martes, 30 de octubre de 2012
Neil Young (1945): Ramada Inn (2012)
El mejor tema de Neil Young en años. Editado hace diez días
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Modern Art,
música y arquitectura
Los distintos orígenes del mundo en Grecia, Egipto y Mesopotamia: el agua y la tierra de los inicios
Si alguna comparación puede establecerse entre los mitos sobre los orígenes del cosmos en Grecia y en Egipto, ésta se funda en la presencia del agua y de la tierra originarias.
En todas las culturas (desde Mesopotamia e Israel hasta Grecia y Egipto), en los inicios érase el agua. De las aguas surgieron los dioses y todos los componentes del universo.
Mas, así como las aguas son una materia, y una divinidad central en Grecia, es la tierra que emerge de las aguas la verdadera madre divina en Egipto. Las aguas, en Grecia, eran las del Caos: una falla insondable, húmeda, oscura y batida por los vientos, abierta en no se sabe qué materia (Gea, la tierra, ya existía también, mas la falla, la herida, la apertura: Caos, no se producía o no residía en Gea; Gea y Caos, ambos, existían antes de los tiempos), una falla que lo era todo, es decir, una materia informe entreabierta o que se entreabría para, al igual que una gran matriz cósmica, expulsar, literalmente vomitar, a los sucesivos dioses.
En Egipto, las aguas estaban desde siempre. Mas, lo que alumbró a la creación fue una isla en el Nilo, un montículo emergido de las aguas que, al ser alumbrado por los rayos del sol, generó una flor de loto que, al abrirse, dio nacimiento a todos los dioses. Este montículo primordial, sobre el que el dios Ptah, de la arquitectura, fundó la primera ciudad, Menfis, fue evocado u honrado, recordado por toda la arquitectura egipcia. Los obeliscos simbolizaban ya sea los rayos del sol posándose en la isla madre, ya sea éste ascendiendo de las aguas, como también fijaba para la eternidad este momento fundacional los pilones, las fachadas de los templos, cuyas caras, frontales y laterales, inclinadas, se asemejaban bien a la tierra que sobresalía de las aguas; aguas también recordadas, pero en menor medida, en los estanques adosados a los templos.
La madre divina en Grecia era una hondonada, un espacio cóncavo. En Egipto, por el contrario, una protuberancia, un espacio convexo.
¿Qué ocurría en Mesopotamia?
Érase una vez An, el dios padre del Cielo. El relato mítico La "Discusión entre Ashnan y Lahar" cuenta que los hijos del Cielo, los dioses celestiales, llamados colectivamente los Annunaki, engendrados en la "montaña del cielo y de la tierra" se comportaban como animales. Iban desnudos, y desconocían el pan, por lo que rumiaban hierba como las ovejas y bebían de los pozos. Eso era debido a que, en los tiempos de los inicios, las diosas de la agricultura y de la ganadería, llamadas Ashnan y Lahar, no habían sido aún engendradas, al igual que Uttu, la diosa tejedora. Los cereales no brotaban, los rebaños no se formaban, la leche no se recogía, la masa de harina y agua no fermentaba. Los signos evidentes de la civilización, del control del medio natural, de su aplacamiento o domesticación, no se habían manifestado aún.
El cielo, An, se compadeció de sus hijos. No podían quedar reducidos a alimañas, ni morirse de hambre: el agua y los pastos no saciaban, como lo harían los cereales y la leche.. Fue entonces cuando alumbró a la raza humana (le concedió el hálito, el "espíritu": zi, que significa vida o soplo, en sumerio, lo que implica que los humanos ya existían, poro aún no eran verdaderamente humanos, nada sabían hacer, al igual que los dioses, por otra parte) para que cultivara la tierra y cuidara de los rebaños a fin de alimentar como era debido a los dioses a través de ofrendas y sacrificios.
Las diosas Ashnan y Lahar fueron engendradas en un lugar especial, llamado Duku o du6-kù.
