domingo, 3 de marzo de 2019
JOAN FOLDES (1924) & PETER FOLDES (1924-1977): A SHORT VISION (1956)
Uno de los dibujos animados más influyentes de la segunda mitad del siglo XX, de los cineastas húngaros, afincados en Gran Bretaño, Peter y Joan Foldes.
KAZIMIR MALÉVITCH (1879-1935): ARQUITECTONES (1920)
Fotos: Tocho, marzo de 2019
Las pequeñas maquetas "arquitectónicas " de yeso -un juego de volúmenes verticales y horizontales- originales de Malévitch raramente se incluyen en exposiciones debido a su fragilidad. Se suele optar por réplicas modernas.
La extraordinaria exposición sobre las vanguardias rusas y soviéticas, en la fundación Mapfre, en Madrid, muestra una serie de estas piezas acompañadas, lo que es singular, de estatuillas antropomórficas, que cambian la "percepción" de las evocaciones urbanas que las maquetas constituyen. Lejos de la frialdad de la ciudad inhumana, dichas estatuillas, también de yeso, aún más frágiles y diminutas que las maquetas, pero bien asentadas en la base, otorgan al conjunto, blanco, monolítico, un aspecto terrenal, casi cotidiano, casi como si dichas figuras fueran más importantes o necesarias que los rascacielos y los desmesurados edificios industriales, que dan la medida de la ciudad futura que Malévitch proyecta: una ciudad donde la imperfección humana tiene aún cabida.
martes, 26 de febrero de 2019
Falla
Una falla nace para ser quemada. el artista la condena a la hoguera. La obra no tiene ningún poder; nada puede hacer. No se impone -pese a que tenga un tamaño imponente. es un juguete roto, un muñeco. en manos de quien la ha modelado y la manipula. Espera su hora. Nada quedará ni siquiera en el recuerdo. Una falla es olvidable. Pronto, una nueva falla la sustituirá, para desaparecer también en la hoguera. Las fallas pasan. Son fuegos fatuos.
Una obra de arte (una estatua) también puede acabar entre llamas. Mas, no es sacrificada sino que se sacrifica. La estatua nos despierta, nos provoca, y nos utiliza para sus fines. La estatua quiere levantar pasiones, incendiándonos, sabiendo y aceptando que puede acabar consumida. La obra de arte constituye un reto. No deja indiferente. Su vida no está en nuestras manos. Antes bien, es nuestra vida la que depende de su presencia, de cómo nos mira, nos trata, de cómo desea qué la tratemos. La obra de arte nos tiende un espejo en el que se reflejan nuestros prejuicios, nuestras limitaciones, nuestras miserias, nuestros miedos. La obra de arte nos fuerza a reaccionar, a cavilar y a actuar. Nos saca de nuestras casillas, y nos expone (a su poder). Su destrucción -o su exaltación- conlleva nuestra ruina moral -o nuestro sosiego. La obra de arte nos quema para siempre. La mala o la buena conciencia, por haber obedecido a sus indicaciones, a su sentido, incendiándola o adorándola, no nos dejará ya. Habremos caído en sus redes, como caían en los brazos ardientes del gigantesco y mítico bronce de talos, en Creta, sus víctimas, rendidas, víctimas de su imponente presencia.
Una falla no falta en una feria.
lunes, 25 de febrero de 2019
Ascensión (o los problemas de los textos de la antigüedad)
Los cuatro evangelios se escribieron en griego, durante casi un siglo, a partir de la segunda mitad del s. I dC, y después de las cartas (auténticas) de Pablo. No son, por tanto, los primeros textos sobre Jesús, pero sí son los primeros que narran su vida -o, mejor dicho una doble vida: la de Jesús, un profeta, seguramente histórico, y de Cristo, una figura mesiánica, sin duda imaginaria, creada para responder a las múltiples profecías sobre la venida de un salvador en el Antiguo Testamento.
