lunes, 13 de enero de 2014

JASON WISHNOW (¿1975?)): OEDIPUS (2004)



Una ensalada edípica, con un hijo patatero y una madre roja como un tomate

GENE DEITCH (1924): IT´S GREEK TO ME OW (ES GRIEGO -GRANDE- MAULLAR, 1961)



Hablando de la exposición Mediterráneo. Del mito a la razón (ss. VI aC-IV dC) (Caixaforum, Barcelona & Madrid, a partir del 27 de febrero), y de la importancia de las ciudades, esta animación es un complemento esencial....

Mediterráneo. Del mito a la razón (ss. VI aC-IV dC): texto de presentación de la exposición (Caixaforum, Madrid & Barcelona, marzo de 2014-enero de 2015)


No todo al comienzo enseñaron los dioses a los hombres, mas, con el tiempo, buscando ellos lograron lo mejor” (Jenófanes, 10 -16D-)

Sería un absurdo creer, que la ciencia del gobierno de la ciudad, o la prudencia acerca del mismo, es la más alta de todas las ciencias, si no se creyese al mismo tiempo que el hombre de que se ocupa es lo más excelente que hay en el universo.” (Aristóteles, Moral a Nicómaco, VI, 5)

Mediterráneo. De los enigmas del mundo al misterio del alma: Para bien o para mal, según como juzguemos la historia, somos, hoy, personas urbanas, descreídas y angustiadas o ensimismadas gracias a lo que, en contacto con el Próximo Oriente y con Egipto, aconteció en el mundo griego, entre los siglos VI y IV aC, y en el Imperio Romano  imbuido de helenismo.

De pronto, los mitos pasaron de contar la verdad  acerca del pasado,  a contar verdades… indemostrables, como si éstas solo se aplicaran al mundo de los sueños; verdades necesarias, sin embargo, para mantener las esperanzas de los humanos. Pero la mirada descreída se impuso.
Así, en las costas de Jonia, hoy en Turquía, en contacto con los imperios orientales y quizá egipcio, y de la Magna Grecia, en el Sur de Italia y en Sicilia, pensadores como Tales y Heráclito dejaron de creer que el universo era una creación divina para pensar que era el fruto de la acción de elementos primordiales: agua, tierra, aire, fuego. Los mitos ya no explicaban el origen y el sentido del cosmos, sino que éste,  juzgado como un enigma, un reto al que el ser humano se enfrentaba, tenía que ser solventado sin intervención sobrenatural alguna. Los dioses aún existían (aunque algunos pensadores, desde el s. VI, pusieron en duda o su realidad, o consideraron que eran una invención humana, solo útil para unir a los humanos en ritos comunes), pero ya no era necesario recurrir a ellos para tratar de comprender la lógica del universo.

Las relaciones entre los dioses y los humanos no fueron las únicas que cambiaron. También se trastocaron las relaciones intersubjetivas. Las ciudades no fueron inventadas por los griegos, pero la ciudad griega, a diferencia de la oriental, incorporó casi siempre un espacio nuevo: el espacio público, la plaza pública, el ágora, un lugar central en la vida de la ciudad que no pertenecía a reyes o sacerdotes (que ya no existían en Grecia), ni estaba entregado enteramente a poderes sobrenaturales,  sino a la comunidad: un espacio de intercambio de bienes y de ideas, lugar de discusión y mercadeo, en el que la ciudad exhibió sus valores. Así, La Paz, la Abundancia y la Prosperidad, y la Justicia, que la ciudad traía y garantizaba, fueron personificadas en el ágora, junto con figuras heroicas y divinas que daban fe de las transacciones comerciales y espirituales que acontecían en el corazón de la urbe. Algunas de las sedes filosóficas principales tuvieron cabida en este lugar.

Desde Platón (s. IV aC), los “héroes” no eran los más fuertes físicamente sino los que no temían a la muerte, los que incluso la buscaban. El cuerpo ya no era entidad, sino que el alma (la psique) era lo más valioso y representativo del ser humano, lo que perduraba después de muerte y tenía que ser preservado.
El alma se manifestaba también en vida. Despuntaba en los ojos, de los enamorados sobre todo, cuya mirada brillaba. Un nuevo arte –el retrato-, inexistente hasta finales del s. IV aC, tuvo como fin captar y reflejar la mirada emocionada, y nuevos dioses, desde Isis hasta Jesús, muy distintos de las divinidades tradicionales, más comprensivos con las miserias humanas, aparecieron, sobre todo en la parte oriental de Imperio romano. Tenían como razón de ser salvaguardar el alma y asegurarle la vida eterna. La vida interior, tan enigmática como la estructura del cosmos, era el nuevo universo al que se enfrentaba  el sabio.