Duku era un lugar cósmico. Estaba situado en el horizonte, allí donde el cielo descansa sobre la tierra. Se trataba de una preciada posesión del dios Nabu, una divinidad babilónica y asiria de la escritura, nieta de Enki o Ea, dios de la arquitectura. Nabu también mandaba sobre Lalgar, otro espacio cósmico, situado en los confines del mundo. Equivalía, o se asemejaba al Apsû (Abzu), las aguas de la sabiduría o primordiales, en cuyo seno moraba Enki. Duku, así, podía ser representado como un gran depósito de aguas turbias, cargadas de limo, la aguas de la vida. El que un epíteto o calificativo de Duku fuera kur, que significa el inframundo, corroboraría la condición ancestral de Duku, y su asociación con las profundidades, con las aguas sabias e infernales: de la oscuridad nació la luz, y para que los entes se animaran, era necesario que las almas preexistieran, lo que implicaba que tuvieran una morada: el inframundo, de la que ascenderían para vivificar la creación. Los muertos antecedían a los vivos, precisamente para darles vida.
Sin embargo du6-kù puede traducirse como caverna, hondonada, cavidad brillante (kù significa sagrado. La sacralidad que trae procede, o se simboliza, por el brillo, un brillo metálico, que refleja el sol, deslumbrante -kù se traduce también por brillante así como por metal o metálico). Pero du6 también, paradójicamente, significa montículo; un montículo, destacado en el horizonte, causado por el desmoronamiento o las ruinas de estructuras anteriores (las ruinas se decían du6).
Du6, en este sentido, evoca tanto la muerte (la ruina) cuanto la vida que su brillantez despliega. Se alza, como un entes cósmico que respira, pero se compone de los restos de entes anteriores fallecidos. Vida y muerte confluyen en Duku. Se trata, así, de un lugar esencial. Similar a las aguas de la sabiduría , así como de la primera tierra. Posiblemente, Duku fuera las marismas del delta del Tigris y el Éufrates -una tierra baja, en contacto con el cielo-, donde las cañas caídas, podridas, alzaban -y alzan- islas naturales sobre las que se puede edificar, sobre las que, de hecho, fueron construidas las primeras ciudades, signo que la naturaleza había sido domada, la tierra cultivada y los animales domesticados. Era lógico, entonces, que las diosas de los cereales y de los rebañas fueran engendradas en Duku: un espacio esencial, símbolo de vida, de la vida verdadera, que no se olvida de la muerte, muerte que, a su vez, alumbra a la vida.
En todas las culturas (desde Mesopotamia e Israel hasta Grecia y Egipto), en los inicios érase el agua. De las aguas surgieron los dioses y todos los componentes del universo.
Mas, así como las aguas son una materia, y una divinidad central en Grecia, es la tierra que emerge de las aguas la verdadera madre divina en Egipto. Las aguas, en Grecia, eran las del Caos: una falla insondable, húmeda, oscura y batida por los vientos, abierta en no se sabe qué materia (Gea, la tierra, ya existía también, mas la falla, la herida, la apertura: Caos, no se producía o no residía en Gea; Gea y Caos, ambos, existían antes de los tiempos), una falla que lo era todo, es decir, una materia informe entreabierta o que se entreabría para, al igual que una gran matriz cósmica, expulsar, literalmente vomitar, a los sucesivos dioses.
En Egipto, las aguas estaban desde siempre. Mas, lo que alumbró a la creación fue una isla en el Nilo, un montículo emergido de las aguas que, al ser alumbrado por los rayos del sol, generó una flor de loto que, al abrirse, dio nacimiento a todos los dioses. Este montículo primordial, sobre el que el dios Ptah, de la arquitectura, fundó la primera ciudad, Menfis, fue evocado u honrado, recordado por toda la arquitectura egipcia. Los obeliscos simbolizaban ya sea los rayos del sol posándose en la isla madre, ya sea éste ascendiendo de las aguas, como también fijaba para la eternidad este momento fundacional los pilones, las fachadas de los templos, cuyas caras, frontales y laterales, inclinadas, se asemejaban bien a la tierra que sobresalía de las aguas; aguas también recordadas, pero en menor medida, en los estanques adosados a los templos.
La madre divina en Grecia era una hondonada, un espacio cóncavo. En Egipto, por el contrario, una protuberancia, un espacio convexo.
¿Qué ocurría en Mesopotamia?
