domingo, 4 de abril de 2021

(Domingo de) Resurrección

Los cristianos celebran el domingo de Pascua que su dios finalmente se revela ser un dios (o Dios).

Este hecho culmina la vida del Hijo de Dios en la tierra. Los cuatro Evangelios, de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, cuentan aquélla. Pero no solo divergen sobre lo poco que cuentan, sino son prácticamente mudos sobre dicha revelación.

Este hecho, la revelación de la divinidad del Hijo de Dios, constituye, en verdad, un "error" teológico que quiebra el tenso equilibrio entre las naturaleza humana y divina de Jesucristo. 

Recordemos: Jesucristo es una divinidad única en la historia: es un ser humano a parte entera, que nace, se desarrolla y muere, y, al mismo tiempo, es una divinidad, que aparece y desaparece, como un cuerpo traslúcido o invisible. Este doble condición no se ha dado en ninguna religión. Los dioses siempre son invisibles, y adoptan formas visibles, incluso antropomórficas para manifestarse ante los humanos. Mas dichas formas o cuerpos son tomados de prestado. Los dioses se disfrazan de seres humanos para la ocasión -el encuentro con los seres humanos-, forma que abandonan en cuanto el encuentro cesa. Por otra lado, los dioses cambian de forma en cada ocasión. Se muestran como jóvenes o ancianos, hembras o varones, en función del encuentro.

Por el contrario, el dios cristiano asume una única forma humana. Y ésta le es propia, le pertenece. "Es" un ser humano -amén de un dios.

Sin embargo, esta perdurable doble naturaleza no le convierte ni en un superhombre -lo que podría ocurrir si la naturaleza divina influyera en la humana-, un error en el que caen quienes le juzgan, ni en una divinidad menor -debido a que su naturaleza humana lastraría, limitaría la divina. El dios cristiano es tanto un mortal cuanto un inmortal. Eso sí, vive (nace y muere) como un mortal, sin que estas etapas propias de una vida humana afecten su naturaleza divina.

El equilibrio entre lo humano y lo divino se rompió cuando la crucifixión. Quien muere es Jesús, el humano, y éste, a través de sus quejas, parece indicar que se siente engañado. Se descubre enteramente mortal, sin que su naturaleza divina le redima de la muerte o al menos suavice la agonía.

Tras su muerte, la Resurrección se contrapone al hecho anterior y es cuando Jesús (el humano) desaparece en favor de Cristo (el dios). El Hijo de Dios pierde su naturaleza humana en favor de la divina. La resurrección solo es posible si Jesucristo ha quedado transformado exclusivamente en Cristo (el Uncido, el Elegido): ya no es un ser mortal. El mágico equilibrio entre lo humano y lo divino, que sustenta la figura de un inmortal (el Inmortal) que es un mortal, se quiebra para siempre.

Los Evangelios, como he comentado, apenas mencionan la vida del Hijo de Dios tras su muerte. Lo que cuentan, someramente, en unas pocas líneas (Mateo y Marcos, sobre todo éste, son muy parcos, Lucas es algo más explícito, mientras que Juan afirma saber muchas cosas acerca de la vida de Cristo tras la Resurrección, pero se las calla), insiste en el carácter inhumano del resurrecto. 

Los apóstoles, ante su vista, no pueden verle: no aguantan su presencia, no se sabe si por el deslumbramiento que sienten ante el resplandor de un cuerpo que ya no es humano (Mateo). 

Jesucristo ya no tiene un solo cuerpo; se muestra de diversas maneras, lo que impide que sea reconocido; se comporta como un dios griego, por ejemplo. Entonces es raptado hacia o por lo alto (Lucas). Según Lucas, Cristo se acerca a dos discípulos que caminan hacia Emaús. No lo reconocen: "sus ojos están ciegos".  Cuando, tras una repetición de la Última Cena, finalmente lo reconocen, Cristo se vuelve invisible. Tras este incidente, los apóstoles se encuentran. Cristo de pronto aparece entre ellos. El miedo les invade. Creen ver un espectro. Es entonces cuando Cristo, para probarles que no es un fantasma les muestra su cuerpo. No le creen. Les pide comida y come pescado a la brasa para que comprueban que es un ser vivo. Luego se separa de ellos y se eleva hasta desaparecer. 

