Uno de los escasísimos orantes sumerios en España (Museo del Oriente Bíblico, León)
Foto: Tocho, 2011
Los estudios sobre el "arte" sumerio se renuevan. Nuevos intérpretes lo estudian desde ángulos distintos y sobre todo plantean preguntas que hasta entonces no se habían formulado, no dando por sentado nada.
Como comenta Jean Evans (Oriental Institute, Chicago), La estatuaria sumeria siempre ha sido considerada como el origen del arte occidental. Cabe preguntarse porqué, toda vez que el concepto de "arte" no se formulará hasta el siglo XVIII. Es muy difícil pensar que estas efigies hubieran podido ser apreciadas como apreciamos, hoy, las obras de arte.
Por otra parte, su esquematismo, es decir, su antinaturalismo las predispone a ser consideradas como el origen de un tipo de trabajo que necesariamente irá evolucionando -es decir, mejorando- hacia el naturalismo. Partiendo de este punto de vista, la estatuaria sumeria es tomada no como el final de un proceso sino como el inicio. La manera de componer las formas necesariamente es un prueba de su antigüedad, y de su arcaísmo, por lo que estas estatuas han dado nombre a un periodo histórico: el dinástico arcaico, cuyo adjetivo arcaico siempre denota cierta imperfección formal y cultural. De algún modo, las estatuas eran obras de creadores "primitivos", toscos, al menos, que vivieron en tiempos "arcaicos", por tanto, superables.
Por otra parte, las estatuas sumerias, que representan a seres humanos, de pie, con las manos juntas y los ojos bien abiertos, han sido consideradas como representaciones, dobles o sustitutos de seres humanos. Éstos habrían depositado estas efigies en el interior de los templos, sustituyéndolos, a fin que la protección divina, emanada de la estatua de culto, pudiera recaer para siempre sobre la efigie, la cual, en tanto que doble mágico del donante, remitía dicha gracia o protección hacia éste.
Sin embargo, como comenta Evans, las estatuas de donantes -que no siempre se han hallado en lo más recóndito de los santuarios- se encontraban, ciertamente, en recintos de difícil o imposible acceso. Los ciudadanos, contrariamente a lo que acontece en los tiempos modernos, no tenían acceso al interior de los recintos sagrados. solo reyes y sacerdotes podían entrar en aquéllos. Por tanto, las estatuas tenían el poder de lograr lo que a los mortales les estaba vetado. Eso significa que las estatuas no eran simples dobles o sustitutos de los donantes. Poseían propiedades que los distinguían de éstos. Eran algo distinto, y, desde luego, algo más. Toda vez que quieren lograban acercarse a las divinidades eran algo más que mortales, es decir, eran intermediarios entre el cielo y la tierra, la estatua no sustituía al donante sino que mediaba por él ante la divinidad. El ser humano podía entrar en contacto con la divinidad gracias a la estatura.
Esto explica que las estatuas situadas en zonas no recluidas del santuario pudieran, en ocasiones, recibir ofrendas: se las untaba de aceites y se las alimentaba. Los mismos donantes cuidaban de ellas. No se reconocían en éstas, sino que aceptaban que estaban, pese a ser creaciones humanas, por encima de la condición mortal. Estaban quizá más cerca de lo divino que de lo humano.
Los hombres, por tanto, podían implorar al cielo, y recibir una respuesta por medio de una estatua. Era un ente vivo, o un receptáculo que acogía a un poder que intercedía ante la divinidad. No era el donante quien imploraba; era la estatua, su estatua, en actitud de adoración o respeto, a la que cualquier persona podía adorar. El ser humano confiaba un gesto a un ente, la estatua, que estaba capacitada para efectuar lo que estaba prohibido a los mortales: acercarse a la divinidad y suplicarla.
La estatua, así, por un lado permitía que los humanos entraran indirectamente en contacto con los poderes sobrenaturales pero, al mismo tiempo, manifestaba y acrecentaba el abismo entre mortales e inmortales. Las estatuas fueron el remedio ante esta diferencia sustancial, que la propia estatua acentuaba.
