Figuras greco-latinas de dioses, héroes, emperadores y seres anónimos, idealizados o no; modestas figuritas de terracota griegas que documentan la vida de quienes no eran héroes, o eran unos héroes sin rostro, olvidados; una escultura de mármol de la tardo-antigüedad que no se sabe -ni se sabrá, sin duda- si representa a un buen pastor o al Buen Pastor (y que se hubiera incluido en una muestra en Barcelona, si esta exposición no se hubiera rechazado por el temor a la reacción de unos altos cargos ante la evidencia de las relaciones formales y quizá espirituales entre las figuraciones pagana y cristiana); un retrato último de Degas de una amigo del artista, sin afeites ni embellecimientos; una evangélica huida a Egipto, en el regazo de una esfinge, contemplando las estrellas; una lección moral manierista, en plena guerra de religiones que asolaron Europa, sobre las decisiones humanas, que no deja muchas esperanzas sobre las vías que optamos; el ángel del destino, lúcidamente representando como un ser infernal; testas medievales que parecen romanas; una insólita imagen medieval de Dios padre, de rostro entre estupefacto y entristecido, cuando, antes de finales del Renacimiento, se figuraba al hijo encarnado, pero no al irascible padre invisible; y una maternidad románica que expresa, a través de la mirada y el gesto de las manos, lo que no requiere palabra alguna
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Fotos: Tocho, noviembre de 2024
Cabría también precisar que el museo de bellas artes de Boston acoge una exposición temporal dedicada a Salvador Dalí que, por una vez, de manera inesperada y sorprendente, no incluye obras grotescas, sino tan solo óleos de pequeño tamaño de los años 30, algunos nunca expuestos en España, como una vista alegórica del canal de Suez, que restablece la agudeza y perspicacia de Dalí, más allá del cansino y esperpéntico espectáculo al que se dedicaba y que hoy parece destacarse tanto como el precedente de otras calamidades, sean de Warhol, Koons, Hirst o incluso Duchamp (callado amigo de Dalí)..