Según Juan, finalmente, María Magdalena, no lo reconoce: lo confunde con un jardinero. Ante la insistencia de Cristo, María lo identifica como un Maestro, pero al querer tocarlo, Cristo la rehúye. Su cuerpo ya no es carnal. Cristo vuelve a mostrarse, esta vez ante los apóstoles, reunidos, a puerta cerrada, en una morada. Sin abrir la puerta, sin que se sepa cómo accede, se manifiesta de pronto entre aquéllos. Y, a partir de entonces, tras narrar unos últimos milagros, Juan enmudece. No se sabe qué le ocurre a Cristo. Solo se sabe que "hizo muchas cosas", pero no sí desaparece o asciende a los cielos.

La Resurrección es un hecho doloso, en el fondo. La humanidad de la divinidad, su cercanía con los humanos, se desvanece. Cristo se manifiesta tan solo como un dios, otro dios: invisible, intocable e inalcanzable. Pero, seguramente, no podía ser de otra manera. No es más que un dios.

¿Domingo de alegría -o de tristeza?   

sábado, 3 de abril de 2021

ELIO ANTONIO NEBRIJA (ANTONIO MARTÍNEZ DE CALA, 1441-1522): DE EMERITA RESTITUTA (MÉRIDA RESTITUIDA, 1491)

En una época, la nuestra, que no dejará ruinas -las máquinas se encargan de impedirlo- sino edificios arruinados, o avejentados, apergaminados -el vidrio se ensucia y pierde brillo, pero no envejece, y el hormigón enmohece., quizá sea útil tener presente esta sorprendente y célebre lectura de las ruinas romanas de Mérida, percibidas a partir de la visión de Mérida a finales del siglo XV, en la que las capas se superponen sin dejar de ser visibles, por el primer gran humanista español, formado en Bolonia, Antonio Nebrija -conocido por ser el redactor de la primera gramática española-. Un eco moral envuelve inevitablemente las ruinas del pasado: la ruina arquitectónica remite a la vida humana que se apaga, pese a todas las tentativas de vanagloria: 


"Todo se muda con el tiempo y perece con los años. ¿Qué estabilidad tienen las cosas humanas? Aquí donde está ahora Mérida estuvo en otro tiempo la famosa Emérita, que dio Augusto en premio a sus soldados para que la poblaran.

Estas despedazadas moles que ves y estos cimientos en que ha desaparecido la argamasa, mas no la forma circular, eran el anfiteatro donde el pueblo y el Senado presenciaban las luchas de los gladiadores.

Aquí donde está ahora el podio y las gradas y las tribunas estuvo en otro tiempo la escena conocida de trágicos y cómicos, donde se representaban las farsas del teatro.

Aquí donde se alza este pórtico con sus altas columnas, corroídas y desgastadas por las inclemencias del tiempo, estuvo el palacio de la Curia, donde el Senado daba leyes a la plebe y le comunicaba sus mandatos.

Aquí donde está ahora el circo, con su suelo de mosaico, en esos dos estadios que ves y en esa naumaquia, se celebraban los juegos circenses, curules [juegos organizados exclusivamente por los curules, unos ediles o funcionarios públicos encargados de juegos y de resolver conflictos con el comercio, cumpliendo las órdenes de un pretor, un magistrado encargado de la justicia] y navales.

Ese gran arco que se alza en medio de la ciudad y que el pueblo llama sin fundamento arco de triunfo, fue en otro tiempo el monumento de un ilustre ciudadano, pero los años borraron su nombre, su patria y su linaje.”

viernes, 2 de abril de 2021

La estaca y la cruz

 ... y de pronto, la sonrisa mutó en una mueca, y la cara amable devino amenazante....

Stauros, en griego, es un elemento básico de la construcción: es un pilotes (o piloti) sobre el que descansa una construcción de madera; los palafitos -existe la creencia, quizá fundada, que las primeras construcciones se levantaron en medio de las marismas que las protegían, ya que impedían acercarse a pie o a caballo, y requerían el uso de barcas, no siempre disponibles que requerían conocimientos en el arte de la navegación y destreza- se apoyan en estacas de madera hundidas en el agua. 

Stauros también significa empalizada: nombra otra construcción básica, un cerca de delimita un lugar propio, y lo defiende, visualizando, simbolizando la propiedad. Las empalizadas ordenan el espacio, y ofrecen cierta intimidad. Detrás de éstas, uno se siente seguro, bien cobijado. Una empalizada no requiere ningún techo para ofrecer protección y, sobre todo, la sensación de estar bien protegido. Una empalizada brinda confianza.

