Deficientes y mendigos, arte helenístico y romano, Museo de Kassel (Alemania)
Prostituta anciana, arte griego, Museo Británico, Londres
Fotos: Tocho, 2013
La ciudad siempre se definió en relación a unos rechazados
llamados los “pharmakoi” o chivos expiatorios, unos verdaderos apestados (como
Edipo, el rey de Tebas, por ejemplo) a quienes se culpaba, justamente o no, de males
físicos y morales desconocidos que se abatían sobre una ciudad. Solían ser
criminales, extraños, y quienes no creían en las bondades de la vida urbana. Una
vez descubiertos, se les culpaba, se les condenaba al destierro para siempre y se
les expulsaba, a fin de que cargaran sobre sus espaldas con el mal, y lo
extrajeran de la comunidad. No podrían asentarse y reposar nunca en ningún pueblo
ni en ciudad alguna. La selva era el único espacio que les aguardaba.
Del mismo modo, Platón –cuando el esplendor de Atenas era ya
solo un recuerdo- consideraba que los artistas (actores, poetas, bailarines) no
tenían cabida en la ciudad, porque sus acciones, a las que se acudía en masa, distraían
y hacían soñar en realidades y valores distintos de los urbanos, ajenos a
éstos, y tenían que sufrir la misma inmisericorde condena que los causantes de graves
desórdenes públicos.
Sin embargo, personas como extranjeros y antiguos esclavos,
ambos asentados en Grecia, y miembros de sectas religiosas, fueron aceptados
como ciudadanos con plenos derechos en la ciudad griega del siglo VI aC, a fin
de poner coto, quizá, a los aristócratas –ya que el número de miembros de las
clases populares aumentó-, pero la ciudadanía, que permitía participar
activamente en la vida pública de la ciudad y en la toma de decisiones
concernientes el buen gobierno, no fue nunca otorgada a tres tipos de excluidos
sociales: mujeres, niños y esclavos no liberados –amén de los extranjeros de
paso.
Su exclusión se evidenciaba por su reclusión. No tenían
cabida en el ágora. Las mujeres, incluso casadas, vivían en el gineceo –el
espacio doméstico más alejado de la entrada de la vivienda-, en compañía de los
hijos, antes de que cumplieran siete años, dedicadas a tareas textiles y
domésticas. El huso y el espejo eran su símbolo. Representaban su quehacer pero
también el que no estuvieran autorizadas a mirar a la cara a nadie más que a sí
mismas. El espejo –un útil propiamente femenino y de los afeminados- evocaba
bien el espacio cerrado –frente a la apertura física y de ideas que el ágora
traía y ejemplificaba- en el que los no-ciudadanos se hallaban permanentemente.
Solo una vez las mujeres pudieron reunirse en el ágora. Esto
no ocurrió en la realidad, sino en la comedia La asamblea de las mujeres de Aristófanes, en la que éstas
decidieron suplantar a los hombres debido al permanente estado de guerra en el
que se había hundido la ciudad. No queda claro si el comediógrafo quiso
burlarse de una situación considerada absurda o imposible, denunciar el mal
gobierno de los ciudadanos que había obligado a que cayera en manos de las
mujeres –incapaces de tomar decisiones juiciosas, pese a la igualdad que
reivindicaban-, o si defendió un nuevo y necesario papel de las mujeres en el gobierno de la ciudad.
El imaginario griego
era, sin embargo, más rico y complejo de lo que se desprende de esas notas.
Así, por un lado las divinidades protectoras de la ciudad eran diosas (incluso
Atenas “pertenecía” a la diosa Atenea, representada como una figura guerrera),
así como las que mediaban con el mundo indómito (como Ártemis), cuando, en
verdad, éstas, como Hestia, hubieran tenido que velar, sin salir nunca al
exterior, por los espacios recoletos o domésticos.
El “otro” incluía también a toda clase de deficientes
físicos y mentales. Se han encontrado numerosas estatuillas de terracota con
rasgos “anormales” o caricaturescos. No se sabe bien si retratan actores
enmascarados, deficiencias reales, expresan burla o, al menos desde una óptica
contemporánea, desprenden cierta conmiseración ante personas excluidas
(menesterosos, mutilados, enfermos, locos).
La ciudad no se concebía sin la existencia de excluidos: los
que rechazaban el orden urbano y los que la ciudad no aceptaba, porque eran
injustos o porque turbaban el orden con su presencia retuerta.
(Texto: Tocho, revisado por Gregorio Luri -www.elcafedeocata.blogspot.com)
Excelentes fotografías y texto sobre imágenes griegas poco conocidas (al menos por mí) y del día a día de este fascinante mundo antiguo no tan lejano.
ResponderEliminarMuchas gracias por compartir.
Saludos
Esther
Buenos días
ResponderEliminar¡Muchas gracias!
En la exposición -que está a punto de anunciarse enCaixaforum- habrá una buena selección de estatuillas de "rechazados"
Muchos recuerdos