viernes, 13 de septiembre de 2024

Culto y condena de las imágenes (en Bizancio)

Clase impartida por filósofos bajo un pórtico, siglo X


Artista pintando un icono pese a la prohibición de las imágenes, siglo X


Adoración del mandylion  (o verdadero retrato de Cristo), s.X

Emperatriz bizantina sorprendida en palacio 

adorando un ícono en unos años en que las imágenes estaban prohibidas, s.X


 
Exquisita, hermosa, ilustrativa, pequeña -y gratuita- exposición en la Biblioteca Nacional en Madrid, sobre el culto y la condena de imágenes en el imperio bizantino, en el siglo VIII, a través de la presentación y el comentario de un manuscrito del siglo XII, escrito en Bizancio e ilustrado en Sicilia, que se ha desencuadernado para restaurarlo, y exhibiendo algunos folios.

Dicho manuscrito copia un texto histórico y jurídico del jurista imperial Juan Escilitzes, escrito en el siglo X, sobre la vida en la corte de Bizancio entre los siglos IX y X, titulado Sypnosis historion.
El manuscrito copia una versión anterior del siglo X.

Dicho manuscrito ilustrado con unas 540 miniaturas, con fondos y letras de pan y de polvo de oro, y pigmentos naturales, entre éstos el azul obtenido de la piedra semi-preciosa de lapislázuli, da pie a reflexiones sobre el trato de las imágenes, ayer y hoy.

Los teólogos bizantinos, a favor o en contra del arte -su realización y su contemplación o disfrute-, apoyados en las complejas consideraciones sobre la necesidad y función del arte plástico, poético, escenográfico o performativo, y musical de Platón -condenándolos, si bien reconociendo su utilidad y, a veces, su necesidad-, redactaron algunos de los textos más certeros sobre la relación que mantenemos con las imágenes, unas reflexiones que, mil quinientos años más tarde, siguen vigentes .

La representación de la representación, o imagen de una imagen, es un tema ampliamente tratado en el arte plástico. La plasmación ofrece un reto para el artista y para el teórico. Se trata de hallar la n manera de plasmar las diferencias entre las imágenes y sus dobles (imágenes de imágenes), a menos que se quisiera desdibujar tal diferencia plástica y ontológica.

Por otra parte, la reflexión sobre dicha diferencia, si existe (existía, según Platón), y sobre el alcance o la importancia de dicha diferencia recorre la historia de la teoría del arte, al menos en occidente.

El cubismo jugó con esta diferencia. La imagen de una imagen, la imagen de un periódico, una fotografía, un anuncio, en una pintura, jugaba con la naturaleza de la imagen plasmada. La imagen de la imagen era más “real”, que la imagen. Los “collages”, la introducción de un recorte, introducía una parcela de realidad (que comprendía una imagen) en la imagen pintada. La imagen de la imagen ya no era segunda, sino primera, con relación a la imagen. 

Juegos entre la realidad y su imagen, entre la imagen y la imagen de la imagen, también se practicaron en el arte antiguo.

El mandylion era una imagen particular. Se trataba del retrato de Jesús. Mas , no era propiamente una imagen, ya que no había sido realizada manualmente. Jesús apoyó su rostro en un paño y sus rasgos se transfirieron mágicamente en la tela. 

Se trataba de un procedimiento semejante a la ejecución de una máscara mortuoria, con la diferencia que el molde ofrece una imagen en negativo que debe ser positivada, a través de una imagen extraída del molde. Por el contrario. Los rasgos impresos no requerían ninguna intervención posterior. El rostro y su imagen, su huella o impronta, no se distinguían -haciendo salvedad de la planimetría de la tela.

Pero, ¿qué ocurría con una imagen del mandylion?

Toda la teoría del arte bizantino -y en parte occidental- reposa sobre la respuesta a esta pregunta. Los defensores bizantinos de la imagen consideraban que no existía diferencia alguna. La multiplicación o reproducción del mandylon no lo afectaba esencial ni superficialmente. Una imagen de aquél seguía siendo un mandylon. Este era un prototipo, y las imágenes o tipos del mismo eran idénticas a él, del mismo modo que no existe diferencia alguna entre una prueba de imprenta y una impresión, o entre una fotografía digital y su duplicación.

Esta identidad entre imagen y modelo -que contradice la diferencia que se supone tiene que existir entre un original y una copia, y que el arte moderno ha mostrado que no tiene razón de ser- se expone de manera sugerente y sorprendente en una de las miniaturas. Un personaje besa el mandylion. Éste, recordemos, guarda los rasgos del rostro de Jesús: es un doble del mismo. El mandylion no es sustancialmente distinto del rostro del hijo de dios. Esta identidad se expresa a través de la imagen de una persona que besa a otra, como si una cabeza emanara de la tela, se encarara y acercara sus labios a los del emperador Romano I, del siglo X, que sostiene la tela -pero no la besa, sino que besa la imagen que no es verdaderamente una imagen que la tela ofrece como una bandeja sobre la que se irguiera la divinidad “en persona”.

Besar el rostro de la divinidad requiere besar una tela. Este gesto es ambiguo . Puede dar lugar a confusión. ¿Cómo se puede saber si se adora a una divinidad -una adoración legítima- o a un objeto (una tela), lo que constituye una condenable muestra de idolatría?

La respuesta de la emperatriz de Bizancio Teodora, en el siglo IX, es inteligente y constituye otro reto teórico. Sorprendida besando un icono -es decir, besando la reproducción de un mandylion pintada en una tabla-, corriendo el riesgo de ser acusada de idolatría, lo que podía acarrear su condena a muerte, pese a ser la esposa del emperador Teofilo I (quien abominaba de la existencia de imágenes naturalistas por la confusión que creaban), la emperatriz respondió que no besaba a una imagen sagrada, sino a una muñeca. 

La diferencia entre una imagen religiosa y un juguete no se percibe a simple vista. Ambas figuras pueden estar constituidas del mismo modo, con los mismos materiales, los mismos procedimientos, dando lugar a objetos indistinguibles. Pero uno es objeto de adoración o de devoción, que conlleva un trato especial, quizá incluso la imposibilidad de tocarlo, mientras que el otro es manipulable: no requiere cuidado alguno. 

La emperatriz manifiesta que la diferencia entre lo sagrado y lo profano, entre el arte y la artesanía, o entre lo bello y lo útil, es conceptual. Es el ritual por un lado, que “santifica” un objeto -como su exposición en un museo-, y la mirada reflexiva por otro, los que crean obras de arte: los que convierten objetos sin cualidades en obras merecedoras de nuestros cuidados y de nuestra admiración.

Teodora, brillantemente, se anticipó en más de un milenio, en las consideraciones de principios del siglo XX sobre lo que funda o constituye una obra de arte: una mirada y una palabra que bautizan cualquier objeto en una creación única, poseedora de sentidos que deben ser interpretados, cuya obtención ofrece puntos de vista inéditos y necesarios sobre el mundo.

Esta pequeña exposición bien merece más una atenta visita que el mayor contenedor de arte moderno y contemporáneo de Madrid. Dice mucho sobre las fantasías humanas dotando de valor y sentido objetos que hasta entonces eran indiferentes y mudos: una manera de actuar probablemente exclusiva de los humanos desde la noche de los tiempos.


https://www.bne.es/es/agenda/universo-imagenes-skylitzes-matritensis

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