El primer evangelio habría sido redactado por Lucas; Mateo y Marcos habrían escrito su versión, entonces, influyéndose mútuamente; y finalmente, casi medio siglo más tarde, Juan, basándose en Lucas -autor también de los Hechos de los Apóstoles- habría escrito el cuarto y último evangelio canónico que, prácticamente, contradecía los anteriores.
La autoría de los cuatro relatos sobre la vida de Jesús -y de Cristo- se atribuye, tradicionalmente a cuatro apóstoles. Juan no pudo ser el autor del último evangelio, redactado ya bien entrado el siglo II dC, pero seguramente Lucas, Mateo y Marcos -si existieron- tampoco habrían escrito los Evangelios, posiblemente obras colectivas de pequeñas comunidades judías -o judeocristianas.
El evangelio de Lucas presenta un interesante problema. El texto original, como el de los otros tres evangelios, se ha perdido. Se conoce a través de copias; las más antiguas no son anteriores a principios del siglo III dC. Dichas copias son a veces versiones. Los copistas no se limitaron siempre a reproducir el texto, sino que lo alteraron, ya sea simplificando o resumiendo, ya sea añadiendo párrafos o detalles, extraídos de otras fuentes, o comentando el texto copiado, sin que dichos comentarios se destaquen como intercalaciones.
En ocasiones, las versiones pueden alterar sustancialmente el texto original o, al menos la versión anterior. Los cambios pueden afectar no solo el relato sino la concepción del profeta o del Hijo de Dios.
Así, la ascensión de Cristo -que no de Jesús- está narrada en el primer evangelio, de Lucas (24, 51). pero si nos fijamos, descubrimos que una parte de la frase está entre corchetes. Eso significa que corresponde a una versión más tardía, que no se halla en los manuscritos más antiguos. Dicho texto reza así: καὶ ἀνεφέρετο εἰς τὸν οὐρανόν, lo que se traduce "y fue elevado hacia el cielo (Urano)". Sin embargo, si observamos bien, dicho final de frase está entre corchetes. Eso significa que se halla en manuscritos tardíos, pero no en versiones anteriores, seguramente más próximas al texto original. En efecto éstas solo indican: Καὶ ἐγένετο ἐν τῷ εὐλογεῖν αὐτὸν αὐτούς, διέστη ἀπ’ αὐτῶν, que se traduce por "Y aconteció que mientras los bendecía se separó de ellos". El verbo diiemi, precedido por el prefijo dia (que indica separación), significa dejar ir. El sustantivo diesis se traduce por acción de separar, por intervalo incluso. Es decir, el texto más antiguo indica que se produjo una separación: Jesús se alejó -o sus discípulos lo dejaron. Esta separación es real, en efecto, pero acontece en la tierra. Los caminos de Jesús y de sus discípulos divergen. El movimiento que ambos emprenden se desenvuelve horizontal, no verticalmente. La separación quizá también sea espiritual, amén de física; se intuye que un vacío se ha instalado. Pero se trata de una separación humana, común en las relaciones humanas.
Este detalle tan importante denota, no solo problemas de traducción, sino la dificultad a la hora de abordar unos textos que, como todos los de la antigüedad, no son textos originales, sino remozados por el tiempo. Lo que percibimos no es lo que ocurrió realmente, sino lo que le ocurrió al texto y cómo las generaciones sucesivas se imaginaron lo que ocurrió. Y lo que ocurrió es lo que se quiso que aconteciera, en función de los sueños y creencias de las sucesivas generaciones.
Este comentario está casi directamente transcrito -los errores son de Tocho, empero- del magnífico libro de Antonio Piñero: Aproximación al Jesús histórico, Trotta, 2019, págs. 176-177.
El primer evangelio habría sido redactado por Lucas; Mateo y Marcos habrían escrito su versión, entonces, influyéndose mútuamente; y finalmente, casi medio siglo más tarde, Juan, basándose en Lucas -autor también de los Hechos de los Apóstoles- habría escrito el cuarto y último evangelio canónico que, prácticamente, contradecía los anteriores.
