martes, 13 de diciembre de 2016

MORTON SUBOTNICK (1933): THE WHITE BULL (1968)



El compositor norteamricano Morton Subotnick es uno de los "padres" de la música electrónica".

Esta composición se basa en el mito del Toro Celeste -un emblema de la diosa mesopotámica de la guerra y el deseo Ishtar- vencido por el rey Gilgamesh en su lucha por purificar la ciudad de Uruk cuya muralla construyó

RENÉ MAGRITTE (1898-1967): LA CONDITION HUMAINE (LA CONDICIÓN HUMANA, 1935, 1948)




Ambas versiones de un mismo tema, la caverna platónica, alegoría del mundo -en la que el mundo de las sombras engañosas se representa mediante la imagen de un cuadro que confunde, pues se confunde con el motivo (una imagen de la tierra y del cielo), impidiendo ver el cielo directamente, ocultándo y revelando éste tan solo a través de una imagen, o a modo de imagen, convertido en imagen-, de Magritte, tituladas La Condition Humaine, pintadas en 1935 y 1948, de una serie de al menos cinco variantes, se incluyen en la muy bien estructurada -pero que incluye obras mediocres- antológica de Magritte, hoy, en el Centro Georges Pompidou de Paris.

lunes, 12 de diciembre de 2016

CARL ANDRE (1935): PÍRAMO Y TISBE (1998-2000)


"Era Píramo el joven más apuesto y Tisbe la más bella de las chicas de Oriente. Vivían en casas contiguas, allí donde se dice que Semíramis ciñó de muros de tierra cocida su elevada ciudad. Su proximidad les hizo conocerse y empezar a quererse. Con el tiempo creció el amor. Hubieran acabado casándose, pero se opusieron los padres. Aunque no les dejaban verse, lograban comunicarse por señas y por gestos; no pudieron los padres impedir que cada vez estuvieran más enamorados: y cuanto más ocultan el fuego, más se enardece el fuego oculto. La pared medianera de las dos casas tenía una pequeña grieta casi imperceptible que se había producido antaño, durante su construcción, pero ellos la descubrieron y la hicieron conducto de su voz. A través de ella pasaban sus palabras de ternura, a veces también su desesperación. Muchas veces, cuando de una parte estaba Tisbe y de la otra Píramo, y habían ellos percibido mutuamente la respiración de sus bocas, decían:” Pared envidiosa, ¿por qué te alzas como obstáculo entre dos amantes?. ¿ Qué te costaba permitirnos unir por entero nuestros cuerpos, o, si eso es demasiado, ofrecer al menos una abertura para nuestros besos? Pero no somos ingratos; confesamos que te debemos el que se haya dado a nuestras palabras paso hasta oídos amigos" (Ovidio, Metamorfosis, IV, 55-70) 

 Píramo y Tisbe eran dos jóvenes de Babilonia, ciudad construida por la mítica reina Semiramis con con ladrillos de adobe. Vivían en casas antiguas. Pese a que se amaban, no les era permitido comunicar hasta que, en secreto, hallaron una grieta en el muro medianero que transmitía las palabras que soplaban. Quedaron en huir de la ciudad y encontrarse cabe una fuente bajo una morena de pálidos frutos. Llegaron por separado. Una leona, la boca aun ensangrentada tras devorar a una presa, bajó a la fuente. Tisbe se asustó y huyó, escondiéndose tras una morera, dejando una estola que portaba en el suelo. La fiera jugueteó con la tela manchándola y regresó al bosque. Píramo, al llegar, vio la estola enrojecida, las huellas de la leona. Creyendo que lo peor había pasado, se suicidó. Cuando Tisbe se atrevió  a volver a la fuente, no pudo sino clavarse el puñal que Píramo aun sostenía. La sangre vertida por los jóvenes empapó la tierra y la morera enlutó. Desde entonces, sus frutos tienen el color de los fúnebres velos de Pascua.

El escultor minimalista norteamericano Carl Andre recreó este mito en una instalación de finales de los años noventa, Expuesta hoy en una muestra antológica en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de París. 
Dos conjuntos de madera compuestos por varias escuadras formadas por gruesos prismas se disponen a lada y lado de un muro que separa dos salas contiguas. Los bloques podrían encajar si el muro no mediara. Se hallan adosados, muy cerca el uno de otro, pero no se pueden tocar. Ambos no pueden ser contemplados conjuntamente. Parecen dos obras independiente ubicadas contra un muro, hasta que se entiende que constituyen una unidad imposible. Nunca podrán articularse, aunque tampoco pueden separarse. El muro forma y no forma parte de la obra. Actúa como soporte y como agente. Permite que los bloques se aproximen pero les impide fundirse. Por otra parte, si se aprecia cada bloque frontalmente, se diría que se trata de una pieza extrañamente incompleta, absurdamente empujada contra la pared. Solo la imaginación restituye la unidad, que nunca se alcanzará.

Se ha escrito, y lo así lo han corroborado los artistas minimalistas, que sus obras no remiten a nada más que a sí mismas. Y, sin embargo, pocas versiones modernas de un mito son tan evocadoras y tan sobrias, con la dureza de vigas de madera -un elemento de sostén y de unión que solo cobra sentido entre paredes, que solo puede llevar el peso de la casa sobre sus espaldas.   






PAVVLA (PAULA JORNET, 1996): HOME (2016)






http://www.primaveraclub.com/artistas/pavvla

Se puede escuchar un fragmento de esta canción. Íntegramente, con el programa Spotify (legal y gratuito en modo básico pero suficiente para escuchar una canción).

