Enki, el dios constructor mesopotámico, era concebido como aquél que trazaba una nítida frontera entre el mundo exterior, entregado a toda clase de peligros, y el civilizado espacio doméstico, en el que los seres humanos se sentían resguardados. Como se contaba o se cantaba en un mito, Enki mantenía a raya a los demonios exteriores e interiores.
Este carácter proliláctico de Enki, protector del espacio humano (espacio que, como buen arquitecto, había delimitado y construido) no era una imagen: Enki era, en verdad, una divinidad ligada a la magia y a la medicina.
Poco se sabe de ella -como me comentaba hace un momento Piotr Michalowski "vía Skype"-, pues no pertenecía al panteón oficial. No se le rendía culto, sino que se le invocaba popularmente cuando existía un problema físico o psicológico, desde un hueso roto hasta impotencia.
Su hijo, el dios Asarluhhi (o Asaluhhi), era una figura temible -aunque deseada. Era el primogénito de Enki. Había nacido en el Apsu, el palacio acuático del dios-constructor: una morada ubicada dentro de las aguas primigenias, llamadas también el Apsu -o aguas de la sabiduría-, invadidas por una luz cambiante y glauca.
Las aguas no tenían secretos para Asarluhhi. Todos los líquidos, benéficos y maléficos, estaban bajo su dominio. Las lluvias -benditas cuando regadas los campos, pero que podían desencadenar destructores diluvios- le obedecían.
Su furia ocasional, que desencadenaba tempestades, también recurría a líquidos venenosos, por lo que las serpientes y los escorpiones, tan temidos en Mesopotamía, estaban bajo su embrujo.
Su entronización en el panteón aconteció, tarde, ya en Babilonia, cuando fue confundido con el dios principal babilónico, Marduk, hijo también de Enki.
Cuando los dioses se convierten en objetos de deseos políticos, mengua su popularidad. Asarluhhi tuvo suerte. Durante todo el cuarto y el tercer milenios aC, fue una divinidad práctica, que solventaba problemas y malestares cotidianos, no cuestiones metafísicas.
Poseía la inteligencia de su padre. Al igual que ésta, su vista aguda discernía cualquier problema, cualquier alteración del orden humano que afectaba el cuerpo y la mente (no existía distintos entre esos dos estratos). En el único himno que se conservado dedicado a él, se le relacionaba con los Siete Sabios, siete criaturas míticas que fueron, en los inicios de los tiempos, los dioses primordiales, ligados a las aguas sapienciales, dioses que trasmitieron saberes y técnicas -edilicias, agrícolas, artesanas, médicas, etc.- a los humanos.
Sus remedios eran las aguas. Aguas sacadas de un pozo profundo (es decir, aguas subterráneas provenientes del Abzu, las aguas primordiales), con las que purificaba cualquier objeto personal infectado por un enfermo. La enfermedad era debida a una posesión demoníaca. Las aguas lograban que los demonios confesaran sus males y se retiraran. Por eso, los juicios implicaban el recurso a las aguas de Asarluhhi: el juicio por las aguas (aguas en las que la persona juzgada debía hundirse hasta que la verdad resplandeciera, el mal, la maledicencia fuera expulsada, y se evitara que muriera ahogado) tan común en otras culturas.
Pero Asarluhhi no curaba solo. Siempre consultaba con su padre Enki. En verdad, era Enki quien sanaba. Su hijo solo era el brazo ejecutor de sus decisiones. Enki emitía un pronóstico, y pensaba en un remedio. Su hijo, que mandaba sobre las aguas purgadoras, purificadoras, re-establecía el equilibrio perdido.
Pese a que los contextos culturales eran muy distintos, y las épocas abismalmente separadas, la relación entre Enki y Asarluhhi podía, eventualmente, recordar la muy posterior de Apolo y Asklepios (o Esculapio): el dios de la arquitectura y el dios de la medicina y la magia (es decir de los remedios que sanaban) griegos.
Esta relación no sorprende. En ambos casos, la divinidad restablece el orden alterado. Orden que se aplica sobre el desorden de los inicios (los inicios fueron caóticos y no paradisíacos en el imaginario sumerio), y sobre la alteración, la disfunción mental y/o corporal. En ambos casos, el uso de las aguas fecundas y de la verdad, permitía que la vida se restableciera en cuerpos y espacios desecados o desertizados.
Si solo los médicos hoy, fueran arquitectos...