sábado, 1 de octubre de 2016

¿Cómo exponer una obra? ¿Se puede, se debe?

Las obras que se muestran en colecciones permanentes en museos y centros de arte, y en exposiciones temporales, raramente han sido ideadas y materializadas para ser contempladas o percibidas sensiblemente. Salvo obras modernas y contemporáneas -y no siempre-, casi siempre occidentales o de sociedades "no tradicionales", la mayor parte de las creaciones o producciones humanas tienen una finalidad concreta -que no es la de ofrecerse a los sentidos-, Forman parte de una red o conjunto de obras, y tienen sentido en un lugar determinado. Éste, el espacio que las envuelve -y que puede haber sido determinado o calificado por aquéllas-, forma parte de la obra. Una obra solo se entiende en el espacio para y en el que ha sido realizada. Su apariencia, sus cualidades sensibles, pueden ser importantes, sin duda han sido cuidadas, pero no son el objetivo de la obra, ni han sido llevadas a cabo para complacer los sentidos humanos. La mayor parte de las obras antiguas han sido destinadas a los dioses y los antepasados.
Por tanto, una exposición, permanente o temporal, contraviene la razón de ser de una obra, la deforma o la altera. Lo que se percibe no fue creado para ser percibido, sino par ser usado. Son obras que adquieren sentido cuando entrar a formar parte de una cadena y cuando cumplen el fin para el que han sido compuestas.

Se ha dicho que al exponer obras que no han sido realizadas para dicha finalidad, se las valora por sus cualidades estéticas, equiparándolas a las obras de arte actuales que sí existen para complacer los sentidos (amen de dar qué pensar). Esta consideración refleja una actitud condescendiente. Consideramos que "mejoramos", "alzamos" las obras a la categoría de obras de arte, dotándolas de cualidades, hasta entonces inexistentes o invisibles. Como si solo pudieran existir si fueran bellas o excitaran nuestro gusto o nuestros sentidos. Pero las obras no las necesitan para tener un sentido: servir a la vida de los seres humanos. Son al mismo tiempo objetos serviles que nos convierten en seres humanos. Su uso los desgasta pero nos hace humanos.

Por tanto una exposición es una manipulación: un error sobre lo que las obras son y significan. Una exposición desnaturaliza una obra, le falta el respeto.
¿Qué hacer?

A menudo, no queda otra solución que mostrarla como cadáveres, objetos sin sentido, que han perdido su razón de ser, el rumbo, y que se ofrecen como caricaturas de si mismos, como piezas, que imitan piezas que tenían fuerza, creadas o convertidas en imágenes exangües..
Mas, en la medida de lo posible, y asumiendo que no podremos usar los objetos expuestos efectivamente, podemos, sin embargo, mostrarlos de tal modo que, en vez de "realzar" su apariencia, mostrar o sugerir, a veces por medio de documentos, por qué y para qué fueron realizados, juntándolos con piezas semejantes a las obras con las que se relacionaban "en vida" -fuera del museo-, de modo que su uso, su sentido, aunque no explícito -pues éste solo se explicita cuando se las usa- sea sugerido, como si éste hubiera quedado suspendido -pero no desamortiguado- por un tiempo, para que la fuerza o el peligro que una obra porta y representa, siga en estado latente.

Éste es el presupuesto con el que se ha intentado organizar la presentación de las obras incluidas en la exposición De obra. Cerámica aplicada a la arquitectura (Museo del Diseño, Barcelona, octubre 2016-enero de 2017)

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