Si el surrealismo nace del "encuentro fortuito sobre una mesa de disección de una máquina de coser y de un paraguas", según la definición de la belleza moderna de Isidore Ducasse (que se llamó a sí mismo Conde de Lautréamont, 1846-1870), el "collage" es el lenguaje o la técnica por excelencia del surrealismo.
En un mismo plano o mesa, se encuentran imágenes recortadas -el "collage" es una técnica quirúrgica, y violenta o lacerante, se practica con un útil cortante, que deja una herida permanente- de objetos procedentes, extraídos, arrancados o desgajados de ámbitos o mundos conocidos por separado, distintos, inconexos, que nada hacia presagiar que se encontrarían, casualmente, entre los límites de un plano, para dar nacimiento a un ente, un ser o una escena que solo existe -y cobra sentido, aunque enigmático- en dicha "pegada". Un collage yuxtapone, encaja y somete imágenes de cosas que nunca se habrían encontrado, pero que juntas parecen contar historias indecibles, desconocidas aunque no "insignificantes".
La pintura húngara Judit Riegl, fallecida anteayer, huida a París en 1950, tras varias tentativas, para evitar someterse al realismo socialista y pintar una y otra vez imágenes predecibles de Stalín, lectora del Conde de Lautréamont, es conocida sobre todo por sus cuadros informalistas.
Menos conocida es su tardía aportación al Surrealismo, que llamó la atención del poeta André Breton y la introdujo en el cenáculo parisino de los Surrealistas: unos "collages" misteriosos que parecen desvelar un horror que nadie quería ver. Un "collage" con una serpiente, atenazada por el pico de una ave de presa, en medio de una calle desértica, se titula Saigon.
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