jueves, 28 de junio de 2018
NAO ALBERT (1990) & MARCEL BORRÀS (1989): FALSESTUFF (TNC, BARCELONA, 2018)
Confío en no desvelar demasiados secretos.
Falsestuff (la nueva obra de teatro de Nao Albet y Marcel Borrás, que se estrena hoy en el Teatro Nacional Catalán TNC, en Barcelona, hasta el 15 de julio, en la que Tocho interviene brevemente) es el mundo de Falstaff, el cómico personaje de varias obras de Shakespeare, un burlador que, mediante engaños, logra sobrevivir y salir indemne de las situaciones más comprometidas. Falsestuff trata el tema del "false stuff": la falsedad de la obra de arte y en el arte: la obra como engaño, y el engaño que reina en el mundo del arte, sin que la frontera entre el engaño del arte y el engaño en el arte esté claramente definida, exista "en verdad". Falstaff es un farsante y un cómico que recurre a trucos, un pícaro y un personaje trágico a la vez que cuenta historias, en el doble sentido de la palabra. Falstaff simboliza al teatro, y al teatro de Shakespeare en particular, que es un reflejo de la vida, en la que la comedia y el patetismo corren de parejo.
Falsestuff trata un mismo tema -el engaño como una de las bellas artes, un mundo donde se cuece el engaño, debido a nuestra credulidad, un mundo próximo al de la religión, en la que creemos "de buena fe", precisamente porque quienes nos hacer creer en entes y seres que solo existen en nuestra imaginación "actúan" de "mala fe"-, cuya falsedad ya se pone de manifiesto al expresarse por medio de distintos géneros que cuentan la misma historia desde ángulos muy distintos.
El mito moderno por excelencia es el western (y el peplum, géneros del cartón piedra como muestra la obra con esas rocas gigantescas que no son pero lo parecen aunque es obvio que si lo fueran no podrían ser trasladadas a escena) -presente en la obra. Pero se trata de una falsificación de la historia. Este género cuenta historias que nunca fueron tal como se cuenta. Solo existieron, y solo existen, en el cine (y en la novela de quiosco). Es una ficción. Y el cine es la madre moderna de todas las ilusiones.
De ahí que la historia que la obra cuenta, que empieza hablando de un falsificador en una dictadura -cuyas imágenes falsas crean una ilusión de libertad -, se vuelva a contar en “clave de western”, contando en este momento la historia de un embaucador.
Por otra parte, si se cuenta una historia como si fuera la verdad -las historias de vaqueros parecen reales-, la obra también muestra una historia real que es percibida como una ficción (un nacimiento trágico de un animal cuya tragedia es juzgada como un alumbramiento feliz). La frontera entre verdad y ficción, realidad e ilusión se diluye. No se sabe si las muertes (falsas, obviamente, en la realidad) tienen que ser percibidas también como falsas en la propia historia.
La misma historia, una historia de engaños, se cuenta varias veces a través de escenas de jugadores de cartas (con las cartas manipuladas), de timadores (que engañan con monedas falsas o monedas que no existen), y de fiestas de disfraces, donde nadie es lo que parece.
Esta historia, que incluye un falso debate -siendo el debate el género por antonomasia donde se exponen verdades a través del diálogo (y en donde los ponentes se exponen), y que en este caso tiene como función remarcar que veracidad de la mentira, reforzando la ilusión de verdad-, se cuenta en un teatro, el espacio de la ilusión clásico, en el que se quiere hacer creer lo que no es (como contaba Diderot), donde, además, de mezclan datos reales y ficticios, sin que sea posible determinar dónde empiezan cada uno de ellos.
La obra está en la línea de lo que Marcel Borrás y Nao Albet escriben y montan, y continúa lo que ya contaron en su obra anterior, Mammon, una obra que mezclaba realidad y ficción y utilizaba las proyecciones tanto para dotar de un carácter ilusorio la realidad (una filmación en Iraq convertida en otro cosa, una verdadera filmación en Las Vegas que parece imposible), como para dotar de veracidad una mentira.
Una nueva vuelta de tuerca al mundo de la ilusión para narrar una verdad de modo que sea soportable.
martes, 26 de junio de 2018
El anverso del decorado
Nunca había estado en medio de un escenario de teatro.
Tras un primer contacto (en la obra Falsestuff de Marcel Borràs y Nao Albert, que se inaugura en el TNC de Barcelona el 28 de junio, hasta el 15 de julio), la tramoya, hasta entonces observada desde las gradas, se percibe de manera distinta.
Un decorado es una ilusión: produce, tal es su fin, una ilusión. Se trata de un plano que simula ser un volumen. Por ejemplo -como ocurre en la obra antes citada- un telón o una planchas de madera recrean una fachada.
