¿Qué es un estigma?
Hoy el estigma es subjetivo; está en la mirada ajena. Una mirada entre torva, temerosa, atemorizada y despectiva que desestabiliza quien la recibe. Éste se siente rechazado. Una sensación que es a la vez una realidad. La mirada y el gesto retraído ajenos, que marcan las distancias, y buscan ahuyentar -o no mirar- a quien se le mira mal, logran que la persona que sufre el mal de ojo evite mostrarse.
Vivimos ante la mirada de los demás. Son sus miradas las que nos realzan, nos prestigian o nos hunden. Una mirada sombría nos ensombrece y nos apaga. Aunque estemos presentes nos vuelve invisibles. Nadie nos mira ni desea mirarnos. Las miradas nos atraviesan como flechas, como si ya no estuviéramos allí. Son flechas que nos matan. El oprobio, literalmente, nos avergüenza. Dejemos de ser probos. Ya no contamos. Estamos contaminados, como si la pérdida de probidad nos marcara con una mancha que nos señala y nos aparta.
La mirada que echamos hoy al estigma parece enraizada en el negativa consideración que sobre el estigma se tenía en la antigüedad. En efecto, estigma, en griego -stigma-, nombra una marca hecha por un punzón. La punta inscribe una marca, una impronta en la materia. La marca es indeleble, imborrable. Penetra profundamente en la materia. Dicha marca es una herida que se adentra en la carne, que la abre con un surco que no se cerrará.
Los estigmas no solo se trazan, como si de un grabado se tratara. Se inscriben a sangre y fuego. Un hierro candente, aplicado sobre la piel, la requema así como a la carne, y la huella convierte a un ciudadano en un esclavo (así en Roma, o en los Estados Unidos sureños hasta mediados del siglo XIX). Pierde sus derechos. Es sometido y utilizado como un objeto al servicio de nuestros intereses, necesidades y deseos. La marca, que se hunde en la carne, la abre como si fuera un tajo y la hincha, no se borrará. El estigmatizado deberá soportar la marca de por vida, una señal a la vista de todos que lo designa como una persona distinta..Quedará para siempre en evidencia la humillación infligida. La persona ya no es ni será una persona. Tratada como un animal doméstico, que al igual que el esclavo, es marcado profundamente, su vida queda “marcada”. Solo la muerte le permitirá borrar la ignominia. En este sentido, se percibe el estigma, ayer y hoy, de unan manera parecida.
La discusión parecería cerrada. El estigma es una lacra que rebaja al ser humano.
Mas, los estigmas más conocidos pertenecen, sin embargo, no al mundo profano sino a lo sagrado: súbitas lesiones en la piel que imitan, reviven o rememoran los castigos corporales a los que fue sometida la divinidad cristiana. Su primer fiel, Pablo (Carta a los Gálatas 6, 17), enunció que había quedado íntimamente unido a la divinidad mediante estigmas -mas que físicos, espirituales: “ego gar ta stigmata tou kuriou”. Desde entonces, comulgaba con la divinidad . Su vida, su suerte, estaba asociada a su maestro o modelo. El elemento de unión era el estigma que lo identificaba como seguidor y portavoz de la divinidad.
Pablo compartía estigmas con su Señor (el dueño y señor de su vida). Mas, la palabra estigma no se utiliza en ningún momento en el Nuevo Testamento para referirse a las heridas corporales de la divinidad, sino que éstas son descritas como “figuras” (Evangelio de Juan, 20).
Dijo el incrédulo Tomás a Cristo: “ille autem dixit eis nisi videro in manibus eius figuram clavorum et mittam digitum meum in locum clavorum et mittam manum meam in latus eius non credam -si no veo en sus manos las marcas [las heridas, las llagas, los estigmas] de los clavos, si no hundo los dedos en las marcas de sus manos, si no hundo los dedos en las marcas de su costado, no creeré” (en su muerte y resurrección. Solo la constatación física, palpable, de unas heridas mortales me permitirán creer que Cristo ha resucitado puesto que se halla vivo ante mí cuando debería estar muerto). Gracias a los estigmas se verifica la profecía de la venida de una divinidad que derrota a la muerte y funda una comunidad de creyentes. El estigma, en este caso, une, no segrega. Es un signo de apertura y no de cerrazón. Funda, no destruye o disuelta. Integra, que no segrega. Es un signo de alianza, de reconocimiento gracias al cual se comparten valores e ideales, una misma fe o confianza en la vida presente y futura. El signo, el estigma, organiza la vida de una comunidad.
