viernes, 2 de noviembre de 2018

El palacio elusivo


























Fotos: Tocho, octubre de 2018.
Dibujos: Saray Bosch (tinta) & Tiziano Schürch (lápiz), octubre de 2018


Una gran colina artificial terrosa (un "tell"), que se confunde con el cielo pardo, ensuciado de polvo, en la llanura cabe Mosul (Iraq). Resulta de la superposición de asentamientos, todos instalados en un mismo emplazamiento, quizá para beneficiarse de la protección que los habitantes del pasado, los moradores del mundo de los muertos, los antepasados, brindaban a los vivos que se apoyaban en ellos; asentamientos que se remontan al neolítico, hace ocho mil años al menos, mientras que las construcciones más recientes, ya de hormigón, comprendían un fuerte y una pista de aterrizaje de helicópteros, mandados levantar por el ex-presidente iraquí, Saddam Hussein, bombardeadas por la coalición internacional en 2003, y rematadas por los kurdos, hasta entonces gaseados por el gobierno iraquí. Las bombas no solo abrieron profundos cráteres en la cumbre del tell, sino que la onda explosiva afectó a las estructuras enterradas; estructuras islámicas, bizantinas, sasánidas o partas, helenísticas, neo y medio-asirias, persas....hasta los orígenes de la historia.
Sobre el tell se alzaba una capital imperial, fundada o construida por el emperador asirio Adad Nirari I, en el siglo XIV aC, y reconstruida o ampliada en el siglo IX por el emperador neo-asirio Senaquerib. Una capital que debía controlar un importante cruce de vías de comunicación y comerciales entre los cuatro puntos cardinales, entre Centro Asia y el Mediterráneo, el Levante (y Egipto) y Anatolia, entre las otras grandes capitales asirias, Asur, Nínive, Khorsabad (Dur Sharunkin) y Nimrud. Una ciudad comercial (quizá un puerto fluvial) y política.
La capital tuvo que organizarse a los pies del tell -los restos, hoy, yacen bajo los campos de cultivo. Un palacio, sobre un juego de terrazas unidas por rampas, debía de alzarse en la cumbre. Ladrillos de terracota estampillados con el nombre del emperador que ordenó la construcción del palacio, aún en buen estado y en el emplazamiento original, así lo atestiguan.
Pero el palacio no aparece. Ladrillos fragmentados, incompletos y dispersos apuntan a la existencia de una rampa, quizá de acceso a aquél, lo que requeriría la presencia de una puerta de acceso monumental, por ahora inimaginable; cambios imperceptibles de color en los taludes de arcilla podrían corresponder a muros de ladrillos de arcilla rojiza; un suelo con incrustaciones de guijarros de colores podrían ser los únicos restos de un pavimento imperial. Es posible que aún yazcan sepultados estatuas o relieves de piedra. Pero lo más seguro es que la sucesión de culturas y de imperios arrasara construcciones anteriores, ya de por sí inestables -un tell, que resulta de la acumulación de restos de obras destruidas por el tiempo y las guerras, no ofrece una base sólida ni estable- y levantadas con materiales frágiles como el adobe, apenas hubiera dejado testimonios de la magnificencia que se supone tuvieron los palacios asirios.Tan solo la imaginación -o la ensoñación- puede evocar tan elusiva obra, que la ausencia de restos convincentes o identificables a fe cierta, impide retener. La arqueología es la ciencia que levanta acta tanto de la audacia del hombre frente al tiempo, asociado al olvido, cuanto de la presencia destructiva de aquél.

Agradecimientos a la dra. Maria-Grazia Masetti, directora de la misión arqueológica francesa de Qasr Shemamok (entre Erbil y Mosul, Iraq), por sus consejos e interpretaciones.

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