jueves, 22 de agosto de 2019

CHARLES KOECHLIN (1867-1950): LA CITÉ NOUVELLE, RÊVE D´AVENIR (LA NUEVA CIUDAD, SUEÑO DE PORVENIR, 1938)



Composición inspirada en la obra Hombres como dioses (19239 de H. G. Wells.

Sobre este gran compositor francés, asociado a Satie, y maestro de Poulenc, véase, por ejemplo, este enlace.

De puertas adentro, de puertas afuera (el imaginario de las puertas)

La metáfora del hogar como un centro del mundo es habitual. La casa se percibe como un refugio desde el que se organiza todo el espacio. es un centro que irradia.
La puerta media entre el interior y el exterior. Cierra, defiende, pero también abre la casa a la intemperie. La puerta es frágil. Debe ser protegida. Ritos, aún hoy, buscan impedir que el "daño" se instale en el interior.
Puerta, en latín, se decía fores. Esta palabra estaba asociada a foris. Su significado es evidente: fuera. La puerta, entonces, situada entre el interior y el exterior, define, nombra el espacio exterior. Ambos, interior y exterior, se necesitan. Un interior requiere la presencia del exterior: es un interior con respecto al exterior. Y podríamos escribir que al exterior le ocurre lo mismo -depende del interior, se define con respecto al interior-, si no fuera porque la puerta da nombre al exterior. Una puerta, por tanto, relacionada con el interior, asociada a él, que mira al exterior y lo organiza.

Los espacios interiores y exteriores están poblados. El espacio exterior pertenece a los forasteros: quienes viven de puertas (fores) para afuera. Los forasteros son nómadas. No tienen un espacio propio, una casa donde asentarse. Son siempre ajenos a los valores del hogar. No pertenecen a ningún lugar. Cuando se echa a una persona del hogar, un intruso, un indeseado, un repudiado, se le pone de puertas afuera. La puerta lo expone al exterior, convirtiéndolo en un extraño, un forastero, un extranjero (en inglés, foreigner) que ya no será bien recibido, que no podrá cruzar ninguna puerta más. Desde entonces será un peregrino, es decir, un habitante del ager (del espacio agrícola), necesariamente sometido a todos los peligros.
Su lugar, en todo caso, es el bosque: forestis o foresta, en latín, forestaforêt y forest, en catalán, francés e inglés, el espacio forestal. Éste también se define con respecto a la puerta (fores): se trata de lo que la envuelve, del que la puerta se defiende, cerrando el espacio interior ante los peligros de la masa forestal. 
Este espacio no es necesariamente siniestro. Es el lugar donde acontecen las "fêtes foraines": las ferias (feria, en castellano, deriva del latín feria que significa festivo; por el contrario, forain, en francés, viene del latín fores. Los feriantes, como los forains, se desplazan constantemente. No echan raíces, no crean ni poseen un espacio propio. No se organizan un lugar. Las actividades que practican, las ferias o las fiestas "foraines", son temporales, ocasionales. No son propias de la vida cotidiana, asentada. Son acontecimientos excepcionales, que se desmarcan del tiempo regulado. No obedecen a regla alguna, al menos, escapan a las reglas profanas, propias de la vida común, en común. Los feriantes -los forains- no saben, no pueden vivir en comunidad. No son comunes, son seres excepcionales, ante los que hay que vigilar las puertas ya que acarrean valores, normas propios, distintos de los que organizan los espacios acostumbrados. Atraen e inquietan, como todo lo que pertenece a lo forestal, lo venido del exterior, necesariamente desconocido.
Una puerta, una simple puerta, tras la que nos refugiamos, o que abrimos, define nuestros valores y organiza nuestra visión del mundo.

miércoles, 21 de agosto de 2019

Domus et dominus

La palabra casa tiene dos significados: nombra una estructura material, arquitectónica, y al núcleo humano (familia, clan, etc.), estrechamente relacionado con el volumen construido, que mora permanentemente en su interior. En este caso, la casa es sinónimo de linaje.

Casa, en griego, se decía domo; domus, en latín.
Pero domo solo designaba el edificio. Oikos, en cambio, se refería a quienes lo poseían y vivían en él. Oikos compone la palabra economía (oikos-nomos), que significa la ley o norma que regula la vida de una casa, es decir de quienes moran entre las cuatro paredes de una domo.
Domus, que se suele asocial a lo construido, se refiere, en cambio, solo a quienes viven en la casa. La casa entendida como una construcción, se decía aedes. De ahí, las palabras modernas de edículo (pequeña construcción), el  adjetivo edilicio (referido a la construcción), o el sustantivo edificio (aedes-faccio) que significa volumen hecho o construído.

Domus estaba emparentado con dominus. Aunque los radicales sean distintos, los autores latinos solían asociar ambas palabras. El dominus era el señor de la domus, y ésta el espacio en el que se manifestaba el poder del dominus, del padre de familia. La domus era su bien.

