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sábado, 7 de diciembre de 2024

BARBARA CRANE (1928-2019): CHICAGO LOOP (1976-1978)























 

La fotógrafa norteamericana operaba por series. Quizá la más conocida respondía a un encargo: documentar el centro de la ciudad de Chicago, un centro de rascacielos del siglo XIX, donde de noche y los fines de semana, cuando los edificios se desangran de los oficinistas que huyen, como sombras diminutas empequeñecidas por las moles altivas, quedan yermos, así como las calles, pobladas de espectros: una ciudad exhausta. 
Si retrato es inmisericorde. Fachadas repetitivas, semejantes a rejas o alambradas. Sean horizontales o verticales, tersas, rectas u ondulantes, asciendan como picas, o rayen el horizonte, enclaustren ventanas o se configuren como un trama uniforme, las verjas metálicas cierran la vista. Nunca  el muro o la pared se ha mostrado tan bien y tan descarnadamente como un impedimento y un encierro. De un lado y de otro de este enrejado, que el blanco y negro acentúa, no vive nadie. Sea de día o de noche, inmune al tiempo, el muro, la cuadrícula inmutable se alza hasta donde la mirada no alcanza.
La vida de Chicago no escapó a la cámara de Bárbara Crsne. Pero acontece al borde del lago, como otras series, alejadas del centro carcelario captan. 

Una exposición, hoy, en París, descubre la mirada escrutadora de esta fotógrafa. Pocas veces la arquitectura moderna ha revelado la indudable, casi perversa fascinación y la inquietud que suscita, y su inhumano carácter.


lunes, 9 de septiembre de 2024

LUIGI GHIRRI (1943-1992): MARE - FINAL DE VERANO























































 
Luigi Ghirri fue un geómetra antes que un fotógrafo. El cuidado a los detalles que definen y caracterizan, que pautan un espacio, como reflejan las fotografías, bien podría venir de su formación y de su trabajo iniciales, que acabaría abandonando.

Ghirri quiso retratar el nuevo paisaje urbanizado moderno. Éste no solo se caracteriza por una variedad de elementos anodinos y de construcciones insignificantes, modestas o molestas, sino sobre todo, por la proliferación de imágenes, desde postales hasta anuncio, que, pese al tiempo y el vandalismo, perduran.

Sus figuras, casi siempre de espaldas contemplan no se sabe si carteles con paisajes ensoñadores, o dichos paisajes, en directo. La realidad y la ficción se confunden. Fotos y fotografiados cohabitan, la incongruencia de dicho encuentro Ghirri revela sin insistencia. Nompone el dedo en la llaga. No es necesario.

Ghirri quiso actuar como un turista, casi siempre por las regiones italianas cercanas a su ciudad natal -el exotismo se hallaba no en la lejanía sino en la proximidad , y en la existencia de objetos desubicados, absurdos o inútiles-, con una cámara sencilla y rollos a color -Kodachrome, que dio color a los años setenta- que mandaba revelar en tiendas comerciales. Si no fue por un encargo, apenas retrató monumentos. O, si lo hizo, fue fotografiando réplicas industriales, llaveros en forma de Torre Eiffel, o torres en miniatura en parques temáticos.
Sus vistas de playas al concluir el verano son evocadoras que una temporada y de unos años desaparecidos. Solo quedan juegos gastados -columpios, toboganes- de colores a menudo chillones, que recuerdan la pasada presencia humana, desparecida con la llegada de los primeros días grises, unos juegos gastados inevitablemente entrañables e irritantes, como carcasas abandonadas que no se pueden retirar.
Ghirri murió joven, antes de la llegada masiva de veraneantes traídos por vuelos de bajo coste.
El color de las fotos se ha ido gastando. Forma y fondo han llegado a un acuerdo.

Una gran exposición en el Museo de Arte de la Suiza Italiana (MASI) en Lugano recuerda la obra de Ghirri que supo, sin estridencias ni pesadas cargas teóricas, poner en evidencia la fragilidad, la absurdidad y la poesía del último día de vacaciones, un sueño roto o concluido, asumido con resignación.