jueves, 23 de junio de 2011

Cyprien Gaillard (1980): Arquitectura y ruina






Cyprien Gaillard (1980), artista francés galardonado con el Premio Marcel Duchamp 2010 (equivalente al premio británico Turner), ha creado una serie de obras -dibujos, fotografías, videos- en los que refleja su visión de la arquitectura (o la construcción) contemporánea, mostrada como un lugar habitado aunque inhabitable.

En esta serie de dibujos, de 2005, ubica torres o bloques aislados, casi indistinguibles los unos de los otros, de barrios conflictivos franceses o norteamericanos, en paisajes barrocos o del siglo XVIII, como los del artista francés Hubert Robert. Estas "barras" (así se denominan en francés) o monolitos ocupan el lugar que las ruinas romanas poseen en los paisajes de Claudio Lorena o Hubert Robert. Estas torres, construidas en los años setenta en la periferia de grandes ciudades como París, son hoy ruinas (aunque de lojos mantengan cierta integridad formal), si es que no lo fueron desde que se inauguraron. No queda claro si son edificios supervivientes, acorralados por la naturaleza, o bloques invasores que empequeñecen el paisaje. Pero sabemos que "representan" a (o están en el lugar de) ruinas romanas.

El el paisajismo barroco y dieciochesco, las ruinas, perfectamente insertadas en la naturaleza, evocan un espacio idílico. En este caso, los bloques son casi cárceles, torres negras, absurdamente insertadas en un paisaje de inmediato contaminado. Prados, árboles y rocas están de más. Las torres crean un vacío.


Quizá su obra más turbadora sea invisible. La foto anterior la reproduce. Nada destaca ni se distingue. Consiste en una avenida de grava que conduce a un palacio renacentista francés, al fondo de un jardín ocupado por árboles frondosos. Todos los elementos existían antes de la intervención de Gaillard. Su obra se superpone a -y se confunde con - con uno de ellos. La gravilla dorada del camino está cubierta con una gravilla blanquecina distribuida por Gaillard. En eso consiste su obra o su acción: la deposición de grava allí donde había grava.
Esta grava blanca procede de bloques de hormigón triturados. Éstos formaban parte de la estructura y los muros de una de esas torres que asaetan un polígono edificado en los años setenta. Dicha torre de pisos sociales fue derribada a causa de su degradación y de los conflictos vecinales que acogía o que causaba.
La grava es un recordatorio de la vecindad de un barrio insostenible, cercano al palacio, aunque invisible desde éste. Pero al mismo tiempo, quizá la obra sea algo más que un recordatorio y un memento. Mantiene viva la presencia de la torre, presencia que nunca tuvo. Pone a los pies del castillo las modestas viviendas, hechas, literalmente, polvo, aunque quizá las redima. Y las dota de una dignidad singular, de fuerza. Sin ellas, el acceso al castillo sería imposible. Apuntan a y hacia éste. Son la antesala del castillo.
Castillo y torre se encuentran al fin. La torre reducida a polvo, convertida o transfigurada también en sus mínimos componentes. Devuelta a la naturaleza. Por vez primera la torre se integra en la naturaleza. Se confunde con ésta. Vuelve a un estadio natural. Y el castillo la necesita.
Torre pisada. Pisoteada. Pero que traza un camino. Lleva a alguna parte. Convertida en arteria. La vida circula, se inserta. La vida que la torre nunca logró acoger ni despertar, es reconducida por vez primera. El camino que la torre traza marca una senda segura en el bosque. Los visitantes, los habitantes temporales del bosque no se pierden. Saben que caminan sobre seguro. La torre se pone a los pies de los habitantes. Les ofrece un suelo seguro, constituye la base de su andar. La orgullosa -y herida- verticalidad de la torre, que hería el paisaje y a los hombres, convertida en el horizonte de la vida, una línea nítidamente trazada entre la naturaleza inquietante y una senda por la que transitar sin perderse. La obra es un recordatorio, sin duda: no tanto de lo que lo que dio origen a la grava fue, sino de las vidas que acogieron -o destrozaron. Así, los paseantes caminan sobre una tierra en la que se habitó, y la mala vida que la tierra dio se redime cuando acoge y soporta la vida de quienes pueden caminar.
La torre adquiere al fin sentido.
Quizá la obra más sugerente de Gaillard, cuya obra será expuesta, a partir de Septiembre, en el Centro Pompidou de París, y cuya última obra, realizada en yacimientos arqueológicos de Irak, será incluida en la muestra sobre mesopotamia que la Caixa prepara para noviembre de 2012.

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