Érase una vez An, el dios padre del Cielo. El relato mítico La "Discusión entre Ashnan y Lahar" cuenta que los hijos del Cielo, los dioses celestiales, llamados colectivamente los Annunaki, engendrados en la "montaña del cielo y de la tierra" se comportaban como animales. Iban desnudos, y desconocían el pan, por lo que rumiaban hierba como las ovejas y bebían de los pozos. Eso era debido a que, en los tiempos de los inicios, las diosas de la agricultura y de la ganadería, llamadas Ashnan y Lahar, no habían sido aún engendradas, al igual que Uttu, la diosa tejedora. Los cereales no brotaban, los rebaños no se formaban, la leche no se recogía, la masa de harina y agua no fermentaba. Los signos evidentes de la civilización, del control del medio natural, de su aplacamiento o domesticación, no se habían manifestado aún.
El cielo, An, se compadeció de sus hijos. No podían quedar reducidos a alimañas, ni morirse de hambre: el agua y los pastos no saciaban, como lo harían los cereales y la leche.. Fue entonces cuando alumbró a la raza humana (le concedió el hálito, el "espíritu": zi, que significa vida o soplo, en sumerio, lo que implica que los humanos ya existían, poro aún no eran verdaderamente humanos, nada sabían hacer, al igual que los dioses, por otra parte) para que cultivara la tierra y cuidara de los rebaños a fin de alimentar como era debido a los dioses a través de ofrendas y sacrificios.
Las diosas Ashnan y Lahar fueron engendradas en un lugar especial, llamado Duku o du6-kù.
Duku era un lugar cósmico. Estaba situado en el horizonte, allí donde el cielo descansa sobre la tierra. Se trataba de una preciada posesión del dios Nabu, una divinidad babilónica y asiria de la escritura, nieta de Enki o Ea, dios de la arquitectura. Nabu también mandaba sobre Lalgar, otro espacio cósmico, situado en los confines del mundo. Equivalía, o se asemejaba al Apsû (Abzu), las aguas de la sabiduría o primordiales, en cuyo seno moraba Enki. Duku, así, podía ser representado como un gran depósito de aguas turbias, cargadas de limo, la aguas de la vida. El que un epíteto o calificativo de Duku fuera kur, que significa el inframundo, corroboraría la condición ancestral de Duku, y su asociación con las profundidades, con las aguas sabias e infernales: de la oscuridad nació la luz, y para que los entes se animaran, era necesario que las almas preexistieran, lo que implicaba que tuvieran una morada: el inframundo, de la que ascenderían para vivificar la creación. Los muertos antecedían a los vivos, precisamente para darles vida.
Sin embargo du6-kù puede traducirse como caverna, hondonada, cavidad brillante (kù significa sagrado. La sacralidad que trae procede, o se simboliza, por el brillo, un brillo metálico, que refleja el sol, deslumbrante -kù se traduce también por brillante así como por metal o metálico). Pero du6 también, paradójicamente, significa montículo; un montículo, destacado en el horizonte, causado por el desmoronamiento o las ruinas de estructuras anteriores (las ruinas se decían du6).
Du6, en este sentido, evoca tanto la muerte (la ruina) cuanto la vida que su brillantez despliega. Se alza, como un entes cósmico que respira, pero se compone de los restos de entes anteriores fallecidos. Vida y muerte confluyen en Duku. Se trata, así, de un lugar esencial. Similar a las aguas de la sabiduría , así como de la primera tierra. Posiblemente, Duku fuera las marismas del delta del Tigris y el Éufrates -una tierra baja, en contacto con el cielo-, donde las cañas caídas, podridas, alzaban -y alzan- islas naturales sobre las que se puede edificar, sobre las que, de hecho, fueron construidas las primeras ciudades, signo que la naturaleza había sido domada, la tierra cultivada y los animales domesticados. Era lógico, entonces, que las diosas de los cereales y de los rebañas fueran engendradas en Duku: un espacio esencial, símbolo de vida, de la vida verdadera, que no se olvida de la muerte, muerte que, a su vez, alumbra a la vida.
lunes, 29 de octubre de 2012
Sarah Vaughan (1924-1990): Inner City Blues (1971)
La versión del gran tema de Marvin Gaye, de 1971, deSarah Vaughan, que casi supera a aquél.
