El límite, la frontera, tienen una imagen negativa para nosotros. Son percibidos como líneas de encierro, que impiden la expansión, la libertad. Constriñen formas y seres en moldes o esquemas, sin que aquéllos puedan desarrollarse en libertad. El límite aparece como una línea roja que pone coto al crecimiento natural. Lo vemos como una imposición que trata de contener lo que parece desbordarse. La línea, así, es un corte, aplicado desde fuera, sin que forme parte de la forma que poseen o a la que aspiran los seres. Se la juzga impuesta por la fuerza, como una señal visible de poder que deja su huella duradera en las cosas a las que se les impide llegar a "ser" lo que deberían. La línea coarta, paraliza, es una barrera que se tiene que hacer saltar o sortear. Así, el Paraíso bíblico era un espacio libre de cotas, marcas, barreras que provocaran en el adán la sensación que estaba enjaulado.
El llamado paraíso sumerio, en apariencia, se parecía mucho al bíblico. Se trataba también de un espacio originario, fruto de la creación del dios supremo (An, el cielo, en este caso), en el que los primeros humanos, así como los animales, vivían en armonía, sin atacarse mutuamente, sin tener la necesidad de defenderse o esconderse. Este espacio primigenio carecía de límites. Tan solo el fluctuando horizonte lo acotaba.
En el Paraíso sumerio, no había enfrentamientos. Los leones, por ejemplo, no atacaban, y los ancianos no morían. Esta imagen idílica, que tanto recuerda el edén bíblico, se desdibuja, sin embargo, cuando descubrimos que el león, símbolo de valor y coraje, que no ataca, se convierte en un emblema de cobardía, con el que nadie puede identificarse ni tomarlo como modelo. El león existe para atacar. Tiene que ser fiero, mostrarse fiero. Por esto está en la tierra, para ilustrar sobre la virtud del valor ante las adversidades. Un león apocado es miserable. Del mismo modo, la muerte no es una condena sino un fin lógico. La verdadera condena es un envejecimiento eterno. Las fuerzas van flaqueando sin que se ponga fin a la degradación. Un mortal tiene que morir. La inexistencia de la muerte impide que los mortales se muestren como lo que son, lleguen a ser. No son nada sin la muerte. No son dioses, ni animales, ni plantas. Tampoco son humanos. No tienen lugar, no han hallado su lugar en la vida. No saben quienes son ni para que viven. Solo existen para marchitarse hasta la eternidad.
Ante la tierra originaria tal como An la dejó, su hijo, Enki, dios de la arquitectura, descendió del cielo e intervino. Lo primero que llevó a cabo fue delimitarla. A partir de entonces, los mortales hallaron un espacio propio, y la naturaleza adquirió sus propiedades. El ciclo de la vida pudo concluirse, la rueda del tiempo ponerse en marcha. A la vida le sucedía naturalmente la muerte, umbral de una nueva vida. La tierra estaba así definida, terminada.
El límite, en este caso, no es un cortapisas, sino el umbral de la vida plena. Los seres, para poder existir, para poder ser, necesitan poseer y conocer sus limites y sus limitaciones. El límite no encierra sino perfila. Sin límites la vida no existe. Ésta tiene que saber hasta dónde puede llegar.
Esta concepción no es propia de Mesopotamia. El verbo definir deriva del sustantivo latino finis, sinónimo de limes: límite. Limes, en verdad, significa camino. El límite no es un cerco, sino una senda que puede ser recorrido: una vía que impide perderse. El camino orienta, sabemos hacia dónde ir. Invita a explorar, a transitar por el mundo. Nos marca un objetivo, hasta el final.
Una definición clara permite que podamos usar las palabras con propiedad, permite que hablemos y nos entendamos, que establezcamos una comunidad. El límite es fundacional, fundamental, es el origen del mundo terrenal donde moramos. Sin límites no somos ni siquiera animales. Somos porque sabemos dónde estamos, cuales son nuestros límites, y somos consciente del lugar asignado, de cual es nuestro lugar en la vida. Somos seres finitos, somos seres porque la vida tiene un fin.
jueves, 28 de abril de 2016
miércoles, 27 de abril de 2016
Alepo
Alepo es una ciudad siria célebre por, entre otras cosas, el jabón -similar al de Marsella: fabricado con aceite de oliva virgen (con o sin aceite de laurel), verde oliva u ocre terroso, y conformado por largas barras, más o menos anchas, de sección cuadrada que se desgajan en cubos. Habitualmente, el nombre del fabricante está estampillado en una de las caras. Más raramente, algunos tienen relieves impresos. Se ha dicho a menudo que el jabón de Alepo y de Marsella es el que mejor limpia.
