jueves, 8 de agosto de 2013

La Grecia antigua y la civilización occidental




Solemos pensar que la civilización occidental o europea es deudora de la cultura greco-latina, y de la judeo-cristiana. Desde luego, parece que debamos más a estos dos mundos que al de poblaciones de Borneo, por ejemplo.
¿Somos realmente "herederos" de la Grecia antigua?
El término heredero denomina a un elegido; aquél que obtiene unos bienes "natural" y legalmente, en detrimento de otros, excluidos. Se establece así una filiación entre unos que poseen y transmiten bienes e ideas, y otros que los obtienen y los disfrutan. Se entiende que éstos son más dignos o aptos para recibir la herencia. Están en contacto directo con quienes les legan unas pertenencias reales o ideales.
Esto significa que los europeos  los occidentales son considerados aptos para recibir, disfrutar y cultivar unos bienes culturales, de cuyo goce otras poblaciones quedan marginadas. Somos, en tanto que europeos, los naturales receptores del legado cultural griego o clásico. Éste informa y explica nuestra cultura, que desarrolla las ideas, nociones y maneras de ver y conformar el mundo que, por derecho propio, nos pertenecen.
¿Es así?
Cabe preguntarse qué tenemos que ver con los griegos antiguos. ¿Acaso un aristócrata espartano, un seguidor de Dionisos, un peregrino a Delfos, un porquero de Ítaca, un esclavista, o Platón defendiendo la condena a muerte de los actores de teatro, son nuestros "naturales" antepasados? ¿Qué compartimos? ¿Qué sabemos de ellos? ¿Somos capaces de entender lo que escriben y de compartir sus modos vitales? Si la cultura de entre-guerras nos parece, hoy, incomprensible, ¿cómo nos tiene que parecer una o unas culturas de hace dos mil quinientos años? Conocemos la Grecia antigua a través del cúmulo de interpretaciones generadas desde entonces, y a través de nuestras preocupaciones: es decir, leemos en los textos griegos y vemos en las imágenes pintadas y esculpidas nuestro propio reflejo. No sabemos ni podremos saber nunca qué pensaban, qué veían, cómo concebían el mundo, qué mundo poseían los griegos antiguos. Nos son tan lejanos como las tribus amazónicas de hoy.

Por otra parte, nuestra cultura está informada no solo por la Grecia antigua -si es que lo está: nuestro concepto de democracia entronca más con el de la Revolución Francesa, o el de las revoluciones burguesas del s. XIX, que con el de la Atenas de Pericles-, sino por muy diversas culturas, desde algunas precolombinas hasta del Extremo Oriente: más podemos entender a un habitante de Tokio que a un ciudadano de la Atenas del s. V aC.
Desde otro punto de vista, la visión de un gobernante en Japón hasta finales de la Segunda Guerra Mundial debía estar más próxima a la consideración del emperador Alejandro que la que se tenía en las democracias europeas.

Finalmente, ¿existió una cultura griega? ¿no es acaso, como cualquier otra cultura, el resultado del cruce, del intercambio de ideas con otras culturas? La Grecia clásica con la que Occidente ha soñado y que ha alimentado supuestamente su manera de entender el mundo, aunaba, en verdad, ideas jónicas, de la Magna Grecia, tracias, etc. -y de la que, seguramente, concepciones espartanas -la matanza de campesinos como un rito de paso de los jóvenes aristócratas- quedaban excluidas.
Grecia, como cualquier otra cultura, es una creación de otras culturas; la Grecia que los Persas, los Egipcios, los Babilónicos conocían o se imaginaban eran distintas de la que Pablo de Tarso, los románticos, o los estructuralistas franceses se forjaron. Todas estas visiones están en el origen de la cultura griega (la cultura griega que estudiamos), proyecciones de una época o unas personas sobre un mundo geográfico, plástico o literario, que solo existe y puede existir a través de estas visiones o interpretaciones.

¿Cualquier punto de vista sobre la Grecia antigua, sobre cualquier cultura del pasado, es válido? Quizá sí, mientras dé sentido a nuestras ideas o creencias. La lectura de cualquier filósofo moderno de un texto de Parménides o de Pitágoras, por ejemplo, seguramente es aceptable, porque no sabemos qué es lo que Parménides o Pitágoras quisieron decir o escribir; ni siquiera estamos seguros que existieran. Pero sus escritos son válidos siempre que nos inspiren, nos hagan pensar. No estudiamos tanto lo que significan -algo imposible de alcanzar-, sino lo que somos capaces de ver y de decir sobre el mundo -nuestro mundo-, gracias a las ideas que descubrimos (es decir, imaginamos, en el noble sentido del término imaginación) en estos textos antiguos.
Todos -y nadie- somos herederos de la Grecia antigua. Todos han, o hemos, construido nuestra Grecia, una Grecia que resulta de datos obtenidos de sueños y deseos, del paisaje arisco y reseco, de textos e imágenes antiguas, filtradas, seleccionadas y compuestas por nuestros propios esquemas -preocupaciones y deseos- que son los que, finalmente, animan y dan sentido a la cultura griega antigua, o lo que nosotros consideramos que fue dicha cultura.


Dibujos del ágora de Atenas por Joan Borrell Mauri, para el catálogo de la próxima muestra Mditerráneo. El espacio compartido, Caixaforum, Barcelona-Madrid, febrero-diciembre de 2014. Se inaugura el 27 de febrero.
Joan Borrel es estudiante de arquitectura de la UPC-ETSAB, miembro de la misión arqueológica de Qasr Shamamok (Iraq), y músico (véase una entrada anterior)


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