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Segundo de Chomón (1871-1929): Burgos (1911)
Fin de la "semana" dedicada a Segundo de Chomón, el cineasta que descubrió la capacidad del cine de documentar la realidad (existente o visible, y soñada, mostrando cómo ésta podía ser más verosímil, creíble y fascinante, que la realidad prosaica.
La organización política en Mesopotamia
El sur de Mesopotamia, entre el sexto y mediados del tercer milenios, acogió un cierto número de ciudades (Uruk, Ur, Eridu, Larsa, Lagash, Girsu, Umma, Nippur, Khafajeh, etc.) que controlaban un territorio no muy extenso que acogía ciudades más pequeñas y un número indeterminado de pueblos y, seguramente, de haciendas. Estas llamadas ciudades-estado (un término que, en propiedad, se debería aplicar solo a la organización política de la Grecia arcaica y clásica), mantenían relaciones conflictivas, sin duda, pero sobre todo comerciales. Al parecer ninguna dominó totalmente a las otras.
Este sistema fue precedido por lo que se ha llamado, sin duda impropiamente, el imperio de Uruk, en el sexto y quinto milenios. Seguramente, no tuvo que ser un imperio -al menos atendiendo al significado que otorgamos a este término-, sino un territorio, sin duda extenso, dominado, controlado o influido por la ciudad de Uruk, la primera ciudad de la historia, al menos hasta ahora, en un mundo aún inmerso en el neolítico, que no conocía ni leyes, ni realeza, ni escritura.
Un verdadero primer imperio sucedió a la pléyade de ciudades sumerias. Esta organización política poseyó un centro, una nueva capital, Accad, aún no hallada, en la que reinaba un monarca que fue divinizado o se divinizó. Una sola lengua escrita se impuso en las transacciones comerciales, los decretos y las leyes. Apenas duró dos siglos, en la segunda mitad del tercer milenio, cuando, al parecer una sucesión de revueltas urbanas, devolvió la independencia de las ciudades que, poco tiempo después, fueron subordinadas a una nueva ciudad, Ur. Se iniciaba el último régimen político del sur de Mesopotamia, llamado Imperio de Ur (bajo la Tercera Dinastía de Ur, o Ur III) que, a principios del segundo milenio, caería en manos de Babilonia: un nuevo y duradero imperio fue forjado. Alternando con el imperio asirio, ubicado más al norte, dominaría todo el próximo oriente antiguo durante los segundo y primer milenios. Persia (hoy, Irán), a mediados del primer milenio pondría fin al poder de Babilonia y de Assur (capital del imperio asirio) (que ocupaban lo que hoy son Iraq, Siria y una parte de Turquía).
El "Imperio de Ur" duró, como el imperio acadio, unos dos siglos, hasta los últimos años del tercer milenio o los primeros del segundo. Se trataba, empero, de un imperio muy particular. Los monarcas más importantes, Ur-Nammu, y su hijo, Shulgi, organizaron un territorio de modo muy distinto al imperio acadio. No se trataba de poseen un territorio férreamente controlado desde Ur. La posesión de la tierra, las incesantes conquistas y sometimiento de pueblos y ciudades no fueron los medios con los que estos reyes lograron apaciguar un extenso territorio. Basaron su control, y la paz consiguiente, en una extensa red de vías de comunicación, fluviales y terrestres -vías fluviales que también irrigaban los campos, junto con una red de postas. Favorecieron, pues, el comercio: el intercambio de bienes, conocimientos y experiencias, los contactos humanos. El comercio, como medio que permite que los humanos interactúen, y no el dominio guerrero o militar, fue, al parecer, el sistema con el que se ordenó todo el centro y el sur de NMesopotamia, desde la moderna ciudad de Bagdad hasta el Golfo Pérsico.
