jueves, 28 de abril de 2016

El límite en Mesopotamia

El límite, la frontera, tienen una imagen negativa para nosotros. Son percibidos como líneas de encierro, que impiden la expansión, la libertad. Constriñen formas y seres en moldes o esquemas, sin que aquéllos puedan desarrollarse en libertad. El límite aparece como una línea roja que pone coto al crecimiento natural. Lo vemos como una imposición que trata de contener lo que parece desbordarse. La línea, así, es un corte, aplicado desde fuera, sin que forme parte de la forma que poseen o a la que aspiran los seres. Se la juzga impuesta por la fuerza, como una señal visible de poder que deja su huella duradera en las cosas a las que se les impide llegar a "ser" lo que deberían. La línea coarta, paraliza, es una barrera que se tiene que hacer saltar o sortear. Así, el Paraíso bíblico era un espacio libre de cotas, marcas, barreras que provocaran en el adán la sensación que estaba enjaulado.

El llamado paraíso sumerio, en apariencia, se parecía mucho al bíblico. Se trataba también de un espacio originario, fruto de la creación del dios supremo (An, el cielo, en este caso), en el que los primeros humanos, así como los animales, vivían en armonía, sin atacarse mutuamente, sin tener la necesidad de defenderse o esconderse. Este espacio primigenio carecía de límites. Tan solo el fluctuando horizonte lo acotaba.
En el Paraíso sumerio, no había enfrentamientos. Los leones, por ejemplo, no atacaban, y los ancianos no morían. Esta imagen idílica, que tanto recuerda el edén bíblico, se desdibuja, sin embargo, cuando descubrimos que el león, símbolo de valor y coraje, que no ataca, se convierte en un emblema de cobardía, con el que nadie puede identificarse ni tomarlo como modelo. El león existe para atacar. Tiene que ser fiero, mostrarse fiero. Por esto está en la tierra, para ilustrar sobre la virtud del valor ante las adversidades. Un león apocado es miserable. Del mismo modo, la muerte no es una condena sino un fin lógico. La  verdadera condena es un envejecimiento eterno. Las fuerzas van flaqueando sin que se ponga fin a la degradación. Un mortal tiene que morir. La inexistencia de la muerte impide que los mortales se muestren como lo que son, lleguen a ser. No son nada sin la muerte. No son dioses, ni animales, ni plantas. Tampoco son humanos. No tienen lugar, no han hallado su lugar en la vida. No saben quienes son ni para que viven. Solo existen para marchitarse hasta la eternidad.
Ante la tierra originaria tal como An la dejó, su hijo, Enki, dios de la arquitectura, descendió del cielo e intervino. Lo primero que llevó a cabo fue delimitarla. A partir de entonces, los mortales hallaron un espacio propio, y la naturaleza adquirió sus propiedades. El ciclo de la vida pudo concluirse, la rueda del tiempo ponerse en marcha. A la vida le sucedía naturalmente la muerte, umbral de una nueva vida. La tierra estaba así definida, terminada.
El límite, en este caso, no es un cortapisas, sino el umbral de la vida plena. Los seres, para poder existir, para poder ser, necesitan poseer y conocer sus limites y sus limitaciones. El límite no encierra sino perfila. Sin límites la vida no existe. Ésta tiene que saber hasta dónde puede llegar.
Esta concepción no es propia de Mesopotamia. El verbo definir deriva del sustantivo latino finis, sinónimo de limes: límite. Limes, en verdad, significa camino. El límite no es un cerco, sino una senda que puede ser recorrido: una vía que impide perderse. El camino orienta, sabemos hacia dónde ir. Invita a explorar, a transitar por el mundo. Nos marca un objetivo, hasta el final.
Una definición clara permite que podamos usar las palabras con propiedad, permite que hablemos y nos entendamos, que establezcamos una comunidad. El límite es fundacional, fundamental, es el origen del mundo terrenal donde moramos. Sin límites no somos ni siquiera animales. Somos porque sabemos dónde estamos, cuales son nuestros límites, y somos consciente del lugar asignado, de cual es nuestro lugar en la vida.  Somos seres finitos, somos seres porque la vida tiene un fin.

2 comentarios:

  1. Sí, los límites nos estructuran y nos acercan al conocimiento, el del entorno inmediato y el del medio interno y, además,nos muestran la posibilidad de conocer lo que está más allá de la línea que delimita, lo otro. Distinto es que los convirtamos en algo rígido e impermeable, y en este sentido el significado de "camino" me parece de lo más apropiado, pero las fronteras siempre son permeables.
    Saludos, Carmen

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    1. Es muy cierto que el significa de limes, camino, "abre" el aprisionamiento que podría dar pie el "fines".
      Si bien es cierto que éste no es percibido como una cárcel sino como una línea generadora de vida.
      Muchas gracias por la observación

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