La autoría de los cuatro relatos sobre la vida de Jesús -y de Cristo- se atribuye, tradicionalmente a cuatro apóstoles. Juan no pudo ser el autor del último evangelio, redactado ya bien entrado el siglo II dC, pero seguramente Lucas, Mateo y Marcos -si existieron- tampoco habrían escrito los Evangelios, posiblemente obras colectivas de pequeñas comunidades judías -o judeocristianas.
El evangelio de Lucas presenta un interesante problema. El texto original, como el de los otros tres evangelios, se ha perdido. Se conoce a través de copias; las más antiguas no son anteriores a principios del siglo III dC. Dichas copias son a veces versiones. Los copistas no se limitaron siempre a reproducir el texto, sino que lo alteraron, ya sea simplificando o resumiendo, ya sea añadiendo párrafos o detalles, extraídos de otras fuentes, o comentando el texto copiado, sin que dichos comentarios se destaquen como intercalaciones.
En ocasiones, las versiones pueden alterar sustancialmente el texto original o, al menos la versión anterior. Los cambios pueden afectar no solo el relato sino la concepción del profeta o del Hijo de Dios.
Así, la ascensión de Cristo -que no de Jesús- está narrada en el primer evangelio, de Lucas (24, 51). pero si nos fijamos, descubrimos que una parte de la frase está entre corchetes. Eso significa que corresponde a una versión más tardía, que no se halla en los manuscritos más antiguos. Dicho texto reza así: καὶ ἀνεφέρετο εἰς τὸν οὐρανόν, lo que se traduce "y fue elevado hacia el cielo (Urano)". Sin embargo, si observamos bien, dicho final de frase está entre corchetes. Eso significa que se halla en manuscritos tardíos, pero no en versiones anteriores, seguramente más próximas al texto original. En efecto éstas solo indican: Καὶ ἐγένετο ἐν τῷ εὐλογεῖν αὐτὸν αὐτούς, διέστη ἀπ’ αὐτῶν, que se traduce por "Y aconteció que mientras los bendecía se separó de ellos". El verbo diiemi, precedido por el prefijo dia (que indica separación), significa dejar ir. El sustantivo diesis se traduce por acción de separar, por intervalo incluso. Es decir, el texto más antiguo indica que se produjo una separación: Jesús se alejó -o sus discípulos lo dejaron. Esta separación es real, en efecto, pero acontece en la tierra. Los caminos de Jesús y de sus discípulos divergen. El movimiento que ambos emprenden se desenvuelve horizontal, no verticalmente. La separación quizá también sea espiritual, amén de física; se intuye que un vacío se ha instalado. Pero se trata de una separación humana, común en las relaciones humanas.
Este detalle tan importante denota, no solo problemas de traducción, sino la dificultad a la hora de abordar unos textos que, como todos los de la antigüedad, no son textos originales, sino remozados por el tiempo. Lo que percibimos no es lo que ocurrió realmente, sino lo que le ocurrió al texto y cómo las generaciones sucesivas se imaginaron lo que ocurrió. Y lo que ocurrió es lo que se quiso que aconteciera, en función de los sueños y creencias de las sucesivas generaciones.
Este comentario está casi directamente transcrito -los errores son de Tocho, empero- del magnífico libro de Antonio Piñero: Aproximación al Jesús histórico, Trotta, 2019, págs. 176-177.
Santo Tomás en Mosul
Agradezco a la profesora del Departamento de Arquitectura de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Bagdad, la dra. Ghada Siliq, oriunda de Mosul, la entrega de esas fotografías tomadas este año.
El apóstol Tomas, hermano gemelo de Jesús (Tomás, en hebreo, al igual que Dídimo, su nombre en griego, significa gemelo), en su camino a la India, tras haber sido vendido como esclavo por Jesús a un emisario del rey de la India Gundosforo, para responder a un encargo real al que nadie había sabido dar una respuesta aceptable, construir un palacio inimaginable -Tomás levantó eficazmente un deslumbrado palacio construido con luz en el cielo, lo que le convirtió lo que hasta hoy es: el patrón, no de los imposibles, sino de los arquitectos-, se detuvo, cuenta la leyenda, en la ciudad de Mosul.