Esta concepción de las relaciones humanas, basadas en el intercambio y no el sometimiento, favoreció el movimiento constante. La red de "anchas carreteras" -como eran descritas en los textos-, recorridas por pesados carros cubiertos por bóvedas de lona, tirados por bueyes u onagros, y por ágiles carros individuales de dos ruedas tan solo, permitió que la parte más activa, vivaz y curiosa de la sociedad, se pusiera en marcha. La posesión de la tierra, el enraizamiento -que tanto vertido de sangre ha provocado a lo largo de la historia-, la "autoctonía" (una noción ateniense según la cual los "verdaderos" ciudadanos habían brotado del Ática y, por tanto, tenían preferencia sobre los extranjeros, los "desarraigados"), no tuvieron cabida en el "Imperio" de Ur III. ¿Ur-Nammu y Shulgi no hicieron acaso la guerra?. Sí, sin duda, pero no para lograr nuevas conquistas. Se equipararon con los dioses omnipotentes, pero debido a las leyes justas, y
la paz de los mercaderes que lograron. La tierra no era una posesión. Los seres humanos no se definían por el arraigo a una tierra dada, sino por su capacidad de producir e intercambiar bienes, por el conocimiento sobre otras tierras que traían. El buen "ciudadano" (si es que este término se puede aplicar retroactivamente a la sociedad mesopotámica del tercer milenio) era el mercader, el negociante, el viajante, aquel que no descansaba nunca, cuya tierra era la carretera (lo que no le impedía posee una casa-refugio).
Cuando Montesquieu escribió El espíritu de las leyes, a mediados del siglo XVIII, no se conocía aún la cultura mesopotámica y menos la sumeria. Faltaba más de un siglo para que ésta se descubriera en los desiertos del sureste del imperio otomano. Montesquieu tenía en mente la sociedad ateniense clásica, y la inglesa de su tiempo, cuyo imperio obedecía, según él, más a motivos comerciales que propiamente de dominio territorial. Pero el análisis de Montesquieu sobre el buen gobierno explica, aclara bien la organización, la bondad del gobierno de Ur, sobre todo bajo los reyes Ur-Nammu y Shulgi, inventores de la unificación de unidades de medida, del derecho, del catastro, antes que un exceso de burocracia acabara por paralizar, y hundir esta, quizá, modélica organización territorial y política, que debería ser estudiada una y otra vez.
Para saber qué errores estamos cometiendo hoy nuevamente
Este sistema fue precedido por lo que se ha llamado, sin duda impropiamente, el imperio de Uruk, en el sexto y quinto milenios. Seguramente, no tuvo que ser un imperio -al menos atendiendo al significado que otorgamos a este término-, sino un territorio, sin duda extenso, dominado, controlado o influido por la ciudad de Uruk, la primera ciudad de la historia, al menos hasta ahora, en un mundo aún inmerso en el neolítico, que no conocía ni leyes, ni realeza, ni escritura.
Un verdadero primer imperio sucedió a la pléyade de ciudades sumerias. Esta organización política poseyó un centro, una nueva capital, Accad, aún no hallada, en la que reinaba un monarca que fue divinizado o se divinizó. Una sola lengua escrita se impuso en las transacciones comerciales, los decretos y las leyes. Apenas duró dos siglos, en la segunda mitad del tercer milenio, cuando, al parecer una sucesión de revueltas urbanas, devolvió la independencia de las ciudades que, poco tiempo después, fueron subordinadas a una nueva ciudad, Ur. Se iniciaba el último régimen político del sur de Mesopotamia, llamado Imperio de Ur (bajo la Tercera Dinastía de Ur, o Ur III) que, a principios del segundo milenio, caería en manos de Babilonia: un nuevo y duradero imperio fue forjado. Alternando con el imperio asirio, ubicado más al norte, dominaría todo el próximo oriente antiguo durante los segundo y primer milenios. Persia (hoy, Irán), a mediados del primer milenio pondría fin al poder de Babilonia y de Assur (capital del imperio asirio) (que ocupaban lo que hoy son Iraq, Siria y una parte de Turquía).