Mediterráneo. Del mito a la razón (ss. VI aC- IV dC) es una exposición, producida por la Fundación “la Caixa”, con unas ciento setenta obras plásticas y literarias greco-latinas (estatuas, relieves, cerámicas, frescos, mosaicos y joyas), procedentes de museos europeos, entre los que destacan colecciones públicas y privadas de Grecia. Trata algunos de los cambios duraderos, llegados hasta nosotros, en la concepción y percepción del mundo celestial y terrenal, divino y humano.  

De un Mediterráneo explicado a través de los viajes míticos de Ulises, Jasón y Heracles –héroe mediterráneo, y dios común a la mayoría de los pueblos ribereños-, se pasó a una ordenación cuadriculada del espacio humano, a una urbanización del mundo, propia de las ciudades coloniales griegas, y a una concepción del ser humano, dotado de un alma, que asumió las virtudes y las vicisitudes de los antiguos héroes que aun sobreviven en nuestro imaginario.

La muestra se completa con la recreación del ágora ateniense en época de Pericles, y con la audición de textos clásicos que hubieran podido pronunciarse en el centro de la ciudad. 


Los héroes han perdido la gloria, los sabios sus discípulos. Las gestas, si no existe un pueblo lo bastante noble para escucharlas, no son más que un golpe violento sobre una frente sorda, y las palabras elevadas, si no resuenan en almas elevadas, son como la hojarasca cuyo murmurio se ahoga en el lodo.” (Hölderlin, Hiperión

domingo, 12 de enero de 2014

Gangstarquitectura, o el fulgor de lo hortera: la nueva sede del mercado de los Encantes (Barcelona, 2013)




El mercado de los Encantes es -o era-, como espacios o estructuras similares en otros ciudades (desde el rastro en Madrid, hasta Saint-Cloud en Paris o Camden Town en Londres) un laberinto de callejuelas donde, en fechas determinadas, o diariamente, vendedores ocasionales y puestos fijos exponen objetos viejos -más que antiguos: un mercado de viejo. Los visitantes, posibles compradores, deambulan entre la multitud, buscando y rebuscando en las paradas, estantes repletos y trastiendas casi inaccesibles, entre pilas inestables de objetos descascarillados, muñecas rotas y sin embargo atractivas, juguetes abandonados, revistas usadas, vajillas y cuberterías de otro tiempo, restos de otras vidas, que pueden volver a la vida si una mirada o una mano se fija en ellos y los rescata. El placer del visitante reside tanto en el caminar sin objetivo fijo como en la relación íntima que se establece de pronto con un objeto en el que nadie más se ha fijado ni posee cualidades objetivas o visibles propias para llamar la atención; las cualidades son halladas, o son donadas, en apariencia, por quien se detiene ante el objeto. No son antigüedades sino anticuallas; no tienen que acabar en una vitrina, sino en un rincón, de pronto animado por la presencia del objeto insólito del que el comprador se ha encariñado; pues de devolver el cariño a objetos huérfanos parece tratar la compra y venta en un mercado de viejo; no se va para buscar algo en concreto, sino para perder el tiempo, dejando que sean los objetos los que entren en contacto con nosotros. Pues no es cierto, en verdad, que dignificamos lo que encontramos, sino que el hallazgo nos dignifica.  Se acude a un mercado de viejo para ser apelado, para convertirnos en seres especiales gracias al llamamiento que un objeto indistinguible establece. Ni lo buscamos ni lo hallamos: nos encuentra.
La compra (o en encuentro) puntúa el recorrido sin rumbo fijo; la multitud, las paradas, la luz cambiante, el cansancio o la curiosidad guían los pasos. Se deambula muy lentamente en un mercado de viejo. No se puede ir con prisas. Los objetos se hacen rogar. Hay que tener tiempo para ponerse a su servicio, para ponerse en fila hasta que nos reclamen.
Barcelona disponía de una zona laberíntica, entre casetas, en los márgenes de la ciudad, donde se podía practicar entre peculiar encuentro con el objeto: Éste no era comprado sino que entraba en contacto con nosotros y nos compraba. Pensábamos que lo seleccionábamos y le devolvíamos prestancia y dignidad, tras haberlo rescatado de una pila indescriptible, cuando era él el que nos esperaba y, quizá, nos había guiado, de manera desviada, hasta él, para someternos a escrutinio. No todos los objetos se dejaban adquirir.

