Fotos: Tocho, octubre de 2017
PRESENTACIÓN
“Les ruines sont reniées par ceux dont la vie
n´est déjà plus qu´une ruine dont rien ne subsiste sinon le souvenir d´un
crachat. » (Benjamin Péret)
“Si los poetas
quemaran lo que han escrito, dejando la tierra, la tinta y la pluma a los
ciegos, conoceríamos un mundo sin escritura, un mundo del tamaño de la mano. Su
día sería la noche, y su noche el día.” (Abdul Kader El Janabi)
Aunque geógrafos árabes del Califato de Córdoba y, más
tarde, viajeros cristianos medievales, emprendieron el viaje a Oriente para
visitar lugares santos del cristianismo y del Islam, y se tenían noticias de
ciudades mesopotámicas como Ur o Babilonia a través de la Biblia y el Corán, Occidente
se interesó por Mesopotamia a partir de mediados del siglo XIX porque
constituía un paso obligado que unía capitales como París, Londres o Berlín y
las colonias de la India y del sudeste asiático. Pese a la oposición del
imperio otomano, oportunas guerras entre los imperios ruso y otomano, y persa y
otomano, hacia 1850, permitieron que Francia y el Reino Unido brindaran ayuda
militar y asentaran tropas en el Próximo oriente que iniciaron la exploración arqueológico-militar
del territorio. La caída y el desmembramiento del Imperio otomano tras la
Primera Guerra Mundial, y la instauración de mandatos y colonias
franco-británicas en el Próximo Oriente, facilitaron las grandes misiones
arqueológicas norteamericanas, británicas y francesas en el periodo de
entreguerras y el envío de un gran número de obras a los museos occidentales.
Las exposiciones coloniales de los siglos XIX y XX, incluyeron obras asirias,
babilónicas y fenicias que despertaron el interés occidental por un arte propio
de culturas “salvajes, sanguinarias”.