El "Imperio de Ur" duró, como el imperio acadio, unos dos siglos, hasta los últimos años del tercer milenio o los primeros del segundo. Se trataba, empero, de un imperio muy particular. Los monarcas más importantes, Ur-Nammu, y su hijo, Shulgi, organizaron un territorio de modo muy distinto al imperio acadio. No se trataba de poseen un territorio férreamente controlado desde Ur. La posesión de la tierra, las incesantes conquistas y sometimiento de pueblos y ciudades no fueron los medios con los que estos reyes lograron apaciguar un extenso territorio. Basaron su control, y la paz consiguiente, en una extensa red de vías de comunicación, fluviales y terrestres -vías fluviales que también irrigaban los campos, junto con una red de postas. Favorecieron, pues, el comercio: el intercambio de bienes, conocimientos y experiencias, los contactos humanos. El comercio, como medio que permite que los humanos interactúen, y no el dominio guerrero o militar, fue, al parecer, el sistema con el que se ordenó todo el centro y el sur de NMesopotamia, desde la moderna ciudad de Bagdad hasta el Golfo Pérsico.
Esta concepción de las relaciones humanas, basadas en el intercambio y no el sometimiento, favoreció el movimiento constante. La red de "anchas carreteras" -como eran descritas en los textos-, recorridas por pesados carros cubiertos por bóvedas de lona, tirados por bueyes u onagros, y por ágiles carros individuales de dos ruedas tan solo, permitió que la parte más activa, vivaz y curiosa de la sociedad, se pusiera en marcha. La posesión de la tierra, el enraizamiento -que tanto vertido de sangre ha provocado a lo largo de la historia-, la "autoctonía" (una noción ateniense según la cual los "verdaderos" ciudadanos habían brotado del Ática y, por tanto, tenían preferencia sobre los extranjeros, los "desarraigados"), no tuvieron cabida en el "Imperio" de Ur III. ¿Ur-Nammu y Shulgi no hicieron acaso la guerra?. Sí, sin duda, pero no para lograr nuevas conquistas. Se equipararon con los dioses omnipotentes, pero debido a las leyes justas, y
la paz de los mercaderes que lograron. La tierra no era una posesión. Los seres humanos no se definían por el arraigo a una tierra dada, sino por su capacidad de producir e intercambiar bienes, por el conocimiento sobre otras tierras que traían. El buen "ciudadano" (si es que este término se puede aplicar retroactivamente a la sociedad mesopotámica del tercer milenio) era el mercader, el negociante, el viajante, aquel que no descansaba nunca, cuya tierra era la carretera (lo que no le impedía posee una casa-refugio).
Cuando Montesquieu escribió El espíritu de las leyes, a mediados del siglo XVIII, no se conocía aún la cultura mesopotámica y menos la sumeria. Faltaba más de un siglo para que ésta se descubriera en los desiertos del sureste del imperio otomano. Montesquieu tenía en mente la sociedad ateniense clásica, y la inglesa de su tiempo, cuyo imperio obedecía, según él, más a motivos comerciales que propiamente de dominio territorial. Pero el análisis de Montesquieu sobre el buen gobierno explica, aclara bien la organización, la bondad del gobierno de Ur, sobre todo bajo los reyes Ur-Nammu y Shulgi, inventores de la unificación de unidades de medida, del derecho, del catastro, antes que un exceso de burocracia acabara por paralizar, y hundir esta, quizá, modélica organización territorial y política, que debería ser estudiada una y otra vez.
Para saber qué errores estamos cometiendo hoy nuevamente
domingo, 28 de octubre de 2012
Segundo de Chomón (1871-1929): Loie Fuller (1902)
No existe hoy exposición de arte moderno alguno que merezca ser apreciada que no incluya una filmación de una danza moderna interpretada o coreografiada por la norteamericana Marie Louise Fuller (1862-1928), conocida como Loie Fuller. La mayoría de las colecciones permanentes de arte del siglo XX se abren hoy con esta bailarina.
Triunfó en París. Se relacionó con los mejores pintores y poetas de vanguardia de principios de siglo, desde Rodín hasta Mallarmé.
Se ha escrito que sus movimientos, y los juegos de luces que ingenió y patentó, inspiraron a los pintores haciéndoles ver otras maneras de representar las formas, que se plasmarían en el cubismo.
También se ha dicho que su danza inaugura incluso una nueva concepción del espacio, y no solo de su presentación plástica.
Uno de los primeros cineastas en filmar sus coreografías fue Segundo de Chomón: un cortometraje hoy casi olvidado.
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