domingo, 12 de septiembre de 2010

Crónicas de las Indias occidentales (VI): maquetas precolombinas de arquitectura

LA REALIDAD: Arrabal norteño de Lima, a más de cien quilómetros del centro



EL SUEÑO: maquetas arquitectónicas precolombinas

Museo de Arqueología José Cassinelli
Trujillo (Museo privado, situado en una sola estancia, detrás de una gasolinera, en la que atiende el dueño, anciano, que compra piezas, por unas monedas, a los campesinos que las desentierran accidentalmente, al parecer, al cultivar la tierra)









Museo Arqueológico Nacional Hans Heinrich Brüning, Lambayeque












Museo Larco Herrera (Lima), privado, el mejor museo peruano
Nota: Como se puede ver en la fotografía inferior, las reservas del museo son accesibles al público y poseen decenas de maquetas arquitectónicas precolombinas


Maqueta de lugar sagrado al aire libre: montaña con cinco riscos en los que se llevaban a cabo los sacrificios humanos








Las culturas precolombinas peruanas anteriores a los Incas (culturas Moche y Chimú, sobre todo, entre los ss. III y XIV dC), poseen un gran número de vasijas en forma de edificios (espacios domésticos y santuarios) y de espacio naturales en los que tenían lugar sacrificios rituales (maquetas de montañas). Estas piezas incluyen, en ocasiones, imágenes de usuarios, fieles o habitantes.

Las piezas pertenecían a ajuares funerarios. Se hallaban en tumbas, cabe el difunto. Pese a su forma de vasija de libación, los cuellos no siempre están huecos. Se trata más bien de objetos que simulan ser vasijas rituales, objetos de uso. Pero lo que cuenta es el cuenco, modelado o producido con un molde, en forma de edificio.

Reproducen entornos domésticos o sagrados. Son efigies que acompañan al difunto. De este modo, éste se halla aún cerca de la morada que ocupaba en vida, de su casa, es decir, tanto de su hogar cuanto de su familia o clan familiar. Las vasijas-maquetas, por tanto, son un testimonio de los ligámenes familiares, mantenidos firmes pese a la muerte. Al mismo tiempo, el difunto, convertido en un antepasado es capaz de velar por su "casa".

El museo del yacimiento de El Brujo posee una maqueta única, que no pudo ser fotografiada. No se trata de una vasija-maqueta, sino de una "verdadera" maqueta, posiblemente de arquitecto, que hubiera servido durante la construcción de una de las fases de la huaca (plataforma sobre la que se erige un santuario sacrificial) de la Señora de Cao. Es una pieza esculpida en piedra pómez, de cierto tamaño (45x30x10 cm, aproximadamente) en la que se distingue la escalinata de acceso a una pirámide escalonada. Esta maqueta se halló dentro del santuario.

Sin embargo, no se trata sólo de una maqueta "constructiva", un útil al servicio de la puesta en obra del proyecto. También posee un componente votivo o mágico.
La maqueta concentra la vitalidad que posee el edificio -sin la cual éste desaparece-. Las fuerzas vivas que lo alimentan se recogen en el edificio en miniatura: éste es la expresión más adecuada para designar el objeto: no se trata tanto de una maqueta a escala cuanto de un edificio esencial, "reducido" a sus componentes principales. De este modo, la vida se concentra. La maqueta, entonces, actúa como un amuleto. Situada dentro del edificio "real", aporta la vida que éste requiere; es una "fuente de energía" que ayuda a preservar la vitalidad de la huaca que puede, en ocasiones, dispersarse.

Estas maquetas, votivas o técnicas, ayudan hoy a reconstruir el hábitat doméstico del que sólo quedan trazas. Y, al mismo tiempo, son un testimonio de la importancia de la casa en la vida del ser humano. Su relación con el entorno y con los suyos pasa por la existencia de la casa; casa hecha de adobe; y, por tanto, perecedera. Casa que, cada veinticinco años, las lluvias torrenciales desencadenadas por el Niño destruyen. Casa cuya fuerza queda recogida en una maqueta de terracota, indestructible, hasta que el hogar se reconstruya y pueda volver a animarse gracias a la vida recogida y preservada en la maqueta.
De algún modo, estas maquetas son el alma del hogar; actúan como divinidades protectoras del hogar. No sirven como casas de las almas de los difuntos, como acontecía en el Egipto faraónico o aún hoy en algunas culturas del Sudeste asiático, sino que su función consistía en mantener en vida el hogar, recogiendo la vida que se esfumaba cuando las lluvias inclementes, y los terremotos habituales, reducían las casas a polvo.

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