Este espacio, donde imperaban reglas distintas a las leyes urbanos, donde el deambular era posible -era conveniente o necesario- ha desaparecido. Todas las paradas se han recogido y se han dispuesto en una amplia rampa -la maldición de la rampa en la arquitectura moderna- bajo una cubierta alta como una bóveda catedralicia, que arranca desde un nivel inferior al de la calle y culmina tras varias vueltas en la parte más elevada, en todos los sentidos de la palabra: las tiendas de anticuarios, y una área "gastronómica".
Aquí sí que se puede ir directo al grano y correr. Todo está ordenado y en su sitio. No se pierde el tiempo. Se sube y se baja rápidamente. La disposición horizontal, donde todo está al mismo nivel, donde nada sobresale, estableciendo un continuo indiferenciado, que permite o invita al hallazgo, a la ética del encuentro que devuelve la dignidad a quien halla y a lo hallado, se disuelve en una estructura vertical, piramidal, donde lo más valioso domina las menudencias. El precio, y no el encanto, dicta el orden. El orden, la ordenación se imponen. Se ordena el espacio y se ordena la circulación y las relaciones. De la tela tendida al suelo hasta la vitrina hermética. Es como si no se hubiera entendido, o se entendiera de manera perversa, qué es un mercado de viejo.
La cubierta, desmesurada, que se confunde con el cielo, acentúa esta fatigosa verticalidad, que rompe todas las relaciones sociales: ahora sí que se a a comprar, no al encuentro de lo fortuito, al descubrimiento, en el sentido literal, a lo que se descubre y nos descubre,  al encuentro de una revelación cuando algo nuevo, necesario y hasta entonces inimaginable, se nos muestra, como si se dirigiera a nosotros, nos aguardara.
Brillos, reflejos, quiebros, dorados, espejos, es decir la gramática o el vocabulario del centro comercial más hortera e inculto corona el conjunto. Quizá se haya pensado que tal profusión de brillos dignificaría un modesto mercado de viejos, así como los objetos, anónimos casi siempre. Pero lo que denota es una mirada condescendiente, casi despectiva. La austeridad, el rigor, la disciplina, la mesura se guardan siempre para lo más valioso, lo que es digno de ser guardado; el respeto por los objetos se traduce en la contención de las formas. Aquí, por el contrario, la nula consideración por lo expuesto se manifiesta a través de un barato juego de purpurina. El bullicio, propio de un mercadillo, no necesita de este vociferante envoltorio que, por el contrario, ahoga las voces de los objetos. Quedan sepultados, y oscurecidos.
Y al lado, el Dhub.
Y la que nos espera.  
  

sábado, 11 de enero de 2014

MICHAEL GERTELMAN: SUPERGATARI. HISTORY OF THE WORLD PHILOSOPHY (2013)
























Elegido como uno de los mejores libros del año. Por desgracia (¿?), solo se vende en soporte electrónico. El héroe Supergatari debería volver al papel, al pergamino, al papiro...

























Nota: Café de Ocata, del filósofo Gregorio Luri -el mejor blog de España- ya publicó gran parte de estas viñetas el jueves 9 de enero.
Casualidad
Se recomienda leer los comentarios en aquel blog.

viernes, 10 de enero de 2014

Empanada

¿Una aproximación hermenéutica que excava en las narrativas de una obra perfomativa construida a partir de mitologías personales?
No exactamente. ¿O sí?
Va de cocina. Creo:

"Constelación de conceptos

(Sobre el nombre del restaurante) ... es un juego semiótico del entorno barcelonés (...)
(y sobre el contenido).... no es un restaurante al uso (...) (El cocinero) nos habla de conceptos, formas preparaciones y utensilios (...) Con estos conceptos puestos en su firmamento gastronómico, traza una constelación imaginaria, su mantra particular, su decálogo culinario. Así sitúa 13 (en recuerdo, al parecer, de un jugador de baloncesto lituano cuya camiseta llevaba este número -¿?-)  conceptos que van del cocktail a la amanida finger, de la cuchara fría a la cuchara caliente, del cock-oil al pop-up, del blinis al by by.
Son capítulos de su repertorio culinario y, en torno a ellos, construye menús ingeniosos (...)
La referencia al pop-up viene al pelo. Tendencias y modas que, una vez implantadas, se desvanecen en el tiempo. Este estado de permanente cambio, esta filosofía de working in progress es la que anima el proyecto de este chef inquieto y creativo.
Concretemos para que nuestros lectores se hagan una idea (por fin). Dentro del concepto (vuelta al concepto) cocktail nos ha presentado unos microcornetes de maíz con guacamole, dentro de los snack (...) En amanida finger, concepto de comer con los dedos (¿cómo se come -con- un concepto?) una finísima ensalada César (...) Continua con el concepto tartare (...) En viento en pop-up (vapor), dos representaciones a cada cual más intensa (...)
Esta constelación se cierra con un BY BY...
El recorrido por el espacio del cocinero es un viaje (...) por el concepto y la memoria de nuestros gustos.
El cocinero y su mano derecha (...) son propositivos sin caer en la pedanteria.
Estamos ante un nuevo ejemplo de transversalidad culinaria (...) Una cocina de estrellas (...) austera, mística y visionaria (...) la constelación del low cost" (¿?)

((La Vanguardia, viernes 10 de enero 2014, p. 10)

¿Alguien se ha quedado con hambre? ¿Cómo estaba la merluza?
No procede. Va de conceptos
Y yo con esos pelos.

JOHN GRANT (1968): I HATE THIS TOWN (ODIO ESA CIUDAD, 2013)