martes, 26 de febrero de 2019
Falla
Una falla nace para ser quemada. el artista la condena a la hoguera. La obra no tiene ningún poder; nada puede hacer. No se impone -pese a que tenga un tamaño imponente. es un juguete roto, un muñeco. en manos de quien la ha modelado y la manipula. Espera su hora. Nada quedará ni siquiera en el recuerdo. Una falla es olvidable. Pronto, una nueva falla la sustituirá, para desaparecer también en la hoguera. Las fallas pasan. Son fuegos fatuos.
Una obra de arte (una estatua) también puede acabar entre llamas. Mas, no es sacrificada sino que se sacrifica. La estatua nos despierta, nos provoca, y nos utiliza para sus fines. La estatua quiere levantar pasiones, incendiándonos, sabiendo y aceptando que puede acabar consumida. La obra de arte constituye un reto. No deja indiferente. Su vida no está en nuestras manos. Antes bien, es nuestra vida la que depende de su presencia, de cómo nos mira, nos trata, de cómo desea qué la tratemos. La obra de arte nos tiende un espejo en el que se reflejan nuestros prejuicios, nuestras limitaciones, nuestras miserias, nuestros miedos. La obra de arte nos fuerza a reaccionar, a cavilar y a actuar. Nos saca de nuestras casillas, y nos expone (a su poder). Su destrucción -o su exaltación- conlleva nuestra ruina moral -o nuestro sosiego. La obra de arte nos quema para siempre. La mala o la buena conciencia, por haber obedecido a sus indicaciones, a su sentido, incendiándola o adorándola, no nos dejará ya. Habremos caído en sus redes, como caían en los brazos ardientes del gigantesco y mítico bronce de talos, en Creta, sus víctimas, rendidas, víctimas de su imponente presencia.
Una falla no falta en una feria.
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