Los cuatro evangelios se escribieron en griego, durante casi un siglo, a partir de la segunda mitad del s. I dC, y después de las cartas (auténticas) de Pablo. No son, por tanto, los primeros textos sobre Jesús, pero sí son los primeros que narran su vida -o, mejor dicho una doble vida: la de Jesús, un profeta, seguramente histórico, y de Cristo, una figura mesiánica, sin duda imaginaria, creada para responder a las múltiples profecías sobre la venida de un salvador en el Antiguo Testamento.
El primer evangelio habría sido redactado por Lucas; Mateo y Marcos habrían escrito su versión, entonces, influyéndose mútuamente; y finalmente, casi medio siglo más tarde, Juan, basándose en Lucas -autor también de los Hechos de los Apóstoles- habría escrito el cuarto y último evangelio canónico que, prácticamente, contradecía los anteriores.
La autoría de los cuatro relatos sobre la vida de Jesús -y de Cristo- se atribuye, tradicionalmente a cuatro apóstoles. Juan no pudo ser el autor del último evangelio, redactado ya bien entrado el siglo II dC, pero seguramente Lucas, Mateo y Marcos -si existieron- tampoco habrían escrito los Evangelios, posiblemente obras colectivas de pequeñas comunidades judías -o judeocristianas.
El evangelio de Lucas presenta un interesante problema. El texto original, como el de los otros tres evangelios, se ha perdido. Se conoce a través de copias; las más antiguas no son anteriores a principios del siglo III dC. Dichas copias son a veces versiones. Los copistas no se limitaron siempre a reproducir el texto, sino que lo alteraron, ya sea simplificando o resumiendo, ya sea añadiendo párrafos o detalles, extraídos de otras fuentes, o comentando el texto copiado, sin que dichos comentarios se destaquen como intercalaciones.
En ocasiones, las versiones pueden alterar sustancialmente el texto original o, al menos la versión anterior. Los cambios pueden afectar no solo el relato sino la concepción del profeta o del Hijo de Dios.
Así, la ascensión de Cristo -que no de Jesús- está narrada en el primer evangelio, de Lucas (24, 51). pero si nos fijamos, descubrimos que una parte de la frase está entre corchetes. Eso significa que corresponde a una versión más tardía, que no se halla en los manuscritos más antiguos. Dicho texto reza así: καὶ ἀνεφέρετο εἰς τὸν οὐρανόν, lo que se traduce "y fue elevado hacia el cielo (Urano)". Sin embargo, si observamos bien, dicho final de frase está entre corchetes. Eso significa que se halla en manuscritos tardíos, pero no en versiones anteriores, seguramente más próximas al texto original. En efecto éstas solo indican: Καὶ ἐγένετο ἐν τῷ εὐλογεῖν αὐτὸν αὐτούς, διέστη ἀπ’ αὐτῶν, que se traduce por "Y aconteció que mientras los bendecía se separó de ellos". El verbo diiemi, precedido por el prefijo dia (que indica separación), significa dejar ir. El sustantivo diesis se traduce por acción de separar, por intervalo incluso. Es decir, el texto más antiguo indica que se produjo una separación: Jesús se alejó -o sus discípulos lo dejaron. Esta separación es real, en efecto, pero acontece en la tierra. Los caminos de Jesús y de sus discípulos divergen. El movimiento que ambos emprenden se desenvuelve horizontal, no verticalmente. La separación quizá también sea espiritual, amén de física; se intuye que un vacío se ha instalado. Pero se trata de una separación humana, común en las relaciones humanas.
Este detalle tan importante denota, no solo problemas de traducción, sino la dificultad a la hora de abordar unos textos que, como todos los de la antigüedad, no son textos originales, sino remozados por el tiempo. Lo que percibimos no es lo que ocurrió realmente, sino lo que le ocurrió al texto y cómo las generaciones sucesivas se imaginaron lo que ocurrió. Y lo que ocurrió es lo que se quiso que aconteciera, en función de los sueños y creencias de las sucesivas generaciones.
Este comentario está casi directamente transcrito -los errores son de Tocho, empero- del magnífico libro de Antonio Piñero: Aproximación al Jesús histórico, Trotta, 2019, págs. 176-177.
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