Domus está en el origen de dos palabras, también de origen latino: doméstico y domesticar.
Lo domestico es el carácter del espacio interior habitado. Se refiere a las cualidades de éste, no en tanto que construcción, sino que espacio que acoge, modela y expresa las relaciones humanas, teñidas por el ambiente del espacio, espacio, a su vez, marcado por las relaciones de quienes viven en su interior.
La domesticación es un apaciguamiento. Conlleva una transformación, un paso de la animalidad a la civilización, que permite que los animales puedan tener cabida en el espacio doméstico. Los rasgos asociados al espacio exterior, carente de límites, se adaptan, se amoldan a las mesura, a las formas de lo doméstico. Los animales se vuelven sociables. Aprenden a convivir juntos y con los humanos. En principio, la domesticación extiende las virtudes de lo doméstico a lo indómito.

Sin embargo, como comenta agudamente el lingüista Émile Benveniste (Le vocabulaire des institutions indo-européennes, 1: économie, parenté, societé -existe traducción española), la domesticación es una imposición. La domesticidad es la servidumbre: nombra a quienes están entregados al poder del dominus. Se ejerce una fuerza para controlar al animal. La domesticación es una carga que limita los movimientos del animal y le obligan a ceñirse a un determinado modo de vida. La domesticación coarta la libertad. Se doma el animal. Se le reduce a la fuerza.

La domesticación completa, matiza la imagen de los valores de la domus. La domus es el fruto de un acuerdo, de pactos, de rituales (matrimonio, nacimiento, fallecimiento, etc.), de un sometimiento , asumido o sufrido, a lo que la domus, las normas de la casa exigen. Cada casa -real, noble, etc.- (cada familia, cada linaje) tiene sus propias reglas que se tienen que respetar so pena de perder lo que la domus ofrece, volviendo a la intemperie, al estado salvaje o bárbaro. A cambio de protección, se pierde libertad de decisión. La casa es un hogar y una celda, un refugio y un encierro, donde cohabitan seres que se han entregado al poder de la domus, percibido como liberador o castrador.

martes, 20 de agosto de 2019

Entre la hostilidad y la hospitalidad

Las ciudades griegas no cesaban de hacerse la guerra. Se enfrentaban pero se reconocían, incluso cuando una dominaba a la otra, como poseedoras de unas mismos valores o creencias: hablaban dialectos griegos y compartían unas mismas divinidades, pese a que cada santuario estaba dedicado a una manifestación de la divinidad que no tenía por qué casar con la de otro templo.
Sin embargo, raramente se enfrentaban a invasiones no griegas. Las guerras médicas fueron una larga excepción, hasta la invasión definitiva macedónica. No parece que los griegos tuvieran diferencias irreconciliables con los fenicios, pese a explorar unos mismas costas, y no se dieron guerras entre ciudades griegas y los imperios egipcio (aunque existieron colonias griegas en el delta del Nilo), neo-asirio y neo babilónico. Tampoco los celtas causaron problemas.
Los extranjeros, a los que se daba entrada en la ciudad, si eran de ascendencia noble, eran griegos -o, con mayor precisión, hablaban griego (la nacionalidad griega no existiría hasta el siglo XIX). Por tanto, se les podía -se les debía- conceder la hospitalidad y sellar acuerdos de buena vecindad. Ningún grecoparlante tenía que encontrarse con las puertas cerradas.  Las leyes que regulaban sus vidas eran parecidas.

Los enfrentamientos entre pueblos muy distintos se dieron ya en época helenística y posteriormente romana. Fue entonces cuando se trazaron fronteras que tenían que defenderse. Los romanos aceptaban la llegada de "bárbaros" en los territorios que controlaban; podían incluso conceder el estatuto de ciudadano a quien no hablaba latín -o griego-, pero estas concesiones no se daban en caso de violentos enfrentamientos. Las ciudades, las casas daban la espalda a quienes eran percibidos como invasores, destructores del orden romano. Fue en época romana cuando la palabra latina hospes, que hasta entonces significaba tanto huésped -es decir, a la persona a quien se acogía en el seno de una casa, invitándole a compartir techo y alimentos- cuanto quien concedía la hospitalidad, cambió de significado. Ya no designaba a un próximo, a un conocido, sino a un extraño. De hospes se pasó a hostis (hospes y hostis eran palabras emparentadas, con una misma raíz; y esta diferencia tan importante de significado no es extraña o gratuita. En ambos casos quien llega es un desconocido, no forma parte de un clan o de una familia. Pero mientras que, en tanto que el desconocido es percibido como un hospes, se buscan lo que se pudiera tener en común, un idioma, unos valores o unas creencias, en tanto que hostis se señala todo lo que nos separa): un enemigo, opuesto en todo a quien, hasta entonces, le habría recibido con los brazos abiertos.
Esta cambio de percepción de quien tenemos ante nosotros no se ha dado solo en Roma.

lunes, 19 de agosto de 2019

ELICHI YAMAMOTO (1940) & YUSAKU SAKAMOTO (1939): ‘ある街角の物語’ (ARU MACHIKADO NO MONOGATARI -TALES OF A CERTAIN STREET CORNER / CUENTOS DE UNA CIERTA ESQUINA EN LA CALLE-, 1962)



