Greg Lake, antes de los excesos de Emerson, Lake & Palmer
viernes, 9 de diciembre de 2016
jueves, 8 de diciembre de 2016
Copiémonos los unos a los otros
El novelista Vázquez Montalbán aceptó el veredicto y pagó una fuerte suma de dinero como multa hace años.
Luis Racionero, por el aquel entonces director de la Biblioteca Nacional replicó, sin embargo, unos años más tarde, que había practicado "intertextualidad" cuando se descubrió que había copiado un libro sobre cultura de la Grecia antigua.
Aprendices. Hoy, un rector universitario afirma que si copió es porque es humano. "Todos cometemos errores". ¿Quién podría juzgarlo?
Explicación muy útil para profesores -que ya no deberemos corregir exámenes, trabajos ni tesis- y a los alumnos. Todos somos humanos. Qué importa si se copia.
Luis Racionero, por el aquel entonces director de la Biblioteca Nacional replicó, sin embargo, unos años más tarde, que había practicado "intertextualidad" cuando se descubrió que había copiado un libro sobre cultura de la Grecia antigua.
Aprendices. Hoy, un rector universitario afirma que si copió es porque es humano. "Todos cometemos errores". ¿Quién podría juzgarlo?
Explicación muy útil para profesores -que ya no deberemos corregir exámenes, trabajos ni tesis- y a los alumnos. Todos somos humanos. Qué importa si se copia.
"El rector de la universidad pública Rey Juan Carlos sostiene que copiar y pegar párrafos no es plagio
Su portavoz admite que copió y pegó el libro del catedrático Miguel Ángel Aparicio"S/T
El título de una obra es una clave. Da pistas sobre el posible significado de aquélla. Permite abordar su interpretación, tener la esperanza que la obra será comprensible, que se podrá acceder a su "mensaje", que se podrá abrir (como si la clave fuera una llave que desvelara los secretos encerrados en tras la obra. La obra sería una cueva de los tesoros, una caja fuerte de siete llaves. Gracias al título cabría la posibilidad de ir levantando el o los leves que impiden llegar hasta el sancta sanctorum, las riquezas de significados que la obra atesora.
Los títulos, sin embargo, no siempre han sido otorgados -como si fuera un nombre propio que personalizara una obra, le diera identidad, individualidad, permitiéndole ser reconocida entre todas las obras- por el artista. Críticos, historiadores, coleccionistas, la tradición incluso han impuesto a veces un título que ha perdurado. Algunos artistas, sabiendo los juegos a los que un título dan lugar, han jugado a confundir al espectador, otorgando títulos al azar, títulos aparentemente lógicos aunque enigmáticos, como hacía, por ejemplo, Magritte, que gustaba jugar con la credulidad y las expectativas de los espectadores, que deberían romperse la cabeza tratando de encontrar qué relación mantiene el título, siempre poético y misterioso, con la obra, tan extraña como su título.
Algunos obras modernas y contemporáneas se titulan, insólitamente, Sin título (S/T). Sin título, como han observado muchos teóricos, no indica que la obra no tenga título. Éste existe: está escrito en la ficha de la obra: el título "es" Sin título. Por tanto, Sin título quiere decir alguna cosa sobre la obra, revelar algún aspecto escondido, no evidente "a primera vista".
Sin título nos indica que no tenemos qué esperar nada de la interpretación de la obra. Ésta no guarda ningún secreto. No es que no podamos reflexionar sobre ella. Es que no tenemos que hacerle preguntas. No tenemos que cuestionarla, interrogarla. Forzarla a comunicar lo que no quiere contar, lo que quizá no posea. Podemos y tenemos que hacernos preguntas, pero respetando el mutismo de la obra.
Ante una obra titulada Sin título, debemos quedarnos quietos. Debemos aceptar su presencia. Reconocerla. Pero no hay diálogo posible, solo aceptación de la alteridad de la obra que no quiere entrar en contacto con nosotros. Está en su derecho. Lo que signifique se lo guarda para ella. La obra no es portadora de mensajes que deba divulgar. Antes bien, se cierra. No se niega a mostrarse, pero rehusa abrirse. Sabe que cuando su secreto ha sido alcanzado -o violado- su presencia pasará desapercibida. Ya no se expondrá como una esfinge.
