martes, 10 de julio de 2012

Tadao Ando y otros artistas y arquitectos: Fundación Château La Coste (Puy-Sainte Réparade, Aix-en-Provence) (2002-)










































Fotos: Tocho, julio de 2012

Los jardines de escultura suelen ser un fiasco. Desde que, a partir de mediados del siglo XIX, las obras de artes plásticas (pintura, escultura) dejaron de estar al servicio de la arquitectura (como frescos y retablos, en iglesias y palacios), es decir, dejaron de tener una razón de ser externa -subordinarse al espacio construido, para animarlo o darle sentido-, las obras se volvieron "auto-referenciales": eran o expresiones de las ideas de los artistas, o respondían a una lógica interna, propia, sin ninguna razón objetiva que diera sentido de y a su forma, su ubicación, su "razón de ser".
Es por este motivo que las obras contemporáneas que dicen haber sido pensadas para un lugar, o que se justifican por el lugar en que se emplazan, suelen ser mediocres: nadie ya cree que el arte plástico deba responder al entorno. En el mejor de los casos, estas obras son decorativas.
Un jardín de esculturas contemporáneas, por otra parte, que incluye una obra de Richard Serra, es una contradicción.
Las estatuas tienen que ligarse al entorno, en principio, mas las obras de Richard Serra, que son contemporáneas, suelen prescindir del espacio -o anularlo- que las rodea; y cuando lo pretenden, fracasan. Su carácter autoreferencial las predispone mal para "dialogar" con el espacio circundante.

Que una escultura contemporánea juegue con el espacio, y que sea una obra de Richard Serra, sorprende, aunque ésta ya no sea una obra visible, sino que se funde con la tierra, de la que sobresale como una extraña lámina terrosa.
Sorprende menos, sin embargo, que las mejoras obras, dispuestas para entrar en relación con el entorno, sea obras arquitectónicas.

Esto es lo que, precisamente, acontece en la Fundación Castillo La Coste, cerca de Aix-en-Provence (Francia), de reciente fundación -cuyas obras de instalación no concluirán hasta de aquí a dos o tres años.

En unos extensos viñedos, rodeados de colinas boscosas (pinos, olivos y cipreses), componiendo un paraje de casi doscientas hectáreas, alrededor de un conjunto de construcciones del siglo XVII, que incorporan incluso un yacimiento galo-romano, situado sobre un promontorio calcáreo, Patrick McMillen, "acaudalado hombre de negocios" -así se le presenta- ha constituido una colección de estatuaria contemporánea, con piezas monumentales en su mayoría, dispuestas en los dominios, en los que arquitectos como Tadao Ando han levantado austeros edificios funcionales (recepción), de hormigón y cristal, y "simbólicos": espacios de meditación, construidos en madera.

Entre obras mediocres, decorativas (Calder, Sugimoto, Scully) y maestras (la mejor -y postrera -"araña" de Louise Bourgeois, alzada sobre una lámina de agua que parece suspendida en el aire; el conjunto de planchas de acero semi-enterradas de Richard Serra), grandilocuentes, grandes o discretas, sobresalen los templos y templetes, de cristal, o de madera, de Ando -detrás de muros de hormigón o vallas de madera-, que trazan laberintos enroscados, jugando con luces y sombras, hacia interiores a oscuras, partidos por rajas de luz que se cuelan entre planos verticales y horizontales.


Un aparatoso escenario entre dos frentes de gradas cubiertas, de Gehry, aislado en la parte inferior de un prado en pendiente, logra salir casi indemne de la confrontación con las sencillas casas prefabricadas de Jean Prouvé -hermosamente articuladas a un sobrio templo de madera vietnamita-, de los años cincuenta, y el gran edifico de entrada, compuesto por dos cuerpos estrechos y alargados bajo un pórtico, de Ando, cuyos pilares se prolongan y, a medida que su altura disminuye, y el terreno se alza lentamente, se pierden en el paisaje.


Se trata, sin duda, de uno de los mejores centros de arte europeos, cuanto menos a la altura de la fundación Beyeler en Basilea (Suiza).

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