Sobre este clásico de la animación, véase por ejemplo, este enlace

Comunidad

Munus, en latín, era un sustantivo que tenía varios significados, bien entrelazados. Munus era, en primer lugar, una función, un cargo público. Este oficio, en el doble sentido de la palabra -una tarea institucional, y también manual, profesional-, se manifestaba a través de unos gestos, unas acciones. Se trataba de un trabajo que se tenía que cumplir, un deber. Una actuación que incidía en la vida pública, que afectaba, en principio para bien, la vida de las personas cercanas. Munus también designaba el fruto de dicha intervención, su resultado. Se trataba de una obra bien hecha. En este caso, munus era lo que "un" cargo entregaba a quienes le rodeaban y dependían de sus acciones y decisiones. Munus, por tanto, era un servicio público, y quienes lo realizaban eran servidores, personas serviciales: funcionarios al servicio de los demás, entregadas en la mejora de las relaciones entre miembros de una misma comunidad. Munus era un presente llevado a cabo y entregado por el una figura atenta (a las necesidades y requerimientos públicos). En tanto que aportación, munus era un regalo o un don brindado, graciosamente, por una figura pública (por ejemplo, juegos y espectáculos financiados y promovidos por estas personas escogidas).

Pero, en la antigüedad, un don no era gratuito. no era una gracia. Los dones se insertaban en un juego de ofrendas y recibimientos, que debían regularse y practicarse so pena de poner en peligro las relaciones tejidas por el tránsito constante de regalos y ofrendas que mantenían vivos los recuerdos, que recordaban la presencia de los demás, favorecidos o desfavorecidos. Los habitantes competían para saber quien era capaz de desprenderse de lo que tenía, es decir, quien tenía más. No se trataba de ser desprendido sin esperar nada a cambio. Por el contrario, quien ofrecía un don espera una contrapartida. Los que habían recibido un don se sentían deudores. Y tenían, pues, que compensar con un don aún mayor, dones que circulaban de mano en mano, permitiendo que todos los miembros pudieran disponer, en un momento u otro, de bienes recibidos durante un tiempo, antes de volverlos a poner en circulación, devolviendo el favor a quien lo había realizado en primer lugar.

Una comunidad era, así, un grupo que compartía unas cargas, haberes y deberes. Poseían, entre todos, unos bienes que pasaban de mano en mano. Cada miembro tenía la obligación de atender a los demás, sin quedarse con todo para siempre, sin acaparar nada. Los bienes solo se poseían un tiempo, antes de devolverlos a la comunidad. Se trataba de una asociación asistencial que compartía la abundancia y la miseria, sabiendo que nada se obtenía o se ganaba para siempre y que nadie quedaría desvalido permanentemente sin posibilidad de salir a flote.

Los miembros de una comunidad se ayudaban mutuamente -otra palabra derivada de munus-: eran capaces de ponerse en el lugar del otro, conociendo sus necesidades y sus aspiraciones. Una comunidad era una estructura que ayudaba a entenderse, aceptarse y ayudarse -sabiendo que toda ayuda no implicaba superioridad ni condescendencia sino la capacidad de simpatizar, sabiendo que un día, uno se encontraría en el lugar, en la misma situación que el otro, que compartirían bienes y faltas.

domingo, 18 de agosto de 2019

KATHERINE LINN SAGE (KAY SAGE, 1998-1963): CIUDADES EN RUINAS Y FIGURAS VELADAS



























Giorgio de Chirico: La surprise, 1914 (adquirido por la artista)

Norteamericana acomodada, formada en Italia, viviendo en Roma y en Venecia antes de la Segunda Guerra Mundial, Kay Sage no fue aceptada por los artistas surrealistas precisamente a causa de su fortuna, pese a que Breton y otros artistas vivieron a su costa, y aprovecharon las ayuda que les brindó para emigrar a los Estados Unidos huyendo de la Alemania nazi y el París ocupado por los alemanes.
Ni siquiera se sabe si su segundo esposo, el pintor surrealista Yves Tanguy (alcohólico) la aceptó, dado el maltrato psicológico y físico a la que la sometió hasta el final.
Con la muerte de Tanguy, a mitad de los años 50, Sage dejó de pintar hasta que se suicidó a principios de los años sesenta.
Oscurecida por la fama y la obra de Tanguy, y hoy casi olvidada, las pinturas de Sage, marcadas por las obras metafísicas de de Chirico -una de cuyas obras emblemáticos adquirió- representan ciudades desoladas, a medio construir. Más que ruinas, ciudades decaídas por el tiempo, son ciudades, en territorios planos que se pierden hasta el horizonte, sin obstáculos, cuya construcción ha quedado detenida, quedando tan solo estructuras, marcos de puertas y de ventanas (quizá de madera, la madera estructural con la que su padre hizo fortuna), que, en ocasiones, acogen o encierran a figuras humanas enteramente veladas.

Tan solo una reciente exposición en un remoto pueblo no lejos de Boston (EEUU), le ha devuelto cierta visibilidad. Era la quinta muestra antológica en cincuenta y cinco años.