Stauros viene del verbo griego istemi, que significa estar. Stauros no solo evoca la permanencia en un lugar que permite el arraigo, expresa la confianza en un lugar que hacemos nuestros y en el que nos sentimos en confianza para asentarnos y descansar, sino que stauros evoca la posición erguida, símbolo de vitalidad. La posición recta o erecta es un signo de fuerza; se opone a la retirada, a la debilidad, al deseo de esconderse, a propios de la pérdida de confianza en la capacidad de un lugar de acogernos y protegernos, un lugar del que debemos partir o huir. Istemi significa, con más precisión, estar recto, de pie. Designa la posición vertical, signo de enraizamiento: no nos doblamos, no nos rendimos. Mantenemos la cabeza bien alta, casi desafiante.

Pero solo cabe un recurso para estar siempre de pie, sin sentir cansancio o debilidad, sin encogerse y caer: un apoyo vertical sobre el que descansar. Un apoyo que nos apoya, que nos da apoyo, que nos cuida y nos ayuda, en el que confiamos, al que nos aferramos para no caer.

Mas, la mejor manera de no dar un paso atrás y de no ceder ni un palmo de terreno, es estar íntimamente unido al apoyo: formar cuerpo con él. Un apoyo, como un tronco o un pilar hincado en la tierra, que no se puede arrancar y derribar, y del que no nos despegaremos.

 Es en este momento, cuando la estaca adquiere rasgos inquietantes. La íntima unión del cuerpo y la vara se produce con el empalamiento. La estaca se convierte en un instrumento de tortura (que es lo que stauros también significa, a partir de cierto momento). Nos mantiene erguidos, sin duda, clavados en un mismo lugar, que, de un hogar propio, se convierte en nuestra tumba.

En latín, stauros se tradujo por crux: primeramente un pilón de tortura, al que se le añadió un travesaño, el travesaño de la cruz, la cruz levantada que simboliza la Pascua cristiana.

De la construcción segura, del hogar, del estar -en confianza-, hemos pasado al suplicio -de no poder descansar, de no poder abandonarnos. La rectitud implacable de la estaca no concede signo de debilidad alguna. De portarnos se convierte en lo que cargamos, la cruz a cuestas. El carácter inflexible, insensible a las debilidades humanas, el carácter inhumano de la estaca se acaba transformando en lo que nos mata. ¿Queríamos aferrarnos a un lugar? Pues lo lograremos o lo hemos logrado -a costa de nuestra vida.     

jueves, 1 de abril de 2021

Norias y molinos en Barcelona (hallazgo arqueológico del ¿siglo XIX?)


















Fotos remitidas por María Rubert, y fotos: Tocho


Los trabajos para la instalación de un colector de aguas por la avenida Diagonal, entre las calles de Gerona y Bailén, en Barcelona, han puesto al descubierto, en medio de una ancha y honda zanja, unas estructuras arquitectónicas alicatadas con cerámicas valencianas del siglo XIX (ó XVIII) desaparejadlas, anteriores a la aplicación del plan urbanístico Cerdá, que corresponderían a almacenes, un molino y una noria, o quizá cubas de vino -de los que, al parecer, no se tenían noticia.

miércoles, 31 de marzo de 2021

FREDDIE REDD (1928-2021): LONELY CITY (1985)


Sobre este extraordinario pianista y compositor norteamericano de jazz, fallecido ayer, véase, entre la pocas referencias existentes, este enlace

martes, 30 de marzo de 2021

ANTONIO BONET CASTELLANA (1913-1989): CANÓDROMO (1963. RESTAURADO: 2017, 2021)

 





































Fotos: Tocho, marzo de 2021

Cerrado, por presiones animalistas, en 2010, como canódromo -era un lugar de carreras de galgos en una pista de tierra en forma de circo romano, a los pies del edificio, donde se apostaba, y un lugar, en pésimo estado, un tugurio donde no acercarse-, y perfectamente restaurado entre 2017 y 2021 gracias al Departamento de Patrimonio del Ayuntamiento y de la Escuela de Arquitectura del Vallés, la obra maestra de Bonet Castellana (junto con la Casa La Ricarda, de los mismos años) y de la arquitectura moderna de Barcelona -unas amplias terrazas voladas, suspendidas de una sobria estructura metálica, con paramentos de vidrio traslúcido, extendidas como las alas de un ave gigantesca, de la que se descuelgan las gradas- fue convertida en un centro de arte internacional, con un director prestigioso, en 2017. Duró meses.