El decorado tiene que ser liviano. Es imprescindible que se pueda desplazar (entrar y sacar en y del escenario) lo más rápidamente posible, y con el menor esfuerzo y el menor número de operarios. Su desplazamiento tiene que realizarse en silencio, sobre raíles o con ruedas. Pero, un decorado no tiene que dar la impresión que se puede mover. Debe de parecer bien asentado, colocado en "su" lugar, el lugar que le pertenece, y del que no puede prescindir. No cabe imaginarlo en otro sitio.
Un decorado es un plano, una lámina. Se asemeja a un cuadro. Una superficie que logra crear una sensación de tridimensionalidad, por la que entran y salen los actores. Un decorado, por otra parte, estructura el espacio. Lo divide, y crea espacios exteriores e interiores. Es, al mismo tiempo, una sólida barrera o frontera, y una puerta de acceso a otro mundo. El decorado tiene presencia. Se impone, Se alza en el escenario. Condiciona, y facilita, los movimientos de los actores. Pero es una tela, o una planta: un plano. La facilidad de transporte lo define -y su capacidad de sugerir lo que no es, con medios lo más sencillos y ligeros posible.
La liviandad, empero, se sustenta -lo que se descubre cuando, desde el escenario, se mira hacia las gradas-, en una sólida y compleja estructura. Ésta es férrea. Sin el potente, trabado tensado andamiaje, el decorado no se sostendría, en todos los sentidos de la palabra. No tendría razón de ser, no tendrá lugar. No acontecería. La ilusión se apoya, descansa, sobre una trama, una armadura indestructible. La ligereza, la movilidad, exigen la dureza, la inflexibilidad de vigas y jácenas insustituibles. La parte trasera de de un decorado recuerda bien las complejas estructuras que sustentas las fachadas en las obras de restauración, cuando tan solo aquéllas se mantienen y todo disposición interior, en planta y en alzado, cambia. Un decorado -en apariencia frágil- es indestructible. Un plano exige un volumen -es la cara amable de un volumen. Una fachada es más compleja que un edificio. Su complejidad no es aparente, ni evidente. No se ve, ni se puede ver, qué oculta, qué la soporta. Tiene que dar la sensación que se mantiene sola, que está ahí, quieta, inmutable, como por arte de magia. Los trucos no se pueden descubrir. Un decorado muestra, se muestra, pero también oculta cuidadosamente todo lo que le permite sostenerse, el ejército de vigas y poleas, cables y raíles, pilares y nudos que le permiten mostrarse como un elemento que levita, como una figura en un sueño, real, muy real, e intangible, a la vez. En sí, un decorado no es nada. Pero lo que es, las nervaduras -lo que no se ve, lo que parece no existir, lo inimaginable- le permite estar allí. La cara oculta le permite brillar.
Quizá eso ocurre en otros ámbitos
Tras un primer contacto (en la obra Falsestuff de Marcel Borràs y Nao Albert, que se inaugura en el TNC de Barcelona el 28 de junio, hasta el 15 de julio), la tramoya, hasta entonces observada desde las gradas, se percibe de manera distinta.
Un decorado es una ilusión: produce, tal es su fin, una ilusión. Se trata de un plano que simula ser un volumen. Por ejemplo -como ocurre en la obra antes citada- un telón o una planchas de madera recrean una fachada.
El decorado tiene que ser liviano. Es imprescindible que se pueda desplazar (entrar y sacar en y del escenario) lo más rápidamente posible, y con el menor esfuerzo y el menor número de operarios. Su desplazamiento tiene que realizarse en silencio, sobre raíles o con ruedas. Pero, un decorado no tiene que dar la impresión que se puede mover. Debe de parecer bien asentado, colocado en "su" lugar, el lugar que le pertenece, y del que no puede prescindir. No cabe imaginarlo en otro sitio.
Un decorado es un plano, una lámina. Se asemeja a un cuadro. Una superficie que logra crear una sensación de tridimensionalidad, por la que entran y salen los actores. Un decorado, por otra parte, estructura el espacio. Lo divide, y crea espacios exteriores e interiores. Es, al mismo tiempo, una sólida barrera o frontera, y una puerta de acceso a otro mundo. El decorado tiene presencia. Se impone, Se alza en el escenario. Condiciona, y facilita, los movimientos de los actores. Pero es una tela, o una planta: un plano. La facilidad de transporte lo define -y su capacidad de sugerir lo que no es, con medios lo más sencillos y ligeros posible.