Se trata -o se trataba- de uno de los productos más comunes en el bazar. Lo adquirían los habitantes de la ciudad y turistas: un regalo habitual y bienvenido. Algunas tiendas estaban dedicadas a pastillas de jabón, de diversas formas y olores, para la exportación en los últimos años.
Algunas pastillas tienen forma de edificios diminutos.
En algunos barrios, cuentan, son los únicos edificios aún en pie. Hasta las primeras lluvias.
RORY GARDINER (¿1988?): UTOPIA (2016)
El Príncipe Carlos de Inglaterra publicó un libro de arquitectura en los años ochenta en el que, amén de proponer tipologías de espacios habitables -muy criticados en su día-, exponía las miserias -degradación, sobrepoblación, sensación de encierro y feísmo- del "brutalismo": el estilo de desmesuradas construcciones de hormigón, compuestas por una superposición de bloques desajustados, sin relación con el entorno (degradado a menudo), entre los años cincuenta y setenta.
Aquel "panfleto" -como se le calificó- era contemporáneo del naciente postmodernismo cuyo origen algún teórico situaba en la destrucción de algunas malqueridas torres brutalistas.
Derribos tales hoy no serían posibles. El brutalismo ha vuelto como un estilo añorado, considerado un patito feo injustamente tratado, un canto -utópico o infantil, hoy desafinado- a la vida en común.
El joven fotógrafo australiano Rory Gardiner ha contribuido en el drástico cambio de la valoración crítica de este estilo. Su reciente proyecto expositivo, titulado Utopia, documenta algunos edificios ingleses que, hoy, parecen casi imposibles. Farónicos, inquietantes o patéticos, rechazan el culto a la fachada en pos de interiores habitables (o que pretendían ser habitables) bien defendidos -y quizá encerrados- por adustos muros de hormigón.
martes, 26 de abril de 2016
La casa y el vacío (Lao Tsé)
"Modela una vasija con arcilla. Del vacío del cuenco depende su utilidad.
Abre puertas y ventanas en las paredes de un hogar; del vacío de las aberturas nace la utilidad del hogar, el vacío nos permite habitarla. Así pues, nos beneficiamos de la existencia de las cosas, pero es la no-existencia (el vacío) lo que no es verdaderamente útil"
(Lao Tsé, Lao Te Ching -el gran libro del Tao-, 11, s. VI aC)
El vacío, el no-ser es lo que nos permite ser; el vacío es el espacio en el que nos insertamos. La casa es nuestro lugar, un receptáculo vacío que nos aguarda y nos crea. La casa es así una matriz, un hueco abierto pronto a darnos a luz.
El hogar (el espacio interior, doméstico) aparece como la "materialización" o "visualización" del espacio, y la casa de muestra cómo un mundo, como el mundo. El espacio es siempre el lugar donde nace el ser, donde nacemos y vivimos. No hay especie sin seres (ni enseres), el espacio es la causa y condición de la vida, no la vida en abstracto, sino de cada ser, de cada uno de nosotros
lunes, 25 de abril de 2016
JOSÉ MANUEL BALLESTER (1961): JOSEP MARÍA JUJOL. CASA PLANELLS (2016)
El pintor y fotógrafo José Manuel Ballester, con la editora Dolors Magallón (Ediciones Hipòtesi), "lanza" próximamente una colección de libros de artista dedicados a relevantes casas del siglo XX que no han estado en portada. Casas discretas, en segunda línea, y sin embargo más vitales y más vividas que casas paradigmáticas o programáticas modernas.
Todas las obras han estado fotografiadas por Ballester, a menudo para la ocasión, en los últimos años.
El primer libro, con un texto del arquitecto y estudioso de la obra de Jujol, José Llinás, está dedicado a la modesta tardo-modernista Casa Planells en Barcelona, de la que muestra un piso aún utilizado. Las fotografías han sido tomadas en 2015 y 2016 para la ocasión.
Los siguientes libros -quizá una colección de diez, titulada Espacios íntimos- estarían dedicados a casas de Lina Bo Bardi, Josep María Sostres, Rafael de la Hoz, Antonio Bonet Castellana, etc.
Los edificios seleccionados no son viviendas "musealizadas" -convertidas en decorados como tantas obras de Antoni Gaudí- sino que son espacios en los que se vive o se trabaja. Casas con las marcas, los rasguños que la vida causa, que ni se esconden ni se magnifican.
Cada libro constará de ejemplares a precios asequibles, en formato de bolsillo, cercanos al libro de artista más que a un manual de arquitectura, y unos pocos ejemplares acompañados de una fotografía numerada -edición de tres- y firmada.
domingo, 24 de abril de 2016
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