Hoy ha vuelto a transformarse, esta vez en un centro cívico del barrio de las Viviendas del Congreso (Congres- Indians), construido n los años 50,  y bautizado con el insólito nombre de Ateneo de Innovación Digital y Democrática, dedicado, entre otros temas, al ciberfeminismo (¿?).

Muy bien y generosamente guiados, se puede visitar gratuitamente.

Cuando la pandemia cese, contará con una de las mejores terrazas de bar de la ciudad. 

lunes, 29 de marzo de 2021

Pascua

Aunque en francés se distingue entre la Pascua (en singular) judía, que celebra la mítica salida de Egipto y el inicio del Éxodo hacia la Tierra Prometida, y las Pascuas (en plural) cristiana, que, expresado de otro modo, a través de otras historias u otros mitos -la Última Cena, El juicio ante Pilatos, la traición de Pedro, la Resurrección-, simbolizaba lo mismo, -el renacer,  la nueva vida y el apaciguamiento-, en castellano, ambas fiestas se denominan del mismo modo.

La Pascua acontece cuando la primera luna llena -luz en la noche- tras el equinoccio de primavera, que señala el inicio del dominio de la luz sobre la noche -empieza el período en que los días son más largos que las noches-, y abre el año nuevo en muchas culturas antiguas y modernas. Así acontecía hace dos mil años. 

Pascua viene del latín Pascha, una palabra aún utilizada a finales del siglo XVI (al menos en los territorios de la Corona de Aragón). A su vez, pascha deriva, a través del griego, del hebreo, posiblemente emparentado o derivado del acadio.

Pascha tenía otro significado, emparentado: designaba el cordero pascual, que los hebreos sacrificaban -y sacrifican- en recuerdo de la acción gracias a la cual escaparon a la matanza ordenada por el faraón cuando supo de la próxima partida de los trabajadores hebreos de Egipto. Yahvé ordenó que untaran sus puertas con la sangre -signo de vida- de un cordero sacrificado, para que el ángel de la peste, aquella noche, no les infectara sus casas y solo atentara contra las moradas de los egipcios, debilitándolos e impidiéndoles retener a los hebreos en su huida hacia la Tierra Prometida.

En el cristianismo, la víctima sacrificial, que ofreció su sangre para renovar la vida y prometer la vida eterna, el hijo de Dios, fue equiparada -y llamada- con el cordero pascual.

Pascha (que se pronuncia Pasca) y Pascua tienen la diferencia de una vocal. No es casual. En latín, pascua significaba pastoreo, y el verbo pascere (participio pasado: pastum), se traduce primeramente por pastar o llevar a pastar, pero también, más genéricamente, por alimentar, hacer crecer. La imagen de la Última Cena -que precede los actos pascuales-, en la que el cordero pascual ofrece su sangre y se comulga con él, adquiere pleno significado.

Pascha, a través del griego Paskha -que significa lo mismo que en latín- deriva del hebreo pâsach. Esta palabra, que también designa la fiesta de la Pascua judía, significa paso. Se ha interpretado como el paso del ángel de la muerte que no se detuvo ante la puerta de los hogares de los hebreos en Egipto, o el tránsito del invierno a la primavera, el primer paso para el renacer. Este paso no es un simple paso más, sino un salto (de alegría) -pâsach significa también saltar: un brinco gracias al cual se sortear los obstáculos. Nada nos detiene; pasamos por encima de todas las calamidades, y de un salto nos hallamos en la otra orilla, la orilla del nuevo año.

Pâsach, a su vez, podría estar emparentado con el acadio pasahu(m) que significa tranquilizar, apaciguar, permitir descansar tras la obtención de la paz -que también se decía pasahu(m): dar la paz (danos la paz, se implora en el ritual cristiano); la paz que el fin del invierno y la confirmación del renacer del mundo, trae.

La Pascua señala un tránsito (el inglés denota bien el movimiento que la Pascua conlleva: Passover), un paso de un año agotado, caduco, del que ya nada más se puede esperar, a un año en el que se deposita plena confianza y al que se confía nuestra vida.

No sé cómo puede leerse la interpretación de este ritual de primavera en el paso del 2020 al 2021.