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sábado, 11 de enero de 2025

Nave

 Pocas palabras del vocabulario arquitectónico son tan hermosas y tan complejas como: nave.

Nave, del latín y seguramente del indoeuropeo, es un barco: un medio de transporte y desplazamiento en un medio donde no es posible trazar ni abrir caminos: el mar, una imagen del mundo de los muertos en la Grecia antigua . 

Pero nave es también un recinto o un contenedor, así como una parte de un edificio que alberga y a la vez facilita el desplazamiento; un pasillo ancho, suficiente para acoger a una comida a la que conduce hacia un objetivo que da sentido a la vida.

La nave conjuga la acogida -la estancia- y la partida. Ofrece la promesa de un viaje seguro, el viaje de una vida. La nave es un arca: una caja de sorpresas. Acoge, ofrece un techo protector, y lleva a buen puerto. 

Una nave está anclada en la tierra: un refugio. Pero boga también.

La palabra nave evoca una construcción de gran tamaño. Ls nave es visible desde lejos. 

En ambos casos, como albergue y almacén, y como barco, la nave es una estructura pensada y construida, contrariamente a la casa particular, como un lugar para una colectividad. En una nave cabe una comunidad. Es la casa de todos, un lugar donde cada miembro puede sentirse como en casa.

En tanto que nave, se trata de un recinto que acompaña al viajante a lo largo de su vida. No es una casa a cuestas. No cuesta llevarla. Porque no se lleva, sino que la nave nos transporta. Y nos acompaña durante toda una vida. Como almacén, contiene todo lo necesario para la vida.

Una nave es un mundo. Es la imagen del cosmos. El arca, en textos mesopotámicos, se presentaba como una metáfora del mundo. Todas las especies, todos los bienes, podían sentirse seguros en la nave. Nada los iba a faltar. 

La nave envuelve. Abraza. Y alimenta. No encalla ni nos abandona. 

Ls nave solo tiene sentido si está plena de bienes, y si está siempre preparada para soltar amarres: solo si puede cuidar vidas, y ofrecerles un espacio donde tejer relaciones. Hasta los locos caben en una nave. No excluye a nadie, salvo a quienes quieren hundirla. 

Sin nave, nadie sabe a dónde ir, donde tiene que ir. No se puede emprender el viaje. Solo cabe el encogimiento, el empobrecimiento, el viaje sin rumbo, a ninguna parte. La nave sabe cómo navegar sin perderse, sorteando o afrontando los envites. 

Las naves son comunidades guiadas, orientadas. Saben cuál es la meta, la finalidad del viaje. Sin ellas, el viaje no se concibe, la comunidad se queda sin ellas sustento. Ya nada la une a la vida.

El hundimiento de una nave es el fin de una comunidad. Pierde su lugar en la tierra. Ya no sabe a dónde ir ni dónde mirar. El desamparo, la pérdida atenaza al colectivo. Queda a merced de los elementos. Solo queda subir a la barca de los muertos. 


miércoles, 8 de enero de 2025

Final de obra

 Desde hace años estudiantes de arquitectura, desengañados a veces del enfoque de los estudios que realizan, o atraídos por alguna asignatura no directamente implicada en la edificación material, deciden no construir. Prefieren optar por profesiones que requieren conocimientos de arquitectura, teóricos o prácticos, ya sea la enseñanza o la investigación, la escenografía, la antropología, el diseño gráfico o industrial, la moda, o las bellas artes. Son arquitectos porque reflexionan sobre el espacio y maneras de estar, de ocupar el espacio, modos de ser y de estar en el mundo. Porque piensan como merece la vida ser asumida.

Mas, en estos últimos años, un creciente número de estudiantes deciden no construir no por razones de gusto o de interés -razones estéticas-, sino por motivos éticos. El mundo está excesivamente construido. Existen demasiadas construcciones, a menudo deshabitadas la mayor parte del año. Las urbanizaciones desiertas se emprenden por todo el territorio. Gangrenan el entorno. No son necesarias. La fiebre del ladrillo les desalienta. No quieren contribuir a esta enfermedad.

