Hegel impartió cursos de estética y teoría de las artes (y del arte) en Berlín, entre 1818 y 1829, tras la caída definitiva de Napoleón I.
Nunca publicó sus clases. Fueron discípulos suyos quienes, tras la muerte de Hegel en 1831, reunieron apuntes de diversos alumnos que, junto con notas manuscritas del propio Hegel, dieron cuerpo, en 1835, al monumental texto de Estética.
La concepción del arte, de su necesidad -superada o no- y su función, de Hegel se ilustraba con numerosos ejemplos procedentes de géneros, épocas y culturas diversas. Si bien desde el siglo XVIII, escritores ilustrados estaban fascinados por las artes y las costumbres de culturas como la persa, Hegel tuvo que ser uno de los primeros que estudió el sentido del arte (y de las obras de arte) pertenecientes a la casi totalidad de las culturas, pasadas y presentes, conocidas a principios del siglo XIX. Desde luego, no se conocía el arte paleolítico, y poco se sabía de las artes precolombinas. Tampoco se tenía un conocimiento directo del arte mesopotámico -las primeras misiones arqueológicas no empezarían hasta más de medio siglo más tarde-, y los únicos datos sobre una parte del mundo del Próximo Oriente antiguo procedían del historiador griego Herodoto -y de menciones en autores latinos tardíos-, así como del Antiguo Testamento.
El análisis de la Torre de Babel (que Hegel no asocia con la "Torre de Baal", en Babilonia, descrita por Herodoto) es fascinante.
El arte, según Hegel, quien retoma una consideración de Goethe, sobre todo el arte arquitectónico, tiene como finalidad manifestar lo sagrado. Lo sagrado es lo que une las almas: une, y manifiesta la unión de los humanos; es decir, forma comunidades (creados por y para cultos o ritos colectivos).
Así, la Torre de Babel expresa la fuerza de una comunidad. Su razón de ser estriba en que pone a prueba la solidez de los ligámenes colectivos, así como expresa aquélla. Seres humanos tuvieron que trabajar conjuntamente. Abrieron zanjas, extrajeron y acarrearon tierra, cortaron, pulieron y transportaron un sinfín de bloques de piedra descomunales (Hegel no podía saber que el zigurat de Babilonia -del cual solo quedan las zanjas en las que se insertaron los cimientos- , que dio pie al mito bíblico de la Torre de Babel, era de ladrillos de adobe):
"en la vasta llanura del Éufrates, los hombres elevan una obra gigantesca de arquitectura; lo construyen en común, y el trabajo comunitario es al mismo tiempo la finalidad y el contenido mismo de la obra."
Esta obra levantada en común no expresa los ligámenes familiares o patriarcales. Al contrario, éstos han quedado disueltos ante la necesidad de relaciones extra-familiares, verdaderamente comunitarias: los lazos que mantienen unidos a una colectividad que rebasa los clanes familiares. La ciudad, o la comunidad, exhibe su fuerza, o su entereza, y su confianza, a través del trabajo colectivo: una obra colosal, la Torre de Babel que se alza hasta el cielo:
"el edificio que se eleva hasta las cumbres es el símbolo de la disolución de la sociedad primitiva y de la formación de una nueva y más amplia sociedad".
Este ingente trabajo, "el suelo abierto y removido, las masas pétreas encastadas y cubriendo todo un paraje con formas arquitectónicas, cumplían lo que hoy cumplen las costumbres, la organización legal del Estado".
Lo que las normas y las leyes impuestas logran, el mantenimiento del orden y la unidad de una comunidad, lo logra, hace milenos, el trabajo colectivo en pos de una construcción que manifestaba dicha unión, al tiempo que era fruto de ésta. Expresaba "el principio sagrado que reúne a los hombres": una creencia en común, un mismo ideal, una misma visión.
Pocas lecturas de la Torre de Babel son tan instructivas y generosas.