Los textos de la extraordinaria exposición que el Centro Reina Sofía dedica a los orígenes y la fortuna de Guernica, el cuadro que Pablo Picasso pintó para el Pabellón español de la Exposición Internacional de París de 1937, tras el bombardeo del burgo vasco de Guernica por aviones de la Alemania nazi, apuntan la interpretación pero quizá no la desarrollan suficientemente: Picasso pintó el horror que sintieron los habitantes de Guernica y el que él mismo sintió al oír la noticia, horror que plasmó, siguiendo la interpretación aristotélica de lo que es una tragedia, a través de figuras aterradas y que inspiran terror.
Es posible, sin embargo, que el horror haya sido expresado por medio de otro recurso inesperado y más eficaz: la confusión de los espacios. Bien mirado, no sabemos donde acontece la acción. El que el propio Picasso hubiera, a lo largo de la evolución del cuadro, cambiado un sol por una bombilla sin que hubiera modificado el escenario de acuerdo con lo que implica el cambio de fuente de luz podría ser significativo. A través de ciertos objetos -una bombilla, el suelo enlosado, una puerta entreabierta que da a la claridad del día, la penumbra reinante propia de interiores del pasado- podemos intuir que la escena tiene lugar en un interior, aunque la presencia de un toro y un caballo dificultan o imposibilitan esa lectura. Los tejados de tejas, las ventanas que parecen mirar a un interior, una torre en llamas, por el contrario, apuntan a un escenario al aire libre, a la plaza del pueblo, o a un patio. Los datos, en verdad, señalan escenarios antitéticos. No sabemos donde nos hallamos. Estamos en ningún lugar, en un espacio imposible, no porque esté trastocado por el horror, sino porque lo suscita. Las figuras están perdidas en un extraño laberinto. Entran saliendo, salen sin llegar al exterior. Como en los mejores cuentos de Borges, un recurso surrealista, por otra parte, el espacio se desdobla, se quiebra, es y no es un espacio habitable, diluye la frontera entre lo exterior y lo interior, ya no acota ni protege la vida, ya no marca límites, sino que libra los seres vivos al horror que suscita un espacio imposible o inimaginable, en el que la falta de pautas que lo compongan llevan a la locura. Se trata, aunque el término esté gastado, de un ejemplo -quizá el único ejemplo posible- de un "no-lugar", allí donde la vida no tiene cabida porque no sabe dónde iba qué aferrarse. O quizá sea una tumba, un espacio invertido, en que ya no rigen las leyes que nos ayudan a encontrarnos, a saber dónde estamos y porque estamos aquí, en vida. La vida ha huido de Guernica aterrada por la imposibilidad de asentarse, de ordenarse.