El estigma se configura ahora como un signo de reconocimiento. Los cuerpos, las comunidades, los territorios, en algunas culturas africanas, están organizados mediante a unos signos inscritos en la carne y el territorio. Signos, escarificaciones, que orientan y facilitan el reconocimiento y, por tanto, la protección que cualquier semejante otorga a quien percibe como un igual, un miembro de un mismo grupo, en un mismo enclave.
Figura, en latín, no se traduce por dibujo o imagen, ni por ilustración, sino por rasgo. Una figura, como la que Tomás describe, es un conjunto de trazos o rasgos que definen a una persona. La figura es su manera de ser en el mundo. Toda figura es buena. Una buena planta.
A través de la figura, la persona entra en contacto con los demás y se relaciona con éstos. La figura no es un signo de exclusión, sino de integración. Sin figura no se es nada.
La figura no es el estigma, tal como lo entendemos hoy, sino un signo de reconocimiento. Éste individualiza, perfila, aísla, pero precisamente para que a través de los límites sepamos quiénes somos, dónde estamos y quiénes son los que nos acompañan. La figura evita la confusión, la indiferenciación, que impide el diálogo. Las voces, las personas desfiguradas no se reconocen. Son anónimas, están indiferenciadas. Son indiferentes, insensibles. No pueden relacionarse, porque no saben quién son y quienes somos.
Stigma, en griego, está emparentado con stigme. Esta palabra designa una figura retórica. Es un punto. Los puntos pautan. Facilitan la lectura. Permiten respirar, modular, dar sentido a la frase. Un texto sin punto es la transcripción de una voz interior. Quien así habla en silencio habla consigo mismo. Pero no trasmite nada salvo a sí mismo. Para los demás, ha enmudecido y parece no tener nada que decir. El punto puntea. Marca un ritmo. Armoniza el discurso. El punto da un respiro. Permite tomar fuerzas para reemprender el habla, que se organiza a través de una secuencia, casi melódica de puntos. El punto es una punzada que desencadena y aviva el discurso, un acicate y, a la vez, lo que cose el discurso, estructurándolo para que llegue y sea comprensible. Ls palabra no punteada es un borborigmo, un ruido continuo que nada dice.
Los estigmas, hoy, son símbolos de rechazo. En su origen, por el contrario, eran signos que permitían reconocerse. Eran, en verdad, escrituras, sin duda dolorosamente escritas -como toda escritura-, que facilitan encuentros.
El primer estigma recayó en un criminal: un fratricida. Cometió el primer crimen de la historia. El asesinato de Abel a menos de su hermano Caín hubiera tenido que acarrear la pena máxima para éste. Sin embargo quizá sorprendentemente , pero en verdad, con lógica, la divinidad lo salvó. La salvación pasó por un estigma: el signo de Caín, que identificaba al criminal no como una persona que tuviera que sufrir la exclusión para siempre, sino la lenta reintegración en la comunidad tras la expiación. Un signo de perdón tras la asunción y el reconocimiento del mal causado.
El estigma indicaba que quien estaba marcado necesitaba cuidados. Toda la comunidad debía volcarse para rescatarlo y reintegrarlo. El estigma era una advertencia. Una petición de ayuda. Lejos de rechazar. apelaba a la empatía a fin de ayudar a quien se sentía marginado o se había marginado. La comunidad debía acompañarlo en su regreso al seno de aquella. El estigma une a una comunidad en un esfuerzo conjunto para ayudar al estigmatizado a volver al seno del grupo. De pronto, la comunidad tiene un objetivo, la agrupación tiene sentido, y el esfuerzo en grupal, compartido. Una festividad celebrará el regreso del rechazado.
Los males, los estigmas existen y existirán. Son necesarios . Son puntos que enriquecen a colectivos. Revelan otras caras. Los estigmas son signos que señalan al excluido para que aceptemos volverlo a mirar, mirarle a la cara y devolverle su figura para que vuelva a integrarse a la comunidad, a sentirse vivo y aceptado.
No los miremos mal. Pues esta mirada nos es devuelta. Excluyendo nos excluimos. Nos negamos a relacionarnos, a dialogar. Y así nos encerramos y enmudecemos. Creemos aislar a quienes estigmatizamos, pero en verdad nos retrotraemos. Desaparecemos. Los estigmatizados acabamos siendo nosotros. Nuestro rechazo nos lleva a excluirnos. A dejar de ser miembros de la comunidad. A quedar en la intemperie.
NB: notas breves para un documental sobre la estigmatización que una productora barcelonesa prepara.
A M. C.
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