Las aglomeraciones que la artista brasileña Tarsila do Amaral, formada en París en contacto con Ferdinand Léger, tras un bachillerato en Barcelona, pintó en los años 20 y 30 del siglo pasado, presentan rasgos de ciudades en construcción o mutación: grúas, chimeneas, fábricas.
Pero, en la mayoría de casos, solo el número de construcciones distinguen a las ciudades de los pueblos y las haciendas. Lo que estos tres tipos de construcciones tienen en común es la presencia, en primer plano, de la naturaleza: palmeras, árboles de tronco hinchado y caminos serpenteantes, como si de la imagen de un territorio aún pletórico de vida natural o espontánea se tratara, entre cuyos árboles se insertan casas y cobertizos aislados o agrupados. La ciudad no vence al bosque o la pampa . Éstos no retroceden ni se esquilman, sino que las obras parecen adecuarse al entorno con respeto. Y los árboles sobresalen entre las construcciones a menudo de una sola planta y tejado a dos aguas.
Cuando se habla hoy de “re-naturalizar” a la ciudad -lo que implica a veces abandonarla, entregándola a la naturaleza-, Tarsila de Amaral evoca pueblos y ciudades, seguramente idealizados, en los que cultura y naturaleza conviven sin dañarse o limitarse en apariencia.
Una exposición en París recuerda la obra de esta artista, que posteriormente viajará a Bilbao :