Una esfinge hace preguntas, pero no acepta ninguna. Una esfinge nos cuestiona, nos desestabiliza. Por lo que tenemos que reafirmarnos, aceptando quienes somos. El "cuestionamiento" al que nos somete una esfinge nos permite darnos cuenta de lo que somos, de donde estamos y a qué estamos abocados.
Las obras titulados Sin título son las obras con más presencia, que nos obligan a presentarnos, a mostrarnos ante ellas, en silencio, como si la obra nos dominara -como si nos asegurara que existimos, que estamos aquí, que tenemos un lugar propio.
No podemos obviar las obras con este título. Son como una piedra en un zapato. Nos molestan. Nos obligan a darnos cuenta de cada paso que emprendemos. Son altos en el camino. Que instauran momentos cuando nos preguntamos sobre nosotros mismos. Las obras tituladas Sin título son espejos en los que nos miramos y nos reconocemos. Estas obras nos instauran, nos constituyen. Son hijos suyos, creaciones suyas. Nos hacen humanos.
Los títulos, sin embargo, no siempre han sido otorgados -como si fuera un nombre propio que personalizara una obra, le diera identidad, individualidad, permitiéndole ser reconocida entre todas las obras- por el artista. Críticos, historiadores, coleccionistas, la tradición incluso han impuesto a veces un título que ha perdurado. Algunos artistas, sabiendo los juegos a los que un título dan lugar, han jugado a confundir al espectador, otorgando títulos al azar, títulos aparentemente lógicos aunque enigmáticos, como hacía, por ejemplo, Magritte, que gustaba jugar con la credulidad y las expectativas de los espectadores, que deberían romperse la cabeza tratando de encontrar qué relación mantiene el título, siempre poético y misterioso, con la obra, tan extraña como su título.
Algunos obras modernas y contemporáneas se titulan, insólitamente, Sin título (S/T). Sin título, como han observado muchos teóricos, no indica que la obra no tenga título. Éste existe: está escrito en la ficha de la obra: el título "es" Sin título. Por tanto, Sin título quiere decir alguna cosa sobre la obra, revelar algún aspecto escondido, no evidente "a primera vista".
Sin título nos indica que no tenemos qué esperar nada de la interpretación de la obra. Ésta no guarda ningún secreto. No es que no podamos reflexionar sobre ella. Es que no tenemos que hacerle preguntas. No tenemos que cuestionarla, interrogarla. Forzarla a comunicar lo que no quiere contar, lo que quizá no posea. Podemos y tenemos que hacernos preguntas, pero respetando el mutismo de la obra.
Ante una obra titulada Sin título, debemos quedarnos quietos. Debemos aceptar su presencia. Reconocerla. Pero no hay diálogo posible, solo aceptación de la alteridad de la obra que no quiere entrar en contacto con nosotros. Está en su derecho. Lo que signifique se lo guarda para ella. La obra no es portadora de mensajes que deba divulgar. Antes bien, se cierra. No se niega a mostrarse, pero rehusa abrirse. Sabe que cuando su secreto ha sido alcanzado -o violado- su presencia pasará desapercibida. Ya no se expondrá como una esfinge.
Una esfinge hace preguntas, pero no acepta ninguna. Una esfinge nos cuestiona, nos desestabiliza. Por lo que tenemos que reafirmarnos, aceptando quienes somos. El "cuestionamiento" al que nos somete una esfinge nos permite darnos cuenta de lo que somos, de donde estamos y a qué estamos abocados.
Las obras titulados Sin título son las obras con más presencia, que nos obligan a presentarnos, a mostrarnos ante ellas, en silencio, como si la obra nos dominara -como si nos asegurara que existimos, que estamos aquí, que tenemos un lugar propio.
No podemos obviar las obras con este título. Son como una piedra en un zapato. Nos molestan. Nos obligan a darnos cuenta de cada paso que emprendemos. Son altos en el camino. Que instauran momentos cuando nos preguntamos sobre nosotros mismos. Las obras tituladas Sin título son espejos en los que nos miramos y nos reconocemos. Estas obras nos instauran, nos constituyen. Son hijos suyos, creaciones suyas. Nos hacen humanos.
martes, 6 de diciembre de 2016
JOSÉ MANUEL BALLESTER (1960): JOSEP MARÍA JUJOL. CASA PLANELLS (2016)
Tal como se anunció hace un tiempo, la editorial Hipòtesi de Barcelona ha publicado un pequeño libro, parecido a un libro de artista (a un precio modesto de 12 euros), editado en 500 ejemplares numerados, de fotografías del artista José Manuel Ballester, dedicadas a la casa modernista de Josep María Jujol en Barcelona, la Casa Planells, favorita del actor John Malkovitch.