La liviandad, empero, se sustenta -lo que se descubre cuando, desde el escenario, se mira hacia las gradas-, en una sólida y compleja estructura. Ésta es férrea. Sin el potente, trabado tensado andamiaje, el decorado no se sostendría, en todos los sentidos de la palabra. No tendría razón de ser, no tendrá lugar. No acontecería. La ilusión se apoya, descansa, sobre una trama, una armadura indestructible. La ligereza, la movilidad, exigen la dureza, la inflexibilidad de vigas y jácenas insustituibles. La parte trasera de de un decorado recuerda bien las complejas estructuras que sustentas las fachadas en las obras de restauración, cuando tan solo aquéllas se mantienen y todo disposición interior, en planta y en alzado, cambia. Un decorado -en apariencia frágil- es indestructible. Un plano exige un volumen -es la cara amable de un volumen. Una fachada es más compleja que un edificio. Su complejidad no es aparente, ni evidente. No se ve, ni se puede ver, qué oculta, qué la soporta. Tiene que dar la sensación que se mantiene sola, que está ahí, quieta, inmutable, como por arte de magia. Los trucos no se pueden descubrir. Un decorado muestra, se muestra, pero también oculta cuidadosamente todo lo que le permite sostenerse, el ejército de vigas y poleas, cables y raíles, pilares y nudos que le permiten mostrarse como un elemento que levita, como una figura en un sueño, real, muy real, e intangible, a la vez. En sí, un decorado no es nada. Pero lo que es, las nervaduras -lo que no se ve, lo que parece no existir, lo inimaginable- le permite estar allí. La cara oculta le permite brillar.
Quizá eso ocurre en otros ámbitos
lunes, 25 de junio de 2018
TAYSIR BATNIJI (1966): HOME AWAY FROM HOME (HOGAR LEJOS DEL HOGAR, 2018)
La familia del fotógrafo palestino Taysir Batniji emigró a los Estados Unidos.
Tratan de crear o de recrear un hogar. Pero los ojos miran por la ventana cerrada -el cristal es un muro, transparente pero duro- con la mirada perdida, y entre los menudos recuerdos, que tratan de anclar a la familia en la realidad norteamericana, se cuelan objetos que remiten a un mundo roto, familiar y perdido. Los gestos, la misma ropa son ajenos al mundo que los acoge o tan solo los acepta. El mundo al que se entregan ya solo existe, para ello, en las páginas de los periódicos y, sin duda, en una pantalla -que los une y los separa de lo que han dejado atrás.
La presente serie fotográfica ha dado lugar a un libro de reciente publicación, y se puede contemplar en la ciudad francesa de Arles
domingo, 24 de junio de 2018
DAVID HOCKNEY (1937): LA CASA DE LOS HERMANOS GRIMM (1969)
Una de las mejores obras del pintor británico David Hockney sea quizá una de las menos conocidas, raramente expuesta: treinta y nueve ilustraciones (grabados y aguatintas) para una cuidada edición de algunos cuentos de los hermanos Grimm.
Varios de las textos escogidos por el artista cuentas historias que acontecen en arquitecturas fantásticas: desde castillos encantados hasta altas torres-celda, que el preciso y limpio dibujo de Hockney dota aún más de un carácter inquietante.
Por desgracia, los propietarios de los derechos no han autorizado una edición en español.
miércoles, 20 de junio de 2018
IÑAKI BERGERA (1972): GASOLINERAS (2014-2018)
El arte fotográfico moderno y contemporáneo, desde los años setenta del siglo pasado, ya no consiste en tomas aisladas, sino en series de imágenes dedicadas a un mismo tema, casi siempre vulgar o anodino -construcciones industriales en las que nadie se ha fijado, aisladas o abandonadas, retratadas siempre desde un mismo ángulo y a partir de criterios compositivos y lumínicos preestablecidos, y reproducidas en un mismo formato y soporte. Las fotografías componen archivos, y no pueden contemplarse aisladamente. El orden, a veces, es casual. La importancia de la imagen reside en el barrido sostenido de una misma realidad, desdeñada hasta entonces.
Las fotografías del arquitecto y fotógrafo Iñaki Bergera responden a estas normas. Son imágenes a color de gasolineras norteamericanas casi siempre abandonadas. Las imágenes no pueden evitar ser leídas como símbolos: el tiempo que pasa, la fugacidad de la construcción, la decadencia y el abandono de las formas modernas, una alegoría de que ya nadie circula por esas carreteras, convertidas en vías muertas o vías a ninguna parte, través de territorios desérticos o despoblados, por donde no pasa alma alguna. Estaciones donde no cabe estacionar; los surtidores han desaparecido o no funcionan. La estación no surte de nada, nada ofrece. No constituye ninguna estación de paso. Nadie pasa.
Esta serie se expone en estos momentos en el Museo Universitario de Navarra.
Agradecemos al artista, actor y pedagogo de la arquitectura Jorge Raedó el haber comunicado esta exposición.
martes, 19 de junio de 2018
ALFRED HITCHCOCK (1899-1980) & DON TAYLOR (1920-1998): THE RIGHT KIND OF HOUSE (EL VERDADERO HOGAR, 1958)
Delicioso cortometraje sobre los "valores" del hogar, el hogar como receptáculo de recuerdos, presentado por Hitchcock. Suficientemente sarcástico
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