Véase: EVANS, Jean M.: The Lives of Sumerian Sculpture. An Archaeology of the Early Dynastic Temple, Cambridge University Press, 2012
Hola: mariovicentemas@gmail.com
ResponderEliminarMe pongo en contacto con vosotros para presentarles una "nueva" lectura sobre la Prehistoria peninsular (a la par que Mediterránea) que quizá haya pasado por alto...
Me presentaré: soy un autor que en breve va a publicar un segundo libro (Sumerios en Andalucía). No soy ni mucho menos arqueólogo, aunque sí un gran aficionado a la Historia. Se trata de una exposición, siempre tratando de no alejarse ni un ápice de un criterio eminentemente histórico y objetivo, en la que se plantea cómo las civilizaciones surgidas a partir del 3.000 a.C. habrían conocido (y visitado) áreas tan "lejanas" como la Península Ibérica. La razón: la búsqueda de un cobre que empezaba a escasear en oriente...lo cual no es más al fin y al cabo que un rescate de ideas sobre las que antaño ya se discutió. Esta hipótesis se avala con suficientes indicios/pruebas (desde las arqueológicas, antropológicas, las genéticas derivadas de la Genética de Poblaciones, las referidas a la particular Pintura Rupestre Peninsular, antiguos textos sumerios, micénicos, egipcios, etc.) para, al menos, considerarlo como una más que factible posibilidad.
Aceptar tan "atrevida" afirmación contribuiría a encajar extrañas y hasta inexplicables realidades (del todo palpables) como LOS BARCOS DE OIA DE GALICIA, el zigurat de Cerdeña o la protoescritura encontrada sobre algunos materiales prehistóricos hallados en Huelva (caracteres con clarísima relación con los de la época minoica al otro lado del Mediterráneo), el orígen de los cíclopes y el verdadero recorrido de la nave de Ulises, la tímida explosión de la edad del cobre en un curioso foco tan alejado de la Creciente Fértil (el sur de la Península Ibérica con civilizaciones tan particulares como la Cultura del Argar durante el II M.a.C. o incluso Los Millares mil años antes), las embarcaciones pintadas en el Abrigo de Laja Alta en Cádiz...Incluso la enigmática Tartessos...
¿Qué pretendo con este correo?. Simplemente ofrecerles el envío de algún ejemplar (por supuesto que sin cargo ninguno) por si alguno de ustedes tomara a bien echarle un ojo (¿un pequeñísimo espacio?); estaría más que agradecido. Nada más.
Un saludo y muchas gracias por su tiempo
muy interesante propuesta... mmm
ResponderEliminarEntonces, según tú Mario los Sumerios llegaron a la Península Ibérica??
ResponderEliminarNo creo que se haya encontrado ninguna prueba de la presencia de mesopotámicos del sur en la península. Por otra parte, los sumerios navegaban más bien por el Mar Rojo y, en todo caso, el océano Índico
ResponderEliminarHola chicos. No sé si los sumerios llegaron o no a la Península Ibérica, pero por lo que cuenta "sección de estética", sí se reconoce al menos una capacidad de navegación sumeria considerable. Ahora, la pregunta que me planteo es que si, efectivamente como he leído, llegarían incluso hasta la actual India, ¿por qué hemos de suponer que sólo habrían explorado al este?. Asumiendo tal capacidad, no resulta tan descabellado la propuesta de Mario Vicente. Al fin y al cabo se trataría de una distancia parecida pero hacia el otro lado... ¿¿??. Y otra cosa, por lo que veo no sólo habla de sumerios, sino también de egipcios... Parece interesante....
ResponderEliminarNo sé si los vientos y las corrientes marinos son similares hacia el este y el oeste.
ResponderEliminarNo parece que los sumerios hubieran llegado hasta el Mediterráneo, aunque sí llegaron hasta los bosques de cedros de los montes libaneses.
Los egipcios, del Imperio Nuevo, hacia el siglo VI aC, rodearon África por mar, creo recordar
Eso encajaria con el zigurat de cerdeña. Quién pedía pruebas materiales?
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