Cabría la rehabilitación: la recuperación de lo construido. No se trata de añadir obras nuevas, sino de devolver la vida a obras abandonadas. En estos casos, sin embargo, la ética también impone el silencio. Las obras rehabilitadas multiplican su valor. Los precios ascienden. Estas obras dejan pronto de estar al alcance de una parte importante de la población.

La reflexión, la investigación, tan mal financiada es la opción vital preferida. Mas, ¿permite vivir dignamente? La mirada de muchos estudiantes denota escepticismo, distanciamiento, desengaño, estupor, matizados por la ironía, como si ya no hubiera solución.

El texto transcribe consideraciones de estudiantes, intentando no desvirtuarlas

A B. G., R.A, N.A, O. S., V. A, y tantos otros 





lunes, 14 de noviembre de 2022

BEVERLY BUCHANAN (1940-2015): CHOZAS (1980-2015)
















































 

La revisión actual de la historia del arte (moderno, occidental) que practican los museos permite descubrir a artistas hasta entonces poco expuestos o menos citados.
Tal es el caso de la escultora norteamericana Beverly Buchanan, una de cuyas obras preside hoy la exposición permanente de arte contemporáneo del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.
Un hogar, para Buchanan, era el lugar en el que uno se encuentra. Un hogar móvil y deseado. No tiene porqué ser una construcción sino un espacio en el que el habitante se encuentra bien, un espacio escogido, un destino no forzado, quizá casual, en el que se descubre la acogida que brinda el espacio.
Buchanan fotografió extensamente modestas construcciones de madera, levantadas con desechos (restos de planchas de madera, placas metálicas) hallados en el lugar, en el sureste de los Estados Unidos (Georgia, sobre todo), pequeñas chozas o cabañas, alzadas a toda prisa y sin embargo con cuidado, engarzando materiales y piezas poco preparadas para ser conjuntadas, con empeño, atencion a los elementos e imaginación. 
Es a partir de esta documentación que Buchanan fue construyendo maquetas de chozas, frágiles construcciones de madera, coloreadas a veces, que rehuyen del miserabilismo para poner el acento en el trabajo de engarce, la modestia y el cariño vertidos en estas obras. En tanto que mujer negra, de Georgia, que conoció el “apartheid”, sabía de estas construcciones y su importancia para los ususrios. A menudo, son construcciones casi en ruinas, pero que denotan la capacidad de resistencia del habitante que manifiesta su lugar en el mundo con esas inciertas y sin embargo, coloreadas creaciones, unos signos que denotan que el habitante no se ha abandonado.
  

martes, 20 de septiembre de 2022

MARJOLAINE DEGREMONT (1957): CABAÑAS EN LO ALTO (2022)









 

La artista argentina, afincada en Francia, Marjolaine Degremont, expone, hoy, maquetas arquitectónicas que se descubren, casi por casualidad -son casi invisibles-, en el extenso parque de esculturas de La Friche de l´ Escalette, cabe la ciudad de Marsella (Francia).
Son pequeñas construcciones de madera, cabañas, como las denomina la artista, atrapadas en las ramas de los árboles, o suspendidas de éstas. Forman parte de los árboles, como si fueran frutos.
Mas, las cabañas son frágiles. Cuelgan, mas que se apoyan, como farolillos. Están cerca del cielo, y son inaccesibles. Son moradas soñadas, inhabitables, salvo por seres desencarnados. Las ramas están secas. En cualquier momento pueden quebrarse, acarreando la caída de estos pequeños refugios.
Pintadas de blanco, parecen desmaterializadas, como figuras puras, incontaminadas, ideales -aunque el color blanco es ambivalente: denota el rechazo del mundo material.
Juguetes también son. De hecho, construirse o soñar en construirse una cabaña en un árbol para refugiarse en ella, es un deseo infantil que la artista plasma y ofrece, lejos de la tierra, del duro suelo. Son construcciones elevadas, que permiten pensar en abandonar el mundo, como un eremita. 

Véanse, por ejemplo, estos enlaces: