Tiziano: Asunción, 1518, Iglesia de Santa María dei Frari, Venecia
La obra maestra de Tiziano y quizá de todo el arte occidental
Porque este año el quince de agosto "cae" un sábado -y porque la epidemia asedia-, esta fecha no tiene la fuerza de otros años, capaz de vaciar las ciudades, poblar las playas, señalar la culminación de las vacaciones y la próxima llegada de las tormentas, camino de Septiembre: una fiesta alegre -cuántos pueblos no celebran las fiestas patronales un quince de agosto- y nostálgica, pues el verano está a punto de ser cosa del pasado.
Esta fecha, en los países de cultura cristiana, es una fiesta religiosa. Aunque no se de una razón de peso o convincente que justifique esta fecha, el quince de agosto es el día de la asunción de la Virgen María, la madre humana de Jesús -la parte humana del hijo de Dios cristiano.
En latín assumere o adsumere significa traer a sí. La asunción es el rapto que el Cielo ejerce sobre la Virgen, que asciende a los cielos, llamada o traída por aquél. El Cielo asume la llegada de María.
Sin embargo, María es una humana -aunque la marianología o estudios sobre María, en el siglo XX, la ha convertido en una figura a veces ambigua, entre humana y divina. Por tanto, su suerte es la de cualquier humano -y la de su hijo: nace y muere.
María fue amortajada; su cadáver, expuesto en su lecho de muerte. Toda vez que en la antigüedad no se distinguía entre el sueño (hypnos) y la muerte (thanatos) -ambos, durmiente y fallecido, están postrados con los ojos cerrados-, los muertos parecían dormir. María, muerta, dormía. La Dormición de María, como así se llama la Asunción en las iglesias cristianas ortodoxas, es la presentación o exposición del cuerpo fallecido de la madre (humana) del hijo de Dios.
Mas, contrariamente a lo que acontece con los humanos, el alma no se separó del cuerpo. Para los cristianos, al final de los tiempos, se producirá la resurrección de los seres, que llevará a que las almas ascendidas a los cielos desciendan en los cuerpos enterrados y se produzca una ascensión, una nueva vida, eterna, esta vez.
Por el contrario, el alma y el cuerpo de María, tras el fallecimiento, se alzaron, llamados por el Cielo, juntos al momento. El tiempo de separación se abrevió al tiempo apenas computable del tránsito.
La Asunción es la verdadera aportación teológica del Cristianismo. Se distingue de la más conocida Ascensión, un fenómeno común al paganismo y al cristianismo, que afecta a semi-dioses (y al hijo de Dios cristiano) que suplen la muerte con el despegue del mundo terrenal. Cristo -que no Jesús- ascendió, una vez resucitado y de haber gozado de una nueva vida en la tierra, esta vez una vida no humana, con un cuerpo de luz, trasfigurado, inmaterial o desmaterializado, que, no obstante, mantenía las heridas que la ejecución le había causado, heridas que, sin embargo, ya no dolían si sangraban, pese a que no habían cicatrizado. Del mismo modo, los héroes Rómulo (de Roma) o el griego Heracles sufrieron lo que el paganismo denominada la apoteosis -o llamada de los dioses-, es decir la ascensión que, en el caso de Heracles, le libró de la muerte por suicidio.
Así como la Ascensión no pone en jaque el mundo natural -Cristo posee una naturaleza sobrenatural, que es la que asciende, irradiando entre luces, cegando, impidiendo que la elevación pueda ser contemplada-, la Asunción une el presente -la vida presente, fugaz- y el futuro -la resurrección al final de los tiempos-, lo humano -la muerte- y lo sobrehumano -la elevación de los dioses, capaces de desprenderse de las ataduras terrenales. Cortocircuitando el ciclo del tiempo, uniendo principio y final, la Asunción constituye un prodigio que anuncia el próximo final del estío, y los meses yermos -este año, más yermos que nunca.