El libro de 54 páginas consta con un breve estudio del arquitecto Josep Llinás.
Forma parte de una colección, titulada Espacios íntimos, dedicada a casas notables del siglo XX menos conocidas, cuyo siguiente volumen estaría dedicado a la Casa de Cristal de Lina Bo Bardi en Sao Paolo, también fotografiada por Ballester.
Se trata de un primer libro, y una colección realizados entre amigos.
El libro estará en librerías la semana que viene (La Central, Laie, Documenta, la Cooperativa del COArquitectos, en Barcelona y Madrid, entre otras)
También se puede solicitar a la editorial Hipòtesi:
ISBN:978-84-15170-33-4
DAVIDE CALI (1972) & CATARINA SOBRAL (1985): A CASA QUE VOOU (A HOUSE THAT FLEW AWAY, UNA CASA QUE VOLÓ, 2015-2016)
Un día la casa despegó y voló.
Su dueño, sorprendido, acudió a la policía. Pero no le habían robado la casa.
La policía le aconsejó que fuera a ver la Agencia del Tiempo. Pero ningún desastre natural había ocurrido que hubiera causado la desaparición de la casa.
El hombre del tiempo le recomendó que se dirigiera a la Oficina de los Objetos perdidos. Pero no había perdido su casa.
Allí le sugirieron....
Y el dueño, desesperado, siguió en coche la casa que seguía volando.
Se dirigía hacia las montañas. El camino era cada vez más empinado.
Descubrió entonces....
La lectura de este maravilloso cuento del cuentista suizo Cali y de la dibujante portuguesa Sobral revela qué ocurrió.
domingo, 4 de diciembre de 2016
La imagen de Babilonia
Fotos: Tocho, diciembre de 2016
Planos de arquitectura y urbanismo -planos de ciudades y catastrales- existen desde la Edad de Bronce, al menos desde el tercer milenio (algunos estudiosos han interpretado petroglifos paleolíticos como planos de asentamientos o de parcelas, por lo que la representación, organización y representación del espacio correría de parejo con la representación de seres y entes reales o sobrenaturales.
El Departamento del Próximo Oriente del Museo Británico en Londres expone un fragmento de tablilla de arcilla importante para el estudio de la ciudad mesopotámica y de su representación.
Se trata de un plano de la ciudad de Babilonia en el siglo VII aC. el fragmento muestra parte del barrio oeste de Tuba, un canal río en peces que vierte en el Eúfrates, río que cruza la ciudad, una puerta urbana y la muralla interna de Babilonia. La cara posterior de la tablilla comprende medidas exactas sobre el espesor de los muros.
La ciudad de Babilonia, a mediados del primer milenio aC, cuando se dotó de la muralla y de la puerta de Ishtar recubiertas de ladrillos vitrificados con relieves de los símbolos o manifestaciones de los dioses principales del panteón babilónico, se dividía en diez "barrios". Cada uno recibía la denominación de una importante ciudad mesopotámica. Tuba se hallaba muy cerca de la actual -y devastada- Aleppo, así como de las ruinas de la ciudad de Ebla. Fue una ciudad destacada en el tercer milenio aC. Acogía un gran santuario de Ishtar, diosa ligada a la ciudad de Babilonia.
Tuba se hallaba en el polo opuesto al de la puerta de Ishtar. Acogía la puerta de Shamash (el dios del sol y de la justicia).
Este plano muestra que la ciudad de Babilonia estaba recorrida por canales, organizada por barrios aislados por murallas, y que poseía varias puertas de acceso bajo la protección de deidades, salvo una, bajo la advocación real.
Fragmento pequeño, incompleto, que evoca, a través del trazado geométrico dentado la compleja planimetría de Babilonia.
Una joya poco conocida
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Arqueologia,
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