El casco antiguo de esta ciudad, hoy destruido por el Estado Islámico (sunita), y la subsiguiente liberación de la ciudad por parte del ejército iraquí (chiita), alberga -o albergaba- varias iglesias cristianas (siríacas ortodoxas) medievales (Mosul era una ciudad principalmente cristiana hasta los años ochenta).
Se contaba que, tras su muerte, los restos de Tomás fueron trasladados a Turquía y, de allí, a Mosul.
Antes de la reciente destrucción de la ciudad, se halló, empotrado en un pilar de la nave principal de una iglesia gótica del siglo XIV -la iglesia de Santo Tomás- una caja con restos humanos, datados, entonces, del siglo I dC. Pronto se consideró que se trataba de una reliquias, precisamente las del santo patrón de los arquitectos, en una ciudad, hoy, cuyo casco histórico ha quedado tan devastado que los proyectos de rehabilitación contemplan la total aniquilación de lo poco que queda en pie y la transformación de la ciudad en una imagen de Dubai: una ciudad sin raíces, asaetada de rascacielos.
sábado, 23 de febrero de 2019
PATRICIA DAUDER (1973): SUELO (2009-2019)
Patricia Dauder: Suelo (2009-2019), exposición Hollow (Hueco), Galería ProjecteSD, Barcelona, febrero-marzo de 2019
Casas familiares aisladas de madera, abandonadas o dejadas, quizá construidas en el siglo XIX, que evocan la colonización de Norteamérica, en barrios periféricos de Brooklyn y de Queens, en Nueva York.
Una mujer anciana sin hogar, refugiada de noche en un cajero de Barcelona, quemada viva por varios jóvenes hace algunos años, cabe dónde vivía la artista.
El fuego, empero, que destruye, también simboliza el hogar -un hogar que no todo el mundo dispone.
Esculturas que no se alzan, como monumentos, sino que se extienden horizontalmente, sobre el suelo, como suelos.
Listones de madera, utilizados como un material de construcción, para suelos y paredes, comprados en Nueva York y traídos a Barcelona.
Juegos con los listones, dispuestos, compuestos, en el estudio, según esquemas geométricos. Demasiados rígidos. Abandono de la escultura.
De pronto, con un cepillo y papel de lija, los listones se desbastan hasta dejarlos convertidos en pieles. El grosor desaparece. Algunos listones se astillan. Otros se agujerean. El límite, tras el cual, el listón estalla, es incierto.
Un encargo de escultura en la ciudad de Praga. Praga, la ciudad de los alquimistas en el siglo XVI, capital de un imperio cuyo monarca se ufana en transmutar el plomo en oro mediante la combustión.
El fuego prende en los listones rebajados. Los carboniza. Pero también los destruye.
Listones cubiertos de carbón -un material que se asemeja a una piedra que no pesa, y que resulta, como en una operación alquímica, de la combustión de la madera-. Vuelve a prender el fuego.
La madera se oscurece. Quizá también se endurece. Una piel dura.
Ya solo queda disponer los listones en el suelo, según una trama geométrica imperfecta, para componer un suelo, y evocar la planta de un hogar, perdido. Las piezas no están unidas, ni adheridas al pavimento. La composición puede desbaratarse, y perderse, en cualquier momento, a merced de quien la ronde.
En una esquina, una mancha plomiza: son periódicos compactados, tras haber sido enterrados, cuyas hojas, y noticias, se han mezclado, endurecidas, tan solo cubiertas por una capa de pintura gris, como si se hubieran metamorfoseado en plomo. Noticias que pesan.
Suelo es la mejor -más compleja, y tan clara- obra de Patricia Dauder, expuesta, estos meses, en una exposición individual en Barcelona.
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