Véase la página web de la cantante

LUDOVICO EINAUDI (1955): THE TOWER (LA TORRE, 2013)

TINO SEGHAL (1976): CARTE BLANCHE (CARTA BLANCA, 2016)

Palacio de Tokio (Museo de Arte Contemporáneo) de París. Cola ante la entrada. Dentro, tras el control de seguridad, una segunda cola aún más lenta ante un umbral lejano que encuadra un espacio muy iluminado. Es la única indicación que a lo lejos tras el umbral, se halla una exposición. No se anuncia título, texto ni cartelas salvo un tarjetón con letras diminutas, perdidas en un mar de signos, que se puede recoger en la entrada. Los informadores responden con evasivas.
Aguardas un buen rato. Los visitantes entran de uno o de dos en dos cada vez que un niño viene a buscarlos. Llega el turno. Un niño moreno te guía. Andamos muy lentamente en salas inmensas blancas y desnudas bajo una luz deslumbrante. Ante ti, caminan o están de píe inmóviles los visitantes que te precedían. Conversan o escuchan casi en silencio. Las salas acogen a unas pocas personas perdidas en el laberinto de galerías y pasadizos. El niño te interroga sobre "el progreso": qué es, qué te parece, qué valor posee. A poco, de detiene ante una joven y le comunica tus respuestas. Emprendes de nuevo la marcha. Caminas lentamente, un paseo punteado por largas pausas. La joven, negra, te sigue preguntando y, esta vez, le preguntas. Dialogas mientras te desplazas sin saber hacia dónde te diriges. Cuando parece que te orientas hacia una puerta -de salida-, giras inesperadamente y te encuentras ante una nueva y alargada estancia tan vacía como las anteriores. Ante una pregunta tuya, la joven se retira discretamente, y una madre brasileña acude de no se sabe dónde -se podría haber confundido con una espectadora (nada indica que no lo sea)-, te responde y te acompaña. Discutes sobre arte y memoria. El recorrido es cada vez más intrincado por el que progresas casi a ciegas. Parece no haber salida. Se diría que das vueltas, como si volvieran sobre tus pasos. La discusión no cesa hasta que un señor de pelo cano de pronto se coloca a tu lado. La madre ha desaparecido sin que te hayas dado cuenta. Te anuncia que la obra de titula "¿El progreso?", y que los cuatro interlocutores, un niño, una adolescente, una madre, y un anciano, te acompañan y te guían. Tu último interlocutor te cuenta su vida y sus recuerdos, todo lo que ha dejado. Todos los interlocutores son extranjeros. El anciano te lleva hasta una puerta. Te da la mano y te cede el paso. Ya no está a tu lado.
Dejas el laberinto de estancias, bajas por una escalera y accedes a unas salas desmesuradas donde unas personas están quietas. Algunas dialogan. De pronto unas cuantas se ponen en movimiento en silencio. Están coordinadas. Corren, saltan, brincan, giran sobre si mismas. Se detienen. Quedan de pie o se sientan en el suelo. Una mujer joven oriental te mira te mira se acerca y cuenta una triste historia de su vida.
En este otro mundo al que has descendido, la historia se repite.
Fuera, la cola prosigue

La obra del británico Tino Seghal no se puede adquirir, coleccionar, documentar, fotografiar: no está prohibido realizar fotografías. Ocurre que no hay nada qué retratar. La obra no existe físicamente (Carta blanche -el invisible título de la obra, entre el teatro, la "performance" y la danza-, en francés, también puede significar hoja en blanco: hoja donde solo se proyectan ideas que no se inscriben), solo en la mente y la memoria del espectador. Ni siquiera es seguro que se trate de una obra. No tiene límites visibles temporales y espaciales, no se puede saber en qué consiste, qué comprende,  Solo se materializa si el visitante entra en el juego. Compuesta por diálogos -no escritos, espontáneos-, interpretada por paseantes, las diferencias entre actores y visitantes se desdibujan. No se encuentran textos indicaciones, imágenes. Todo es posible. Nada está prefijado.
Fascinante.




viernes, 9 de diciembre de 2016

¿Por qué una imagen?

A poco de la muerte de un familiar con el que se ha podido compartir parte de una vida, se descubre, con angustia y sorpresa, que su imagen se pierde. Los rasgos se diluyen. Se querría retener aquélla. Al cabo de un mes casi no se le recuerda nítidamente. El proceso es imparable, como si se quisiera fijar un fresco recién desenterrado que el viento y la luz difuminan hasta que ya solo queda un muro en blanco.
Las imágenes -los retratos-, por insustanciales, desencadenados y quietos que sean, son imprescindibles. De pronto, se siente la necesidad imperiosa de hallar, de guardar, de preservar y exponer fotografías del difundo de joven y sobre todo de poco antes de la desaparición. Fotos y dibujos del rostro, centrados en la mirada, como si se quisiera que siguiera mirándonos, con el o la que se pudiera cruzar una mirada.
La imagen existe porque somos morrales, porque tenemos conciencia de nuestra condición, porque la memoria -que nos mantiene en vida- es incapaz de evocar y retener imágenes para siempre. El arte es un medio para luchar, siquiera por un tiempo tan solo, contra el olvido que es la muerte.
 Los dioses no necesitan retratos. Viven siempre rodeados de sus seres queridos para la eternidad. El retrato es solo un pálido reflejo de la realidad, pero ésta sólo perdura viva alli donde no llegamos los mortales. De algún modo, la imagen nos hace inmortal -si bien solo cobra entidad cuando desaparecemos.