivas que proporcionaban
bienes, aseguraban la fecundidad humana y la fertilidad de la tierra, y
mantenía a raya los peligros venidos de la noche y la selva que siempre
rondaban campos cultivados y ciudades.
Cibeles estaba estrechamente relacionada con Atenas, pese a
no ser una diosa griega, sino entronizada desde Frigia. Moraba en el corazón de
la ciudad, sentada en el ágora. El tirano Alcíbiades introdujo su culto a
finales del siglo V aC, quizá para
estrechar las relaciones entre Atenas y las colonias orientales. Mandó
edificar un primer santuario que fue sustituido por una segunda construcción en
época helenística. El Metroon o Santuario de la Diosa Madre cumplía una doble
función. Se trataba tanto de un edificio público administrativo cuando de un
templo. El Metroon formaba parte del conjunto del Bouleterion: la sede de la
Boulé o asamblea popular que, desde que fuera instaurada por Solón a principios
del siglo VI aC, gobernaba la ciudad –estado, aplicando los decretos de una
segunda asamblea, legislativa, en este caso: la….. La Boulé comprendía quinientos
miembros –reducidos posteriormente a cincuenta dadas la obvia ineficacia de una
asamblea tan numerosa- representantes de los diez distritos que formaban la
organización social y administrativa de la ciudad. La sede anexa, el Metroon, acogía los
archivos de la ciudad. Guardaba todos los decretos instaurados o aplicados por
la Boulé. Pero, al mismo tiempo, la construcción estaba dedicada al culto de
Cibeles. Los cimientos del Metroon descansaban sobre las ruinas del primer
templo dedicado a la diosa. La doble función del Metroon no era gratuita. Todo
edificio público-administrativo o legislativo antiguo tenía también un carácter
sagrado. La división entre lo sagrado y lo profano no eran tan clara como hoy
en la mayoría de los países europeos. Las decisiones humanas tenían que estar
avaladas por una deidad. Por este motivo, capillas o altares dedicados a
poderes urbano superiores que pudieran
dan “fe” de lo que los mortales habían establecido eran necesarios, incluso en
Atenas, una ciudad en la que el territorio, contrariamente a lo que ocurría en
Mesopotamia, estaba escindido entre el espacio de los hombres, profano,
simbolizado por el ágora, y el espacio consagrado a los dioses que el acrópolis
visualizaba. Las decisiones de la Boulé venían “santificadas” por la Madre de
los Dioses, bendición que les otorgaba una particular gravedad, dada la
antigüedad de la diosa, madre de los dioses, y la protección que brindaba a
todas las ciudades. Por otra parte, el archivo, también bajo la advocación de
la diosa, se convertía en un florilegio de edictos aprobados por la diosa
primigenia, lo que los convertía en respuestas modélicas a los problemas de la
ciudad que podían ser tenidas en cuenta en nuevas actuaciones. Es significativo que mientras que el ágora era
un espacio público, perteneciente a la comunidad, donde se asentaban las
instituciones políticas y administrativas, “laicas”, también acogía un
santuario tan venerable como el dedicado a la Madre de los dioses. El ágora no
estaba falto de santuarios, ciertamente, pero los templos, situados en la
periferia del ágora, estaban dedicados a divinidades protectoras del comercio,
y de gremios, como Hefesto y Atenea, a fin de facilitar los intercambios de
bienes, las transacciones comerciales y financieras. Existían también
monumentos y altares en honor de héroes protectores de la ciudad (como Teseo) y
de divinidades que velaban por la suerte de Atenas (Hestia o la diosa del fuego
sagrado, Higia o la Salud, Fortuna), pero el santuario de la madre de los
dioses, que protegía la ciudad, sus habitantes, sus decisiones y sus relaciones
interiores y exteriores era sin duda la construcción más importante sin la cual
las voces de los ciudadanos habrían carecido de peso y de eco. La Madre de los
dioses no protegía solo a los humanos sino a las comunidades, a los humanos en
relación unos con otros. Velaba pues sobre los ligámenes políticos que son los
que tejen el armazón más sólido que asegura la convivencia entre miembros que
forman parte de una misma familia o clan. La Madre de los dioses estaba así en
el origen mismo de las comunidades y les daba sentido: una comunidad era un
espacio donde se constituían relaciones entre miembros sin relaciones de
parentesco que estaban dispuestos a crear y vivir en una estructura mayor: una
comunidad de iguales. Sin la Madre de los dioses quizá no habría habido
ciudadanos.
jueves, 24 de septiembre de 2015
Siria,lo que el tiempo no destruye...
