Robert Hahn, en Anaximander and the Architects (State University of New York, Nueva York, 2001; por desgracia, no traducido y editado en España por no ser viable), ofrece una visión singular del papel del arquitecto griego arcaico en la configuración del mundo.
Anaximandro fue un filósofo presocrático. Nació y vivió en Mileto (Jonia, hoy en Turquía) (610-546 aC). Sin duda era discípulo de Tales, considerado el primer filósofo de la historia, es decir el primero que buscó explicaciones a los interrogantes del mundo sin recurrir a la acción de los dioses. Se considera, sin embargo, que, a diferencia de Tales, Anaximandro fue el primero en escribir sus reflexiones (su primer libro dataría del 548 aC), si bien solo se conserva una sola cita, indirecta. Su visión del mundo, empero, se conoce, aunque es casi imposible saber cual era su imagen acerca del origen y la estructura del universo, a causa de la parquedad de los datos y de la dificultad en saber qué significan exactamente los términos que empleaba.
Al igual que Tales, Anaximandro se preguntó acerca de la causa del mundo y de su organización. Tales, a diferencia de pensadores anteriores (y de los pensadores mesopotámicos, cuyas explicaciones debía de conocer) que veían al universo como una creación sobrenatural, consideraba que el mundo había surgido de un elemento o materia primero, el agua -agua que posiblemente fuera la misma que el agua primordial mesopotámica, o el agua nilótica egipcia; mas, para Tales ,esa agua no era, al contrario que en las culturas antes citadas, una divinidad matricial, sino un elemento "natural", sin forma ni características divinas-.
Para Anaximandro, el mundo había surgido de un ente primero, ciertamente, pero ésto no era el agua, sino "lo indefinido" (apeiron). ¿Qué era? No se sabe a fe cierta; apeiron (término que se inicia con el prefijo "a" que indica negación) significa ilimitado, o indefinido, pero también circular. Por otra parte, se trata de un calificativo; ¿qué era lo que era ilimitado? No se sabe bien si Anaximandro pensaba en una materia o sustancia (según él, el universo brotó como un árbol del apeiron, por lo que éste podría concebirse como una materia informe), o en una "formula geométrica", siendo lo ilimitado lo característico de la ausencia de sustancia; algo así como el vacío. Vacío, sin embargo, concebido geométricamente. Una superficie "abstracta" carente de límites. Esta visión "plana" del núcleo originario (según Axaximandro, el apeiron era el arje (o arkhe, que significa principio y fundamento al mismo tiempo), el origen del mundo, lo que implicaría que la ausencia de límites no conlleva la imagen de una extensión infinita sino, por el contrario, en un punto necesariamente sín límites o lineas trazados, ya que dichos límites solo pueden existir como consecuencia del movimiento o trazado del punto original) coincidiría bien con algunos de los logros atribuidos a este filósofo (que, en tanto que formado en la costa oriental mediterránea, estaba en contacto, sin duda, con Babilonia): el trazado de mapas, la cartografía, terrenal y celestial, y la invención del gnomos o escuadra con el que fijar el tiempo -por la sombra proyectada- y el espacio: un instrumento de medida, es decir, de delimitación.
Hahn emite la siguiente hipótesis: la actividad constructiva y fundacional era intensa en Jonia. Las ciudades jonias eran colonias griegas, y de Jonia partieron un gran número de fundadores de colonias en el Mediterráneo occidental. El mismo Anaximandro fundó una ciudad.
Los colones partían con la intención de establecerse en un lugar propicio -designado, veladamente, por el dios Apolo que velaba por ellos-. A poco de haber desembarcado, ordenaban el territorio del que se apropiaban. Trazaban, como ya había contado Homero, los límites de la ciudad, dividían el espacio urbano en dos (para los mortales y los inmortales) para, a continuación, dividir en lotes o parcelas iguales, destinadas a cada uno de los expedicionarios, el espacio asignado a los hombres. Era entonces cuando la labor fundacional de la colonia, que también incluía la erección de un centro, el altar de Apolo gracias al que se sacrificaba en honor del cielo clemente que había permitido cruzar el ponto sin naufragar. Disponer los cimientos de los edificios era lo último que cabía hacer: los fundamentos de la ciudad estaban instaurados. El espacio indiferenciado e ilimitado había quedado bien estructurado. La ciudad poseía unos nítidos límites, dentro de los cuales la vida podía prosperar.
La labor del fundador (ecista, en griego, de oikos, casa) consistía pues en delimitar parcelas que se disgregaban del espacio extenso. Su labor, pues, era propiamente demiúrgica (de demos, pueblo). El fundador operaba del mismo modo que la naturaleza. En efecto, la creación de entes pasaba por la delimitación (división y segregación) de cuerpos u formas, de "lo ilimitado". Solo, con la muerto, lo parcelado se reintegraba a "lo ilimitado", disolviéndose la forma o límite asignado a lo individuado. El urbanista actuaba o laboraba como la naturaleza. La creación de una colonia se asemejaba a la creación del mundo.
Para Anaximandro, el universo tenía la forma de un cilindro. Éste era ilimitado. Se extendía a lo largo del eje central. La tierra se hallaba sobre este eje. Su ubicación era indistinta. Dado que el cilindro no tiene fin, la tierra no tenia porque verse atraída hacia una dirección u otra. Los cuerpos siderales orbitaban alrededor de la tierra. Se disponían sobre círculos concéntricos, semejantes a los anillos de un árbol cortado por la mitad. El cilindro era, en verdad, una suma de cilindros dispuestos como unas muñecas rusas. El diámetro de cada cilindro correspondía a la circunferencia correspondiente a cada cuerpo sideral. Todos esos cilindros eran opacos. Mas los cuerpos estelares eran agujeros, por los que se filtraba el resplandor del fuego que envolvía el gran cilindro, el universo.
Así pues, la estructura o forma del universo recordaba poderosamente la forma de una columna dispuesta para ser levantada. Sobre una sección de ésta, en efecto, el tallista, constructor o arquitecto, había trazado circunferencias que indicaban los límites de las canaladuras que se tenían que tallar, la ubicación de los engarces metálicos que permitirían que los distintos bloques se montasen hasta levantar una columna, etc. La sección de un pilar, entonces, se asenmejaba a la planimetría celestial.
Por otra parte, los arquitectos y constructores griegos raras veces dibujaban planos, sino que, sobre los bloques de piedra o de mármol, trazaban alzados, a escala natural, de determinados elementos que tenían que ser esculpidos. La materia pétrea, así se iba delimitando, y los elementos constructivos y ornamentales, bien siluetados o delimitados, se desgajaban posteriormente de los bloques.
´Del mismo modo que el dios cristiano se concibió y se representó un compás en la mano, imitando el porte y el hacer del geómetra o del arquitecto, Hahn emite la hipótesis que los arquitectos no se vieron influidos por la concepción del mundo de Anaximandro, que invitaba a trazar mapas y cartas, sino que fue el trabajo del arquitecto y la obra resultante lo que le sugierieron al filósofo de Mileto la concepción del mundo. El arquitecto era una fuerza de la naturaleza, y su obra, el prototipo de la creación del universo. La naturaleza imitaba el obrar arquitectónico. Las formas naturales seguían las formar artificiales. La disposición del mundo se subordinaba a la disposición de los templos. Éstos eran, no imágenes, sino modelos del universo. En el principio era el arquitecto. Sin su trabajo, el mundo no habría podido ser concebido, ni definido.
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