jueves, 29 de abril de 2010

Dos ejemplos de cómo la realidad deternmina el mundo ideal (y no al revés)

I.-

Los etruscos eran un pueblo itálico, situado entre Florencia y Roma, que dominó el centro de Italia entre los siglos VII y IV aC. Comerciaban con los griegos, asentados en las colonias del sur de Italia, o más lejos, en la Grecia continental, y los fenicios, antes de que todos cayeran bajo el dominio de Roma.
Pese a ser un pueblo continental, los etruscos, antiguamente conocidos también con el nombre de tirrenos, eran audaces navegantes (por el mar tirrenáico). Valientes y temidos: los piratas etruscos causaban pavor; su crueldad era legendaria. En una época donde las torturas no sorprendían, lo que los etruscos eran capaces de llevar a cabo hacía temblar a los más templados: ataban a los prisioneros de pies y manos a un cadáver situado a sus espaldas. Los gusanos y la putrefacción lentamente llagaban e infectaban a los prisioneros que fallecían tras meses de agonía.

Esta escena, real o inventada -sin duda, basada en, al menos, algunos casos reales- rondaba el imaginario del horror antiguo. Y se convirtió en el emblena de las penalidades de los seres vivos, imposuibilitados de huir de una horrísona condición que lentamente les consumía entre atroces dolores. Imagen impactante a la que Aristóteles (en un comentario citado por Cicerón y conocido a través de San Agustín) recurrió para describir vivamente la suerte del alma unida, atada al cuerpo como los prisioneros sometidos a la "tortura etrusca". Ni en las peores pesadillas platónicas u órficas -según sostienen los estudiosos- el devenir del alma estuvo presentado de manera tan gráfica y negativa.
La condición anímica (y el sueño de su liberación de una vida mortífera) no fue una invención platónica (y aristotélica) sino la directa translación de lo que los seres humanos somos capaces de emprender para aniquilar la humana condición de nuestros semejantes.

II.-

La abstracción en el arte, a principios del siglo XX, tuvo causas diversas: desde la simplificación, la esquematización, la geometrización de las formas naturales (cuya imagen mimética ya no la proporcionaba la pintura o el dibujo sino la fotografía) hasta la intencionada representación de lo que rebullía justo debajo de las formas -corrientes de energía- o justo por encima -formas geométricas. Causas también religiosas: la deformación impuesta a las representaciones naturalistas no estaba exenta de la condena de la imagen mimética, excesivamente seductora, propia de culturas puritanas (protestantes, calvinistas y luteranas, por un lado, y ortodoxas, por otro).
Sin embargo, en ningún caso se condenaba a la naturaleza, sino solo a determinadas representaciones juzgadas peligrosas por demasiados atractivas.

La llamada Gran Guerra asoló Europa. En las trincheras pereció toda una generación. Los primeros bombardeos aéreos asolaron ciudades, asediadas, por otra parte, desde tierra.

Paul Klee escribió unos años más tarde:

"El corazón que ha vibrado para el mundo que nos rodea se halla, en mi interior, como golpeado hasta la muerte. Abandonados los parajes de aquí abajo para partir a reconstruirlos del otro lado, en una región más allá que puede, al menos, existir intacta. Abstracción".

La abstracción fue aquí -quizá en todas partes- una huida del mundo (y no de su imagen naturalista). Huida porque el mundo había sido torturado. porque el mal se había instalado, quedando indemne solo el éter.

La reivindicación del mundo de las ideas, en Aristóteles (¿y en Platón, tras comprobar las refinadas torturas a las que Dioniso de Siracusa, en cuya corte estuvo Platón tres veces, sometía a los prisioneros en las canteras cercanas?), fue un grito en contra del horror mundano; la abstracción de Klee, un abandono horrorizadso de un mundo sensible arrasado. El cielo, en ambos casos, aparece como un refugio (contra el pesimismo).
El idealismo -y la abstracción- no están marcados por un sentimiento de horror ante las seducciones del mundo, sino por una voluntad de escapar al horror del mundo, al mundo asolado por nosotros. El mundo de las ideas es una reivindicación de la entereza, de la unidad del mundo quebrada. Una reacción ante lo que nos rodea -para volver a un mundo originario supuestamente entero.

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