Siria ocupa hoy un territorio que comprende el valle del Éufrates, las estribaciones de los montes Tauro que marcan la frontera con el altiplano de Anatolia, una fértil franja a lo largo del Orontes y las estribaciones de los montes del Líbano (el mítico emplazamiento del bosque de los Cedros donde moraba el divino monstruo Humbaba, hermano del dios Enki, contra quien Gilgamesh y Enkidu lucharon) y el amplísimo desierto siro-mesopotámico que se prolonga, al sur, con el desierto arábico, que comprende la mayor parte del país.
En la antigüedad, Siria escapó a los grandes imperios mesopotámicos (neo-sumerio, acadio, babilónico, asirio), sino que estaba dividido en pequeños reinos (Damasco, Alepo) que mediaban entre los imperios asirio, hitita y egipcio.
El emplazamiento de Palmira, cabe un gran oasis, constituía un alto en la travesía del desierto, cuya ruta adquirió protagonismo cuando las caravanas, quizá no antes de la época helenística, se atrevieron a aventurarse por esta ruta que acortaba la distancia entre Mesopotamia -y, más lejos, Elam (Irán) y la India- y el Mediterráneo.
Es por esta razón que los historiadores (occidentales) consideraban que Siria era un territorio y comprendía culturas marginales o provincianas.
El estudio de los yacimientos mesopotámicos de Mari, Tell Brak y, recientemente, Ebla (cuya biblioteca es una de las más ricas en tablillas cuneiformes del Próximo Oriente) ha cambiado esta imagen.
Durante mucho tiempo, se pensó que la historia empezó en Sumer: instituciones e innovaciones políticas y culturales como la ciudad, la realeza, la justicia, el panteón, la escritura, el cálculo fueron generados en el sur de Mesopotamia (hoy, Iraq) y, a través de los ríos Éufrates y Tigris, se divulgaron hacia el norte -y el este. Hoy, recientes descubrimientos hacen tambalear esta sólida creencia y algunos estudiosos piensan que la circulación de ideas y técnicas se realizó en sentido contrario, generadas en Anatolia y el el norte de Siria, y descendieron hacia Mesopotamia, o se produjeron simultáneamente en lugares distintos, tanto en Siria cuanto en Mesopotamia (Iraq).
Siria ha sido un país que se ha podido visitar turísticamente en los últimos años durante un corto periodo de tiempo: entre principios de los años noventa -tras el cierre del país al que sometió la dictadura de un presidente de por vida tras el asedio, la destrucción sistemática y la matanza de la población de la ciudad de Hama, entre Damasco y Alepo, por el gobierno, a principios de los años ochenta- y principios de 2011, con el inicio de la guerra civil que aún asola. Pero ya en 2009, dos antes del inicio de la revuelta, en Damasco se intuía que los años venideros iban a ser complicados...
Los participantes en esta sesión han participado en misiones arqueológicas en Siria, especialmente el Dr. Miquel Molist, y tratarán de comunicar su experiencia y sus impresiones, conscientes que solo los sirios saben la verdad
En la antigüedad, Siria escapó a los grandes imperios mesopotámicos (neo-sumerio, acadio, babilónico, asirio), sino que estaba dividido en pequeños reinos (Damasco, Alepo) que mediaban entre los imperios asirio, hitita y egipcio.
El emplazamiento de Palmira, cabe un gran oasis, constituía un alto en la travesía del desierto, cuya ruta adquirió protagonismo cuando las caravanas, quizá no antes de la época helenística, se atrevieron a aventurarse por esta ruta que acortaba la distancia entre Mesopotamia -y, más lejos, Elam (Irán) y la India- y el Mediterráneo.
Es por esta razón que los historiadores (occidentales) consideraban que Siria era un territorio y comprendía culturas marginales o provincianas.
El estudio de los yacimientos mesopotámicos de Mari, Tell Brak y, recientemente, Ebla (cuya biblioteca es una de las más ricas en tablillas cuneiformes del Próximo Oriente) ha cambiado esta imagen.
Durante mucho tiempo, se pensó que la historia empezó en Sumer: instituciones e innovaciones políticas y culturales como la ciudad, la realeza, la justicia, el panteón, la escritura, el cálculo fueron generados en el sur de Mesopotamia (hoy, Iraq) y, a través de los ríos Éufrates y Tigris, se divulgaron hacia el norte -y el este. Hoy, recientes descubrimientos hacen tambalear esta sólida creencia y algunos estudiosos piensan que la circulación de ideas y técnicas se realizó en sentido contrario, generadas en Anatolia y el el norte de Siria, y descendieron hacia Mesopotamia, o se produjeron simultáneamente en lugares distintos, tanto en Siria cuanto en Mesopotamia (Iraq).
