Esculturas e instalaciones (1992-2014)
Mobiliario (Milán, 2014)
Una de las peores -y refinadas - torturas consiste en recibir una invitación a la casa de un arquitecto moderno, y no poder renunciar. Uno ya sabe que tendrá que sentarse en una butaca de Le Corbusier -si tiene suerte, sino la "chaisse-longue" aguarda hambrienta- y, luego, ¡ay!, luego...
Es conveniente unas sesiones de gimnasio, danza contemporánea y equilibrismo para levantarse -olvidándose del decoro y la dignidad personal- de las míticas butacas de Le Corbusier, Mies van der Rohe o Breuer. Los brazos quedan a la altura de los hombros, como una gallina clueca tratando inútilmente de levantar el vuelo, o pegados al cuerpo constreñidos por el muro almohadillado de duro cuero negro, en la butaca de Le Corbusier cuyos apoya-brazos está al mismo nivel que el dosel. La silla Barcelona, de Mies van der Rohe, demasiado baja, profunda e inclinada hacia atrás, exige ponerse primero de rodillas antes de erguirse; el problema es otro en la también excesivamente profunda e inclinada silla de Breuer: los pies apenas tocan el suelo, como los de un niño sentado en el sillón de un adulto. Son esculturas, y como obras de arte tienen que tratarse: mirarlas solo, sin tocarlas.
La escultora inglesa Sarah Lucas, recientemente escogida para representar a Gran Bretaña en la próxima Bienal de Arte de Venecia (2015) -desde el "mítico" sucio colchón con una objeto erecto y dos bolas pegadas a los lados sobresaliendo de la tela-, ha dedicado casi toda su obra a ironizar sobre la penosa relación entre el cuerpo y los muebles: sencillos, anónimos sillas, mesas, colchones, lámparas y sanitarios, producidos en serie, principalmente. Desvencijados, marchitos y maculados, sirven de triste soporte de cuerpos deformes; son cuerpos deformes, deformados por los muebles. Forman ya parte del cuerpo.
Lucas acaba de presentar una línea de muebles, de asientos y mesas. Construidos con madera y bloques de hormigón, son fríos, duros, pesados; es imposible desplazarlos. Muebles inmuebles, inmovilizados. Son monumentos.
Una astuta sátira de la supuesta ligereza y liviandad del mobiliario moderno, que quiere ser anatómico -o ergonómico- sin saber, como bien decía Xavier Rubert de Ventós, que no hay nada peor o más molesto que un mueble que se adapta perfectamente a las curvas del cuerpo: uno ya no se puede mover, ni levantarse. El desajuste que se produce entre el mueble y el cuerpo, en cuanto uno de desplaza ligeramente, clava las protuberancias de la silla o del lecho en el costado amoratado.