lunes, 24 de junio de 2013

LORNA SIMPSON (1960): ARQUITECTURA Y CIUDAD








Vídeos:

http://lsimpsonstudio.com/filmvideo02.html

http://lsimpsonstudio.com/filmvideo03.html


La obra más interesante de la artista norteamericana Lorna Simpson está dedicada a temas de arquitectura. Consiste en fotografías de grandes dimensiones impresas sobre fieltro. El soporte mate absorbe la luz e impide que la imagen la refleje o la irradie, como si fuera un icono o una vidriera. Por el contrario, la imagen adquiere un aspecto fantasmagórico y quizá amenazante.
Se trata de fotografías de interiores y de exteriores: rascacielos y parques. Están ubicados en una ciudad tan animada y poblada como Nueva York. Y, sin embargo, no se ve a nadie. Simpson mira la arquitectura y la ciudad con la mirada de un arqueólogo o un historiador. Contempla los edificios como si fueran ya ruinas, o como se mirarán de aquí a centenares o miles de años, vacíos o en entornos desérticos o muertos. Las imágenes fueron tomadas en los años ochenta cuando Nueva York estalló como un centro vital. Pero su finitud ya estaba implícita en su desbordamiento. Simpson comenta que las grandes civilizaciones del pasado, desde la de los Mayas hasta de los Asirios, siempre han sido juzgadas a través de imágenes de monumentos vacíos o de yacimientos en los que, independientemente de su estado de conservación, la vida ha huido para siempre. Los fotografías de la ciudad de Nueva York son imágenes provenientes del futuro. Pero, al mismo tiempo, equiparan a las ciudades actuales con las grandes urbes del pasado: urbes memorables, y recordadas, aunque muertas, inútiles -cuya única utilidad consiste en permitirnos evadirnos del presente.

No todas las imágenes de Simpson conjuran el vacío. Fotos de interiores se acompañan de textos que recogen voces: conversaciones de personas que podrían haber vivido en estos interiores. La imagen evoca voces del pasado; voces que han pasado, sin duda, pero que la fotografía permite recordar. este uso o concepto de la imagen también evoca la función de la imagen en tiempos pretéritos. Así, en Bizancio, las imágenes no tenían que ser consideradas como objetos dignos de admiración sino como vehículos que remitían a los personajes -ángeles, santos, etc.- que habían vivido en los escenarios que los iconos evocaban.

No todas las obras de Simpson están pobladas de fantasmas o guardan solo el eco de presencias olvidadas. Algunos de sus vídeos, como 31, están protagonizados por una misma persona, captada en distintos momentos del día. Pero Simpson la retrata en acciones banales, a menudo de espalda. Cada pantalla aparece como la ventana de un bloque anónimo a través de las cuales se asoman vidas anónimas. La figura está despersonalizada. Está físicamente presente en la imagen, pero es como si de un espectro se tratara.
Cuando las acciones parecen tener consistencia y que incluso la persona parece mirar hacia el espacio del espectador, éste pronto se da cuenta que las figuras actúan como soñamos que actuaban las personas del pasado -sumisas y entregadas, sobre todo mujeres negras desde un punto de vista de un hombre blanco actual- o como querríamos que actuaran hoy, sin pensar, como si de marionetas o personajes sin entidad, sin "cuerpo".

La arquitectura, la ciudad, los interiores solo suscitan melancolía. Son escenarios espléndidos, obras maestras que testimonian de la grandeza y la ambición, pero convertidos como lo que siempre fueron: creaciones que se pretendieron perennes o inmortales, sin que nos diéramos cuenta, sin que nos demos cuenta, que las babilonias contemporáneas son obras humanas y, por tanto, están sometidas al mismo destino que los zigurats asirios.  

Véase la página web de la artista: http://lsimpsonstudio.com/


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