Siria ha sido un país que se ha podido visitar turísticamente en los últimos años durante un corto periodo de tiempo: entre principios de los años noventa -tras el cierre del país al que sometió la dictadura de un presidente de por vida tras el asedio, la destrucción sistemática y la matanza de la población de la ciudad de Hama, entre Damasco y Alepo, por el gobierno, a principios de los años ochenta- y principios de 2011, con el inicio de la guerra civil que aún asola. Pero ya en 2009, dos antes del inicio de la revuelta, en Damasco se intuía que los años venideros iban a ser complicados...
Los participantes en esta sesión han participado en misiones arqueológicas en Siria, especialmente el Dr. Miquel Molist, y tratarán de comunicar su experiencia y sus impresiones, conscientes que solo los sirios saben la verdad
miércoles, 23 de septiembre de 2015
ROSA AMORÓS (1945) O LA INTERPRETACIÓN DE LOS MITOS (ARTES CONTEMPORÁNEO Y MESOPOTÁMICO, 2015)
Tiamat II, 2015
Tinta china sobre papel Japón
69,5x142 cm
Gea, 2000
Cerámica
126x50x12 cm
Los Anunaki VI, 2015
Tinta china sobre papel Japón
142x69,5 cm
Agugi (o Igigi), 2015
Cerámica
40x396x134 cm
Los Anunaki V, 2015
Tinta china sobre papel Japón
142x69,5 cm
Los Anunaki IV, 2015
Tinta china sobre papel Japón
142x69,5 cm
Medusa, 1999
Guache sobre cartón
25,7x22 cm
Alepo, 1999
Cerámica
19 cm altura. diámetro: 36 cm
Nota: pieza no incluida en la muestra
Fragmento de uno de los textos del catálogo de próxima publicación de la muestra Despojos y dèries, inaugurada ayer en la Fundación Suñol de Barcelona. Consistente en un diálogo sobre la obra de Rosa Amorós:
PA: En sus últimas
esculturas orgánicas, son ilustrativas las referencias mitológicas que Rosa
Amorós utiliza. Algunas de sus esculturas tienen títulos que remiten a nombres
de divinidades tanto griegas como mesopotámicas, como Gea (la diosa madre
griega), Tiamat (la divinidad de las aguas que corren en Babilonia), los Igigi
(los dioses primordiales mesopotámicos que, bajo la forma de peces, vivían en
las aguas de los orígenes) o los Anunnaki, que es el nombre colectivo de los
dioses celestiales del Próximo Oriente antiguo. Estas divinidades son casi
siempre femeninas, corresponden a diosas madre, no son divinidades
antropomórficas, sino que son materias o espacios primigenios convertidos en
dioses. Son seres a los que no se solían dedicar santuarios, porque eran la
base misma sobre la que se edificaban los templos. Un santuario era un espacio
acotado que encierra una tierra sagrada, vetada para los mortales, y esas
diosas, a las que Rosa alude o que representa, ya son la propia tierra
sacralizada.
HT: Cuando hablas de espacios
primigenios, ¿quieres decir que estaban topográficamente señalados?
PA: Son los espacios
originarios a partir de los cuales se genera el cosmos y todos los seres,
mortales e inmortales, que lo pueblan.
HT: ¿Espacios o energías?
PA: Son espacios llenos de
energía. Por ejemplo, en Mesopotamia el nombre de la diosa madre también se
traduce como ‘vagina’. Más que de un espacio, se trata de un hueco o de una
grieta de la que nacen los elementos que conforman el cosmos. En Grecia,
existían dos divinidades primordiales llamadas Gea y Caos; eran muy parecidas, a
veces se confunden. Caos también se equipara a las profundidades de la tierra,
al Tártaro, al Hades (el mundo de los muertos), en el que las formas y los
seres se descomponen, regresando a su condición primera, material. Caos no era
un lugar desordenado, como podríamos pensar, sino que era una herida en la
materia. Esta se desgarraba muy profundamente y alumbraba a las primeras
divinidades. La escultura de Rosa Amorós llamada Gea muestra una masa vertida, en la que se perciben abombamientos,
unas primeras hinchazones que recuerdan a una multitud de ubres o de testículos
como los que colgaban del pecho de la diosa Artemis de Éfeso, una diosa madre
oriental precisamente.
El nombre de Caos está
relacionado, en la Grecia antigua, con una familia de términos que designan
todo tipo de aperturas, heridas, arcadas y bostezos. Se pensaba que la materia
somnolienta se desperezaba, abría la boca con un movimiento incontrolable, para
expulsar a las divinidades que llevaba dentro.
HT: En este sentido, el título
de la exposición, Despojos i dèries,
le va como anillo al dedo, ya que dèria,
en catalán, es “una idea fija que incita persistentemente a hacer una cosa”, lo
que alude a una energía enajenada y creativa, que tendría relación, por un
lado, con las diosas creadoras de las que hablabas y que ella menciona en sus
títulos y, por otro, con los despojos.
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